sábado, diciembre 20, 2008

Al amigo

Si en la luna de febrero me arrancara
el vello y el pelo que me cubren del frio,
será porque el calor emanado de tu sentimiento
me es suficiente para evitar el refugio.
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Si he decidido abandonar las herramientas,
siempre tan frías e inhumanas,
es porque no hay mejor forma de progreso
que tu sanchesca compañía.
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El día que la poesía abandone mi pluma,
melancólica,
habré encontrado la belleza en tu mirada
profunda, avasalladora y milenaria.
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El año en que las estrellas dejen de maravillarme,
entonces tus manos habrán dibujado,
en nuestro camino,
el trazo que ni Dios ha logrado.
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Pero, si acaso, un día, sólo uno,
equivoco el camino, te pido tomes la espada
y como a un traidor me otorgues la muerte,
y así convertirme en los restos
que tu calor convertirá en cenizas,
para después convertirme en el fénix
que corregirá el vuelo.
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Pero si, de nuevo, fallo,
no me des la muerte,
dame la indiferencia.
No hay mayor pena en vida,
que andar los caminos,
teniendo a la sombra como amiga.

En una madrugada de diciembre

Estos días han sido diversos, desde el pesado y aburrido cierre de semestre, pasando por el café compartido en alguna ciudad de Puebla con Pedro Ángel Palou, Sampedro y mi novia Carmen, y antes el breve recorrido que hice con mi amada mujer en el Complejo Cultural Universitario de la BUAP (sorprendentemente hermoso, sólo espero que sepan darle uso).
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Las tensiones siempre crean conflictos entre las amistades y las parejas, este cierre provocó pequeñas riñas –no graves- entre Carmen y yo, pero supimos salir avante, somos un buen equipo, sin duda alguna, nos queremos mucho.
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Otras de las grandes maravillas de las que estoy gozando este cierre de año, es el continuar reseñando libros para mi columna que mantengo en El Columnista lo que me va disciplinando en mi lectura, que cada día se va actualizando, más de lo que ya estaba y desde luego, sigo descubriendo a mi ritmo a esos libros que todos osan en llamar: indispensables, sagrados, importantes. Carmen me ha regalado hace meses atrás, pero apenas le encontré el momento apropiado, el libro más emblemático de Cortázar: Rayuela; y por mi cuenta, he decidido que es chance darle su oportunidad a Octavio Paz: El laberinto de la soleda. Ya está de regreso Pedro Ángel, buen momento para tomar a uno de sus escritores favoritos, para después discutirlo con él, al menos en la parte de ensayo., Luego vendrá el poeta, que es quizá, la parte que menos me llama la atención de Paz.
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Hablando de poetas, gracias al regalo que me ha hecho Pedro –el ciclo poético Bronwyn de Juan Eduardo Cirlot- ahora he comprado la reunión poética que hicieron hace no mucho en Siruela: En la llama, ya sólo falta tener Del no mundo, para hacerme de toda su poesía y leerlo de lleno. Desde que me lo presentó Pedro Ángel, no he dejado de buscar información de Cirlot, desafortunadamente en México no hay mucho de él –aunado a que se le conoce más como el hacedor del Diccionario de Símbolos, pero no en su fase poética-, razón que le ha llevado a Carmen a reanimarme para aventarme una tesis sobre Cirlot, debido a que sería un tema nuevo en México y quizá me abriría la oportunidad para buscar en una beca en España. La idea me gusta, pero prácticamente toda la bibliografía de Cirlot se consigue en España, casi no hay nada en este lado del charco.
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Se viene la navidad y es distinta para mí, hace años que no disfrutaba estas fechas de otra manera, no es lo mismo el poeta y su musa en sueños, que un poeta con una musa carnal, táctil. Hasta me da menos hueva cerrar el año, aunque ella sea un poco grinch, así me gusta. Eso nos otorga el nivel necesario para darle existencia a la armonía.

Ahora un poema de Cirlot, pertenece al poemario: Oda a Ígor Strawinsky y otros versos (1944).
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A María del Carmen
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Si sólo pudieses acercarte,
venir a este sollozo que sufre y permanece.
Si sólo pudieses, desde lejos,
mirar este desierto,
esta calma sin manos, este cuerpo
yacente, sin piernas, debatiéndose.
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Si solamente pudieras oírme,
si acaso, sólo, pudieras oír cómo te amo
sin alas, sin agua, sin labios
cómo te amo, ¡sí, sólo cómo te amo!
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Pero tú desconoces mi existencia
y vas perdiéndote en mi propio desamparo.
Tú desconoces el paisaje y se levante
cada una de estas miradas rotas.
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Y vives en una casa sin puerta ni ventanas
y no me oyes llorar cuando atardece
y no adviertes la sangre que mancha tu vestido.

jueves, diciembre 18, 2008

“El Jardín devastado”-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 17/12/08)

Hace unos meses Jorge Volpi retornaba a escribir sus colaboraciones en la página de internet el Boomeran(g) del grupo Prisa, del cual forman parte el diario El País y la editorial Santillana (una de sus ramas es Alfaguara). La primera vez que Volpi escribía en éste espacio, mantenía un blog al estilo diario, los temas eran diversos. Ahora, el motivo tenía como fin escribir, cito al mismo Volpi: “Escribir de nuevo. No otra novela -cualquier novela- sino una bitácora, una combinación de memoria, ficción, aforismos. Una aventura que sea, también, una negación. Un ejercicio de escritura, una forma de aprender a escribir de nuevo a un año de haber concluido la trilogía (...). No pretendo un nuevo inicio: el lugar común me desquicia. Necesito, eso sí, cierta distancia. Medirme. Luchar contra mí mismo. Entrever qué ha quedado de mí después de este proceso o al menos imaginar qué puedo escribir a partir de ahora”; las entradas del blog después se convirtieron en la novela denominada “El Jardín devastado”.
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Este ejercicio que Volpi se propuse se me antoja como una mezcla entre el siglo XIX: las novelas por entregas, a través de suplementos culturales y el XXI: leer la obra antes de poder verla impresa, acción que se propicia con la existencia de los blogs.
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Aquí Volpi va entregado lo que será su novela y hace al lector parte del proceso, pues también se fue enterado de las lucubraciones que dicho proyecto le fue provocando. Al leer “El jardín devastado” uno se hallará ante esa mezcla, bien lograda, que Volpi se planteó como meta al inicio del proyecto, hacer una bitácora, una combinación de memoria, ficción, aforismos, que en su conjunto conforma una novela. Por su estructura se lee de manera rápida, sin perder la calidad. Volpi vuelve a plasmar su estilo: una prosa-poética sumamente rítmica, suave, ágil y fulminante. No hay parte a lo largo de la obra que ataque al lector con una “verdad” intensa y avasalladora. Cada novela de Volpi es una abrumadora frase de largo aliento. En esta novela Jorge vierte todas las experiencias -producto- de los viajes que ha realizado a lo largo de su vida, y que según él, lo llevaron a hablar sobre su regreso a México, del cual ya transcurrió justo un año de que volvió a su patria, nuestra también (¿de hienas y fantasmas?), y como era de esperarse, el viaje le devolvió, más bien, al pasado.
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Tres personajes son los principales: Ana, Laila y el Narrador, sobre los que descansa la argumentación de la obra. Carlos Alatriste en su blog (carlosalatriste.blogspot.com) nos regala reflexiones que constituyen a la novela: en Laila/Oriente/ Islamismo. Búsqueda y aproximación/Movimiento hacia el otro. Mito y fatalidad. En Ana/Occidente/Cristianismo. Huída y distanciamiento/Movimiento desde el otro. Racionalidad y desencanto. Y en el Narrador/Centro/Ateísmo. Regreso e inmovilidad/Desinterés por el otro. Irracionalidad y odio.
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En el blog, Volpi hace notar su preocupación por no superar su trilogía, pero aseguro que Volpi no deberá preocuparse por su escritura, en cada libro publicado se va superando.
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El diván festivo
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Las vacaciones ya están encima. Les deseo que pasen estas fiestas decembrinas con sus seres queridos y encuentren por un momento la paz, que la economía mundial y nuestros dirigentes locales están lejos de otorgarnos. Nos vemos en enero.

martes, diciembre 16, 2008

Los libros solos

Diario Milenio-México (16/12/08)
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¿Por qué uno encuentra los libros que encuentra al azar? No lo sé. ¿Qué incita a la mano a lanzarse hacia un rectángulo de papel y no otro? Tampoco lo sé. ¿Cómo es que el ojo salta, despavorido o alegre, en todo caso emocionado, y el corazón empieza a latir con fuerza repentina nada más a su contacto? Supongo que la respuesta a estas interrogantes, de existir, está a la vista de todos, es decir, dentro del proceso de lectura de esos libros que se presentan sin anuncio o recomendación, desnudos.
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Peregrinary, poems by Eugeniusz Tkaczyszyn-Dycki, translated from the polish by Bill Johnston, (Brookline, MA: Zephyr Press, 2008).
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Era una tarde de otoño, debería decir. El aire, que ya era fresco, invitaba el remolinear de los pájaros. Se antojaba un café, una charla, un buen saludo de mano: algo cálido y humano. Algo aquí. El libro apareció en ese contexto. No buscaba nada en realidad y, tal vez por eso, la palabra Peregrinary llamó mi atención. Más cercana al latín (peregrinare) que al inglés coloquial (peregrination). Más cercana a este ir de un lado a otro por mucho tiempo y en tierras muy remotas sin entender demasiado pero con devoción. Más cercana a esto. Asumo que fue por eso que tomé el libro, el cual contiene fragmentos de nueve libros anteriores, y que fui, sin pensarlo demasiado, hasta Wólka Krowicka, cerca de Lubaczów, justo en la frontera entre Polonia y Ucrania. Ahí donde nació, en 1962, Eugeniusz Tkaczyszyn-Dycki, un nombre, si hay que creerle al traductor Bill Johnston, de difícil pronunciación incluso para los polacos. Dycki, pues, para los iniciados. Dycki para los que saben que, como fronterizo, creció hablando un dialecto local hasta que la educación formal, justo en la secundaria, lo hizo optar por el polaco propiamente dicho. Dycki, pues, para los que saben que tal “opción” partió a su familia en dos y a sus poemas en miles de pedazos. En “Manantial”, un poema de Guía para los vagabundos cualesquiera que sea su lugar de residencia (2000), por ejemplo, esto: “es el otoño Señor y no tengo hogar/ cuando llego a la región de Prezemysl/ para escarbar dentro de mí y dentro de aquellos cercanos a mí/ cuando me cuentan la historia de quien cortó a quien// en pedazos con un hacha ucraniana o polaca quien/ aventó a quien en la noria cerca de la que paso/ para escarbar dentro de mí descubrir mi verdadera/ esencia pero primero bebo el agua refrescante de esa noria// le doy crédito a la historia de mi familia y bebo de ella/ como de un manantial que formo desde la profundidad de la historia/ sobre los monstruos en ambos lados del espejo y no he sido/ inocente tampoco desde que empecé a escribir en polaco contra quién”.
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De uno a otro (extracto de) libro incluido en Peregrinary, es claro que Dycki, como todo escritor verdadero, ha permanecido fiel a un puñado de temas que no cambian con el tiempo. Las obsesiones son obsesiones son (y lo demás es la falsa novedad del mercado). La enfermedad, la muerte y la poesía aparecen ingrávidas en el primer verso de Neni y otros poemas (1990), la selección que abre esta antología, así como aparecen, aparentemente igual aunque una lectura cuidadosa los verá por fuerza como distintos, en los versos de La historia de las familias polacas (2005), el último libro incluido en esta selección. En construcciones dan la apariencia de ser sonetos (sin serlo del todo), escuetos y confesionales (aunque en un sentido distinto a los personalísimos versos de Szymborska, por ejemplo), Dycki habla de discute entra en el cuerpo que cae. En “Atragantado de sí mismo va directo al cielo”, un poema del tercer libro incluido aquí, expresa: “guerrea contra mí y vencerás/ cada día saldrás victorioso/ y cada día derrotado el momento en el que llamo/ a los muertos por su ayuda// es mi ocupación favorita convocar a los muertos”. Y así lo hace, una y otra vez, la poesía convertida en el canal misterioso y carnal por el que pasan sus cuerpos: “antes de que descubriera tu muerte en el cuarto/ en el onceavo piso y viera en el asombro/ de tu desnudez y antes de que descubriera que la muerte es una cosa/ que viene después del desayuno comida y cena// me di cuenta de que el que yacía frente a mí/ en los aposentos de la noche de ayer y el que yacía entre azucenas/ era mi amigo mi fisiología era sobre todo/ mi amigo y mi fisiología// una cosa que es sagrada”.
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En otra maniobra que a ojos mordaces o poco adiestrados pudiera resultar repetitiva pero que no lo es, Dycki inicia sus poemas dos o tres veces con el mismo verso e, incluso, con la misma estrofa. Sólo la lectura completa y atenta del poema revelará la manera en que los vocablos, que son los mismos, han cambiado, saturándose de otra materia e iniciando un peregrinaje distinto. Tal vez por eso dice: “mi hermana Wanda trae una azucena de su caminata/ mientras yo escribo un poema acerca de la muerte/ y escribo ese poema otra vez desde el inicio/ y soy incapaz de terminarlo”. Y tal vez por eso nos recuerda en otro poema: “Te hablaré de la muerte en mi imperfecta/ lengua reconocida por su imperfección”, y aún en otro: “uso el lenguaje con dificultad (soy/ un poeta contemporáneo)”. En el lenguaje y por el lenguaje, la muerte transpira en cada cosa (sagrada) que aparece en los poemas de Dycki, y luego esa muerte, la misma muerte, se ve a sí misma y, viéndose, mira al lector con sus ojos transparentes.
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Podría decir que fue la palabra frontera en “en nuestro pequeño pueblo fronterizo (que queda/ sobre un pequeño río y otro pequeño/ río) la muerte aparecería los lunes/ en día de mercado cuando hay mucho de donde escoger”. O que fue la palabra libro como en: “la nieve para ti no es ese mundo ingeniosamente/ o prácticamente imaginado/ desde que te mudaste a un sueño/ para escribir un libro muy separado”. O la plegaria: “la incredulidad es ese lugar milagroso/ que abandono todos los días por alguien más”. Pero en realidad quiero creer que fueron esos ojos transparentes los que me miraron a través de las hojas del libro y a través de las hojas del otoño mientras yo pasaba por ahí sin saber a ciencia cierta que lo esperaba, o mejor, que no lo esperaba oír diciéndome “escarba aquí, dentro de ti y dentro de los tuyos en esa lengua imperfecta, reconocida por su imperfección, que es donde se hacen los libros solos”.

lunes, diciembre 15, 2008

Gana Ignacio Padilla el Juan Rulfo de cuento

Se alzan el mexicano y el estadounidense Jorge Dávila Miguel con el premio por sus respectivas obras Los anacrónicos y La mensajera
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El Universal/Cultura
París, Francia
Lunes 15 de diciembre de 2008
08:08
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El mexicano Ignacio Padilla y el estadounidense Jorge Dávila Miguel (nacido en Cuba) se alzaron hoy en París con el premio Juan Rulfo 2008 en la categoría de cuento, por sus respectivas obras Los anacrónicos y La mensajera.
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Los premiados, que recibirán cinco mil euros (unos seis mil 750 dólares), se impusieron a otros 485 candidatos que enviaron sus textos al concurso convocado por la cadena "Radio Francia Internacional", el Instituto Cervantes, el Instituto de México en París, la Casa de América Latina el Colegio de España y Le Monde Diplomatique.
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En Los anacrónicos, de Padilla, "la celebración solemne y pomposa de una victoriosa batalla, da lugar al despliegue de torvas pasiones entre los miembros de la asociación de ex combatientes", lo que recrea "un mundillo de honores y medallas de pacotilla que el narrador, con violento sarcasmo, desmitifica", indicó el jurado
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La mensajera de Dávila, por su parte, es una obra "con un lenguaje sobrio y preciso" en el que "el narrador sitúa los hechos en un país africano en guerra", explicó el jurado cuando anunció el premio en un comunicado.
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Este relato versa sobre "la construcción de una balsa capaz de transportar material bélico de una orilla a otra, en miras de una próxima batalla", que "se erige en el épico desafío de un simple sargento", agregó.
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Por otro lado, la argentina Lidia Barugel ganó en la categoría de novela corta por su obra Otilia Umaga, la mulata de Martinica.
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En el apartado de fotografía de la Unión Latina, fallado en el mismo evento, el galardón fue a parar a la venezolana Katrina Fernández Dusterville por la serie Isabel y al español José Ramón Moreno Fernández por Deshabitaciones.

Ese viejo fascismo emocional

Diario Milenio-México (15/12/08)
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1 Enreglarse o arreglarse
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Es un hecho que a uno las reglas le fastidian. Aun sabiendo que su puntual seguimiento le acarreará en teoría beneficios concretos, la idea de romperlas es por algún motivo más seductora. Hay quienes creen, de paso, que la mera idea de acatar las reglas es sinónimo de vejez, cobardía o estupidez. Nada hay más fácil que burlarse del que siguió las reglas, en la medida que esto se lleve a cabo según el protocolo correspondiente. ¿O es que cree el romperreglas a ultranza que su capricho no obedece a ninguna? Habría que ver la cantidad de pobres diablos que gozan admirando al romperreglas porque al hacerlo elige perder, y de esa forma se les empareja. Si todos la cagamos al unísono ya no habrá un perdedor, ni un responsable, ni un culpable por toda esa inmundicia, pero igual seguirá operando el reglamento, y al cabo la manada de rompedores habrá de obedecer a las reglas propias de la manada, que no son justamente las más liberadoras, ni las más democráticas, ni las más justas.
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Claro, hay reglas idiotas. Ahora mismo, también, hay idiotas que escriben reglamentos. Menudean, también, quienes sólo hacen uso de esos instrumentos con la idea de negociar su aplicación. Todos aquí crecimos en mitad de esa mierda, tanto que nunca faltan quienes suspiran en voz alta por ella. Reglamentos inaplicables en las manos de autoridades más o menos flexibles, cuyas reglas son a menudo más arbitrarias que las del código que se quiso evadir. “Si de camino lo para otra patrulla, dígale que viene en X-2”, concede el policía de tránsito al automovilista recién extorsionado, que con ese pequeño salvoconducto se sentirá por media hora a salvo del reglamento que oprime a los otros. A menos que una nueva patrulla lo detenga y el agente le diga que no sabe qué es eso de equis dos. ¿O es que trae un papel, un oficio, un documento que le dé validez a esa visión de la clave de impunidad ciudadana, que por lo visto no es más que una prueba de corrupción cumplida? ¿Qué necesidad tienen las reglas no escritas de ser mejores que las escritas? ¿Cómo se evita que una regla no escrita sea alevosa, manipuladora y autoritaria, si de entrada no existe apelación posible?
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2 Chiquero en libertad
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“Los altos se pasan con criterio”, reza un adagio hijo de ese gusto chilango por la diaria anarquía. Hoy más que nunca esas palabras tienen sentido. Hay que ser muy ingenuo para detenerse ante una luz roja entre calles vacías a media madrugada, a sabiendas del riesgo que se corre con ello. Pues lo cierto es que en calles como las nuestras no son precisamente las reglas las que operan, empezando por las del código penal. Prefiere uno romper una pequeña regla, si con eso se libra de que otro rompa una de las grandes a sus costillas. ¿Con qué cara —se increpan los chilangos sobrerreglamentados— nos piden que evitemos las infracciones, cuando ellos no han sabido evitar los crímenes, ni siquiera en sus propias corporaciones, donde están enquistados varios de sus mayores promotores? Lo dicho, la pocilga es hospitalaria. Consuela descubrir que es posible vivir apestando. Ay del primer traidor que se dé un baño.
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No se puede pedir a una multitud que juzgue a gritos la pertinencia de una cierta regla. No obstante, es muy sencillo convencer a la masa de romperla. Insisto, no nos gustan. Muchos las obedecen por no tener que pagar consecuencias, pero las multitudes suelen ser impunes. En medio de ellas puede uno cometer toda suerte de tropelías extremas, si es que los otros están en lo mismo. Se trata de romper, mejor aún si no se sabe qué, ni por qué, ni menos para qué. Cada quién sabe lo que trae en el costal, ningún trabajo cuesta transferir frustraciones y agravios personales a las cuentas pendientes del montón, y a partir de ese punto echar abajo cuanta regla se interponga. Quienes creemos que la pena de muerte constituye una regla inaceptable, menos aún daríamos por buenas las reglas que conducen al linchamiento, donde el juicio lo ejerce la falta total de éste.
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3 Valientes del montón
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Quien no entienda la lógica de los pogromos —vecinos masacrando a sus vecinos: la libertad del odio desatado— tendría que ponerse en el lugar de quienes por un día se miran más allá de toda regla. Saquear, robar, allanar, torturar, violar, matar: todo está permitido, pero sólo por hoy. Aprovechen, honestos ciudadanos. ¿Cuántos son los valientes que se niegan, y con ello se arriesgan a sufrir justo lo que no quieren ocasionar? ¿Cuántos serían capaces de cortar un cuello tan sólo por probar que no son los cobardes que son? No es un horror tan raro, si se le piensa. Algo muy similar sucedía en el universo infantil, y en algunos creció al llegar la adolescencia. En el imperio estólido del montón, es común que el cobarde haga mofa del valiente, y que al cabo entre todos lo llamen a él cobarde. A coro, por supuesto. Si el letrero me pide que no maltrate las flores, arranquémoslas todas entre todos. ¿Reglitas a nosotros? Sólo eso nos faltaba.
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No me parece cosa de risa que quienes han llegado al poder con la misión expresa de defender los derechos de los más débiles acepten acatar las reglas básicas de la civilidad. ¿Tendría eso que ser una noticia? Graciosa es, para el caso, la obediencia de tantos desobedientes oficiales cuando llega la hora de cuadrarse ante el dogma; pero no ese fascismo emocional que espera de los hombres del poder que quebranten las reglas que nos protegen de ellos, so pena de juzgarlos cobardones y colaboracionistas. Conducta pertinente entre furcia y cafiche, no entre quienes se encargan de crear, revisar y aprobar las reglas que nos rigen y limitan. Si de por sí es difícil hacer caso a las reglas, a ver a quién va a querer respetar reglamentos firmados por rufianes.

Bettie, la bella

Diario Milenio-México (15/12/08)
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—¿Mmmhhhh?
—Perdón pero… se murió Bettie Page.
La respuesta, con otra pregunta, se produce en voz tierna y tenue, adormilada.
—¿Bettie Page? Mmmmhhh… ¿Y ésa quién era?
—La pin-up de los 50. La de La vida invisible.
—Mmmhhh… ¿Qué es La vida invisible?
—Una novela que te gustó mucho. De Juan Manuel de Prada…
—Ah, sí… Es bueno Juan Manuel de Prada.
—Ajá.
—…
—¿Cómo ves? ¿Daré la nota en la tele?
—¿De la Bettie esa?
—Ajá.
—No creo. Es de esas cosas kitsch exquisitas que nomás te interesan a ti.
—Y a Juan Manuel de Prada.
—…
—¿Entonces no?
—No.
—Bueno. Gracias.
Y regresa mi mujer a su sueño envidiable. Y me deja con la obligación de tener que levantarme a trabajar y con la frustración de no poner homenajear a Bettie, la bella, en cadena nacional. Y, claro, con la pena infinita de que ya no more ella en este mundo, ése que un día fue todo suyo.
* * *
Bettie May Page nació en 1923 en Jackson, Tennessee. Tras una infancia tan triste que casi se antoja un cliché —abuso sexual, abandono, orfanato—, hizo estudios de magisterio, los truncó, soñó con ser estrella de cine, fracasó y terminó por mudarse a Nueva York y emplearse como mecanógrafa. Tenía, eso sí, un punto a su favor: era bellísima. Tanto que a sus 27 años —edad harto avanzada para que una modelo de fotos eróticas comience su carrera—, un policía aficionado a la fotografía habría de descubrirla, desvestirla, retratarla y lanzarla a un estrellato acaso menos glamoroso que el que ella soñaba pero, de todos modos, más estimulante que la condena a dedicar ocho horas diarias a aporrear una máquina de escribir (cuando menos eso concedería ella misma, décadas después).
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A lo largo de los 50, Page, Miss Glory, habría de dejarse fotografiar hasta el cansancio (suyo) pero nunca hasta la saciedad (nuestra) en toda suerte de situaciones lúbricas aunque púdicas (y es que, recatada antes que retacada, nunca protagonizó una escena de sexo explícito): imágenes y cintas súper 8 de un burdo y esquemático sadomasoquismo, portadas y centerfolds primero de revistas marginales y, después, de la mismísima Playboy, cuya edición navideña de 1955 presidía, devenida Señora Claus sin tapujos ni tapados ni frío. Después, el arrepentimiento, la predecible conversión al cristianismo (hasta misionera en África quiso ser, ella que tanto hizo por librarnos de la tiranía de la posición del misionero), la miseria y la oscuridad. Finalmente el revival en los años 80, cuando su alegre y apenas ridícula lascivia terminaría por hacerla mutar en objeto de culto. Es ahí donde entra el español Juan Manuel de Prada, quien basara uno de los personajes centrales de su prodigiosa La vida invisible en su figura, su persona y su historia, quien años antes incluso nos diera su mejor retrato verbal:
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Tenía una mirada desvalida que contrastaba con las pasiones un tanto calenturientas que suscitó y suscita. Tenía una sonrisa grande que sabía disfrazar con un mohín de picardía, y una dentadura húmeda que parecía susurrar ingenuas obscenidades. Tenía unas facciones ovales, tan redondeadas como el resto de su anatomía, enmarcadas por una melena de bruja bondadosa. Tenía los brazos mórbidos, a menudo velados por unos guantes de cuero negro que le trepaban hasta el codo, y unos senos nada neumáticos que se deshojaban sobre su cuerpo, si no había un sostén que los cautivara. Tenía un torso como de plastilina, adiestrado en mil y una danzas exóticas, que revelaba la arquitectura de sus costillas y la opulencia de sus caderas.
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Tenía en suma, dice De Prada —ya en La vida invisible—, la capacidad de lucir “increíblemente hermosa, increíblemente incontaminada por la sordidez de las situaciones que interpreta[ba]”.
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El secreto residía en la cabellera, ésa que el mismo escritor describe como “coronada por un flequillo al estilo de Louise Brooks”. Y es que, poseedora en sus años de gloria de una melena voluptuosa a lo Rita Hayworth y renegrida a lo Hedy Lamarr, la linda Bettie supo diferenciarse de toda vana vampiresa mediante la adopción del fleco coqueto e ingenuo que popularizara más de 20 años antes una actriz de poderío sexual igualmente enorme pero mucho menos evidente, aquella que encarnara la melancólica y transparente alegría del espíritu de la tierra para Pabst. Así la recordaremos, un poco Lulú y un poco Gilda, cifradas las deliciosas contradicciones de lo femenino en su bruna cabellera de india brava (pero buena).

El cajón del desastre-Fritz Glockner (Diario Cambio de Puebla-15/12/08)

LA BOLITA
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¿Dónde quedo? Pregunta que nos hacemos a cada instante, en cada momento, y obviamente más aún en los últimos días, sobre todo durante la semana pasada todos teníamos prisa, andábamos a las carreras, no existía segundo, minuto, hora que alcanzara, ¿para qué? Bien a bien no se sabe para que, pero de que andábamos a las carreras, andábamos. Tal vez y por que el viernes fue 12 de diciembre, clásico día de peregrinación, de reflexión, de promesas, de sacrificios, de refrendar los votos, eso si, el día guadalupano ya es sin duda alguna más espectáculo de TELEVISA que otra cosa, y como no, si la mayoría de los artistas acuden a cantarle las mañanitas a la virgen morena, aquella que se le presentó algún día al famoso indio Juan Diego, para ordenar que en el cerro del Tepeyac se le levantase un templo, y como todos sabemos así se hizo.
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Pero ¿qué queda de la verdadera devoción guadalupana? Más allá del exagerado espectáculo representado por los cantantes de moda, de las cámaras registrando minuto a minuto el sacrificio de los mexicanos hincados, las caras de sufrimiento que no han cambiado de año en año, y que más bien esa angustia se ve que va en aumento, los vestigios guadalupanos han sido arrinconados al cajón, en efecto, al del desastre, ¿a qué otro podría llegar?
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La desenfrenada prisa ha de tener en cuenta ese día precisamente; por que ya ha llegado la hora para comenzar a brindar, a desearse un mejor año, prepararse para los regalos navideños, como que todos entramos en un espasmo para poner buena cara al mal tiempo, ese que vaticina que nos va a ir de la chingada, pero que de momento es bueno creerse todo lo que nos dicen sobre bienestar, buenaventura, esperanzas a corto tiempo, total, por que no seguir creyendo, si de todos modos no hay manera de cambiarse de país, de ciudad, de estado, de planeta.
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Es por eso que la bolita sigue girando escondida en los pequeños recipientes, para que cada quien haga sus apuestas, que la ilusión óptica no nos maree, los cacicazgos en el estado están de a peso, la prepotencia de los presidentes municipales cuenta con el aval y la sinrazón de las autoridades estatales, ya ven, que si hubo un narco alcalde y todo felices, que si por allá hay otro que se atreve a madrear diputados y no pasa nada, por acá otro más es testigo de cómo un animador de las fiestas denigra a niños por 200 pesos y ni quien lo toque, que si el otro se fue de borracho cargando con los dineros públicos y la sanción es inexistente; para eso precisamente el gobierno del estado apoyo la producción de la filmación “Arráncame la Vida” la famosa novela de Ángeles Mastretta, la cual critica la impunidad del poder de los lejanos años cuarenta y precisamente ha sido financiada desde el actual poder impune, ¿qué ironías no? Me atrevo a invertir en una película que pone al descubierto las atrocidades de un Ávila Camacho, pero hoy yo puedo hacer y deshacer, corromper, proteger, chantajear, tal y como padeciera este estado hace ya 55 años atrás.
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Por último, cuando la bolita va de izquierda a derecha, nos llega la noticia del fallecimiento de Doña Amalia Solorzano viuda de Cárdenas, mujer historia, mujer testigo de los grandes acontecimientos nacionales, primero al lado del entonces Presidente de la República de 1934 a 1940, luego como sombra durante el actuar de aquel personaje hasta que éste falleciera en 1971, por que vaya que a pesar de ser expresidente nunca se quedo sentadito y calladito, luego apoyando a su hijo Cuauhtémoc en todas sus andadas, e incluso llego ver al nieto gobernador de Michoacán. Doña Amalia no lo aparentaba, pero opinaba, sabía, leía, no fue una clásica ama de casa, ajena a los acontecimientos políticos y sociales de su país, estuvo ahí, en la trinchera, sin ser protagónica, aún que eso no impidió que fuera protagonista de los sucesos importantes del siglo XX en nuestro país, y ahora es una noticia más de otra defunción en lo que va del mes.
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Mientras la bolita sigue oscilando escondida en los recipientes, todos deseamos que nuestra apuesta sea la mejor, dar con ella en el momento preciso para evitar lo que evidentemente nos viene para el 2009.

domingo, diciembre 14, 2008

Un fragmento, uno.

Telaraña
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Dios era una telaraña. Arrasada, no queda trazo, ni el más sutil, que nos sostenga. Se dispersaron los prójimos. Y todos sabemos cuán fútil es amarse a uno mismo.
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El jardín devastado. Jorge Volpi.