lunes, noviembre 02, 2009

Aquiles calza Vuitton

Diario Milenio-México (02/11/09)
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Suertudos de siete suelas
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Hablemos, pues, de tenis. Es un tema de moda sobre el que casi todos sabemos algo. Recuerdo que en la prepa eran fundamentales, toda vez que pasados los quince años aún teníamos que vestir uniforme y la única diferencia se expresaba en los tenis. Yo atesoraba unos Adidas Stan Smith con los que me había hecho durante un viaje —nada fácil me fue convencer a mis padres de comprarme unos tenis de piel—, pero había compañeros que los tenían de todas las marcas y no paraban de estrenar modelos. Dado que allí estudiaban decenas de hijos de políticos encumbrados, no era raro que algunos midieran la fortuna de los padres por los tenis que calzaban los hijos. Que varios entre aquellos políticos fuesen públicos enemigos del dispendio y la desigualdad no parecía una contradicción, sino incluso al contrario. Uno daba por hecho que a los hijos de la Familia Revolucionaria les había hecho justicia la Revolución, y cuando iba a sus casas hallaba natural la proliferación de choferes, sirvientes y guaruras, tanto como la convivencia de los símbolos patrios con el fruto de un largo shopping planetario, allí donde inclusive los clavos y tornillos eran de rigurosa importación.
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Nunca tuve decenas de tenis importados, pero algo sé de marcas y calidades. Entiendo que es posible comprarse unos buenos Fila por 50 o 60 dólares, unos Ellesse de piel por 90 o 100, unos Le Coq Sportif a todo lujo por algo más de 150; no hace mucho vi en internet que los Adidas Porsche Design se dejaban llevar por doscientos. En tiendas mexicanas, unos tenis que aspiren a ser envidiables rara vez atraviesan la frontera de los tres mil pesos, y en tal caso no sirven para mejor deporte que la ostentación. La idea no es correr, como apantallar. Cuando, hace pocos días, en estas mismas páginas, supe de la existencia de unos tenis que rondaban los novecientos dólares, y que había quien principescamente los llevaba nada menos que en una marcha obradorista, el asombro se me hizo carcajada. Si esos tenis de verdad existían, tendrían que hacer juego con un Ferrari Spider de 300 mil dólares. ¿Cómo no rebelarse, pues, contra la carestía?
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Para ponerse agujeta
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A diferencia de sus mil doscientos amigos de Facebook, sé muy poco de Andrés Manuel López Beltrán. Hasta donde leí, es uno de esos juniors alivianados que sobrelleva con sentido del humor la popularidad de su padre. Nacido en 1986, contaba 14 años cuando aquél gobernaba ya la Ciudad de México; es seguro que ha vivido toreando los halagos, falsedades y envidias de una nutrida corte de amistades untuosas, que lo creen o lo saben adinerado y poderoso. “Deja que se te suba l’aguila y se te alborote la serpiente”, aconseja el amigo al hijo del presidente en Todas las familias felices, de Carlos Fuentes, y de sobra sabemos qué tantas desmesuras se cometen al amparo de una serpiente alborotada.
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Se dice que entre sus amigos online, a Andrés junior se le conoce por un apodo pícaro, dada su circunstancia: Popis. Muy joven para haber conocido la vetusta campaña publicitaria de El Taconazo, que decía ofrecer “los zapatos más popis a los precios más jipis”, el amigable Popis confesaba en su Facebook el gusto por cumplirse guilty pleasures. Así, en inglés, para que los placeres parezcan más culpables y por lo tanto más satisfactorios. ¿Qué puede hacer el hijo de un poderoso líder de la izquierda institucional e intransigente para cumplir no sólo con las expectativas de sus amigos ricos o trepadores, sino también con las de la familia, los socios de papi y, ouch, la opinión pública? Por lo visto, el buen Andy se lo tomó tan campechanamente como pudo. ¿O no es verdad que la buena vida sirve precisamente para conciliar los extremos opuestos y campechanearlos? ¿Pero cómo evitar que eventualmente la simple buena vida termine convertida en La Gran Vida y le dé por hacerse notar?
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Put yourself in my shoes!
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No es posible calzar descuidadamente unos tenis Vuitton de 12 mil pesos. Se está consciente de ellos como de un Maserati convertible, más allá del caudal que se posea. Vamos, que Paris Hilton estaría muy al tanto. ¿Cómo no lo iba a estar quien se entretiene hablando de guilty pleasures, asiste a un mitin de obreros desempleados y es vástago de un puritano a ultranza? Creer que el bueno de Andy llevaba puestos distraídamente los tenis más domingueros del mundo sería tanto como asumir que posee varios pares en su ajuar y la cochera llena de prototipos. Tiene que haber alguna dosis de humor negro en el gesto sardónico de ponerse precisamente esos tenis, Los Tenis, para esa ocasión, y acaso paladear el deleite secreto de solidarizarse con los supuestos pobres mediante una discreta cachetada a la pobreza. Imaginemos ahora el obvio comentario de algún amigo al tanto de la osadía: ¡Te la jalaste, Popis!
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Hasta hace poco tiempo, los detractores de Papá Tartufo insistían en preguntarse de qué vivían él y su familia, cuando probablemente la cuestión espinosa era cómo lo hacían. Una de esas verdades ocultas con las que uno de pronto se divierte jugando hasta ya mero revelarlas, por el puro deleite de arriesgarse a que se venga abajo la ficción. También hay quienes gozan en especial de echarse un rapidito en un parque público o recetarse un pase al pasar por las puertas de la Procu. Por que al final el inocente de Andy no inventó las mentiras. Nadie jamás lo ha visto arengar multitudes con ellas, ni barajar calumnias contra sus detractores para ubicarse entonces en sus antípodas. Andy Jr. no ha hecho más que atreverse a llevar la verdad en sus zapatos, toda vez que muy pocos la conocen como él. Tal vez nunca sabremos cuántos domingos le han costado sus tenis o, why not?, cuántos tenis compra con un domingo, pero ya consta que nadie como él sabe jugar a la honestidad valiente.

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