sábado, octubre 04, 2008

1era parte "La masacre de Tlatelolco 1968"

2da parte "Tlatelolco 68-Discovery Channel"

3ra parte "Tlatelolco 68-Discovery Channel"

4ta parte "Tlatelolco 68-Discovery Channel"

5ta parte "Tlatelolco 68-Discovery Channel"

6ta parte "Tlatelolco 68-Discovery Channel"

1ra parte "La masacre de Tlatelolco 1968"

2da parte "La masacre de Tlatelolco 1968"

3era parte "La masacre de Tlatelolco 1968"

Construyéndonos

Mañana después de besarnos
al recibir el alba
tomaré tu mano
para enseñarte a colocar
uno a uno
cada ladrillo que formará
lo que llamaremos casa.

Por la noche nos disfrazaremos
tú de luna, yo de sol,
y así danzar hasta que el sol nos exija
seguir con la construcción del lugar
donde algún día llorará un niño
y aullará un perro.

Hoy te tomaré de la mano
para caminar juntos,
caernos juntos
y recordarte que la muerte aún
es lejana.

viernes, octubre 03, 2008

“Cuauhtémoc. La defensa del quinto sol”-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 01/10/08)

Este septiembre empezó a circular, ésta, la tercera novela con la cual el prolífico escritor poblano Pedro Ángel Palou cierra su ciclo: Sacrificios históricos.
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En “Zapata” el escritor se encontró con una crítica variopinta desde los que supieron aplaudir la humanización del prócer revolucionario que plasmó en su novela hasta la recalcitrante opinión que decía – como él mismo escribió en su experiencia al escribir su novela- que el “Zapata” de Womack es insuperable. Mientras con “Morelos” la polémica no fue demasiada, pues aunque este insurgente es un héroe que se menciona cada noche del 15 de septiembre y se hace memorizar a todos en la educación primaria y secundaria, es conocido a medias; hay información, como lo demuestra Palou en la extensa biografía de esta novela, pero escaso acceso o nulo interés del mexicano.
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Esta novela, mediante la narración de una de las esposas que Morelos tuvo en secreto, nos lleva a enterarnos de la forma de pensar y ser del independentista. Sin duda, es un hábil recurso literario - usar la voz de una persona desconocida para contarnos la vida de otro-, que también utiliza para contarnos los momentos más críticos de la desaparecida Tenochtitlán y de la caída de Cuauhtémoc. En esta ocasión es Ocuilin, presentado como el sirviente más cercano de Cuauhtémoc, quien nos irá contando la intimidad del tlatoani, sus visiones, ideas y la férrea lucha por defender a su pueblo de la invasión de Hernán Cortés y sus tropas.
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Novela que, según ha comentado en entrevistas a diarios, encontró su tono en la “Crónica Mexicayotl” y en la “Crónica de la Guerra Tolteca-Chichimeca”; fue construida con una voz rítmica y poética, respetando el estilo de las anteriores novelas pertenecientes a esta trilogía.
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Palou explicó en algunas entrevistas: Cuauhtémoc no significa Águila que cae, más bien Águila del crepúsculo. La distorsión tiene que ver con la derrota. Su nombre denomina al ocaso del sol que sale nuevamente al día siguiente. Es la forma de los aztecas para referirse al quinto sol: un universo cíclico; no la terminación del mundo, sino su renacer. Eso chocaba contra la visión cristiana.
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Otra de las cosas que uno podrá descubrir como lector, a la manera de ver de Palou, es el rechazo de Cuauhtémoc hacia la idea de Cortés como un ser divino, pues la matanza que perpetró en Cholula con sus tropas estaba muy alejada de esa visión. Además, lo que no sabía el último Señor de los Hombres, es que no perdería la guerra con el español, sino con sus enemigos naturales: los tlaxcaltecas, huexotzincas y mayas; la habilidad de Cortés para adherirlos a su causa fue la razón principal.
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Una novela por demás interesante, bien lograda, perfectamente escrita. Que nos lleva de la aventura y el viaje a la tragedia y el declive que empieza cuando Cuauhtémoc, con tal de no perder más gente de su pueblo, se entrega a Cortés esperando con eso calmar su sed de sangre y tesoros.
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En entrevistas a los medios Palou reflexiona: Si Emiliano Zapata fue prócer de la Revolución y José María Morelos luchador de la Independencia, Cuauhtémoc fue cabeza de una rebelión sacerdotal que llevó hasta las últimas consecuencias la guerra contra los españoles. Además comenta que el hilo conductor entre los tres es: eran grandes idealistas que nunca buscaron el poder. Lucharon porque un grupo de hombres los eligió y definió su destino. La preocupación para escribir esta trilogía recae en narrar la historia de hombres cuyas muertes no representaron un gran avance en la historia de México; también confirmó que tenía razón en su proyecto de escribir las tres novelas desde la verdad histórica, y descubrir al mismo tiempo que Cuauhtémoc, Zapata y Morelos no buscaron el poder, fueron elegidos; y que ante esa responsabilidad sólo les quedó defender un ideal; en ese sentido “fueron profundamente idealistas” y aunque los tres murieron de forma terrible, la historia de Cuauhtémoc es la más trágica porque su muerte es también el final de un modo de ver, decir y pensar.

Invitación fugada

Lunes 6 de octubre de 2008
Auditorio Elena Garro de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP
12:00 horas
Mesa redonda:
A 40 años del 2 de octubre de 1968
participan: Fritz Glockner, Felipe Galván y Roberto Martínez Garcilazo

Sobre el 68

Son las once de la noche del 2 de octubre de 2008, hace ya 40 años de la masacre, matanza, genocidio, asesinato de estudiantes universitarios, en su mayor parte, se dice también que padres de familia, obreros, niños y demás personas que simpatizaban con las peticiones de aquellos tiempos, llegaron a la plaza de las tres culturas para ya no salir de ahí. Su sangre empapó el piso de esa plaza. Me imagino que hoy hace 40 años en los edificios que rodean la plaza de Tlatelolco el temor cubría todas las casas y los militares como bien retrata la película Rojo Amanecer iban de puerta en puerta buscando estudiantes que madrear, para después matarlos, desaparecerlos.
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Hoy la gente hace mucho ruido, hablan de culpables sin castigar, información incompleta, de hechos que jamás saldrán a la luz. Hoy mis contemporáneos de edad, asumen como un deber convocar a marchas, porque dicen: el 2 de octubre no se olvida. Mi novia, me preguntaba pero ¿qué no se olvida? Quizá su pregunta era retórica o tal vez yo muy tonto para responderla, como dice ella: no sé ni qué pedo de lo que en realidad pasó y ni lo vamos a saber, por ende en mí no está la posibilidad de poderle resolver la duda. Y eso puede ser la razón de su indiferencia ante tales hechos, indiferencia que comparto con ella, pero por desgaste y choteo. Y no digo que ya basta de chingarle con buscar saber la verdad y obtener castigo para los culpables, si es que aún queda alguien vivo, que no sea Echeverría. Más bien ya basta de que los jóvenes que se dicen ser luchadores sociales tomen banderas que no les corresponden, no porque no sea su época, si no, simple y llanamente, estoy seguro que se mueven por inercia. Los jóvenes que se dicen ser luchadores sociales realmente tienen un estereotipo: sólo leen La Jornada, escuchan hasta el hartazgo la trova y se sienten paridos por Oscar Chávez, Silvio Rodríguez, Violeta Parra, etc, no pasan de sus lecturas comunistas, marxistas, etc Pero ¿cómo ellos pueden sentirse con el derecho de rememorar a aquella juventud del 68 cuando ya han perdido el sentido crítico? Y es que la verdad, no me imagino a los sobrevivientes del 68 contándome que sólo leían un periódico con una tendencia marcada a lo que ellos pensaban, ni tampoco creo que sólo las lecturas de tipo comunista hayan sido su pan de cada día. Estoy convencido de que la juventud del 68 era todo menos multitud estereotipada.
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No creo que el autentico comité del 68 esté de acuerdo con que los estudiantes pintarrajeen edificios históricos con proclamas del 68, ni que apedreen policías que sólo están vigilando que todo transcurra con calma por el simple hecho de hacerlo –supongo, porque creen que están vestidos de verde y se encuentran con el rifle apuntándoles- , es más estoy seguro de que si algunos de los hoy caídos y/o desaparecidos supiera que la mayoría de sus emuladores juveniles han dejado de leer las noticias en todos los diarios, que no pasan de las lecturas marxistas y que seguramente no saben que es el AJEFismo donde tantos de ellos se formaron y obtuvieron las armas necesarias para emprender la lucha, entonces estos ancestros jóvenes liberales se estarían dando un tiro de vergüenza.
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Poca gente hoy tiene credenciales para hablar del 68 y pocas opiniones se me hacen válidas. Dóriga siempre se me ha hecho un periodista paupérrimo, pero la columna de hoy en Milenio es muy rescatable:
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Aquella tarde había llegado a la redacción de El Heraldo de México, en la colonia Doctores, como lo hacía todas las tardes desde la primavera de aquel 1968, que marcaría mi vida para siempre.
Aún estaba en la escuela de Derecho de la Universidad Anáhuac, pero ya sabía que en el periódico estaba en lo mío.
Madrugadas antes había conocido la muerte, cuando soldados del Ejército tomaron las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional, allá en el Casco de Santo Tomás. En la oscuridad, y desde las cercanías del hospital Rubén Leñero, escuchaba las descargas de los fusiles entre los fantasmas de la escuela de Enfermería Rural.
Con el amanecer, tropecé con los primeros cadáveres, en medio del olor a sangre, que se parece mucho al de la muerte.
Amanecía cuando, por la parte trasera, se dio otro tiroteo que nos atrapó a un grupo de periodistas en medio. Lo que más miedo daba era el estruendo y la frecuencia, arrafagada, de los disparos y los gritos de los soldados, y entre ellos los agentes de la Dirección Federal de Seguridad, inconfundibles, ametralladora en mano.
Ya había sido testigo, en aquel intenso bautizo de periodismo, del sangriento desalojo del Zócalo, tomado la tarde anterior por los estudiantes y donde se izó una bandera rojinegra, símbolo del movimiento. A la mañana siguiente, todos amanecimos allí, se efectuó una ceremonia oficial de desagravio a la bandera, el gobierno de Díaz Ordaz había calificado aquello como un agravio, se izó la enseña nacional y se escuchó una advertencia por las bocinas de la plaza: “La ceremonia de desagravio al lábaro patrio ha finalizado, tienen tres minutos para desalojar la plancha”.
Vencido e ignorado el ultimátum, de las calles adyacentes a Palacio Nacional salieron los carros blindados, tanques con ruedas de goma, y con los primeros disparos empujaron a la multitud hacia la calle de Madero, desde donde venía otro destacamento policiaco-militar y donde estalló un tiroteo eterno.
Esos eran mis antecedentes, más la guardia cotidiana de aquel 68.
Aquella tarde del 2 de octubre, Miguel Reyes Razo llamó desde Tlatelolco al jefe de información, Mario Santoscoy, quien miró y me dijo: “López-Dóriga, váyase a Tlatelolco y encuentre a Reyes Razo”.
Y así lo hice.
Aquello era el caos. Cientos de jóvenes descalzos, aterrados y ateridos, hacinados entre los restos prehispánicos, los cadáveres apilados a un lado del atrio de la Iglesia y los soldados con el control.
Nadie sabía qué había ocurrido, pero de nuevo la sangre, el miedo y la muerte, anunciaban que se había cometido un gran crimen, y al contar los muertos, una masacre.
Me llevó años entenderlo.
Y hoy, a 40 años de distancia, aún no he podido comprenderlo.Pero sí que entonces me hice periodista.
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Dice Dóriga que así se hizo periodista. A mí el 68 me hizo lector, siempre que tenía mis libros de historia me llamaba la atención que a ese hecho sólo salía una foto de la plaza de las tres culturas y una breve nota dónde, en resumen, podría entenderse que no se sabía en realidad nada acerca de ello. Entonces con mi primo Alejandro y con quien se dejara empecé a buscar información y entonces los libros vinieron a mí, primero sobre el “Che” Guevara, después vino la literatura. La curiosidad por obtener una verdad, me hizo lector. Al 68 le debo eso.
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Roberto Martínez Garcilazo, poeta, maestro y amigo, escribió hoy en El Columnista que nada de lo acontecido en el 68 es de su sapiencia, sin embargo le pertenece. A todos nos pertenece, creo. O al menos así debe serlo, tiene que pertenecernos porque sólo a través del conocimiento de esa verdad a medias, podremos concientizar a la sociedad y eso evitaría futuras tragedias. Pero creo una concientización con base en las ideas, no en las armas ni en cierre de calles, pinta de edificios ni nada, ideas que deben y tienen que estar bien fundamentadas en todas las teorías existentes, no sólo en unas cuantas. Pero esos son sueños guajiros, pensar en una nueva juventud que fundamente sus ideas. Lo de hoy ya no es luchar por el bienestar común, si no por el propio. Hoy ya no interesa apoyar al otro, hundirlo es mejor opción. Por eso ya esta lucha, hoy recuerdo, ya no nos pertenece a los jóvenes de hoy. Hace mucho dejamos de ser una juventud unida que lucha por libertad, justicia y paz. Vaya ni siquiera la izquierda se puede apropiar del discurso de esa época, como señaló Pedro Ángel Palou en El Columnista en un texto titulado Unas líneas sobre el dos de octubre, por ella misma se anula y no acepta o no entiende el papel y la responsabilidad que tenían para buscar un cambio. Hoy, tampoco son las balas las que marcan la pauta, ahora son, dice Palou, las campañas televisivas donde se señala quién es malo y quién el bueno.
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Del 68 sólo quedan recuerdos y cuentas pendientes, pero jamás el reconocimiento como tal. En lugar de cerrar calles los jóvenes de hoy deberían entender que mucho de lo que tienen fue gracias a esos próceres no oficiales, después si aún se sienten con el derecho, convocar a mítines ideológicos y no violentos. En el 68 se peleaban por garantías individuales que están en la Constitución, pero que no se respetaban ni se aplicaban. Por eso no entiendo por qué violar el Estado de Derecho, siendo este parte de lo que rige y conforma a la Constitución.

jueves, octubre 02, 2008

Corre, Conejo (60)

Diario Milenio-Puebla (02/10/08)
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Nos ha llegado a los lectores de Puebla el más reciente número de la Revista Corre, Conejo, el número 60. Hoy, jueves 2 de octubre, día en que con toda seguridad las planas de los diarios de circulación nacional y local habrán de recordar, de alguna u otra manera, los cuarenta años de la atroz represión en La Plaza de las Tres Culturas del Movimiento Popular Estudiantil durante el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz, la Revista Corre, Conejo, nos entrega en la portada la emblemática fotografía de una joven levantando el puño, sobre los hombros de otros jóvenes, en aquel revuelto París de 1968.
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La Revista Corre, Conejo contiene un interesantísimo texto de Raúl de la Torre que toca el tema del pecado y la locura como origen de la poesía. Transcribo por su importancia algunos breves párrafos: “el concepto de pecado se establece refiriéndolo a lo que significa e implica al poeta en cuanto principio original de la Poesía en general (…) El pecado consiste, efectivamente, en un desprecio por los hombres, privativo del poeta: cometerlo y expiarlo determinan la naturaleza poética de éste. Se trata de una forma de desprecio nacida de que el poeta acusa a los hombres de ‘ejercer hipócritamente su forma unilateral de conciencia’; es decir, de ser únicamente ellos quienes definen y se definen a sí mismos en lo existente, sin permitir lo recíproco –que lo existente los defina a ellos– aun sabiéndolo indispensable para alcanzar la ‘plena conciencia del ser’”.
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“La locura del poeta, segundo principio originado de la Poesía, nace a su vez de lo contradictorio en la forma de la conciencia del propio poeta, que siéndole angustiosamente opuesta a la de todos los hombres, le aporta a esta misma su complemento necesario.”
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Este número 60 de Revista Corre, Conejo, es de colección.
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Hoy se cumplen cuarenta años de los “bochornosos sucesos” (así los llamó Díaz Ordaz) ocurridos en Tlatelolco. Cuarenta años son demasiados en la vida de un hombre. Y un pestañeo nos regresa al tiempo.
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Corre, Conejo contiene su sus planas sus acostumbradas columnas: Gustavo de la Rosa Muruato nos ofrece una muy bien construida crónica del concierto que ofreció Bob Dylan en la Plaza de Armas de Zacatecas el martes 25 de marzo de este año. Jesús de León está presente con su habitual “Este bar se llama”; y Arturo Burnes Ortiz entrega la primera de dos partes de un estudio que intitula “Del ‘milagro económico mexicano’ el horror económico neoliberal”.
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En la contraportada “memorabilia” contiene una estupenda fotografía de Jean Seberg de 1957 y los periquetes (Corre, Canijo) de Arturo Suaves. Van sólo algunos: “Piden parm, y les dan un chocho; piden pan, y les dan un mocho”/ “Jurados vemos, premiados ya sospechamos”/ “A la súplica amorosa ya le dicen acoso sexual”.
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He decidido por esta ocasión regalar ejemplares a las primeras cinco personas que me escriban solicitándolo. Hay que leerlo.

martes, septiembre 30, 2008

La Llorona revestida



Diario Milenio-México (30/09/09)
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Como toda leyenda que se respete, la de La Llorona ha producido interpretaciones que, al paso de los años y con el cruce de las fronteras, han adquirido variaciones de tono y de textura alrededor de un centro, sin embargo, reconocible y palpitante: estamos ante una mujer que ha perdido a sus hijos. Las causas son distintas dependiendo del sitio y del tiempo en que se cuente la historia, pero los elementos con frecuencia se reducen a dos: hay una mujer que ha tenido hijos y, producto de la rabia y la demencia, de la desazón o la venganza, los pierde. No es sino hasta que recupera la razón que se sucede el grito: ¡Ay, mis hijos! El alma en pena. Ya por su propia mano (ahogándolos en un río) o ya por la mano ajena (arrebatados, como se dice, de su seno, y luego masacrados), los hijos de la Llorona encuentran siempre el mismo destino: la muerte. El destino de La Llorona, en cambio, nunca es tan simple. Su eternidad, porque de eso se trata su errancia sin fin a lo largo del tiempo, es límbica. Imposibilitada para el descanso final, es decir, para deletrear bajo su lengua la palabra fin, la Llorona amamanta al dolor ocasionado por la pérdida de sus hijos como si el dolor, de hecho, se hubiese convertido en su verdadero vástago: el único fruto de su vientre. Madre por partida doble, la Llorona espanta.
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Algunas escritoras, como Sandra Cisneros, han retomado ciertos aspectos de la leyenda, especialmente aquellos en los que refulge el espíritu indómito de la mujer en ciernes, para darle la vuelta y ponerla de cabeza y propinar la lección del caso. Otras, como la puertorriqueña Vanessa Vilches-Norat, han optado por escarbar dentro del lazo cavernoso y arduo que une a madres e hijos con ese objeto punzo-cortante que es el lenguaje cuando lo guía la inteligencia más descarnada. Profesora de literatura en la Universidad de Puerto Rico-Río Piedras, Vilches-Norat ha problematizado ya antes el cuerpo materno y el discurso de la maternidad. En De(s) madres o el rastro materno en las escrituras del Yo (a propósito de Jaques Derrida, Jamaica Kinckaid, Esemeralda Santiago y Carmen Boullosa), el libro que le publicó la editorial Cuarto Propio en 2003, Vilches leyó con detenimiento a sus autores para descubrir los puentes que van de la construcción del yo que asegura la autobiografía al espejo a veces borroso y a veces absurdo del cuerpo materno: ese destinatario. En Crímenes domésticos (Santiago: Cuarto Propio, 2007), su primer libro de relatos, el tema es un abismo sin fondo. Lejos, muy lejos de los retratos edulcorados de los que se alimentan las celebraciones del 10 de mayo, pero igualmente distante de visiones heroicas del hogar como un espacio subrayado por las estrategias del débil, los cuentos de Vilches-Norat fundan un terreno doméstico acechado por la locura, la decadencia y el terror. Poe está dentro de casa y nadie encuentra la llave de la puerta. Detrás del aparente caos hay un real desorden, parecieran asegurar sus textos.
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Todo da inicio, por supuesto, en el cuerpo: el cuerpo femenino que, súbitamente, se transforma en dos. Díada primigenia. Hasta ahí el hecho biológico, netamente orgánico, aparentemente natural, que luego, y de manera ineluctable, dará lugar al desequilibrio o la descompostura. En “El dulce olor de sus pechos”, el cuerpo embarazado, por ejemplo, se verá sobrellevado por deseos de claro contenido sexual. Seductora y placentera, la mujer que espera un hijo se viste con ropa entallada y, convertida ya en “una fiera”, se da a la tarea de satisfacer sus crecientes deseos con mujeres o con hombres pero siempre en el mar. En “Tortita de manteca” y “Del hilo de su voz”, el embarazo y, luego, el nacimiento del vástago, conduce al desajuste familiar que provoca el extraordinario apego de la madre por el recién nacido. Con mayor o menor grado de conductas extrañas (la niña del primer cuento se muerde las uñas hasta sangrarlas, mientras que la madre del segundo muestra una aversión mayúscula contra los gérmenes), los personajes dan cuenta del terreno resbaladizo donde surge y toma forma el cariño materno. Tal vez en ningún cuento se presente de manera más clara y más complejamente delineada la posición de Vilches-Norat como en “Monstruosa sonoridad”, el cuento con el que abre este libro, en el cual una madre que, después de concebir con mucho esfuerzo y otro tanto de apoyo de la tecnología, da luz a un par de siamesas. Provocando un paralelismo entre la singular simbiosis de las hermanas y la que caracteriza en general a las parejas, Vilches-Norat logra entretejer de manera magistral los hilos de dos historias que confluyen en una misma pregunta: “¿Qué hubiese usted hecho en mi lugar?” Como la Llorona frente a sus hijos, a Inés, la protagonista de este cuento, le piden elegir entre sus dos hijas y, justo como la Llorona, en lugar de salvar a una decide terminar con las tres: las dos hijas y ella misma: la mujer recluida en la cárcel que no cesa de hacer la misma pregunta una y otra vez. El recuento de siameses famosos que va incluido como parte del cuento no hace sino acrecentar la atmósfera ominosa dentro de las cuales se mueve el lenguaje de Vilches-Norat.
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Si la demencia de la psicóloga que no puede resistirse a la seducción del chocolate aparece en “Theobroma cacao L.”, y la de la escritora que no cesa de corregir un manuscrito constituye el punto central de “Fe de ratas”, la de la madre que no puede, por más que quiere o lo intenta, detener los golpes tanto verbales como físicos que le propina continuamente a su hija constituye el meollo de “De la perfección de sus manos”. Una a una, las mujeres y los hombres con los que éstas conviven van intercambiando claves y ajustando cuentas para convertirse en cómplices del mismo crimen: su vida en común: su vida común.
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Si alguien alguna vez pensó que estaba a salvo dentro de su casa, los cuentos de Vilches-Norat le pide que lo piense otra vez. Aquí no queda nada en pie, ni siquiera ese último bastión de la civilización tal y como la conocemos que es la relación madre-hijo. Todas las madres se han convertido, aquí, en una u otra versión contemporánea de la Llorona. Ominosos y familiares a la vez, estos cuentos parecen repetir que, aunque los crímenes del hampa se lleven los encabezados del periódico, los domésticos son siempre más letales.

lunes, septiembre 29, 2008

La ley es el negocio



Diario Milenio-México (29/09/08)
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1 Cada quién su perla
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Hay escenas del cine que uno jamás olvida. Cuando niños, asistimos a centenares de ellas cuyos protagonistas peleaban entre sí por una cierta cantidad de dinero, o un altero de joyas, o un tesoro que con alguna suerte los sacaría para siempre de pobres, aunque gran parte de ellos terminaba perdiendo todo en el intento. Era el caso de La perla, donde Pedro Armendáriz y María Elena Marqués no encontraban al fin mejor salida que echar de vuelta al río su enorme perla, cuyo hallazgo les trajo desde entonces calamidades inimaginables. La vi siendo muy niño, ya entrada la noche; me dormí preguntándome por qué, encima de perder a su hijo por causa de la joya, los personajes habían sido tan brutos de echarla al agua. ¿No había otra salida? Lo dudaba. Tuvieron que pasar algunos años para que consiguiera digerir la moraleja. Una pareja humilde que carga un tesoro tan grande como aquella perla jamás conseguiría pasar inadvertida. Hay gente que consigue borrar su rastro, no así el de su negocio.
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La cárcel está llena de historias de fulanos que llegaron ahí protegiendo su propia especie de perla. Propia porque era suya y de nadie más. Lo más difícil es librarse de las imágenes de su película, el candente momento en que aún tenían la posibilidad de salirse con la suya, la certidumbre de que cuando salgan ya no cometerán esos errores. De una u otra manera, saben que afuera aún está su perla, que hay otros miles haciéndose ricos sin que la policía les toque un pelo, que pase lo que pase, así se le combata con armas nucleares, el negocio continuará siendo negocio. Más todavía, quienes viven detrás de las rejas por ir detrás de la marmaja fácil son apenas los menos. La mayoría sigue en la calle y ninguno imagina la posibilidad de dedicarse a otra cosa mientras existan perlas a su alcance.
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2 Habla la gente decente
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Hay quienes todavía se horrorizan frente a la posibilidad de que ciertas drogas dejen de ser ilegales. Suponen que es monstruoso un escenario donde cualquiera pueda meterse lo que le venga en gana sin por ello arriesgarse a ir a la cárcel. Es cuestión de principios, alegan, no se puede dejar que el veneno circule entre la juventud, sin restricciones. El hecho es que circula, y que quienes lo venden, transportan y producen son parte de una red criminal tan extensa que nunca lograrán suprimirla, pues la clientela es fiel y las ganancias incomparables. ¿No es, para el caso, aún más monstruoso el hecho comprobado de que el tráfico y venta de enervantes constituye el negocio más próspero del mundo? ¿Esperamos que los cientos de miles que viven de él un día vean La Luz, recapaciten y se resignen a ser pobres pero honrados? Supongo que es bonito y hasta tierno creer que las guerritas se acabarán cuando los narcos, hartos de tanta pérdida de vidas, terminen por echar el huato al río y regresen tranquilos al buen camino. Siempre es lindo esperar que sea Walt Disney quien resuelva el problema.
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No menos alarmante debería parecer la majadera cantidad de recursos invertidos en perseguir a quienes al final no hacen sino ceder a la tentación de correr tras un maletín desbordante de dólares, aprovechando que el código penal luce repleto de oportunidades de negocio. Y esa, insisto, es la más grande obscenidad. La indecencia que las autonombradas personas decentes preferirían no tener que ver: delinquir contra la salud de la población es un negociazo. Quienes de él se alimentan cuentan con todos los recursos necesarios para ir hacia adelante con la chamba, empezando por la incondicionalidad de sus clientes, que ya por el hecho de serlo son asimismo perseguidos por la ley. Las personas decentes suelen ver con desprecio a los viciosos, al extremo de darlos por perdidos. Las personas decentes pueden decir ¡salud! hasta el hartazgo sin que por ello nadie se atreva a arrestarlos. Amigos entrañables de las apariencias, les basta con saber que practican un vicio legal. Duermen tranquilos nada más enterarse que nuevos escuadrones de policías han sido destinados a combatir el narco; no podrán entender, llegada la hora, cómo es que sus hijitos cayeron en los vicios proscritos. ¿Cuándo viste en tu casa esas cosas?, reprocharán, hablando antes que nada para su conciencia. Las personas decentes se tranquilizan sólo de mirarse exculpadas.
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3 Only business
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Las personas decentes se parecen a los viciosos en un detalle clave: ninguno sabe casi nada de drogas. Unos se enorgullecen de ignorar, otros creen que el saber lo da el consumo. ¿Cuántos adolescentes sueñan, un poco en broma, con el día en que sus padres acepten compartir un gallito con ellos, aunque sea sólo por comprenderlos? ¿Cuántos padres quisieran saber bien de lo que hablan cuando previenen a sus hijos contra las drogas? Lo cierto es que unos y otros no suelen manejar sino supersticiones. El adicto prefiere confiar en las palabras del marchante que en las de quienes buscan prevenirlo. Más todavía si la compra-venta se realiza a la sombra de la clandestinidad.
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Hasta hace poco tiempo, el aborto no sólo era un delito, sino un muy buen negocio. No logro imaginar a una mujer que sea feliz abortando, ni a una persona sana que sueñe con hacerse drogadicta. Más sencillo resulta pensar en hijos de vecino ansiosos de ganar dinero fácil, aunque ello los convierta en criminales sanguinarios, una vez que las leyes absurdas y abusivas abren esa ventana. ¿Es posible acabar con los negociantes sin antes acabar con el negocio? Entiendo que no exista el derecho a vender mariguana afuera de una escuela, pero encuentro profundamente imbécil que un ciudadano adulto se vaya a la cárcel por sembrarla en su casa, o por siquiera poseer las semillas. Si fuera traficante, aplaudiría esas leyes. Me escandalizaría, junto a la gente decente, contra quien propusiera derogarlas e invertir el dinero de la guerra en educación y terapia. Me felicitaría porque la ley combate a mis competidores y preserva el negocio. Me escudaría, al fin, en el viejo refrán: negocios son negocios.

domingo, septiembre 28, 2008

Breves notas dominicales, después de visitar a Jano en su versión Defeña y casado

Permanecer una noche fuera de Puebla es a veces un descanso, hay que aprender a extrañar esta ciudad. La angelópolis es bella, nadie lo duda, pero, a veces, permanecer en ella por mucho tiempo, cansa, desespera.
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El jueves pasado aprovechando la salida al Df para presentar la 2da jornada de escritores inéditos poblanos, la cual fue todo un éxito. Esta vez mi primo Jano sabía que sí me quedaría una noche a dormitar en esa ciudad tan caótica como atractiva. Él sería mi guía y su casa mi hotel. A eso de las diez de la noche nos encontramos entrando al metro por la terminal de Centro médico. Una hora, aproximadamente, en el metro del DF para poder bajarnos en la terminal La raza. Luego caminar unas cuadras para llegar a su casa, la noche había refrescado, después de la lluvia que nos recibió, la fresca noche me empezaba a acoger. Nos reportamos en casa, mi prima adoptiva Maggie estaba, ahí, con mi sobrinito Juan Carlos, un bebé hermoso. Luego pasar a un Soriana para comprar un rico vino tinto, una coca-cola y demás cosas para la cena. El reencuentro tenía que ser bien festejado, como todo buen reencuentro. La madrugada fue agradable, nos amanecimos bebiendo vino y platicando hasta las cuatro y media de la mañana. El día que ya mero empezaba iba a ser largo.
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Aunque el plan era pararnos a las ocho de la mañana, el desvelo nos hizo alargar el sueño hasta las once de mañana. Los planes cambiaron, atrás quedo la intención de visitar la plaza de las tres culturas y el memorial del 68. Ahora sólo restaba tomar un café y un pan, para salir volados rumbo a la alameda y visitar el hemiciclo a Juárez, para después pasar a la Gandhi de Bellas Artes donde mi primo haciendo caso a mis recomendaciones se compró: Las Herencias ocultas de la Reforma liberal del siglo XIX de Carlos Monsiváis, Domar la divina garza de Sergio Pitol y No será la Tierra de Jorge Volpi. Por mi parte, compré dos libros en descuento: Historia de la Guerra de México desde 1861 a 1867 de Pedro Pruneda y ¡Qué se mueran los Intelectuales! de Armando González Torres. Al termino de este nadar en libros, salimos rumbo al Monumento a la Revolución Mexicana, después treparnos al metro y tomar rumbo a la Colonia Alfonso XIII e intentar encontrar la sede la distribuidora Colofón y así darme de alta en los base de datos de prensa y así poder tener material para reseñar en mi columna. Y de regreso al metro para viajar casi una hora en éste y llegar al Politécnico Nacional, recoger a Juan Carlos y luego en metro ir a la terminal del norte a recoger a la suegra de Jano y sus sobrinas. Ahí, decidí quedarme para salir de ahí, no huía, pero la mala vibra o el cansancio que se respira en el metro me pedía partir a la hueva agradable que tiene Puebla provocada por la falta de ajetreo, me hizo salir disparado del Df rumbo a la ciudad de la eterna calma y las innumerables cúpulas.
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Y no es que me retracte y diga que prefiero Puebla al Df, pero cuando se tiene alguien a quien extrañar en la vida, mi vida, Carmen, y cuando dejas también a un nuevo compañero en casa, Cooper (raza Basset Hound), pues entonces el Df se vuelve triste y sin sentido cuando hay, en esa ciudad, tantos lugares que recorrer al lado de ella y/o en compañía de ese canino simpático, y se está entre esas calles sin poder compartir el asombro que siempre me ha causado esa ciudad tan polifacética. Puebla, sigue siendo eso, una ciudad de paso, hermosa sí, pero de paso. Mi primo me lo decía en la madrugada del viernes. En Puebla no hay trabajo, no se puede progresar, está como muerta, sin vida. El Df te da eso y más, pero también te lo cobra.
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Pero ni la estancia en el Df, tan posmoderna, ni la barroca Puebla borran el caos en el que vive este país. Escribo esto desde la lap top de mi madre, sentado en la mesita de mi cuarto, rodeado de libros y con mirada soñadora, futurista: la clásica imagen del “Che” Guevara, retratado por Korda. Hoy hacen falta líderes como esos. Vivimos el mes patrio en México, pero ningún de esos próceres que se enaltecen en la noche del 15 de septiembre que busca conmemorar al grito en pos de la Independencia mexicana, dado por el cura liberal Hidalgo, son realmente recordados, sabemos sus nombres, lo que hicieron, pero se ha olvidado el por qué lo hicieron. Igual paso con aquellos que conformaron e hicieron la Revolución mexicana. Ellos pusieron el dedo en la yaga, señalaron el mal que aquejaba, latigaba y lastimaba a esa sociedad. Ahora, sólo son escaso líderes que gritan, proclaman, dicen, hablan y bla, bla, bla, pero cero acción. No se ponen de acuerdo y sólo dividen más y más al país.
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Y para colmo de males, el odioso América le ganó al Cruz Azul y mi Puebla sigue sin levantar, al menos ya no pierde, ¿no?
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Ya mañana será otro día y sí, a veces, sólo queda la lectura y la escritura, por supuesto Carmen, para tener ganas y crees que esté mundo aún puede tener algo de bueno.