jueves, marzo 19, 2009

"Juan Eduardo Cirlot: su poesía y su grandeza"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 18/03/09)

A Carmen, por su amor y paciencia.
A Pedro Ángel Palou, por Bronwyn.
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Pocos poetas como Juan Eduardo Cirlot (1916-1973) se dan en el ámbito de la poesía. Mejor dicho, casi ninguno como Cirlot se ha dado. En México se le conoce, quizá, como el autor del “Diccionario de símbolos” (Siruela). Pero pocos hablan de Cirlot como poeta, crítico de arte o músico.
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Intentaré hacer un bosquejo del poeta, a propósito de la reciente edición que Siruela entrega a los seguidores de Cirlot: “Del no mundo”, que abarca la obra poética de Juan Eduardo de 1961 a 1973, exceptuando “Bronwyn” (Siruela), la gran obra poética de Cirlot concebida bajo el augurio del movimiento surrealista, donde el lector que se acerque al ciclo de Bronwyn –personaje que interpreta Rosemary Forsyth en la película “El señor de la guerra” de Franklin Schaffner-, podrá ver cómo Cirlot experimenta con la sonoridad de las letras que conforman el nombre del personaje femenino, cómo crea imágenes poéticas con tan pocas palabras, la brevedad en todo su esplendor. Y desde luego podrá ver la magnificencia poética-amorosa convertida en palabras. Un amor, el de Cirlot a Bronwyn, que se puede tocar, pero que jamás se puede concebir de otra forma que no sea a través de la poesía, pues la dama no le pertenece.
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“En la llama”, (Siruela), antologa aquellos poemas que fueron publicados de 1943-1959, en tiradas cortas y fuera del ámbito comercial de aquella época. Donde la experimentación y toque cirlotiano -como señala la contraportada-, siempre estará alejado de postulados garcilasistas, de la poesía social, pero le acompañara la vanguardia europea que quedó cercenada en España gracias a la guerra civil. En esta etapa poética Cirlot deja ver cómo sus conocimientos sobre simbolismo, música, arte y su acercamiento al surrealismo se han consumado en cada uno de los poemas que escribió en estos años.
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“Del no mundo” contiene una poesía más experimental, más atrevida. Cirlot se atreve a romper las estructuras sintácticas para buscar que las palabras signifiquen otra cosa. Aquí uno se puede topar con un poeta que se preocupa por la existencia, la totalidad, la nada y la muerte. El ritmo y la rima, excesivamente musical siguen apareciendo en estos poemas, así como su juego con las letras de algún nombre, con el fin del que sonido también tenga otro sentido. Como parte de esa preocupación por la existencia, aparecen una serie de aforismos donde el poeta busca responder cuál es el fin de existir en este mundo lleno de deseos que al mismo tiempo son muestra de carencias. Cirlot fue un poeta que, como señala Luis Antonio de Villena en una reseña que hace para “El cultural.es”: “perteneció cronológicamente a la llamada “Primera generación de postguerra” -la de Hierro, Otero, la de García Baena- pero nada tenía que ver con aquellas actitudes plurales, sino era desde su cercanía juvenil al mundo del postismo y a Carlos Edmundo de Ory que al fin lindaba con el surrealismo, una de las grandes fuentes cirlotianas”. Cada uno de los libros ha sido presentado y comentado por sus tres grandes estudiosos: Victoria Cirlot (“Bronwyn”), Enrique Granell (“En la llama”) y Clara Janés (“Del no mundo”).

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