lunes, agosto 03, 2009

La vileza positiva

Diario Milenio-México (03/08/09)
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Bendiciendo el desdén
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Hay palabras que ansían ser corrompidas. Esas que todo el mundo sabe positivas, de manera que una vez aplicadas sirven para encubrir cualquier turbiedad y suscitar aplausos más o menos unánimes. No vayamos más lejos, “positivo” compite con ventaja entre los adjetivos más corruptos del diccionario. Hoy día puede uno darse a propagar aberraciones de ínfima ralea y absolverse colgándoles el término de marras. Si antiguamente las buenas conciencias encontraban normal el ejercicio cotidiano de discriminar, quienes hoy las condenan y a su modo reemplazan encuentran por lo menos reconfortante ponerse a la vanguardia de la discriminación positiva. Creen, angélicamente, que aplicar las recetas más deleznables en el nombre de los mejores propósitos puede resolver otros problemas que los de su conciencia perezosa.
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Vayamos ahora lejos: Europa. Abundan por ahí las buenas intenciones hacia Latinoamérica. O mejor, los deseos positivos, que en varios de los casos no son sino una forma en apariencia tersa, si bien no tan sutil como ellos piensan, de discriminación común, corriente y mentirosa. A espaldas de los límites que solían poner los viejos discriminadores, los positivos son generosos en permisividad. De ahí que cuanto les parece del todo inaceptable en sus países, lo encuentren necesario ahí donde, suponen con candor, toda la situación del subdesarrollo plantea prioridades y métodos excepcionales. Una manera fina y educada de relegar al otro a la barbarie y dar por solventada la cuestión. Pues al fin no se trata de arreglar otra cosa que las tribulaciones histriónicas del discriminador positivo, de quien nadie dirá que es un insensible. El problema de las buenas conciencias es que no pueden con su malestar, les urge resolverlo para volver a su estado de gracia. Y eso, a los sátrapas de este lado del mar, les viene como bala en el revólver. Allá nadie quisiera saber nada de bombas y pistolas informales; a menos que la pólvora truene de este lado, en cuyo caso no faltará la justificación positiva: discriminación pura y además bendecida.
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2
Excepciones sudacas
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“Hay que darles en la cabeza y continuar hasta acabar con ellos”, declaró, nada más aterrizar en Palma de Mallorca, Juan Carlos de Borbón, en referencia a ETA, que ya pocos se tocan el corazón para reconocer en ella a una simple banda de asesinos. Y el problema tal vez no esté en que sean matones, sino que están muy cerca. Por eso nadie salta cuando el rey emplea términos que en otras circunstancias serían privilegio de terroristas. ¿Cuántas veces no habrán hablado los etarras de darle en la cabeza al soberano español? ¿Quién tiene tiempo ahora, con los verdugos en pie de guerra y un par de muertos frescos ahí tendidos, de apelar a la corrección política? ¿No es cierto que para eso está Latinoamérica, o África, o cualquiera de aquellas aldeas distantes donde los asesinos liberticidas se llaman combatientes de la libertad y hacen lo suyo en nombre de algún rebaño abstracto al que con puntería de tirano han apodado pueblo?
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No imagino siquiera cómo reaccionarían sus connacionales si un día de estos al presidente Rodríguez Zapatero se le ocurriera declarar a España un “estado proletario”, pero supongo que para hacerlo cierto tendría que secuestrar canales, estaciones y periódicos, penalizar la crítica y asumir el control total del gobierno. Todo ello a lo largo de unas cuantas horas, pues más de eso difícilmente duraría en el cargo. Y ya entrados en fantasías extremas, valdría preguntarse qué opinaría Miguel Ángel Moratinos, en su papel de ministro español de asuntos exteriores, de enterarse que el gobierno de Sarkozy brinda protección y armamento a ETA. O que ETA financió la campaña de un gobierno portugués hostil a España, en cuyo territorio los etarras se mueven como en su casa. Todas ellas suposiciones no sólo inverosímiles, sino inclusive estúpidas y por supuesto fuera de contexto. ¿O es que nos olvidamos de que esas desmesuras sólo están bien para los sudacas?
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3
De terror a terror
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Como habitante de Latinoamérica, no sólo no agradezco la permisividad de las buenas conciencias europeas, sino que la rechazo como a un pan con veneno. Entiendo que para llamar su atención, de ordinario ocupada en asuntos centrales y distraída de los periféricos, cuenta menos vender razones que folklore. Afortunadamente, no ando vendiendo nada. Dejé la canastita con la vendimia en la aldea donde vivía con mi tribu, esperanzados en el advenimiento del próximo caudillo regañón que nos sume al rebaño y nos redima en el nombre de aquellos disparates que entre los europeos del siglo XXI ya sólo invitan a la carcajada franca o la simpatía hipócrita. Me abruma, ciertamente, su buena voluntad, pero al final observo que ésta es más útil para matones y mandones, que acá pueden seguir cometiendo a placer —apoyados, de pronto, por entidades públicas y hasta gobiernos— las mismas tropelías por las que allá les darían duro y a la cabeza. ¿Y si fuera mejor para todos que en lugar de albergar tantas ideas pías fueran a confesarse de una vez?
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Hoy día, el ministro Moratinos trabaja activamente para fortalecer sus lazos con el gobierno de Hugo Chávez, en cuyo futuro invita a confiar, calculando tal vez que durará por proletarias décadas. Lo de menos es que éste persiga, embargue y criminalice a los inversionistas españoles, si lo que busca el optimista ministro es entenderse bien con el caudillo y hacer negocios de poder a poder. Lo de menos, también, es que hasta el mismo rey conozca en carne propia las bravatas del fanfarrón de rojo, o que se multipliquen las evidencias de su amplio compromiso con el terrorismo. Tal como la censura franquista dispensaba de sus atentos cuidados a cuanto libro viajaba hacia Latinoamérica, los bienpensantes de hoy duermen tranquilos en la creencia de que ciertos derechos básicos en Europa son en nuestros países privilegios burgueses intolerables. Si ellos tienen —y vigilan de cerca— a Zapatero, Merkel o Sarkozy, nosotros bien podemos contentarnos con el primer espíritu gemelo de Ahmadineyad que sepa calentar el odio del rebaño y vigilar cada uno de sus movimientos. Si esto no es asquerosa discriminación, ETA y sus abertzales son un club de filántropos.

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