lunes, marzo 09, 2009

Universos para lelos

Diario Milenio-México (09/03/09)
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Apenas he hablado de otra cosa desde el miércoles pasado. Y no sólo desde la archianunciada conferencia de prensa sino desde muy temprano aquella mañana, cuando la persona con quien tenía mi primera reunión de trabajo del día —una funcionaria de un medio de comunicación público— me compartía los rumores que le llegaban desde la sala de redacción. De ahí acudí a otra cita, ahora con alguien que es a un tiempo creador, crítico y promotor cultural y que detenta un cargo institucional (si bien la institución que lo emplea es una asociación civil y no una dependencia gubernamental). Con él, el tema redujo su espectro: ya hablábamos sólo de la posible sustitución en Conaculta, la misma que, de producirse, ya tenía día (ese mismo) y hora (aquellas trece-cuarenta-y-cinco). Nueva lista de nombres, ahora todos posibles candidatos a la Presidencia del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Nueva especulación. Nueva excitación.
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Después vino el anuncio, que escuché en la radio de mi automóvil. (De hecho, procuré acelerar mi siguiente cita —un trámite personal— a fin de estar de vuelta a bordo a la hora señalada, todo por no perderme la noticia en directo.) Los rumores, llevados y traídos desde hacía meses, se confirmaban: Sergio Vela dejaba su puesto, Consuelo Sáizar lo asumía a partir de ese mismo instante. SMS súbito en mi celular: “Fuera Vela!!!!!” rezaba el texto, redactado por un amigo periodista que nunca ha compartido mi buena opinión de Sergio (ni, como se verá, mi puntillosidad por abrir siempre los signos de admiración, incluso en los mensajitos celulares). Discusión electrónico-epistolar derivada de la comunicación primigenia: que si pobre Sergio, que si ya se veía venir, que si es un tipo decente, que si no hizo nada, que si siempre anduvo en terreno minado, que si él mismo se lo buscó, que si su gestión no merecía un final así. También sobre Consuelo: que si es una chingona, que si es muy trabajadora, que si siempre quiso el puesto, que si siempre negó que lo quería, que si es muy amiga de la Maestra, que si ya no tanto, que si tiene todo para hacerlo bien. (Un acuerdo al fin y, con él, la despedida y un descanso para mis pulgares, agotados ya de tanto chismear.)
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Un alto para comer, ahora con una amiga editora. Nuevo filón del tema: ¿y quién ira a quedarse en el Fondo? (No es ésta una metáfora existencial: nos referíamos al Fondo de Cultura Económica.) Nuevo SMS, ahora al teléfono de mi contertulia, emitido desde una redacción de periódico: que todo parece indicar que Joaquín Diez Canedo. ¿Será, tú? Pues ha de ser.
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Así ese día. Así también los siguientes, repletos de balances, de preguntas, de tristezas, de esperanzas, de preocupaciones y, otra vez, de chismes. Postura uno a propósito de Vela: que es un gran director de escena y un buen abogado pero no un buen funcionario público. Postura dos: que su gestión fue lo peor que pudo ocurrir al aparato cultural mexicano (ésa se manifiesta, sobre todo, vía cadenas de correo electrónico). Postura tres: que nunca tuvo la oportunidad de demostrar lo que podía hacer, víctima —como de hecho lo fue— del fuego amigo. Postura consensual del mundo editorial y literario a propósito de Consuelo Sáizar: albricias.
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Postura más o menos consensual del resto de los actores culturales de nuestro país a propósito de la misma Sáizar: incertidumbre. (Ejemplo de ello será el correo que me envía una amiga curadora —otra que no gusta de abrir signos, ahora de interrogación—: “Y qué piensas de nuestra nueva presidenta de Conaculta? En las artes visuales nadie la conoce, todos preocupados. Tú?”.) Cenas, comidas, citas, cafés, correos se dedican al tema. Y todo ante la indiferencia del resto de la población.
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Los periódicos, cegados por el fulgor del affaire Téllez, han asignado un lugar discreto a la información y uno prácticamente nulo a su análisis. El más importante de los noticiarios nocturnos ni siquiera ha considerado el relevo en Conaculta digno de su teaser. Los escritores, los periodistas culturales, los artistas, los curadores, los promotores nos rasgamos las vestiduras o brindamos de contento o nos preocupamos por el futuro mientras el resto del mundo no ve la vela apagada ni encendida, no experimenta ni añora el consuelo.
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Constatación terrible: lo que suceda en la cultura es cosa que no preocupa sino a un ghetto, al que pertenezco. Ahora ruego me disculpen: debo seguir con mis cavilaciones de marginal.

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