viernes, mayo 15, 2009

Ensayo para la posteridad*

I
El motivo de este texto es divertido, pero incoherente. ¿Cómo voy a escribir sobre los escritores de “mi generación” si yo fui el más apartado?, sino de cada uno, al menos de la mayoría, le dije al editor de la revista Devuelta: Ignacio Montoya, con el fin de colaborar en uno de sus números con el fin de hacer una revisión por aquellos escritores de mi generación que, como yo, dejaron de escribir inexplicablemente y bien podríamos ser personajes de las innumerables novelas de Enrique Vila Matas.
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¿Qué hacían los escritores de su generación?, se preguntará el amable lector. ¿Mi generación?, ¿cuál generación?, ¿teníamos tal? No recuerdo ninguna, tampoco manifiestos, ni posturas públicas artísticas de nada. No, mi generación nunca promulgó con la idea de conformar grupos como Los Contemporáneos, Los Estridentistas o el Crack. Se movían por la conveniencia o la obligación. Todos padecían de la contradicción. Se decían apolíticos, pero se enrolaban a mítines políticos con el afán de hacer historia, el que más recuerdo fue el convocado por el intento de mártir nacional: Andrés Manuel López Obrador. De repente, decidían alejarse de todo aquél que públicamente aceptara simpatía por tal o cual escritor, por tal o cual burócrata; y esas son posturas políticas, pero las renegaban. Lo que sí recuerdo es que mi generación fue abandonando poco a poco a literatura como punto de partida y empezó a irse por otros rumbos, respetables todos ellos, pero que nunca compartí ni lo haré ahora. Todo lo veían científicamente, cuadradamente y así no se puede ver a nada que se considere artístico. Sólo había un personaje que, por raro y apartado, me llamaba la atención, sin duda, me refiero a Rodrigo Millán.
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Millán se apartaba de todos y de nadie. Me explico, era un ser que sí convivía con sus allegados, pero hacía todo lo posible por mantenerse lejano, extraño. Mientras me dedicaba a organizar un sinfín de eventos literarios con escritores que admiraba y que a la larga acabaron siendo mis amigos, y al mismo tiempo escribía mis poemas que se iban cocinando entre los talleres literarios y los amores fracasados; Millán, en tanto, ganaba un que otro premio literario convocado por algunas de las Universidades del país. Quizá le faltó lo que Alí Calderón desmerecía: el prestigio o reconocimiento de la plebe literaria ya local, ya nacional.
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II
¿Qué si he leído a los de mi generación? Si por generación entendemos a los nacidos en los ochentas, puedo considerar que si leí a uno que otro. Regularmente esa oportunidad se daba cuando me los cruzaba en el camino. Con algunos inclusive llegué a publicar en suplementos que dirigí. Unos publicaban textos escritos con más fuerza y seguridad que otros. La lista de escritores es larga, empero toda lista como toda antología pasa por un filtro que no es estético; sí amistoso, convenenciero, conciliador o todas las opciones anteriores juntas.
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Consideraría dignos (as) de ser nombrados (as) a los (as) siguientes: Leonardo Ávila, Alan Arroyo, Carmen Barranco, Israel Aguilar, Juan Rivas, Indira Díaz, Sandra Palacios, Rodrigo Millán, Verónica Xochipiltécatl, Luis Miguel Orozco, Abigail Rodríguez, Alejandra Vergara, Mariel Martínez y quizá tardíamente: Conrado Zepeda, también pueden considerarse como parte de este grupo generacional a Viridiana Carreto y Anyi Valerdi que a pesar de haberse desenvuelto en el mundo de las artes plásticas no eran ajenas al de las letras. Seguramente, para algunos, he olvidado otros tantos que desde mi perspectiva no son significativos.
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Esta generación nunca tuvo padres literarios definidos ni unificables. El posmodernismo, pensamiento que nos caracterizó, no nos lo permitía. Unos optaban por Paz, Borges, Cortázar, Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa, Del Paso, Pitol, Elizondo; otros se iban más atrás y tomaban a la generación Beat, Faulkner, Hemingway o Cirlot; mientras que algunos más tenían como guías a los escritores del momento: Rivera Garza, Volpi, Bellatin, Palou, Padilla, Serna, Mankell, Sada, Tabucchi, Coetzee, Vila Matas, entre otros más.
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III-1
Una vez hecha esa revisión, es oportuno pasar a analizar uno de los textos que me fue proporcionado por el editor de esta revista. Rodrigo Millán, autor de ‘El aleph’ y Rodrigo Millán, autor de ‘El aleph’, ambos de mi contemporáneo: Rodrigo Millán Alemán. No, ni es broma de mal gusto ni me equivoqué al escribir los nombres. Así se llaman los cuentos.
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El primer cuento, es divertido y atrevido. Su trama se centra en presentar un gran problema literario surgido en Septiembre de 1945 tras la publicación de un cuento llamado: El aleph, tanto en Buenos Aires, Argentina; como en la Ciudad de México, firmados cada uno por autores distintos: Jorge Luis Borges y Rodrigo Millán, respectivamente. Cada cuento tiene la misma trama, la diferencia la hacen sus escenarios, el nombre de sus personajes y una frase. Acto seguido, el autor plantea la polémica que se desata en el mundo literario: unos defienden a Borges, otros a Millán. Una disputa por la legitimidad de los textos, hasta que hace su aparición Bioy Casares, íntimo de Borges, para acallar la discusión con una idea que le resulta inexplicable de describir, pero deduce que ambos en algún lugar, quizá en los sueños, se encontraron con la misma idea y que la diferencia yace en que ambos textos fueron escritos por diferente autor.
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El cuento dos, por otro lado, es aún más sorprendente. En éste, se dibuja a un personaje que descubre en una biblioteca una revista donde aparece publicado el texto de Millán y al verlo nombrado de forma idéntica que el cuento de Borges, le da por compararlos, hecho que lo llevó a la investigación, que a su vez lo trasladó a una serie de artículos donde se hace un repaso por algunas de las escenas planteadas en el cuento número uno y después pasa plasmar en un tipo artículo las experiencias gratas que le provocó haber descubierto esa extraña similitud entre los cuentos de Millán y Borges.
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III-2
Lo que propone Millán en esos dos cuentos es sorprendente. Lástima que no volvimos a ver más de él, en cuanto a creación literaria, porque estamos inundados de textos académicos, reseñas de libros y artículos para revistas destacadas. Sus allegados dicen que Millán llevaba años trabajando en un libro de cuentos, pero nunca lo terminó y no ha sido publicado debido a que el autor está decidido a nunca publicarlo en vida.
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Lo planteado por Millán es consistente con la visión que tiene de la literatura y que fue plasmada en cada uno de los ensayos que escribió. Su estilo bien cuidado, hace que se vea excesivamente bello, poético. Plasma una ecuación muy provocativa: Millán es Borges, como Borges es Millán, como ambos son literatura. Literatura donde bien Borges pudo haber sido personaje de Millán o alter ego del mismo y viceversa. Sea cual fuere el resultado, lo que menos debe importarnos es la mano que lo escribió, sino la forma y el motivo por el cual fue concebido tal texto. En este caso, Millán quiere decirle al lector que lo único importante en la literatura es el texto en sí, pues embellece la vida de uno, al mismo tiempo que revela una enfermedad social: la persona por encima de lo creado por ésta. No hay más síntoma de egoísmo que ese.
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IV
¿Por qué dejamos de escribir? Toda la literatura escrita por mi generación, es superable. Es cierto que nos animamos a experimentar de formas grandiosas, propusimos juegos por demás atrevidos, originales, sin embargo no fue suficiente. Ocurrió lo que más se temían otros escritores y lo que menos quisimos aceptar los de mi generación: la Literatura murió y la matamos nosotros. La matamos con nuestros excesivos paternalismos, con nuestra terquedad por superar a Borges, Cortázar, Pitol y compañía, con nuestra excesiva necesidad por acabar con el otro y menospreciar su literatura. La ambición nos mató y con ello a la literatura misma. Inclusive ese temor por no repetir, nos orilló a cometer dicho crimen.
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Sólo nos han quedado los fracasos y el placer de seguir leyendo a los grandes escritores que tanto nos han alegrado la vida desde que descubrimos la literatura.
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Pare cerrar, no hay mejor forma de hacerlo que con Cortázar: “Lo que pasa es que se creen sabios -dice de golpe-. Se creen sabios porque han juntado un montón de libros y se los han comido. Me da risa, porque en realidad son buenos muchachos y viven convencidos de que lo que estudian y lo que hacen son cosas muy difíciles y profundas[1]”. Tal vez en la frase de Cortázar se puede resumir el mal que carcomió a cada uno de los escritores que conformamos la generación de los nacidos en los ochentas.
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[1] Cortázar, Julio. Cuentos Completos. Punto de lectura. Buenos Aires. 2007. Cuento: El perseguidor. Página 328. Tomo I.
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*Ensayo escrito para la materia de Crítica literaria impartida por Sheng-li

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