La proporción de personas que se emparentarían espiritualmente con el gobernador del Estado de México es interesantísima por ser espejo de otra todavía más grave: 41% de los mexicanos piensa que los diputados y senadores que se sentaron guapachosamente en su curul el martes pasado van a ser iguales a sus antecesores y 35.4% piensa que van a ser peores.
Los mexicanos se perciben a sí mismos, entonces, como dentro de una economía de agárrese el que pueda: dado que el clima político de la administración pública va a ser igual o peor durante la nueva legislatura, mejor blindarse con un compadre de lujo.
Y es que en México todo sigue siendo, a fin de cuentas, personal . En la ventanilla hay que pedir las cosas porfavorcito a pesar de que el que está al otro lado gana un sueldo por hacer lo que le estamos demandando que haga y si uno no tiene una buena relación con el director técnico no hay talento que le dé derecho a pisar la grama.
En Una muerte sencilla, justa, eterna, que a la fecha se sostiene como el ensayo de crítica literaria más agudo sobre el inabarcable legado cultural de la Revolución Mexicana, Jorge Aguilar Mora notó que la distribución de la jerarquía entre Los Dorados de Francisco Villa —cuerpo pretoriano de élite de la División del Norte—, tenía más que ver con la forma en que se organizan los clanes —mediante lazos espirituales y de sangre— que con la racionalidad meritocrática de los ejércitos posteriores al napoleónico. Es decir: el reparto del mando y la lealtad estaba relacionado, en el cuerpo militar más grande en la historia de América Latina (al menos según Friedrich Katz), con quién era primo o compadre de quién. De ahí que la ferocidad y resistencia de la División del Norte fueran el factor decisivo en sus batallas, pero también que haya sido relativamente sencillo, al final, disgregarla: muerto el compadre se acabó la rabia.
Claramente en el México que se percibe a sí mismo como una nación que transitó exitosamente a la democracia —en la misma encuesta una mayoría muy cómoda considera que las elecciones de 2009 fueron confiables— el poder sigue emanando un aura de impunidad que 40% de la población preferiría compartir. No sé si es que unos 44 millones de mexicanos piensan que se beneficiarían de tener una charola o si, simplemente, supongan que estarían a mejor resguardo de la crisis si el que es percibido como el próximo presidente les bautizara un hijo, pero es un hecho que calculan que se beneficiarían de algún modo de estar relacionados con él.
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