lunes, marzo 09, 2009

Felipe, el fidelófilo

Diario Milenio-México (09/03/09)
---
Noche de cuchillos light
--
Se le veía oficioso desde el gesto mismo. Su expresión facial a un tiempo grave, amable y solícita reflejaba en empeño de quien nunca se cansa de hacerse útil. Hábil para esgrimir las ideas prestadas y fustigar con ellas a las impensables, el secuaz Pérez Roque daba más la apariencia de mayordomo que la de canciller, y uno creía con él que sus inclinaciones de escudero tendrían que dar frutos durante tantos años como lo permitiera aquella proverbial ductilidad caravanera que en su tiempo alcanzó prestigio universal. Sus palabras encarnaban ya una reverencia permanente, al punto que era fácil temerse que el pobre hombre albergara en su rectilínea conciencia todo un Comité de Defensa de la Revolución. ¿Tendría el canciller alguna opinión personal, quizás extravagante o un poco demasiado notoria? En todo caso, se le advertía cómodo eligiendo entre las estrictamente autorizadas. Bien lo ha dicho Kundera, nunca sabe uno cuándo va a empezar a gritar el Estado que tal o cual palabra lo subvierte.
-
Pero he aquí que Felipe era el Estado, igual que mientras crecen mis uñas se solazan diciendo que son yo, hasta que cualquier día el cortauñas viene y las pone en su lugar. Hoy que tu dictadura te ha tirado al basurero..., le ha escrito Ciro Gómez Leyva al recién ex canciller Felipe Pérez Roque en una brevería no menos contundente que regocijante. Borrado de la Historia por supuestos errores cuya naturaleza nadie aclara, el otrora mejor amigo del Gran Ventrílocuo sólo se asoma a ella como caricatura de sí mismo: ese esbirro sin gracia que abandona la escena para siempre con chusquedad de cómico involuntario. No ajeno a la sutil comedia imperante, Ciro echa mano de un adjetivo que por sí mismo contribuye a explicar la situación del hoy ex compañero: sobradísimo. Término, a todo esto, sobrado de acepciones, entre las que se cuentan creído, valentón, pagado de sí mismo, atrevido, rico, audaz y licencioso, encabezadas todas por la más obvia: demasiado, que sobra. En sus mejores sueños, a los kleenex les da por sentirse pañuelos.
--
Ahí viene la cuchilla
-
Todos hemos sufrido alguna vez el desdén de un subordinado autoritario; ese entusiasmo administrativo que tan a tiempo advirtió Dostoievski. Llegado el caso, fastidian y disgustan en especial los cojones prestados con los que el individuo pretende hacer valer la sinrazón de sus razones superiores. Se le nota seguro, desafiante, sobrado. Cree que su burda réplica de mandón le será agradecida con todos los estímulos y privilegios que espera quien trabaja día y noche por hacerse imprescindible. ¿Quién le explica al cretino los peligros que implica ser único y vistoso allí donde cualquiera que alza la cabeza se arriesga a coincidir con el paso tenaz de la cuchilla? La ingenuidad angélica del sirviente arrogante consiste en apostar por igualarse con quien lo necesita desigual. Ante la paranoia vitalicia que supone la permanencia del tirano, incluso el genuflexo aventajado —sospechoso por cuanto tiene de solícito— corre el riesgo de significarse un poco más allá de lo aceptable. Y un poco, en ciertas ínsulas, es siempre demasiado. Un poco más de filo y ruedan las cabezas.Sabe uno que debe sobrevivir a una dictadura feroz cuando la mejor forma de distinguirse es esmerarse en jamás distinguirse. Empeñarse en ser algo al extremo de renunciar a ser alguien y no olvidar jamás esa renuncia. Opinar con autoridad prestada, de ser posible sin mucha gracia, ideas cuyo dueño se adivina desde la entonación que las anuncia, y que ya Dostoievsky encontraba lo bastante vulgares para hallarlas a orillas del arroyo. Se vive en dictadura cuando nada que sea o parezca nuevo está libre de las sospechas oficiales y aun debajo del agua se evita mencionarlo por miedo a que lo escuchen las paredes del océano. La dictadura condecora en público la cabeza agachada del don nadie con la desgracia súbita de los jerarcas que como nadie le han lamido las botas. La dictadura monta un espectáculo donde el caído en desgracia se confiesa culpable, en coincidencia con la opinión de un líder habituado a ejercer como predicador, inquisidor y juez, en nombre de principios ajustables a su oportunidad y capricho. A menudo, por ello, quienes más saben de esto reconocen la huella de una dictadura por la sintaxis de sus represaliados.
--
La firma del gendarme
-
No hay ni que analizarla: es la misma. Independientemente del idioma, se reconoce a la sintaxis de cuartel por esa parquedad siniestra donde ya no leemos las palabras del abajofirmante, como las del genízaro que lo atenaza. Adivinamos tras las frases atropelladas, que en nada se distinguen de las de otros que igual se dijeron culpables de cargos nebulosos y prestaron su mano para borrarse de la Historia, el ambiente opresivo del centro de detención, o con alguna suerte nada más los severos regaños del líder que, dictador al fin, conoce como nadie los intríngulis de esa burda filigrana donde puntos y comas a destiempo recuerdan a los potenciales respondones cuánto puede llegar a temblar una mano que se creía firme. No interesa a la dictadura que la sintaxis del caído en desgracia sea siquiera un poco verosímil, si de lo que se trata es de verlo vencido y dispuesto a firmar un papel en su contra. Acostumbrado a compartir la autoría de las ideas del patrón, el paje Pérez Roque no calculó que el precio de hacerse escudero sería acabar firmando su propia condena.
-
¿No es la del último ex boy-scout de la Revolución una sintaxis similar a la de personajes tan disímbolos como Arnaldo Ochoa y Heberto Padilla? La misma que acusaba Solyenitzin en los capítulos iniciales de Archipiélago Gulag, donde la fuerza del Estado se expresaba no en la contundencia, como en la vaguedad de las acusaciones y lo endeble de las pruebas contra los condenados. La sintaxis de un rastreador de culpas que dicta confesiones y sentencias con estilo orgullosamente idéntico. La sintaxis que consigna el ingreso del ciudadano ex compañero en la fosa común de la Historia. La sintaxis que nunca se atreverá a escribir un epitafio.

No hay comentarios.: