jueves, septiembre 17, 2009

La risa literaria-Álvaro Enrigue-(El Universal/Opinión-17/09/09)

En un periodo en que la generosa tradición de la literatura mexicana se siente amenazada porque el dramatismo y la volatilidad de lo real parecen más ricos que las formas de que disponemos para representarlo, editorial Almadía acaba de poner a la venta el más revolucionario de los libros que he leído en mucho tiempo: Poesía eras tú, de Francisco Hinojosa.
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El matrimonio de unos marraneros está fracasando y, a manera de supervivencia, el marido decide comunicarse con su mujer -que en tanto lidereza del gremio está a punto de ser elegida diputada-, sólo a través de poemas. La novela es el registro de la vida de la pareja a través de los 53 peores artefactos poéticos jamás escritos.
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Hay personas que pueden hacernos partir de risa. Conversadores de leyenda capaces de hacer que uno toque el suelo con la nariz de tanto reírse. También hay libros que nos arrancan memorables caracajadas de un machetazo perfecto: recuerdo haber leído Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez o El tambor de hojalata de Grass empeñando toda mi pompa para, en algún momento, descubrir que eran volúmenes que se carcajeaban conmigo.
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Nunca, sin embargo, había visto nada como Poesía eras tú. Es casi un arma: mientras lo leía, mi mujer, que trataba de hacer una llamada telefónica, tuvo que cerrar la puerta de la habitación porque yo me retorcía de risa en la cama. Por supuesto, lo agarró apenas me distraje: al día siguiente me despertó pataleando a carcajadas en el futón de la sala.
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Si novelas como El gran Gatsby de Fitzgerald o Manhattan Transfer de Dos Passos representaron brutales destripamientos críticos sobre la fragilidad cultural y emocional de la sorpresiva potencialidad gringa en la era del jazz, la imagen crítica de los años veinte que se fijó en la mente occidental no fue la que produjeron esos libros magníficos, sino la que propuso Groucho Marx.
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La secuencia del camarote fondero al que se mete absolutamente toda la población de un trasatlántico en Una noche en la ópera es el emblema de todo un periodo porque el humor cala y marca y porque la cicatriz de la risa es siempre la más gorda.
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¿Cómo representar la psique gringa en el momento en que se descubrió como dueña de un imperio involuntario? Regresando al mito de origen de su medianía: todos hechos bolas en el camarote de quinta de un barco lujosísimo.
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Al parecer la responsabilidad que supone toda transformación es tan grave que lo primero con que termina es con el sentido del humor de sus promotores. Nada más reaccionario que una Revolución que se institucionaliza y queda fija –los hermanos Castro, reyecitos del juguetero tropical— porque en el momento en que los artistas del cambio se convencen de que la vuelta que proponen es definitiva, dejan de sentirse halagados por la risa: la más abrasiva y misteriosa de las armas de la inteligencia.
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El éxito fulminante de Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, consistió en buena parte en que la emprendió a patadas y sin misericordia contra la noción de vanguardia artística, que quién sabe por qué mantuvo su relumbrón hasta tan tarde en el siglo XX. ¿Por qué nos cae tan sopa un artista iluminado? A Bolaño se le ocurrió un tropo esclarecedor: puesto en contraste en la ciudad de México echeverriísta -una maqueta agobiada por problemas de verdad—un creador de vanguardia exhibe transparentemente la futilidad del arte y el hecho de que su grandeza estriba sólo en su capacidad para ser autorreferente.
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Contra lo que solemos pensar una vez que nos la creemos, componer canciones, escribir novelas o intervenir paisajes sólo sirve para que los paisajes sean intervenidos, las novelas sean escritas y las canciones compuestas. Eso es suficiente porque la marca del arte es parte de la sustancia humana, vale por sí misma.
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¿En dónde está el México más transparente de hoy en día? En los poemas de un marranero sin talento ni escrúpulos. Francisco Hinojosa es el máximo innovador de una generación y está de vuelta.

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