jueves, noviembre 20, 2008

Latinoamérica, gesta de literatos: Padilla-(Intolerancia diario/Cultura-Notimex-20/11/08)


Tras asegurar que “Latinoamérica es una novela con novelistas”, el mexicano Ignacio Padilla, premio Juan Rulfo de Literatura y profesor en la Universidad de Edimburgo, advirtió que en esa zona del mundo se gesta una importante generación de literatos.
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Al tomar parte en la mesa uno del ciclo “El arte de novelar”, que se inscribe en el homenaje que se rinde a Carlos Fuentes por sus 80 años de vida, Padilla recordó que en una vez el peruano Luis Alberto Sánchez sentenció que “Latinoamérica es una novela sin novelistas”, a lo que Fuentes contestó que “sí los tiene”. Comentó que han pasado muchos años y a la fecha sigue convencido de que “Latinoamérica sigue siendo una novela con novelistas, con muchos y extraordinarios autores. La obra de Fuentes es clásica, junto con otras de autores de esta región, para la generación mía, nacida en el año de 1960”.
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Crisis
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En el aula magna del Instituto de Investigaciones Filológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), dijo que él nació con la palabra crisis como primer vocablo aprendido. “En estos meses de crisis y recesión mundial, esa condición parece que se reafirma y afianza”. En medio de esa vorágine, y ante la fatalidad del panorama económico, “asistimos ahora a un arte de hacer novelas, a pesar de que antes algunos escritores se llegaron a convencer de que no eran novelas lo que se debía de hacer. Los necios dijeron también que el fin de la novela había llegado”. Padilla, quien compartió la mesa con los mexicanos Cristina Rivera, Hernán Lara Zavala y Luis Felipe Lomelí, así como con el canadiense David Homel, todos ellos presididos por el nicaragüense Sergio Ramírez, aseveró que “hoy descubro un afán por declarar que la novela está viva”. De esa forma, explicó que fuera de esas monstruosidades descubre un deseo novelístico en él y en sus contemporáneos, “y percibo una natural necesidad de dar vuelta al equilibrio de la novela, porque en México y en Latinoamérica, en la novela en español en general, sí hay novelistas”.
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Convicción de novela
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Señaló que “hemos realizado el exorcismo para volver a la convicción de que la novela tiene una poderosa raíz entre la fuerza y la razón de los escritores, por eso, es falso que alguna vez Latinoamérica haya sido una novela sin novelistas, como lo señalara, hace años ya, el crítico Sánchez”.
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Aseguró que “en este momento se escriben más novelas que nunca. Entre otras cosas, para celebrar que Latinoamérica es una novela con muchos novelistas, como lo dijo uno de los máximos exponentes de ese género en lengua española de éste y el siglo pasado, Carlos Fuentes”.
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Parábolas
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En tanto, el escritor y editor Hernán Lara Zavala, autor de cuentos, crónicas y novelas, ofreció una retrospectiva sobre los artilugios literarios a los que ha tenido que recurrir a lo largo de su carrera para hacer novela. “Recurro a parábolas, parodias, hipérboles y prosopopeyas”.
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Cristina Rivera, escritora y profesora en una universidad de California, Estados Unidos, dijo que las palabras fundamentales para que pueda iniciar, desarrollar y concluir con éxito una novela son “orilla”, “respiración”, “política” y “no”. Luego, Luis Felipe Lomelí, premio nacional de Literatura del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), dedicó su texto “El arte de enamorar” a Julio Cortázar, en el que pone de manifiesto que esta sensación tienen una gran similitud con escribir novelas: en ambas cabe o no el amor.
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Finalmente, David Homel, autor de cuatro novelas para adultos y dos para niños, habló de la muerte de su padre, a los 85 años, en 2000, y “como me quedaron muchas preguntas por hacerle, lo reviví en una novela, y como yo soy el jefe de ella lo hice hablar a mi entero gusto y satisfacción”.
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Nacer en carestía
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Dijo que él nació con la palabra crisis como primer vocablo aprendido. En estos meses de crisis y recesión mundial, esa condición parece que se reafirma y afianza, señaló.

martes, noviembre 18, 2008

Un martes como hoy...

Los días en Puebla suelen ser inexpresivos, rutinarios y sin sorpresas extraordinarias. A Puebla hace mucho que le falta vida.
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Caminar todos los días por el centro de la ciudad se hace vuelto para mí algo necesario por casi ya 8 años. A veces uno se encuentra los familiares, conocidos. Comúnmente cuando recorro las calles céntricas de la ciudad angelopolitana lo hago en compañía de algún o amigo, pero últimamente y para mi fortuna, lo he hecho siempre al lado de mi novia Carmen. Pero hoy ambos llegamos tarde a nuestra cotidiana vida en el centro, la clase que nos obligaba llevar temprano está en stand by por una semana. En el trayecto que tengo que recorrer de la 2 ote y boulevard 5 de mayo a mi facultad, decidí caminarlo con calma, disfrutarlo. En dicho trance me encontré con Sampedro quien me pidió lo acompañara dejar un paquete a correos de México de la 2 ote, luego nos encaminamos para la facultad, pero yo lo deje a la altura del carolino y la entrada del hotel Colonial, para pasar a comprar mi periódico, acto seguido camine por la 3 ote rumbo a la facultad, cuando escuchó una voz que grita: ¡Alfredo, Alfredo!, volteo y era ni más ni menos que Gerardo Pablo, amigo de años y trovador de alto nivel que hace ya muchos años dejo Puebla para ir a radicar a Tijuana, donde ha podido encontrar lo que necesitaba para terminar de consolidarse.
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No pude evitar sonreír. El reencuentro con alguien que uno admira y hace años he dejado de verlo, siempre será motivo de alegría. Pero cuando es alguien que destaca y emigra, aunado a la lejanía y el escaso contacto, se puede apostar ciegamente por el olvido. Pero no, Gerardo aún se acordaba de mí.
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Momentos como esos provocan la alegría de saber que uno ha podido sembrar un amigo sincero que siempre estará presente, a pesar de la distancia.
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Volver a saber de él, hizo de este martes inolvidable.
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Pd. Para más detalles acerca del mismo tema, pero con otra variante visite el blog de mi adorada novia que es Carmen: http://otroblogdekrmnlilith.blogspot.com

La confesión más transparente/80 años de Carlos Fuentes-(Diario "El Columnista" de Puebla-18/11/08)

A un lado del monitor de la computadora en la cual me siento cada noche a navegar por el mundo, usando un teclado y un mouse como guías turísticos, tengo una edición especial de “La región más transparente” de Carlos Fuentes. Dicha novela viene con comentarios de Julio Cortazar, José Lezama Lima, Fernando Benítez, Salvador Elizondo, José Alvarado, Luis Cardoza y Aragón, Salvador Novo y Miguel Ángel Asturias. Fue hecha, supongo, hace diez años, pues en su contraportada afirma ser una edición conmemorativa a los cuarenta años de su edición, y este año cumple el medio siglo de haber sido publicada por vez primera. Entonces me pregunto: ¿Y la parafernalia escandalosa para celebrarla?, ¿acaso es menos importante que “Cien años de soledad”?, ¿no se supone que Fuentes es nuestro gran escritor y “La región más transparente” su gran novela, que peca de ser fundadora de la nueva novela contemporánea mexicana y sepultadora de la novela revolucionaria?
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Como sea. Es sólo una opinión pues a nuestro Nobel sin Nobel le tengo guardada una considerada distancia; el Boom en general me causa un cierto aburrimiento, su discurso se me hace tan repetitivo, en fin. A Fuentes lo leí por vez primera en la secundaria: fue “Aura”. La novela o noveleta, debo decir, me gustó en demasía, pero jamás volví a toparme con un libro de Fuentes, lo respetaba y lo veía cada vez que salía en la televisión porque sabía que era y es ¡el gran escritor de México! –claro, después de Paz, todo es después de él-, pero lo veté cuando supe que vino a Puebla a recibir el “Honoris causa” de parte de la BUAP y leí en alguna nota periodística que por razones “ajenas a él” dejó esperando en la puerta principal del Carolino a un adolescente con casi toda su obra completa en espera para ser firmada por su creador. ¡Y él se había salido por la puerta trasera y no fue capaz de regresar! Llámelo sangronada o fruslería, querido lector, pero fue razón suficiente para que lo vetara.
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Luego, como con Paz, Pedro Ángel Palou me insistió en que debía leer a Fuentes por encima de mi veto: estaba perdiéndome una indispensable lectura. Haciendo caso a la invitación, cuando tuve la primera oportunidad de enfrentarme a otra obra cuentista, lo hice, y le tocó el turno a “La muerte de Artemio Cruz”. La leí con mucha atención, esmero y dedicación. La aplicación de técnica se me hizo muy buena, pero hasta ahí. Aunque hay escenas sumamente bien logradas, otras aburren. Recién leí “La Región”, y puedo afirmar con toda certeza, y a modo personal –una opinión siempre será así-, que efectivamente es una novela muy bien lograda, que prefiero al Fuentes de ésta novela que al Fuentes después de “Aura”, que me encantó mucho esta obra por la forma en que aplicó la técnica de Faulkner a lo mexicano, a lo Fuentes. Y ya.Ahora se celebran ochenta años de su nacimiento, las pasiones no tardarán en desbordarse, por lo tanto propongo que a Fuentes, de no recibir el Nobel en la edición que sigue, se le nombre presidente sentimental de México.

La construcción del suspenso

Diario Milenio-México (18/11/07)
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Me aficioné a leer al autor sueco Henning Mankell debido a los achaques y la soledad que caracterizan a Kurt Wallander, ese detective ya no tan joven que acierta tantas veces como falla a lo largo de los casos que le toca resolver. Cuando empecé a leer Pisando los talones, la novela en que un apesadumbrado Wallander trata de dar con un asesino a quien le molesta sobremanera la felicidad de la gente, me llamó la atención sobre todo el cuidado de la prosa. Estaba ante una intriga interesante, eso era cierto, pero sobre todo estaba incursionando en un mundo de oraciones cadenciosas cuya construcción enunciaba, página a página, el suspenso de la trama. Y de ahí pal real, como se dice. Poco a poco, conforme iba devorando los libros de la serie Wallander, el paisaje de Escania me fue resultando familiar: la cadencia de sus inviernos, la naturaleza de sus vientos racheados, el estado de sus carreteras, la belleza de sus costas. También poco a poco me fui sintiendo cerca de esa entidad conocida como “la inescrutable alma sueca” que, para mí, ha llevado desde siempre el sello de Hamsun, de Ibsen y de Bergman. Leí con mayor o menor gusto, pues, todos esos libros de Mankell sin considerar ni siquiera la posibilidad de que llegara a su fin, asumiendo de hecho que la serie Wallander sería infinita. Pero lo inimaginable pasó: la serie llegó a su fin. Y, traicionada, sufriendo las consecuencias de un abandono inconcebible, dejé de leer a Mankell. Pensé que si para él era tan sencillo deshacerse de Wallander, para mí tendría que ser igual de sencillo deshacerme de él y, sin más, di por terminada esa extraña relación amorosa que se fragua, al calor de páginas y personajes y escenas, con ciertos autores.
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No fue sino hasta hace poco que, beneficiándome de una donación de libros, volví a leer dos de sus novelas: Zapatos Italianos (traducida al español en 2006) y Profundidades (con traducción de 2007). Si no me los hubieran obsequiado, ahora lo sé bien, me habría perdido de dos experiencias importantes. Bastó recorrer la primera página de Zapatos italianos para constatar que me encontraba, una vez más, ante una escritura depurada hasta su punto máximo: ningún rodeo, ninguna innecesaria deriva, ninguna salida en falso. “Siempre me siento más solo cuando hace frío”, dice la primera frase y, antes de dar por terminado el segundo párrafo, esto: “La vida es una frágil rama que se mece sobre un abismo”. Bastó también leer las páginas de Hielo, la primera sección el libro, para comprobar que las profundidades del corazón humano no le son desconocidas a un Mankell de 60 años, cada vez más consciente del deterioro del cuerpo y de los extremos accidentados de la vida: el dolor, el perdón, el amor.
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La imagen es escalofriante: cada mañana un hombre de avanzada edad cava un agujero en el hielo para zambullirse en el agua helada con tal de sentirse vivo. El hombre, que alguna vez fue médico, es el único habitante de una isla a donde sólo llega, y eso de cuando en cuando, el servicio de correos. El hombre ha vivido así por los últimos 12 años de su vida, todo esto después de “la catástrofe”. Hasta esa isla desierta llega una anciana que avanza sobre el hielo con ayuda de un andador. Se trata de una mujer enferma de cáncer que, hace 37 años, él abandonó. Ahora, a punto de morir, la mujer ha regresado para pedirle que cumpla una promesa que él le hizo. “—¿Quieres saber por qué deseo ver esa laguna? De repente su voz adoptó otro timbre. Sí —confesé— quisiera saberlo. —Porque es la promesa más hermosa que me hayan hecho en la vida. —¿La más hermosa? —La única verdaderamente hermosa”.
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Cumplir una promesa tiene consecuencias. La anécdota, llena de recovecos por los que se deslizan personajes heridos y entrañables, personajes cada vez más alejados de los mundos de todos y más presas de sus propios mundos incomunicables, lleva al lector por los gélidos bosques que Mankell imagina como habitados por aquellos que hablan su propia lengua: “Yo creo que en estos parajes cada uno tiene su propio dialecto. Se entienden entre sí pero cada uno habla a su manera. Así es más seguro. En las regiones más remotas puede llegar a parecer que cada personaje constituye una raza aparte”. La evocación de las islas nórdicas y la descripción puntual de fenómenos climatológicos como la temperatura o los vientos hacen dolorosamente vívidas las costas agrestes de esos lugares apartados donde perviven personajes con poca capacidad para comunicarse pero con gran capacidad para resistir.
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Zapatos italianos no es una novela de detectives, pero en su centro palpita, como en toda novela que se digne de serlo, un enigma que no sólo es anecdótico sino que va construido de párrafo en párrafo del libro entero. El suspenso es, después de todo, una manera de narrar: una manera de frenar la acción para dejarla fluir luego, en otro sentido. Cuando, por ejemplo, el ex-médico husmea en la bolsa de mano de la vieja que ha llegado sin invitación ni mucha explicación de por medio a su isla, el narrador registra que encuentra algo pero, con sabiduría, con infinita paciencia y más malicia, deja pasar una o dos oraciones más antes de descubrirle al lector su contenido. “Estaba a punto de volverla a guardar en el bolso [una agenda] cuando vi que había un papel entre las páginas. Lo abrí y leí lo que ponía”. Hasta ese momento, el lector imagina que la información contenida en ese papel será importante, sin embargo, en lugar de darla a conocer, el narrador continúa con un punto y aparte. “Después, me fui al vestíbulo. El perro estaba sentado a mi lado”. El lector podría imaginar entonces que la información en el papel o no es importante o es tan importante que llegará sólo después. Lo segundo es lo que impera: “Seguía sin saber por qué había venido Harriet a mi isla. Pero lo que había encontrado en el bolso era un documento en el que se le comunicaba que estaba gravemente enferma y que le quedaba poco tiempo de vida”. Entonces y hasta entonces, Mankell da por concluido ese subcapítulo, iniciando el siguiente con una descripción del viento.

El cajón del desastre-Fritz Glockner (Diario Cambio de Puebla-18/11/08)

Otro nuevo invitado a mi blog, hoy empieza a aparecer su columna en Cambio y también decido subirlo a mi blog.
Escritor polémico, otro poblano que sí destaca fuera de la ciudad.
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El jefe Paco
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El celular no dejo de berrear, era Guadalupe, quien con voz autoritaria por la noticia que recién había recibido soltó: “Nos tenemos que ir a México”. El sentido de su voz daba a entender que evidentemente algo había sucedido, mi sorpresa únicamente atinó a preguntar: “Qué pasa”, y claro, la respuesta trágica: “Murió Paco Uno”.
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Don Paco, el Jefe Paco, el gran conversador, el hombre todo generosidad, aquel patriarca de una zaga familiar llena de historia, para quienes la tragedia nunca ha impuesto sus reglas, casa en la cual la puerta ha estado permanentemente abierta para recibir al perseguido, al amigo, al golpeado, al exiliado, al extraño con una historia de viejos fantasmas colgados de cualquier saco.
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Paco Ignacio Taibo I, es más que un personaje de las letras mexicanas y del periodismo cultural de México y España, es el ejemplo de lucha, con la capacidad de nunca haber apostado en balde los sueños, las utopías, la consciencia, el deber ser; perteneciente a una generación tardía del exilio español, supo contribuir al reforzamiento del ser mexicano, transito por diversos medios de comunicación masiva, fue jefe de información de la actual Televisa, y su salida de aquella empresa ha recorrido legendariamente la anécdota, ya que es el único que se atrevió a insultar en su propia cara al implacable Emilio Azcarraga (el Tigre), posteriormente llegó a ser Director de Imevisión, y su renuncia enfureció a la entonces hermana del Presidente José López Portillo, pero a pesar de eso no se amedrento, y mantuvo su postura, a pesar del linchamiento del cual pudo haber sido objeto.
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A partir de 1985 fundó la sección cultural del periódico El Universal, dando cabida a jóvenes escritores y periodistas, donde se desplegó una gran labor literaria, de crónicas, entrevistas y reportajes del más alto sentido profesional, espacio desde el cual llenó varios hoyos negros con su columna “Esquina Bajan” y sobre todo su famosa caricatura “El Gato Culto” el cual mantuvo siempre la frase punzante, correcta, única, para desacralizar todas aquellas falsas ideas de la cultura con mayúsculas, así como las reflexiones existenciales más irreverentes o la construcción de nuevos pensamientos, la lectura de dicho Gato, se hizo imprescindible en más de un lector de aquel diario.
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La urgencia de Guadalupe no podría contar con mayor espasmo de la propia realidad, aún y cuando teníamos conocimiento de su ya precario estado de salud, aquella noticia no se desea recibir nunca, y es que su monstruo favorito dejaría de estar presente para señalar, contribuir, opinar, apoyar, alentar…
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Con ese Jefe tuve la oportunidad de compartir varios viajes, anécdotas, carcajadas y copas, es de esas ofertas que la vida ha entregado y que sin duda uno aprecia por el valor que todo esto conlleva.
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Aquel jueves 13 de noviembre en la calle de Culiacán de la colonia Condesa en el Distrito Federal, la cita no se hizo esperar, llegaron lo que teníamos que estar, con la sensación de ser uno más de los huérfanos, además de Paco II, Benito y Carlos… al anochecer, la invitación para dejar fuera a la multitud y que los Taibo asumieran esta nueva realidad, provocó la despedida con los acordes de una gaita entonando la clásica “Asturias patria querida” que tanto le emocionaba, ante el debate sobre lo que se hará con las cenizas de este Jefe, los hermanos Taibo dudaron de hacer o no pública la disposición de Paco, hasta que Maricarmen, la compañera más que oportuna de toda la vida, explico que una parte será llevada a Gijón, su ciudad natal, otra a Nueva York, una más a París, sus dos ciudades predilectas, a las cuales hasta en el último suspiro regreso una y otra vez, y una cuarta porción en la ciudad de México… ¿en un gallinero? Es una de las versiones que ya corren, luego de dar dicha explicación, con su siempre dispuesto sentido del humor, Maricarmen terminó externando, no saber si alcanzaría o no tanta ceniza para cada espacio en los cuales eligió el Jefe como obvio descanso… Convocando a la evidente carcajada de los ahí reunidos para atestiguar que Paco Ignacio Taibo I sigue presente, vivo, único, como un fantasma que recorre consciencias y ánimos.
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Por último, cabe destacar que dentro de su obra literaria dos son los libros que a mi parecer son imprescindibles, uno, “Fuga Hierro y Fuego” recientemente reeditado por Ediciones B, donde no existe mejor descripción de lo que es Puebla y sus habitantes, novela que le ha otorgado a ese genial hombre la ciudadanía única. La otra novela, “Para parar las aguas del olvido” donde la imaginación de cinco niños y sus andanzas, provocan un bálsamo contra las tragedias que evidentemente originó la guerra civil en España.
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Sirva esta primera columna de Cajón del Desastre en el diario Cambio, como el reconocimiento de que hay hombres a los cuales se les debe decir JEFE, no por un puesto, no por la jerarquía, no por la capacidad de despilfarro, así como tampoco por la simulación, sino simplemente, porque el ejemplo de vida dice mucho más que todas las palabras y todas las imágenes, desde siempre QUE VIVA PACO.

lunes, noviembre 17, 2008

Destacan labor estética del crack-Federico Vite-(Intolerancia/Cultura-17/11/08)

El narrador Mauricio Carrera ofreció ayer a mediodía una conferencia acerca de lo que él denomina la “generación del umbral” en la Casa del Escritor, y aseveró que esta idea reúne a los escritores nacidos de 1955 a 1969.
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Destacó las vertientes histórico-sociales que originan a este grupo, el cual es amplio en cuanto a proposición estética se refiere.
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Habló, por ejemplo, de lo que considera autores representativos de la “generación del umbral”, como Cristina Rivera Garza, Mario González Suárez, Enrique Serna, Guillermo Fadanelli, Ana García Bergua, Ana Clavel, Eduardo Antonio Parra, Jorge Volpi, Ignacio Padilla, David Toscana y Pablo Soler Frost.
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Efectivamente, Carrera hizo referencia a la ruptura planteada, en primera instancia, por los escritores del norte del país Eduardo Antonio Parra, David Toscana, ambos de Monterrey, y Humberto Crosthwaite, tijuanense.
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Señaló la vitalidad de estos autores, la forma en que han puesto de manifiesto un territorio poco explorado por la literatura mexicana: el desierto y la violencia.
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Carrera, desde el 2005 ha tratado este tema, incluso ofreció un curso para quienes se interesaran en entender hacia dónde va la literatura mexicana. De este curso se desprende la conferencia en la cual destacó el trabajo del narrador Enrique Serna; la ambición estética de los chicos del crack (Jorge Volpi, Ignacio Padilla y Eloy Urroz), la creación de atmósferas y universos personales de Mario Bellatin. Enfatizó la obra de Guillermo Fadanelli, a quien considera el canon de la literatura basura en México.
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Hizo un apartado en cuanto a la obra de mujeres; las definió con una novela de Cristina Rivera Garza: Nadie me verá llorar. Rescata la labor, en cuanto a mujeres se refiere, de Ana García Bergua, Rosa Beltrán, Ana Clavel y la propia Cristina Rivera Garza.
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Mencionó que el crack fue un grupo que internacionalizó la narrativa en México, pues tras los premios que Jorge Volpi e Ignacio Padilla recibieron en Europa, se vio de otra manera la labor de los escritores de este país.
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¿Quién es Mauricio Carrera?
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Nació en la ciudad de México en 1959. Narrador, ensayista y periodista. Estudió Periodismo y Comunicación Colectiva en la UNAM y la maestría en Literatura Española en la Universidad de Washington. Ha ganado diversos certámenes literarios, pero este año obtuvo el premio nacional de cuento Rafael Ramírez Heredia 2008.

Sin cuanto de solaz

Nueva columna, nueva. Gran personaje y culto es Nicolás Alvarado.
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Diario Milenio-México (17/11/08)
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Hay en el James Bond de Sean Connery un coctel agitado pero jamás revuelto de los mejores ingredientes de la masculinidad cinematográfica. Rudo como Bogart, apuesto como Flynn, elegante como Astaire, ingenioso como Grant, atlético como Gable, el 007 de Connery logró encarnarlo todo para todos (y, sobre todo, para todas), hacer de Bond el héroe más longevo y más popular del siglo XX.
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Sin embargo, ni los diamantes son eternos —sorry, Miss Shirley Bassey— y, al tiempo, Connery terminó por decir nunca jamás. A su zaga (y, por cierto, a su saga) habrían de llegar George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton y Pierce Brosnan, todos James Bonds divisivos, aclamados por una parte del público y repudiados por otra, perdedores a la hora de la comparación con el original.
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Las cosas cambiaron con la llegada de Daniel Craig, cuestionado al momento de su selección como Bond —se le reprochaba, sobre todo y con frivolidad, ser el primer 007 rubio— pero entronizado universalmente, a partir del estreno de Casino Royale (2006), como el mejor 007 desde Connery, acaso el mejor de la historia.
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Su éxito, sin embargo, no ha de ser universal. Y es que una voz se permite disentir. La mía.
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El viernes pasado se estrenó aquí Quantum of Solace, la más reciente entrega de la serie y la segunda en la filmografía de Craig. Me gustó. Pero también será menester decir que me parece la peor cinta 007 jamás filmada. No que sea una mala película… lo que no hace de ella una película de James Bond.
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Craig me resulta el peor Bond posible pero no por razones capilares y ni siquiera actorales. (De hecho, es un espléndido actor.) Su problema es de clase: con su rostro de boxeador, sus músculos hipertrofiados y sus maneras bruscas resulta inverosímil al encarnar a quien, a fin de cuentas, no es sino un producto de la clase alta británica. El asunto no es menor: bien apunta el académico James Chapman que el quid de James Bond, tanto en la literatura como en el cine, es una irresistible mezcla de “esnobismo con violencia”. Y, en efecto, en Quantum of Solace Craig dispone del guardarropa de Tom Ford y los escenarios apropiadamente glamorosos para validarlo; lo que desentona, entonces, es él o, peor, su cuerpo de gimnasio, cuyos músculos parecen siempre a punto de desgarrar los lujosos trajes y cuyas manazas harían pensar en las de alguien que no sabe muy bien cómo usar los cubiertos. Un tanto, pues, para la violencia y ninguno para el esnobismo, lo que resta singularidad a Bond y lo hace intercambiable con cualquier otro héroe de acción.
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El problema mayor, sin embargo, no es culpa de Craig sino del guión, que priva a esta cinta por completo de elementos bondianos. No sólo no recurre Bond a sus frases habituales —“The name is Bond. James Bond.”; “Vodka martín, shaken, not stirred.”— sino que no hay villano grotesco ni chica mala en quien Bond opere un “reposicionamiento ideológico” —el término es del académico Tony Bennett— ni verdadera amenaza a Inglaterra o a Occidente. Por no haber, no hay humor en un Bond neurótico y vulnerable, que ahoga sus penas en Vesper Martinis que ni siquiera sabe identificar. Así, no sólo el héroe pierde sus atributos diferenciadores sino que la película misma se vacía de ellos para mutar en remedo de la serie construida alrededor del espía protoexistencialista Jason Bourne, ése que tanto mellara la popularidad de Bond en tiempos de Brosnan y que tanto influyera el casting de Craig y la reconcepción de la serie a partir de su ingreso.
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La estrategia de Quantum no es nueva: ya en 1989 —tiempo, como éste, de cambio de paradigmas—, Bond asumía el rostro de un Timothy Dalton oscuro, astringente y neurotizado, en una película —Licencia para matar— que, como ésta, lo mostraba obrar por venganza personal y en desafío a los dictados del MI6. El experimento fue un fracaso (constituyó, de hecho, la última cinta 007 de Dalton), lo que dice tanto sobre aquellos tiempos como el éxito de Quantum revela sobre éstos. El mundo post 11-S, post Irak y post crisis económica mundial en que vivimos no está para bromas ni para caricaturas, no puede darse el lujo de los lujos ni confiar en las certezas a fin de cuentas optimistas de la modernidad, ésas que constituyen el espíritu mismo de Bond. Así, en el cuerpo incongruente de Craig, Bond ha muerto o, cuando menos, degenerado. Bien lo dice la M de Judi Dench al inicio de la cinta: en estos posmodernos tiempos ya no está uno seguro de conocer a nadie.

Pretenciosos y errantes

Diario Milenio-México (17/11/08)
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1Para parirse en París
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Recuerdo que una vez, en años universitarios, cierta maestra hablaba con estirado encomio de un profesor allí presente, quien recién había vuelto de tierras francesas con la misión cumplida de escribir tres novelas tres. Más de uno entre nosotros opinó, en voz bien baja, que así habrían quedado las tales novelas, mientras el aludido miraba a la ventana, con lo que semejaba, a ojos extraños, una altivez ridícula; misma que nos daría mayor pie aún para pitorrearnos, no sin algún resabio de envidia estudiantil porque al fin a ninguno de nosotros le habría molestado seguir aquel ejemplo y largarse a algún sitio similar sólo para cumplirse una tercia de caprichos. Lo cierto, sin embargo, es que mirar la propia vida desde lejos equivale un poquito a reinventarla. Ser otro y aun el mismo, contemplarse de cerca porque se está bien lejos del origen, pensarse y si es posible ridiculizarse, de modo que al volver ya no sea uno el que era, o quizá lo parezca poco ante el espejo.
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He venido a París por unos días, no por supuesto para hacer una novela, pero sí para pergeñar una pequeña historia. Ver la ciudad por tantos vista, soñada y dibujada con los ojos de un extranjero voraz, perderse en ella abordo de una moto rentada y tratar de mirarla desde adentro. Una quimera, claro, pero asimismo una suculencia que implica la necesidad apremiante de no tanto extraviarse en la ciudad, como entre los sinuosos meandros de uno mismo. Nada es como lo vemos, tanto menos nosotros cuando creemos ser quienes los otros miran. Pero está la distancia. La extranjería. La deleitosa angustia de saberse más que nunca fuereño y pensar que se entiende claramente lo que hasta hace unos días parecía confuso. Uno se ríe de gente como el palurdo George W. Bush porque incluso con todas las facilidades nunca fue más allá de sus fronteras, si se exceptúan unas cuantas farras en tierras mexicanas, no lejos de la franja fronteriza. ¿Cómo esperamos que alguien comprenda su mundo, si nunca se ha dignado salir de él? Decimos que viajamos “para conocer”, parecería un tanto extravagante confesar que lo hicimos para conocernos. Y por qué no, también, para desconocernos.
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2Manhattan era un pueblito
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Alguna vez Woody Allen, que no solía salir de Nueva York ni ante la perspectiva de recoger un Óscar, declaró que no se sentía capacitado para respirar en ningún lugar que estuviera a más de quince minutos del Russian Tea Room. Le bastaría tal vez con saberse judío, y en consecuencia privilegiado por la visión del siempre forastero. Pero he aquí que incluso con tamaña filmografía a cuestas llegó el día en que tuvo que salir a filmar en Europa, por escasez de financiamiento local. Parece un chiste, abundan todavía quienes se niegan a creerlo. ¿O no es cierto que, de contar con capital de sobra, uno mismo pondría de su bolsillo para darse el gustazo de producir su próxima película? El hecho es que hoy por hoy Woody Allen es un judío errante, y más de uno pensamos que ya sólo por eso el viejo provinciano de Manhattan ha vuelto a nacer.
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Luego de ser un pelo francés y británico, Woody Allen se ha hecho otro poco español. Lo he comprobado anoche, tras pintarle un violín a la Ciudad Luz sólo para asistir a su desternillante Vicky Christina Barcelona, ejercicio de cosmopolitismo desatado en el cual el espasmo de la risotada una vez más se alterna con la reflexión íntima propia de la sonrisa. Pocos autores son capaces de esgrimir de tal modo la inteligencia, e inclusive tornarla un instrumento de sensualidad. Pero insisto, ahí está la extranjería. Si los nacionalismos y sus airados representantes nos parecen a algunos tan ridículos es porque no aprendieron a mirarse al espejo, ni se han visto jamás a la distancia. Basta con observar a Penélope Cruz consumando una escena de celos divertidísima para verse a sí mismo, en el recuerdo, fuera de quicio por motivos tan nimios como inmencionables. Es uno idiota con mayor frecuencia de la que se vería forzado a aceptar; Woody Allen lo sabe y eso da mucha risa, cómo no. ¿Y qué decir del celo patriotero, saturado de víscera y desprecio, que ha provocado en tantos compatriotas de Javier Bardem verlo estelarizando sendos filmes de Allen y los hermanos Cohen?
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3Pánico en los conformistas
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No quisiera uno tener que aceptar el miedo que provoca dar un paso hacia afuera de su zona de confort, pero igual no hay espacio más confortable y seguro que el interior de un cajón de muerto. Parece pretencioso que la gente “necesite” ir muy lejos para poder mirarse de cerca, pero si al cabo la intención es juzgar, parece propio de un acomplejado temerle de ese modo a la pretensión. ¿Peca uno de arrogante cuando intenta llegar más allá de sus límites? ¿No es, por cierto, un pecado conformarse con ellos y nunca más tratar de rebasarlos? Se cuentan con los dedos de un ciempiés aquellos arrogantes mediocrazos que se envanecen porque a su entender no precisan tomar la mínima distancia de su pueblo, ni aun de la provincia de sus conocimientos, pues sienten que con ellos tienen ya bastante. ¿Qué podrían aprender en otro sitio que no tengan bien claro en su rincón?
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Nunca leí una sola de las novelas que el profesor amigo de mi profesora vino precisamente a escribir a París, y ni siquiera recuerdo su nombre. Supongo que es muy tarde para celebrar que al menos él tuviera los cojones para escapar de sus fronteras naturales y atreverse a ser otro mejor, o al menos más osado que sí mismo. Lo imagino retándose, negándose, dándose al sufrimiento de volver a parirse con la enjundia que otros, yo entre ellos, tacharían más tarde de pretenciosa. Ojalá fuera uno, finalmente, todo lo pretencioso que hay que ser para vencer al miedo pueblerino que hace sentir tan cómodos a los mediocres. Si algo se le agradece a Woody Allen es que tenga tamañas pretensiones y nos deje de pronto juguetear con ellas.