jueves, agosto 21, 2008

20 Preguntas-Jorge Volpi Director de Canal 22-(Patricia Ponce-Playboy Núm. 70)-Fragmento

Una de las televisoras culturales más importantes de habla hispana, Canal 22, cumple 15 años. Su director –el escritor Jorge Volpi– acepta que al asumir este cargo no sabía nada de televisión.
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1. ¿Sigue vigente la generación del Crack (aquella que unió escritores que buscaban romper con los temas “latinoamericanos” en la literatura)? Lo que sigue vigente, aunque un poco más viejos, son sus integrantes. Seguimos intercambiándonos manuscritos, nos vemos con frecuencia, tenemos algunos proyectos en común. Somos amigos, eso es lo que sigue vigente.
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2. ¿Es casualidad que casi todos sus miembros trabajan o han trabajado para el gobierno? Siempre hay que recordar que Nacho Padilla trabajó para Playboy (risas). Para cada uno las circunstancias son distintas. La mayoría de los miembros de crack han trabajado en lo público por distintas razones y diferentes convicciones. Yo estudié derecho y siempre me ha interesado la esfera pública. Creo en la posibilidad de que el estado intervenga en ciertos asuntos para tratar de hacer cosas que la iniciativa privada no permite.
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3. Si fuera editor, ¿cuál sería el criterio para publicar un libro? El primero es el compromiso del autor frente a su texto, la voluntad de verdaderamente explorar a fondo los problemas que se plantean, hacerlo con sinceridad y sentido autocrítico. Los criterios de evaluación siempre son difíciles, considerando que se trata de la exploración de la realidad del ser humano y no otros fines que a veces están ligados a los números, fama o el simple entretenimiento.
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4. ¿Por qué el Foro Económico de Davos lo nombró “joven líder mexicano”? En primera, creo que ya dejé de ser joven (risas: tiene 40 años). En segunda, a mí también me sorprendió, es una selección privada en la que uno no participa. En este caso es no sólo por ser escritor, sino porque soy alguien que opina de temas de interés común e interviene en la vida pública.
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5. ¿Cuál es el papel de la cultura en un gobierno de derecha? Siempre me he considerado un escritor de izquierda que trabaja casualmente en un gobierno de derecha, encabezado por la centro derecha del PAN. La cultura no es algo accesorio que sirve para entretenernos en los ratos libres, es lo que nos hace humanos y no podríamos desarrollarnos en ninguna otra esfera de la vida sin ella.

De cómo un licántropo orinó

No sabe qué escribir, pero está sentado frente a una hoja en blanco y una pluma dispuesta a disparar palabras, oraciones, párrafos, páginas, etc.
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El caos, que no la incertidumbre, lo rodea. Siente un sopor. Huele a infierno y sus acompañantes parecen ser sacados del inframundo. Todos, incluso él, son conducidos por un pastor que jura dominar todas las lenguas conocidas y por conocer.
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La fauna, digna de un bestiario, es muy amplia. Desde el que parece ser el Johnny Bravo versión mexicana hasta el que seguramente es un fiel amante de Bob Dylan (sus greñas lo delatan). Pero qué puede opinar un ser que tiene un físico tan lobezno, ni él lo sabe, pero estar en tal condición no le impide hacerle fuchi a todo aquello cuyo aspecto es nada apetecible.
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En ese corral con bancas se escucha una lluvia de ideas, palabras, que suenan a vacunas medicinales: hermenéutica, morfosintaxis, etc. Y quienes pronuncian tales, parecen haber sido infectados por los desconocidos virus. Su cara de somnolencia lo obvia.
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Mientras los demás pasan a un estado de sedimentación, el licántropo sigue dando de vueltas a la pluma, como si fuera un perro cualquiera que busca perseguir su cola a falta de tener algo más provechoso que hacer.
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Entonces, aúlla buscando invocar a las musas, pero no aparecen. No hay rastro. O quizá su olfato ya no sea tan efectivo. A nadie se le pueden ni se le deben ir las ideas sin avisar, al menos no a alguien que dice ser poeta. Rilke seguramente diría que el lobuno amigo no es un escritor. Por eso no debe extrañar al lector que el personaje entre en una crisis, extraña y particular, traducida en unas desesperadas ganas de orinar.
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Razón por la cual mira y revira buscando donde dejar su marca ya por satisfacer su amplio deseo y necesidad de pertenencia, ya por simple coraje vengativo. De pronto se topa con el Dylan mexicano, está a unos pasos muy pequeños de convertirse en un clochard a la mexicana, sólo le falta una pestilencia olfativa que haga a cualquier ciudadano de a pie cambiarse de acera, además de taparse la nariz para evitar percibir más de la cuenta el olor. Después de tener un pensamiento profundo, casi aristotélico, decide con toda la elegancia que un lobo pueda tener, alzar la pata en susodicho rockerito y marcarlo para toda su vida musical.
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Pasan las horas, ya en su cueva, medita la acción y está convencido de que dicho acto ha sido el mejor poema de su vida. Nada más sano y poético que orinar a una imitación mexicana de Dylan.

La cultura de la Universidad Iberoamericana

Diario Milenio-Puebla (21/08/08)
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El lunes pasado rindió protesta como nuevo rector de la Universidad Iberoamericana Puebla, David Fernández Dávalos. Lo avala un impresionante currículum. He visto, a través de algunos medios, que el sacerdote Fernández Dávalos ha sido el fundador de los movimientos cristianos de luchas populares. Es un hombre de gran sensibilidad que ha trabajado con niños de la calle en Indonesia, Brasil y El Salvador, además de ser miembro de la revista Christus del Centro de Reflexión Teológica.
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Sin duda, su papel será de gran relevancia en la Universidad Iberoamericana. Defensor de los derechos humanos, sabe bien a dónde va. El lunes 18, en su primer discurso como rector, declaró que las Organizaciones No Gubernamentales y los indígenas de México son promotores del pensamiento de renovación. La sola palabra renovación nos hace pensar que, sin duda, revisará –y evaluará— cada una de las áreas de la universidad, sobre todo aquéllas donde se ha manifestado descontento por parte de la propia comunidad.
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El ahora rector de la Iberoamericana dijo también que se articularán esfuerzos donde se involucrarán actores gubernamentales, ciudadanos y empresariales para la consolidación del compromiso social y sugirió volver la vista “hacia el Sur”.
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Dentro de las tareas sustantivas de toda universidad –aparte de la investigación y la docencia— está la siempre humana tarea de la difusión de la cultura y aquí aparece una interrogante: ¿qué ha pasado en esa área durante los últimos años en la Iberoamericana? Nada, sólo que se ha abandonado en manos de una persona de nula capacidad. Me refiero a Jorge Arturo Abascal Andrade, quien ha plagiado el trabajo de investigación que sobre el cuento mexicano publicó el maestro Lauro Zavala, un hecho indignante y falto de respeto, prueba de su deshonestidad intelectual. Confróntense solamente el prólogo de Abascal en el libro de las Lolitas, y el que publicó Nueva Imagen Paseos por el cuento mexicano contemporáneo de Zavala, concretamente el capítulo “100 antologías del cuento mexicano”.
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La pillada del “especialista del cuento poblano” ha sido una ofensa a los lectores. Grave, muy grave; pero más aún tratándose de quien conduce la cultura de una universidad. En su momento ofrecí entregar copias de los libros para sustentar lo que afirmo. Renuevo mi propuesta a quien así lo solicite. A mí por lo menos no se me ha olvidado ese atentado en contra de la inteligencia, perpetrado por el autonombrado erudito del cuento.
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La cultura de la Iberoamericana ha sido secuestrada (¿ésa es la palabra justa?) por este “estudioso del cuento” desde hace mucho. Ojalá –sería sano, muy sano— que esta importante área sea tomada en cuenta por las nuevas autoridades de la universidad. La sociedad lo vería con buenos ojos.
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La universidad Iberoamericana cuenta con buenos elementos, eficientes y preparados para llevar a cabo con éxito las tareas que la cultura necesita. La difusión de la cultura representa una ventana abierta, es un espejo en el que se refleja la imagen de la universidad.

martes, agosto 19, 2008

También de ti estás muy cerca



Diario Milenio-México (19/08/08)
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Conocí a Amaranta Caballero Prado una madrugada de febrero. Al amigo que en aquellas épocas se hacía cargo de mostrarme la nocturnidad tijuanense se le había ocurrido, y esto a las tres de la mañana y después de ya bastantes cervezas, que tenía que conocerla. Te va a caer bien, me aseguró. Ahora sé que no tenía la menor idea de lo que hablaba. Nos habíamos reunido temprano, eso recuerdo, y entre uno y otro sitio habíamos convivido ya con varias personalidades de la localidad que habían dejado poca huella. Supongo que fue por eso que, al filo de la madrugada, y en un lugar que recuerdo vagamente en estridentes colores naranjas, el amigo aquel recurrió a su carta fuerte: Amaranta. Salvaje. Lista. Maravillosa. La describió más o menos así. Su nombre, he de decirlo con franqueza, me provocó curiosidad. Pensé que era o una broma o una exageración, pero cuando el amigo aquel insistió –y he de decir que el amigo aquel era insistente– en que el encuentro era posible, yo sólo atiné a repetir las palabras de mi madre: uno no puede llegar a la casa de alguien sin por lo menos una botella en la mano. Llegamos, sin embargo. En todo caso: tocamos a la puerta. Ella abrió.
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Todas estas puertas.
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Recuerdo las palmeras, tambaleantes. La música: McFerrin con Yoyo Ma. El asomarse del Pacífico (que no es una cerveza). Recuerdo la incesante conversación (fueron, al inicio, tres días). El tema: la poesía. El tema: todo lo demás. Tengo la impresión de que ya esa madrugada. De que incluso entonces. Este libro aquí, completo a un lado del ordenador, ese día. Todo ya.
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No puedo escribir una reseña sobre su libro recién publicado en Tierra Adentro. Sinceramente. No puedo hablar sobre el recorrido interno que es su materia y su forma: esos párrafos que cortan y el verso que se alarga junto con la vida hasta cruzar el rectángulo de la hoja. El golpe. ¿Puedo hablar de “ella: tu semilla: tu fractura: tu grieta: tu herida”? ¿Son de verdad “los límites de una casa” lo que “da cuenta de las transformaciones? El espacio vuelto experiencia (Que tus manos. Que tu vida) y la experiencia transformada en lenguaje. Eso es un libro: esta puerta. ¿Es algo que abre? No puedo decir.
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Empieza en la infancia, se diría, pero en realidad da inicio en la memoria. Con la memoria. La experiencia no se cuenta después de todo; la experiencia se produce. Es un aquí. Lo que puedo decir es que aquí hay un fantasma (que es una niña) (que es una palabra) violento y violentado como la historia infantil. O como el lenguaje cuando representa. O como el cuerpo, cuando duele. Fuera del discurso de la victimización, pero escapando también a los impostados ecos de una siempre seductora Lolita, el golpe contra el cuerpo es también, y sobre todo, un golpe sobre el lenguaje. Con él.
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No puedo escribir la reseña pero puedo decir: la dirección de la casa es un principio de composición. De Guanajuato a Tijuana: una trayectoria íntima. El referente es lo que toca: Los trastos y su implacable manera de coincidir con manos domésticas. El embrujo de las escaleras: Fúricos enormes los pasos sobre ellas. Lo de más allá: las idílicas azoteas tapizadas de cobijas. El gran signo de los clósets. Lo que nunca no. Y lo que sí. Entonces. Tengo la impresión. Tú también de ti estás muy cerca. Del ella que es un fantasma (que es una niña) al tú (que estás aquí, frente a la mesa), el libro abre las puertas. Todas estas.
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Trastabillante y abrupta como el golpe. Entrecortada, la frase. Esporádica. La lengua. Algo como un síncope. Todo lo que sabe y, especialmente, lo que no sabe de su propio saber: la poesía. Ácida como el sabor de la sangre. “¿Eres tú, ésa, la que nunca habla?/ Me dijeron que nunca hablas./ ¿Es cierto que nunca hablas?” Característicamente. En el libro de la conmiseración no aparece la palabra llorar. En el libro aparece el destello y la aldaba y, sobre todo, la pregunta: “¿Dónde estás tú ahora?”. Y la respuesta, años después, no está en el libro sino aquí: Este sitio donde sólo tú prendes y apagas la luz. En Paseo de la Prensa y en Manuel Doblado, en la calle del Truco y en La Esperanza (calle sin número), a un lado de Playas, platicando todavía siete años después. Aquí. Riendo como entonces, aquella madrugada. Tengo la impresión, Amaranta.

lunes, agosto 18, 2008

Para colgar la macana


Diario Milenio-México (18/08/08)
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Cuando un par de desconocidos se topan en la cárcel, la pregunta protocolaria de rigor tiene que ver con el motivo de su ingreso en chirona. Para muchos se trata de los quince minutos decisivos de su existencia. Cuando las cosas todavía podían salir de otro modo, antes de cometer ese error garrafal que seguirá tiñendo los años de amargura. Aunque claro, la historia comienza antes. Debe de haber millones de caminos para pasarse al otro lado de la ley, y detrás siempre hay una novela negra. Hay sin duda motivos para volverse criminal ahí donde muy pocos van a la cárcel, o siquiera padecen la molestia de ser perseguidos. ¿Pero policía? A menos que de entrada se persiga el fin de corromperse, cuesta mucho entender, o cuando menos concebir, las razones que puede tener cualquiera para desempeñar en este país —peor, en esta ciudad— las labores ingratas del policía. Una dificultad que debería erizarle a uno la cabellera, pues si no se conciben los motivos de un guardián honesto, tampoco la tranquilidad de nadie debería poder imaginarse. Imaginemos, pues, a dos policías que se encuentran a medio cuartel y se hacen la pregunta incontestable: ¿Tú por qué estás aquí?
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La vocación. Un motivo sin duda conmovedor, por cuanto encierra de civismo y rectitud. El aspirante busca proteger al débil, al tiempo que somete a los abusivos al imperio triunfante de la ley. ¿Qué va a decir nuestro héroe si en sus primeros días como hombre de macana se ve obligado a instrumentar una redada en la que los de azul son el instrumento de chantaje de sus jefes, y de los jefes de sus jefes, de modo que de pronto se descubra cruzando precisamente las fronteras de la ley a la cual quería preservar? ¿Qué diría su familia si resultara muerto en el curso de un complicado operativo de secuestro y extorsión de adolescentes pobres? ¿Estarían orgullosos de que hubiese seguido su vocación, o lamentarían para siempre su ingenuidad?
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El respeto. No va muy lejos quien soporta la disciplina y las penurias del uniforme para obtener estatus de gente respetable, allí donde a los policías se les respeta menos que a los asaltantes. Se les detesta, en cambio, al menor gesto. Además, ya la mera intención de hacerse respetar atentaría contra la conveniencia de sus jefes, cuyos jefes de jefes no son policías sino señores licenciados, y por lo tanto están en los cielos, dictaminando a quiénes hay que perseguir y cuáles criminales son sujetos de dispensa. A su vez, los maleantes no necesitan para imponer respeto más que enseñar el plomo y soltarle unos cuantos insultos a la víctima.
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El salario. Si bien es impensable que un policía honesto compita en ingresos con la mayor parte de los delincuentes, tampoco ayuda que el monto de su sueldo resulte sarcástico. Si tomamos en cuenta la laxitud reinante en la corporación, donde las leyes no son ya leyes sino oportunidades de negocio, tendremos que tener en altísimo aprecio las virtudes angélicas de aquel que se resiste a toda corruptela, o consigue siquiera imponerse algún límite. “Ganamos comisiones”, mienten a veces los patrulleros, buscando que el cliente los crea mejor pagados y eleve la puja. ¿Cómo va uno a esperar que un condenado a la miseria le conserve a resguardo de tantos codiciosos terminales?
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La revancha. Si cuando existe un objetivo concreto la venganza es estúpida y acaso cancerígena, imposible medir sus estragos en manos de quien la lleva a cabo ciegamente. El que tomó el garrote pensando en subir ese pequeño peldaño que le permitirá mirar a sus iguales hacia abajo. Callarlos, someterlos, arrestarlos, remitirlos, mostrarles lo poquito que valen frente a él. Un rencor harto fácil de alimentar luego de soportar tantas humillaciones de los jefes y tantas caravanas a los importantes. Ahora bien, si el motivo era la revancha, no se entiende qué diablos hace el interfecto en la nómina de la policía, habiendo al otro lado tantas alternativas generosas. Y lo mismo podría decirse de la aventura: la competencia ofrece mejores condiciones.
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El poder. Debería decir: la sensación del poder. Un placebo dudoso que nos hace volver al tema del respeto. No respeta uno mucho a los uniformados que negocian la ley, pero menos aún a los inflexibles. “¿Qué se cree?”, se alebresta el ciudadano atónito a quien el policía pretende multar y no acepta arreglarlo de otra manera. Diríase que abusa de su poder, motivo más que bueno para que un ciudadano se injerte en fiera. Nos cae mal el poder, tanto que si es posible lo desafiamos en las personas de sus exponentes más débiles. Por andarse creyendo lo que no son.
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El desempleo. Una cosa es que no se consiga trabajo, y otra muy diferente que nada más por eso termine uno luchando por la justicia, regido por las leyes del supuesto enemigo. ¿Cómo no va a saber el aspirante que ingresar en las fuerzas policiacas es la última puerta disponible para quien se resiste a formar parte del hampa? ¿Quién ignora que hampones y guardianes forman parte de un mismo grupo social donde los roles son intercambiables?
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La fortuna. De todas las opciones aquí presentes, sólo ésta tiene pies y cabeza. Quienes se vuelven policías solamente pensando en hacerse ricos tienen a su disposición toda una infraestructura de colaboradores formales e informales, empezando por esos señores licenciados que tan seguido cambian de opinión, preocupados por las encuestas de ídem que les quitan el sueño del que el crimen reinante no logra despojarlos. ¿Cómo no hacer fortuna con tantos cabos sueltos, reglas guangas y criterios elásticos? Y antes de eso: ¿cómo ser policía, bueno o malo, y no estar listo para cruzar al otro lado, si de éste no se puede ni trabajar?