lunes, septiembre 07, 2009

Batallas de Nueva York

Diario Milenio-México (07/09/09)
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“En lo que viene no quiero pensar; mientras menos pienso, mejor juego.” Tras haberle servido con hacha a Thomas Berdych en la cancha del Grandstand, el chileno Fernando González todavía duda que consiga alcanzar los cuartos de final, donde podría enfrentar a Rafa Nadal. Sabe que ha hecho un gran juego, pero insiste en que la jugada más importante será siempre la próxima. Eso sí, se le ve muy sonriente. Tranquilo. Satisfecho. Como se está después de una victoria en tres sets, a menos que uno sea Federer o Nadal y tenga que enfrentar expectativas siempre demasiado grandes.
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¿Será por eso que el Matador llegó a la conferencia con los nervios de punta, tras encargarse no sin ciertos trabajos de borrar en tres sets a un Nicolás Almagro más errático que él? En todo caso, nada más que uno entre los jugadores aún vivos —Gael Monfils, verdugo fresco de José Acasuso— ha logrado salvarse de ceder algún set. Hay tanta cancha para especular que de cualquiera puede decirse que está débil o fuerte. “No quiero hablar del tema de las lesiones”, puntualiza Nadal, que ya en el tercer set ha hecho una pausa médica por molestias presuntamente abdominales, “no sé si estoy al cien, al cuarenta o al ciento diez por ciento; hay torneos que uno empieza muy mal y termina ganándolos, y otros en que sucede lo contrario; sólo sé que pasado mañana voy a estar en la cancha y espero darlo todo”.
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Todo es lo que ha entregado Venus Williams. Tras perder los seis juegos del primer set, le ha ganado a la belga Kim Clijsters siete al hilo, y al poco rato ha perdido el servicio para ya nunca más recuperarlo. Uno de esos partidos tan extraños que terminan por ser espectaculares, si luego de dos sets sin pies ni cabeza cualquier expectativa parece ya ridícula. Más todavía cuando se juega ya la cuarta ronda y hay demasiados grandes nombres afuera.
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Si anteayer aún flotaba la pregunta de cómo habría jugado Jelena Jankovic de no haberse enterado, horas antes, de la muerte de su abuela materna, hoy persiste la duda en torno a Dinara Safina, cuyo partido del sábado en la noche fue cambiado del estadio Arthur Ashe al Louis Armstrong por consideraciones entre torpes, mezquinas y quizá, gulp, sexistas. “Soy la número uno del mundo”, se ha quejado la rusa, “y a última hora me han dicho que me van a sacar de la cancha central para dar prioridad al juego entre James Blake y Tommy Robredo, sólo porque era un tres de cinco sets”. ¿Cómo saber qué tanto pudo pesar tamaño ninguneo sobre su desempeño desigual ante Petra Kvitova?
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Una vez agotada la primera semana del torneo, los duelos resultantes ganan gravedad. La tensión se condensa, la incertidumbre crece, en cada uno de los tres estadios se escenifican dramas tan intensos como la zacapela entre Vera Zvonareva y Flavia Penetta, que en la última orilla del segundo set, tras una joya de muerte súbita, resucitó para robarse el partido con números apenas creíbles: 3-6, 7-6(6), 6-0.
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Si el sábado fue el día de las grandes batallas, el domingo lo ha sido de los hondos dolores. Gilles Simon y José Acasuso se han retirado heridos con el partido a medio perder; Nadal y Almagro recibieron atención médica simultánea; Flavia Penetta debió hacer lo propio justo antes de asestarle el 6-0 final a Zvonareva, que con seguridad tardará un rato largo en recobrarse del sonoro golpazo. Puede olvidarse pronto el mal trago de una eliminación, siempre que esto no pase en un Grand Slam. Y pasa que el dolor se ha despachado con cucharón sopero.
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No es muy difícil arriesgar pronósticos para el partido Federer-Robredo, pero lo demás luce digno de pandemónium. Djokovic-Stepanek, Wozniacki-Kuznetzova, Oudin-Petrova, Soderling-Davydenko, Isner-Verdasco, Dulko-Bondarenko. Y eso es sólo una parte del octavo día, ya que para el siguiente se esperan otras tundas no menos peliagudas.
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Hace algo más de un año, a la mitad de Wimbledon 2008, el legendario comentarista Bud Collins jugaba con la idea de dos jugadores —Federer y Nadal— y ciento veintiséis invitados de función más o menos decorativa. Ya no parece el caso, por suerte para el tenis, aun si somos legión los que prendemos velas por ver la primera final americana entre los dos rivales que han hecho historia en Wimbledon, Australia y Roland Garros.
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Quién pudiera mirarse tan solo y a sus anchas como Serena Williams...

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