lunes, marzo 30, 2009

Cirugía mayor

Diario Milenio-México (30/03/09)
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A caso la escena paradigmática de la nueva novela de Carmen Boullosa, El complot de los Románticos (Siruela), sea aquella en la que departen en un restaurante Ramón López Velarde, Catherine Zeta-Jones y un Dante Alligheri vestido con gorra de merchandising de Britney Spears y camiseta estampada con la leyenda “Don’t fuck with me!”. En efecto: es éste un libro desmesurado y delirante. ¿Posmoderno? Sí: tanto como Si una noche de invierno un viajero pero también como El Quijote.
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Su premisa ha sido ya referida en esta misma sección: un encuentro de escritores consagrados y (acaso por tanto) muertos, narrado casi siempre (pero no siempre) por una escritora viva y, sobre todo, loser. Anticipo ya lo que se dirá de él. Muchos lo pronunciarán el libro más literario de Boullosa y tendrán razón. Otros tantos afirmarán que se trata del libro más metaliterario de Boullosa y también tendrán razón. Y no faltará quien diga que El complot de los Románticos es un libro profundamente antiliterario; cosa curiosa, tampoco se equivocará.
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Es, en efecto, una novela particularmente literaria, una en la que Carmen Borracha se pone boullosísima de literatura. Primero, y de manera más evidente, por sus personajes: todos escritores que piensan en lo que escriben y en lo que no escriben (incluso en lo que podrían escribir una vez muertos), en su relación con otros escritores, en la pertenencia o no a una tradición, en esas cosas que sólo nos importan a los escritores. Después, por quiénes son esos personajes: si no todo el canon occidental, cuando menos el canon personalísimo de Boullosa, de Sócrates a Kafka, figuras icónicas a las que la autora saca a pasear a las calles y a los cafés, a los lobbys hoteleros y a los centros comerciales, un poco como en campaña publicitaria de promoción de la lectura. (Apunte al margen: alguien debería proponer esta práctica a la FIL; sería un exitazo.)
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Y es, claro, evidentemente metaliterario. No sólo por la manera en que Boullosa cuestiona las convenciones mismas de la ficción sino por la forma (más bien amorfa) en que se divierte con ellas. Lo es, de entrada, por sus múltiples narradores: una tal Carmen Boullosa, refulgente pero hierática, un autor anónimo y francamente farragoso, algunos pastiches pertinaces (uno de Rosario Castellanos admirable, uno de Humboldt de una deliciosa crueldad), y, sobre todo, su narradora en jefe, especie de hija bastarda de la propia Boullosa y de Blanca de Castejón, despistada y autocompasiva y caótica y (otra vez) desmesurada pero también lúcida y gozosísima. Pero también lo es por la pésima relación entre todos esos narradores, que se socavan, se mofan unos de otros, se detestan… pero ahí siguen narrando juntos. Y, finalmente, lo es por la plétora de géneros de los que abreva (del poema al prólogo al torneo de spoken word) y por el juego de plano absurdo con el tiempo y el espacio.
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Lo que, sin embargo, es sobre todo El complot de los Románticos es una novela antiliteraria.
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Caricatura malora de este mundo de presentaciones y capillas y encuentros y premios y grillas y poetitas gringuis que escriben como autoras del Cono Sur (¿o será del Coño Sur?), ha sido esbozada por alguien que conoce a los escritores y se reconoce como uno de ellos, que profesa odio entrañable al gremio y a sus mores. Y no solo en sus trazos más epidérmicamente reconocibles sino también en puntos como la angustia por la trascendencia o el peso de los méritos y deméritos políticos.
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De detenerse ahí, El complot de los Románticos sería un divertimento, un juguete tímidamente, tiernamente antiliterario (y al mismo tiempo hinchado y henchido de literatura). Pero tiene un apéndice: un cuento que a priori nada tendría que ver con el resto de la novela, que pasaría por otro indicador de mera desmesura si no viniera a resignificar la novela toda. Su anécdota es sencilla: la crisis de un hombre que abjura de la literatura para hacerse crítico de arte, todo a raíz de un sueño. En ese sueño, un puñado de grandes, de Scherezada a Bioy, devienen crueles cirujanos, empeñados en arrancar los ojos a un grupo de chicas guapas. “Esto es lo que hacemos”, espetan al azorado soñante. “Te llamamos para iniciarte en el oficio; ¿quieres como nosotros fabular?”.
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Es en esas líneas que Boullosa postula que lo atroz, lo maligno, no son los escritores sino la literatura misma. Y en esa idea —y en la manera literaria y metaliteraria y antiliteraria de exponerla— hay espléndida literatura.

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