lunes, marzo 02, 2009

El revés del estandarte


Diario Milenio-México (02/03/09)
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Era un tipo tan de izquierdas, tan de izquierdas, que una noche dio vuelta y apareció por el otro lado.”
Toni Martínez
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Extremos y razones
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“No es lo mismo.” “Tampoco es para tanto.” “Una cosa es una cosa y otra cosa es otra.” Tiene que ser sencillo, para quien ha hecho ya carrera y patrimonio diciendo defender los derechos ajenos, dar la pelea por los propios privilegios. Finalmente la extrema izquierda y la extrema derecha están lo suficientemente próximas para compartir armas, mañas, municiones y papel higiénico. Está claro que no pueden vivir la una sin la otra, tanto así que se inventan cuando es preciso, y de paso se cumplen el favor mutuo de magnificarse. Es cosa cotidiana que a sus representantes más conspicuos se les descubra con divertida frecuencia refocilándose en alguna práctica que los suyos condenan desde sendos púlpitos, comúnmente inflamados de indignación. No menos común es resultar inmerecidamente obsequiado con esos argumentos rocambolescos según los cuáles ellos pueden permitirse trampas y desacatos que son imperdonables en sus enemigos. En cuentas resumidas, el privilegio pertenece a quien, según su propio juicio, tiene Mucha Razón.
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A ver. Tengo la sensación de haber visto la misma película. Un militar que hereda a su hermano un poder absoluto de medio siglo no es un dictador si según él le asiste La Razón. ¿En qué cuartel siniestro habría cabido una certeza así? Ya nada más el puro convencimiento de que a uno tiene toda la razón y el otro nada de ella remite no sólo a la más rancia idea del autoritarismo, sino de la ignorancia y la estupidez. Lo que antes se llamaba fascismo, y ahora no tiene nombre porque es de izquierda y cuenta con derechos especiales. Los que antes se llamaban privilegios. Oficialmente, aparte, los fascistas son de derecha. Y esto nos deja en un entuerto mayor, pues vemos que un fascista derechista, valga la demasía, no tiene más que llamarse izquierdista para hacer de sus privilegios derechos y lanzarse a las calles a echarnos en la cara kilos de Su Razón. Si no te gusta, serás tú el fascista.
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En el altar del odio
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Hoy día, Ernesto Cardenal acusa de fascista a Daniel Ortega, quien a su vez ha integrado su propia Lista Oficial de Fascistas —como lo manda el género, pintoresca, insidiosa y paranoica—. Curiosamente, Cardenal afirma que hoy día en Latinoamérica no existe una dictadura evidente y prolongada. Cura al fin, medio siglo de barbas le parecerá poco. O será que una cosa es pelearse con jerarquías menores del infierno y otra plantarle cara al mismísimo Mefisto. Pero en fin, me confundo. Veo alas y trinches, no sé cuál sea de quién. ¿En qué iglesia pasa hoy lista el poeta, cuando su némesis está íntimamente aliado con secuaces de la talla de Chávez, Ahmadineyad y los siempre aclamados hermanos Castro? Debe de ser fuente de gran zozobra tener que solapar a los mejores amigos de tus enemigos sólo para evitarte el trance de caer de la gracia del compañero Yahvé, pero al cabo sólo el poeta sabe qué tal le iría en Managua sin la bendición del Señor de las Barbas, de cuya prédica es oveja fiel y sumisa. “Gran genio de la oratoria”, le ha llamado por escrito, escatimando apenas las mayúsculas.
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Muchos en el lugar del padre Cardenal tampoco pueden ver dictadores evidentes, y menos prolongados. Hay algo que se mete entre los párpados una vez que se tiene toda la razón, o se cree en las palabras de quien dice tenerla y en tanto se detesta a los que no la tienen, ni por supuesto la merecerían. No se es original a la hora de odiar, se empieza y se termina replicando el estilo de los clásicos. Ya nos dirá quien odia sin duda ni pausa como hace para no copiar a sus maestros y acabar convertido en algún adefesio similar, pero el problema llega más lejos. El odio es pegajoso, como la necedad. No es difícil saltar un día de la cama y descubrirse contagiado por la cizaña reinante. Si ese juego llegara a funcionar, acabaríamos todos acusándonos con sobrada razón de fascistas.
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Prédica y escopeta
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Hay por supuesto cantidad de matices que permiten diferenciar entre socialismo nacionalista y nacional-socialismo. Nada que no consiga disimular en tres patadas uno de esos funámbulos ambisiniestros cuyo radicalismo no está a discusión, y en realidad no hay nada que lo esté porque los radicales no discuten. ¿Quién que posea el 100% de la razón se va a sentar a razonar con nadie, si lo que le urge es darse a predicarla? No deja de zumbar en el oído el hecho que aquellos que más ciertos están de poseer esta razón rica en salvoconductos son quienes menos aceptan razonar. Como si la razón no fuese ya un medio, sino el fin último. Se llega a La Razón y allí se vive para siempre dichoso. Una idea derechista, por cierto. Y ojo: de las más empalagosas.
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Hace un par de semanas que el juez Baltazar Garzón, verdugo planetario de fascistas incautos, fue atrapado con el ministro de justicia cazando sin permiso. Hoy día el ministro se ha quedado sin trabajo, mientras el juez soporta el fuego a mansalva de la derecha en pleno, cuyos halcones lo tildan de extremista. ¿Garzón de extrema izquierda, como los terroristas a los que persigue? Sólo un fascista histérico sostendría esa burrada. Pero ahí está nuestro héroe, cazando sin permiso como cualquier etarra fugitivo. Acabando con ciervos, conejos, pájaros, jabalíes y otros seres que para su desgracia no tienen los abogados de Pinochet, ni las coartadas de los abertzales, ni el peso y la fortuna de los falangistas. De manera que si alguien se pregunta quién paga por los casos que el juez pierde, ya puede ir a buscarlos en la mira de su escopeta, que es territorio libre de justicia. Lo ha dicho Ray Loriga en muy pocas palabras: Cuando la izquierda caza y la derecha llora, ¿en qué creer?

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