lunes, diciembre 28, 2009

Dejemos al sexo en paz-(Diariio Milenio/Opiniòn 28/12/09)

1 El cosmos íntimo
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Hay temas que avergüenzan al intelecto. Ideas cuyo solo planteamiento sorprende y hasta ofende, sobre todo si aquel que las ventila no es ingenuo, ni estúpido, ni quizás inocente, sino un astuto navegante abanderado. Peor todavía cuando quien habla invade territorios sobre los que no tiene dominio ni derechos, y ni siquiera autoridad moral. La familia, por ejemplo: una entidad a la que nadie que no forme parte de ella entiende. Irrita que un fuereño pontifique sobre nuestra familia con ligereza y desenvoltura, casi como si el tema le quedara pequeño a su sapiencia. De por sí las familias muy rara vez resultan lo que aparentan o lo que dicen ser, pero tal no es obstáculo para que la cizaña elija sus hipótesis y el morbo por sí mismo las certifique. No es tan raro, al final, que cualquier torquemada de ocasión —el cura, la vecina, el jardinero— dictamine que cierta familia ni familia es, y ya entrado en basura exagere y calumnie para dar solidez a su dicho.
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Toda familia tiene infinitos defectos, pero también poder para salvarlo a uno de volverse loco. Decir, por tanto, que tal o cual familia no-es-familia sólo porque no cumple con las expectativas de sus fisgones parece una temeridad tan perversa como escasa de gracia; peor todavía cuando la sentencia proviene de un clérigo, que es de quien menos uno esperaría bombardeos contra la institución familiar. ¿Puede ser la familia menos familia si el padre es un dipsómano, la madre un energúmeno y el abuelo un degenerado sexual? Lo cierto es que nadie enseña a ser buenos padres, hijos o hermanos, y la gran mayoría nos enseñamos cometiendo toda suerte de errores imperdonables, que sin embargo nos son dispensados porque para eso estamos en familia. Un hermano envidioso y vengativo sigue siendo un hermano, pero también: un buen padre postizo vale tanto o más que uno natural. No puede haber parámetros ni reglas generales en el dominio de una intimidad cuya mera existencia supone una total soberanía. “¡Sólo eso me faltaba!”, clama uno ante el invasor, ballesta en mano.
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2 De mañas a mañas
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Toda familia es un proyecto de mafia. Algunas, demasiadas, practican una vergonzosa omertá, detrás de cuyas faldas se ocultan incontables abusos y complicidades. Casi nada puede hacer un pequeño hijo de familia contra la furia o el rigor de unos padres psicópatas, un hermano abusivo o un tío estuprador, pues al fin la familia puede igual ser santuario o calabozo. Para cuando la huella de los estropicios de un adulto inescrupuloso llega hasta al escritorio del Ministerio Público, el daño suele ser irreversible. ¿Cuándo, no obstante, fue la última vez que escuchamos a un padre o una madre autoritarios aceptar que no sabe lo que hace con sus hijos, o que alguien por ahí lo sabe mejor que ellos? Nadie quiere cargar con la culpa de haber hecho mal aquello que en ninguna parte le enseñaron. Uno cree que es buen hijo, o buen padre, o buen padrino por un don natural, emparentado acaso con su buena crianza, la nobleza de su sangre o la calidad de sus sentimientos; nadie soporta el peso de haber salido malo: defraudar, defraudarse, y sin embargo no paramos de hacerlo. Se puede ser el peor padre del mundo con sólo alimentar unas expectativas desorbitadas; debe de haber millones de monstruos insufribles que empezaron con las mejores intenciones.
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Afortunadamente, no existe un método de evaluación confiable que permita saber qué tan bien hace cada padre o madre su trabajo. Habría, a no dudar, hervideros de reprobados, que en adelante irían por la vida llevando a cuestas culpas medidas y certificadas, e incluso perderían la patria potestad de manera automática, por malos padres… ¿Pero qué sería eso, sino el infierno en la Tierra, donde la autoridad otorga, retira o regatea los lazos familiares de acuerdo a un código perverso y abusivo? ¿Y qué otra cosa entonces puede ser la presunción gaznápira de que una familia sólo es familia si sus pilares son heterosexuales? ¿Pensarán los jerarcas de sotana que unos padres así no pueden enseñar a los pequeños otra cosa que mañas genitales? ¿Sería preferible, llegado el caso, permitir que a esos niños los adopten los curas, gremio en el cual —lo sabe todo el mundo— no existen los mañosos ni se piensa en el sexo?
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3 Mentes de entrepierna
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Supe, hace algunos años, de un viudo depravado que noche a noche se entregaba a estuprar a su hijo de siete años, hasta que al fin los gritos de la víctima lograron alertar a los vecinos, y éstos a su vez hicieron la denuncia. Ya ante la fiscalía, con el acta en las manos, el hombre se negaba a firmar lo declarado, a menos que constara que había violado al niño porque “no tengo yo la culpa de no haber tenido hijas”. Circunscribir el tema de matrimonio y adopción a la sexualidad de sus participantes no es menos arbitrario y abusivo que meterse en el lecho conyugal para fiscalizar y calificar aquello de por sí incalificable. Me parece estupendo que los curas alerten, amenacen y excomulguen a las almas que juzguen descarriadas —esas cosas excitan y alebrestan, favorecen el crecimiento de la especie— pero no entiendo qué carajos hacen con la nariz metida en los derechos ciudadanos de cada cual.
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Somos legión quienes sobrevivimos tranquilos y contentos sin saber ni preguntarnos cómo, con quién y a qué horas se ayuntan las familias circundantes, qué creencias enseñan a sus hijos y cómo evitan que se porten mal, whatever that means. No acabo de entender cómo o porqué tendría uno que interesarse por la sexualidad de quienes sexualmente no le conciernen. Me cuesta una infumable gimnasia cerebral explicarme cómo es que a tanta mentes pueblerinas les afecta la vida marital de Tiger Woods. Perdón, pero es un tema estupidísimo. Parece todo tan evidente —intimidad, derechos, familia— que da vergüenza que siquiera sea un tema, a estas alturas. Pero así son al cabo las mentes mañosas, no por nada se pasan día y noche pensando en cochinadas.

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