domingo, enero 11, 2009

XXXIII

Edna quisiera ser como Roberto, tan lleno de un no sé qué, indescifrable. Nunca le han gustado las cosas que contienen una obviedad agresiva, para agresiones grotescas, las que profiere su madre cada que recuerda a su esposo-padre que los abandono por otras caderas más frescas.
Edna necesita saber que es capaz de proteger a alguien, Roberto necesita sentirse protegido. El dúo perfecto, piensa ella. Pero Roberto la ningunea, la omite, la regaña, la corrige. Para Roberto sólo existe la imposibilidad que le concede la imagen de Lucía.
Edna llora en cada una de sus entrañas. Sus ojos aprendieron a fingir hace ya varios años. Ahora sonríe para Roberto y agradece la corrección, para proseguir con la narración de sus amores fallidos.
¿Entrará Roberto en la cuenta?, se pregunta Edna. Sabe la respuesta, pero fingir demencia le resulta más sano.

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