jueves, agosto 13, 2009

Las neo-Camelias

Diario Milenio-México (11/08/09)
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"Antes, por lo menos, respetábamos a los niños y las mujeres”, le dice Don Epifanio Vargas —un narco vuelto político— a Teresa Mendoza, la futura Reina del Sur en la famosa novela de Pérez Reverte. Recordarán los que leyeron este libro a inicios de 2008 que Teresa Mendoza no era todavía la empresaria que logró establecer un imperio ilegal en la boca del mediterráneo, sino sólo la novia —que no la buchona— del Güero Dávila, un piloto al que por haber querido pasarse de listo se lo tronaron en plena pista de aterrizaje. Don Epifanio, fiel a su palabra, le proporciona a Teresa los contactos que la ayudarán a evadir la venganza del narco, aunque ya para entonces ha pasado por la violación de rigor y la persecución a salto de mata y el clásico encañonamiento en la sien. De ahí que el “antes” que pronuncia Don Epifanio Vargas cuando medita sobre la posibilidad de ayudarla salga de su boca con un pesado dejo de nostalgia. Antes, eso parece estar diciendo, la cosa era entre machos. Antes se respetaba, parece colegirse como resultado lógico luego entonces, a las mujeres y a los niños. Algo, pues, debió haber cambiado mientas tanto.
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Es de presumirse entonces que sólo en ese mítico “antes” pudo haber existido un personaje como Camelia la Tejana, aquella mujer que inmortalizaron Los Tigres del Norte en el corrido “Contrabando y Traición”, la canción, sin duda, de 1971. A la luz de noticias que incluyen el decapitamiento de una porrista (edecán) tijuanense, quien presuntamente tenía lazos sentimentales con hombres del narco, resulta difícil creer e incluso seguir la historia del romance entre Camelia y Emilio Varela. Como se recordará, Emilio y Camelia se hicieron amantes mientras lograban cruzar una carga de “yerba mala” a través de la frontera entre México y Estados Unidos. Una vez conseguida la misión, y sin miramiento alguno, Varela le da su parte del negocio a Camelia, aconsejándole que rehaga su vida mientras él se prepara para regresar a su casa, con su mujer, “el verdadero amor de su vida”. Unos 30 años después, es difícil imaginar siquiera una despedida tan civilizada entre integrantes del narcotráfico. Ahí está, por ejemplo Emilio Varela, invitando a Camelia a continuar en otro sitio, y sobre todo con otros, la vida que merece tener. Y ahí está, sobre todo, Camelia que en lugar de conformarse con las condecoraciones femeninas del narco (joyas, coches, viajes) tiene a bien vengarse a sí misma (“sonaron 7 balazos”, dice la canción) y, además, quedarse con la totalidad de la carga que había ayudado a pasar. Las Camelias de ahora no suelen ser así. Todo parece indicar que el amor en los tiempos del narcotráfico tiene nuevas reglas.
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Una década después del apogeo del corrido de Camelia, aunque todavía en ese “antes” mítico que pronunciaba Don Epifanio Vargas, existió también Sara Cosío Vidaurry, la novia (supuestamente secuestrada) en compañía de quien capturaron a Rafael Caro Quintero, uno de los capos más poderosos del narco durante la década de los 80. Descrita por su padre como una joven “de carácter muy fuerte”, la hija de una familia bien de Jalisco sólo tenía 17 años y estudiaba el bachillerato en el momento de la captura en 1985. Que Sara Cosío haya sobrevivido al romance con el capo que fue a dar a la cárcel y contra el cual ella declaró, es sólo otra prueba que las reglas de “antes”, en efecto, pudieron haber sido distintas.
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De “antes”, aunque también de ahora, son las así llamadas buchonas, esas mujeres bellas y de poca educación que acompañan a los hombres del narco en coches último modelo, portando joyas ostentosas y luciendo su físico. Una especie de “esposa trofeo”, aunque sin el estatus civil incluido. Una especie de paloma que “ostenta un volumen de pecho exagerado”. El ejemplo más contemporáneo es la tristemente célebre Miss Sinaloa 2008, Laura Elena Zúñiga Guisar, la joven mujer que andaba en compañía de Ángel Orlando García Urquiza, presunto operador del cártel de Juárez, cuando lo capturaron con armas y miles de dólares en su haber. Tal vez “antes” ella no habría terminado en la cárcel, pero ahora así fue. Habiéndose desempeñado como modelo de una agencia, Laura Zúñiga había hecho notar con anterioridad la poca remuneración del oficio (lo más que llegó a obtener por un trabajo hecho para la compañía Pepsi fue un salario de 40 mil pesos, cuando el promedio era de 2 mil pesos por pasarela), además de la marcada discriminación en favor de extranjeras en el medio. Quejas similares contra la falta de empleo y los bajos salarios fueron asociados a la profesora de literatura de la Universidad Autónoma de Baja California, Alejandra González Licea, cuando fue capturada mientras recaudaba dinero del narco en Tijuana. De buchona a profesora de literatura, es claro que las neo-Camelias se han diversificado.
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De ahora, y definitivamente no de “antes”, fue la noticia del asesinato brutal de Adriana Ruiz Muñiz, la modelo y edecán del equipo de fútbol de primera división A, Xoloitzcuintles, propiedad de la familia Hank, quien se presume sostenía alguna relación de tipo sentimental (así se dice) con gente del Teo, o incluso con el Teo mismo, el capo que se pelea la plaza de Tijuana. Ejecutada por encargo, torturada y decapitada cuando aún estaba viva, el cadáver de Adriana Ruiz es tal vez la prueba más obvia de los cambios ocurridos en las relaciones que se establecen entre los hombres del narco, por un lado, y las mujeres y los niños, por otro. ¡Qué lejos estuvo esta neo-Camelia bajacaliforniana de imprecar a su Emilio Varela! Menos como Teresa Mendoza y más como las anónimas mujeres asesinadas tanto en Ciudad Juárez como en otras ciudades de un país en guerra, las neo-Camelias como Adriana Ruiz confirman que en el paso de la mariguana a la cocaína y luego a la heroína, con guerra presidencial de por medio, las jerarquías del género del narco son cada vez más mortíferas.

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