viernes, marzo 14, 2008

Querido blog VI (o unas líneas antes de virar mi destino)

14 de marzo de 2008, 5:42 pm
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Ayer cumplí tres años y tres meses de soltería. Qué patético recordar el día exacto cuando una mujer decide deshacerse de uno, y qué deprimente es estarlo escribiendo en un espacio que cualquiera va a poder leerlo. Una absoluta conmiseración personal. Qué ganas de dar lastima.
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Hoy fue un día diferente, por primera vez conocí a una Violetta, que no es Violetta, pero se hace llamar Violetta, un mucho por el color y otro tanto, aunque lo niegue, por el personaje. Y son de esos momentos que son agradables repetir, porque están poblados de naturalidad y no son partícipes de ese desfile de antifaces que propone Fernando Delgadillo.
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He terminado de leer El fin de la locura de Volpi, una grandilocuente novela. Una radiografía interesante del México intelectual y político antes y después de grandes eventos como el 68 de Tlatelolco y el tristemente célebre Septiembre de 1985, además del famoso fraude del 88. Una lectura amena e interesante. Por la noche empezaré con No será la tierra del mismo autor.
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No sé si regrese por la noche a escribir nuevamente.
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Se supone tengo que mantener despejada la mente y relajarme. Mañana tengo cita con el destino y no sé qué me deparará. En mi naturaleza no está ningún síntoma Violettesco, porque nací Pig y vivo como tal. Pero, a pesar de ello, mañana me aventaré de hipotético avión decidido a estrellarme, esperando sobrevivir.
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Ayer alguien me dijo que el chiste de la vida es saber mezclarse, confundirse, sin perderse. Buscar la naturaleza de un camaleón, espero encontrarla.

jueves, marzo 13, 2008

Popo

Diario Milenio-Puebla (13/03/08)
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El sábado anterior, el 8 de este mes, cuando la tarde caía, me asomé a la azotea de mi casa para reparar una avería que —involuntariamente, dijeron— provocaron mis amigos del servidor que tengo para la internet. Ahí andaban trepados en sus escandalosas escaleras rojas muy cerca de los postes. Pero yo pensé que se trataba de un desperfecto en mi cableado, lo que sucede con cierta frecuencia, así que me trepé hasta lo más alto que tengo allá arriba.
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Y en esas estaba cuando me di cuenta que el Popo lanzaba una fumarola impresionante. Sin pensarlo dos veces, bajé rápido por la pequeña cámara digital de un modelo atrasadísimo que, por cierto, no tenía baterías.
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Entonces corrí hasta la tienda de la esquina y compré un paquete de pilas “doble A”, porque lo único que por mi cabeza pasaba era conseguir una foto del Popo con su fumarola que, según el Cupreder, fue de poco más de un kilómetro.
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Lo interesante de esas cosas, de esas pocas experiencias que a uno le va dando la vida, es que al extenderse la fumarola fue formando, como si fuera intencional, una mano que señalaba primero hacia el lado de Tlaxcala y luego al infinito.
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Me vino a la memoria una mano que está adelante de la luz proyectando la sombra en la pared. Una mano como la de Dios: al infinito y más allá…
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El Sol se hallaba ya atrás del volcán, así que la visibilidad era perfecta.
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Inmediatamente pensé en lo que esas estampas del volcán, con la quietud de una tarde que se iba amortiguando lenta, pausada, pudo haber provocado en mucha gente. No lo sé. Yo guardé la foto y la mandé a todos mis contactos. Las respuestas no tardaron en llegar. Yo —lo aclaro— no soy fotógrafo. No tengo la mínima idea de la fotografía. Entonces por lo mismo me cuidé de escribir antes de enviarla algo así como esto: “estimados amigos: ésta es una foto que tomé con mi humilde cámara de pobre aficionado”. Y ya: va, la mandé.
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Una vez, en la carretera, me tocó la suerte de ver un espectáculo semejante, pero aquella vez sólo fue una fumarola pequeña que se dispersó demasiado rápido por el viento.
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Por lo que a mí respecta, ese paisaje de la memoria, ese cráter lanzando una fumarola, me hizo sentir vulnerable y triste. No sé por qué me vino a la cabeza la idea de la muerte.
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¿Alguien me lo puede explicar? Creo que no, nadie puede hacerlo. Sin embargo recibí comentarios en los que dicen algunos de mis amigos y amigas que les agradó la foto; otros muy razonables como este: “eres mejor columnista de Milenio que fotógrafo”, etcétera.
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Uno más que decía: “al ver esa fotografía destapé una lata de cerveza”. Y otro: “Gracias por hacernos apreciar la naturaleza”.
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El coloso impone, viéndolo de cerca impone. Lo tenemos acá cotidianamente y quizá pocos nos hemos percatado de su gran poder.
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No estuvo entre las maravillas naturales de TV Azteca, porque lo despreciaron. Yo no dejo de admirarlo. Y aquí lo tengo ante mis ojos todo el tiempo.

martes, marzo 11, 2008

Los conversadores profesionales


Diario Milenio-México (11/03/08)
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El conversador nace así. Los hay, por supuesto, de distinta estirpe pero la misión del conversador es siempre la misma: que la conversación siga.
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De la misma manera en que los que saben matar se contratan como mercenarios, los que saben historiar se contratan (cuando les va bien, claro) como investigadores en instituciones académicas, o los que saben manejar trabajan como taxistas o choferes, los escritores que, con frecuencia inusitada y acaso paradójica, gustan de discurrir, a veces hasta jocosamente, sobre temas varios, deberían contratarse como conversadores profesionales.
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A veces, como a Jorge Ibargüengoitia, me da por imaginar oficios imposibles.
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El conversador, se sabe, nace así. No hay otra escuela más que la práctica ni otro entrenamiento más que la interacción. Social por naturaleza y amable por afición, el verdadero conversador se sienta a la mesa y, sin imponer tema alguno, aunque sí sugiriéndolo, aborda la plática de la misma manera en que un nadador, por ejemplo, se inmiscuye en la corriente del río. Ese tipo de contacto. Ese tipo de complicidad. Sabe, también por instinto, cuando hay que agregar el chiste que evitará el aburrimiento o la decepción y cómo evadir asuntos que siempre terminarán en disputa o en un mal sabor de boca generalizado. Los hay, por supuesto, de distinta estirpe —más o menos virulentos, más o menos escandalosos, más o menos murmurantes— pero la misión del conversador es siempre la misma: que la conversación siga. Nada más. Un cuarto lleno de murmullos. El ritmo de esa cosa que se comparte y se va. Vuelo de la vocal en vilo.
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Del conversador nato, que nos alegra las cenas y nos intriga con sus conocimientos varios, al conversador profesional, no hay tantos pasos.
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Veamos la siguiente situación claramente hipotética.
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1) El Posible Anfitrión Profesional se encuentra con el siguiente anuncio en una prestigiada revista de circulación más bien restringida: “Grupo de conversadores profesionales ofrecen sus servicios para realzar sus eventos sociales. Los temas incluyen pero no están limitados a: cine contemporáneo, identidades fronterizas, amenazas ecológicas varias, las dudosas virtudes del éxito, libros recientes, cinismo hoy (con cultas referencias a Sloterdijk), filosofía francesa (con énfasis en Derrida y Cixious), El Estado Actual de Todas las Cosas del Mundo. Vestuario Incluido. Costo por hora o por evento. Contacto en la siguiente dirección electrónica: xxx@xxxx.xxx.xx”.
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[aquí se esconde el paso
del tiempo]
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2) Los que hasta ese momento han sido solamente Conversadores Natos reciben esa oferta electrónica por medio de la cual se convierten, al menos formalmente y con más titubeos que firmeza, en Conversadores Profesionales. Enfrentados de manera irremediable con asuntos éticos (¿es moralmente correcto “vender” una conversación?, ¿me transforma esto en un mercenario de la palabra hablada?), los conversadores deciden experimentar. Al menos una vez, dicen.
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3) Una no-tan-módica cantidad llevará, entonces, al grupo conversador hacia el sitio del evento. Ataviados para la ocasión, ahora todo es cuestión de diseminar estratégicamente conversaciones sobre, digamos, la teoría del caos, las identidades contemporáneas o las vicisitudes del arte y el mercado. Y cuestión de apostarse en distintos puntos del lugar para que la conversación general fluya. Cuestión de tomar la copa de martini o la flauta champañera con naturalidad mientras se discurre, con sincera pasión, incluso con encono, sobre El Estado Actual de Todas las Cosas del Mundo.
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4) ¡Ah, la satisfacción del anfitrión al escuchar, ya en el momento mismo del evento o algunos días después del mismo, que sus reuniones son amenas, sofisticadas y muy cool-tas!
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5) Y todo esto por una no-tan-módica (insisto en el negativo) cantidad que sacaría de apuros a muchos, combatiría el desempleo cultural, y promovería, para colmo de bienes, aquello de que hay que gozar de verdad con el trabajo propio.
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La idea es, por supuesto, dominguera y, por lo tanto, posible. Después de todo no fue hace mucho que oficios tan singulares como, por ejemplo, sacar a pasear una docena de perros o cuidar de gatos (y/o serpientes y/o pericos, etc.) mientras el dueño se va de viaje, parecían más producto de la imaginación de un diletante que posibilidades reales. Como lo atestiguan los parques de las metrópolis más diversas o las paredes donde se cuelgan anuncios de empleo, estos trabajos se han convertido en elementos más bien cotidianos de la vida contemporánea. Así las cosas, no debe haber mucho trecho entre imaginar células conversatorias varias interesadas en contribuir al diálogo social y ser testigo presencial de la formación de ese primer sindicato universal a cargo de proteger los derechos de los últimos conversadores humanos. Faltaba más.

lunes, marzo 10, 2008

Voto a Dios que me espanta esta grandeza…

Bajo el Sol
Por Roberto Martinez Garcilazo
Diario E-Consulta (09/03/08)
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(Fasto vulgar del político)
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Fue la semana pasada, en la sala de lectura de la Biblioteca José María Lafragua de la BUAP. La doctora Raquel Gutiérrez Estupiñán y el doctor Enrique Pérez Castillo presentaron el libro Rehén de la fortuna, el cautiverio honroso y el cautiverio infamante en la obra de Miguel de Cervantes Saavedra de la doctora Margarita Peña.
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Allí, la más destacada especialista mexicana en literatura del Siglo de Oro, acompañada de dos de nuestros más respetados académicos universitarios disertaron sobre el Rehén de la fortuna, en lo particular (los cautiverios de Cervantes en Argel y en Sevilla), y, además, por petición expresa del público, sobre la vigencia de la obra de Cervantes, en lo general (su paradójica vocación antibélica, el encomio de la libertad, la positiva ponderación de la virtud, la meditación sobre los oscuros engranajes del destino de los hombres y, ante todo, la crítica al poder).
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Cuando a esto se llegó, la doctora Margarita Peña citó el soneto Al túmulo de Felipe II, que enseguida reproduzco:
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Voto a Dios que me espanta esta grandeza
y que diera un doblón por describilla;
porque ¿a quién no sorprende y maravilla
esta máquina insigne, esta riqueza?
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Por Jesucristo vivo, cada pieza

vale más de un millón, y que es mancilla
que esto no dure un siglo, ¡oh gran Sevilla!,
Roma triunfante en ánimo y nobleza.
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Apostaré que el ánima del muerto

por gozar este sitio hoy ha dejado
la gloria donde vive eternamente.
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Esto oyó un valentón, y dijo: "Es cierto

cuanto dice voacé, señor soldado.
Y el que dijere lo contrario, miente."
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Y luego, incontinente,

caló el chapeo, requirió la espada,
miró al soslayo, fuese, y no hubo nada.
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En la sala de lectura de la Biblioteca Lafragua se dijo que esta obra expresa cierto desdén estoico de los fastos del poder, - esa grotesca gesticulación que se opone al paso del tiempo- , que es ironía ante el vulgar despliegue de poder, y, que Cervantes sigue y seguirá siendo motivo de estudio y admiración estética, no así Felipe II, el fanático, el déspota, el de la falsa virtud.
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En este libro, cuya presentación organizó el maestro Manuel de Santiago, dice Margarita Peña, citando a Buytendijk que "…hay en la novela algo dado y una disposición. Lo dado reside en el mundo, en la historia de los hombres y en las estructuras y en los sucesos, en el dominio psicológico y social del conocimiento discursivo. La disposición estriba en el modo en que el propio autor existe, en el objeto de su existencia y, por lo mismo, en cierto sentido de su antropología" Y añade: Existirá, claro, una reelaboración de lo dado y de la disposición; del mundo y de la forma que el autor la vive. De la eficacia de esta reelaboración derivará la obra genial o algún producto mediocre…
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Llama la atención el hecho de que este recurso metodológico de análisis de la obra literaria valga también para juzgar ciertas circunstancias de la prosaica vida cotidiana, tales como las hipótesis explicativas de ciertas decisiones individuales -que sólo tienen consecuencia en el ámbito personal- como de otras decisiones –las de naturaleza política- cuyos efectos incumben a al comunidad: La vida como trama literaria y el hombre como personaje de su vida. Dicho de otra manera: la teoría literaria como teoría de vida del hombre.

Hombrecillos



Diario Milenio-México (10/03/08)
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1. Fermentando el rencor
Suele menospreciárseles, y eso a menudo tiende a fortalecerlos. Dominan las diversas tácticas del despecho, en especial la que transforma el menosprecio en desprecio (duele menos el odio que la indiferencia). Pobre del miope o el desmemoriado que se cruce con ellos en un pasillo y no salude, pues no habrá forma ya de que le olviden. Tienen una memoria privilegiada cuando se trata de archivar agravios y una intuición aguda para el funambulismo. Ellos se consideran felinos naturales, pero más de uno afirma que son simples rastreros invertebrados. Los hay, al fin, de todas las tallas, pero un ojo avezado los encuentra en mitad de un parpadeo. Poco se significan, por eso mismo. Buscan la protección de un jerifalte cuyo ego se deje masajear por sus habilidades adulatorias y esa tendencia al mimetismo trepador, tan propia de ellos. De ahí el alto peligro de menospreciarlos. Puede uno declararle la guerra a un mal hombre, y hasta al peor de los hombres, pero jamás a un hombrecillo. Nadie cobra una afrenta con la saña tenaz del hombrecillo.
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Se equivoca quien piensa que el hombrecillo es necesariamente un perdedor, o un subordinado. Las cucarachas también llegan al techo y no por eso dejan de ser cucarachas. Veamos el ejemplo recentísimo del comandante Daniel Ortega, ese hombrecillo ilustre cuyas más personales mezquindades son moneda corriente entre propios y extraños. Un día, el presidente de Nicaragua rompe sonoramente relaciones con el gobierno de Colombia, para seguro beneplácito del duce bolivariano; al otro día recula, no bien su duce cambia de opinión. Por más que en sus soflamas incendiarias trata de hacerse pasar por hombre, se advierte fácilmente que el comandante ocupa cojones prestados. Ayer los de Fidel, hoy los de Hugo, mañana los del próximo jerifalte —Tirofijo, tal vez— al que le sea preciso un oficioso a modo. Un papelón para cualquier hombre, un Papel en la Historia para un hombrecillo.
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2. Se vende apodo bonito
Una metamorfosis familiar es la que hace del hombrecillo un hombrezuelo. Puesto que no son pocos los que están a la venta, y ojo: en barata. Todo aquel que se piensa un gran hombre sabe que necesita legiones de hombrecillos dispuestos a creer y hacer creer tamaña ocurrencia. El comandante Ortega cuenta con hombrecillos oficiosos como él, expertos casi todos en justificar su vida de gran burgués, amén de las ruindades y traiciones que la han hecho posible. ¿Quién, sino un hombrecillo inopinante, puede justificar que el hombrecillo mayor lance oscuras campañas llenas de las calumnias más infames contra sus ex aliados? ¿Y qué bajo respeto por sí mismo debió tener ese hombrecillo, una vez encumbrado de vuelta a la presidencia de su país, para atrasar por horas su toma de posesión y la agobiada espera de los invitados con tal de que la ceremonia recibiese la bendición del duce bolivariano? Habituados a ostentarse como los portadores naturales de las más altas órdenes, los hombrecillos tienen una noción elástica de soberanía, por eso la defienden con garras y colmillos ante cualquiera que no sea cliente.
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Entre las ocurrencias más abyectas del lambiscón se cuenta esa tendencia asquerosa al sobrenombre adulador. Raudos y maliciosos, casi siempre malévolas caricaturas verbales, los apodos existen para el sarcasmo de propios y extraños, y con cierta frecuencia sirven para hacer de un amigo un enemigo. Deformar la naturaleza cabulera de los apodos y transformarlos en elogios baratos es quehacer de hombrecillos abyectos y cortesanos de piruja estofa. Los vemos en los mítines políticos, haciendo hagiografía en el micrófono para hablarle a la multitud fidelísima del gran hombre que está a punto de iluminarles con sus palabras. “El abuelo sabio”, llama Evo Morales a Fidel Castro, insinuando que tras sus dotes de agitador callejero se oculta en alma tierna y cortesana de un hombrecillo lambiscón.
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3. Don’t hombrecillo me
Según afirma el duce bolivariano, George W. Bush —ese hombrecillo ex briago y ex putañero que ahora va por la vida con la cruz en alto— es el demonio, tanto que su presencia deja un rastro de azufre. ¿Qué hombrecillo, por renacido al cristianismo que se jure, no se mira adulado cuando alguien lo confunde a propósito con la instancia más alta del inframundo? A saber si no Bush en el fondo ve a Chávez como su hombrecillo, igual que Chávez elegiría antes a Rajoy que a Zapatero, a quien desde sus botas de mandón millonario le considerará un hombrecillo. Pues como todas las clasificaciones humanas, la de hombrecillo es meramente relativa. Nunca sabremos quiénes nos han puesto en su lista de hombrecillos, como no lo sabrán los de la nuestra. Víctima del complejo que le escuece por dentro, el hombrecillo insiste en ignorar la entraña democrática del menosprecio (pues de éste al menos hay para todos).
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Abundan los mandones habituados a pensar que quienes no llevamos pistola o guardaespaldas estamos destinados a vivir y morir como hombrecillos. Capos, sicarios, narcos, asesinos, lenones, secuestradores, tiranos, demagogos, torturadores, genocidas: suman varios millones y a sus ojos yo debo de ser una cucaracha. Ahora bien, me tienen que matar para demostrarlo, y ni así lograrían los eventuales matones evitar encajar en las clasificaciones más sensatas como meros remedos de hombrecillo, peones entre los peones de un ajedrez voraz conducido por adversarios cocainómanos. O petrodependientes, que son parecidos.
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La cocaína es al hombrecillo lo que el petróleo al duce bolivariano, que por su intercesión va repartiendo dólares entre los hombrecillos del continente. Dinero nuevo y fresco que transforma a hombrecillos en hombrezuelos. Me zumba una palabra: mujerzuela, pero temo que viene corta a estos propósitos. Las mujerzuelas conocen dignidades que el hombrezuelo no ha escuchado nombrar, y pocas son las que antes fueron mujercillas. De hecho, no sé qué sea una mujercilla, conozco en realidad a muy pocas mujeres capaces de llenar los zapatos o el diván del hombrecillo, y ninguna las botas de Daniel Ortega. Para bien y descanso de todos.

domingo, marzo 09, 2008

La voz que no está

Hace un mes, justo antes de salir a las vacaciones de verano, en una de las aulas abandonadas de la preparatoria puedo jurar que tuve el sexo más tremendo del mundo. Roberto es tan experimentado, los cinco años que me saca de diferencia creo si han servido de algo. Es un poco tonto, cierto. No puedo negarlo. Aún juega a las luchitas como si estuviera en la primaria, el colmo sería verlo jugar a la guerra con una pistola friccionaría creada por su mano. Lo peor de todo, es que es capaz. Pero sus manos lo borran todo, acarician de una manera que no puedo describir. A pesar de que abarcan mis diminutas, pero firmes bubis; no lo hacen con brusquedad, si no lentamente. Y si a esa ternura le agrego la adrenalina que me provocaba el peligro de ser descubiertos, la sensación aumentaba más. Supongo que es la misma cosa que ha de sentir un asesino cuando se encuentra apunto de finalizar su fechoría en algún lugar público. Quizá eso expliqué el por qué existen tantos violaciones y asesinatos.

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Hoy es el regreso a clases. Empieza el quinto semestre de preparatoria y nos han avisado que la profesora que nos daba literatura se ha jubilado. Entonces algo inimaginable sucedió o tal vez no tanto. El Director fue a presentarnos al nuevo sustituto. Dijo que se llama Ignacio, que ha publicado cuentos en diversas revistas del país y que hace unos años estudió en la misma preparatoria a la que ahora asisto. El tal Ignacio realmente es equis, ni guapo ni feo, vaya ni siquiera simpático. Se cree un sabelotodo. Nunca creí que mi sueño de saber jubilada a esa bruja se volvería realidad tan pronto. Pero tampoco espere que la fueran a reemplazar con un páyasete de tal calaña. Caray, ni la pendejita de Lorena me caía tan mal como nuestro nuevo profesor. Sin embargo, hay algo que me llama mucho la atención de él. No sé qué.

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Ya van tres meses de clases con nuestro nuevo profesor, que prefiere le hablemos de tú. Según lo intimida más el trato de usted. Tengo que reconocer que sabe mucho de literatura, aunque me sigue cayendo mal. No puedo creer que odie tan fervorosamente a Edgar Allan Poe, tanto que me fascina a mí. Si me gusta leer es gracias a los cuentos de Poe que me regaló alguna vez mi padre. Es inaudito, no puede despreciar a Poe, así porque sí. Si al mismo Roberto, que no pasa de comprar revistas de viejas semi-encueradas, dice que a mi me ama, que a ellas sólo se las quiere coger mentalmente, goza de las tardes de sábado cuando recostados en el sofá de mi casa, le leo algún cuento de Poe.

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Falta poco para salir a las vacaciones de diciembre. Ignacio propuso en el salón un intercambio de libros. Qué cursi, pero al menos no tan estúpido como el intercambio de tasitas, boxercitos o tanguistas. Él también entro en el intercambio. Me va a dar un libro a mí según el papelito y el gasto es mayor de ciento cincuenta y menor de doscientos. Libre elección y el día pactado es el dieciocho de diciembre.
Ha llegado el dieciocho de diciembre y él me ha regalado dos libros, uno de corte policíaco: A sangre fría de Capote, cuya dedicatoria decía: para que leas una verdadera novela basada en hechos reales, la ficción de Poe, es buena, pero es más difícil hacer que la ficción se confunda con la realidad, y otro de un autor cuyo nombre se me hace muy raro: Nabokov, según dice el libro, y Lolita es el título, a este sólo le escribió: Aquí la historia de una niña que como el propio autor dice: “tiene una piel suave como el marfil”. Los libros se ven prometedores, espero leerlos en estas vacaciones.

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En viernes tres de enero y en tres días regresamos a clases, es otro semestre, el número seis y último, después la Universidad. Aún no sé qué estudiar. He terminado de leer el segundo libro que me regaló el maestro Ignacio, es fascinante. Una niña de unos trece años enamorada de un profesor que vive en su casa y que le triplica la edad. La niña es sensual y tierna, creo es propio de la edad. Ahora entiendo por qué mi padre me protegía tanto a esa edad. Seguramente temía que me pasará lo mismo que a esa niña. Lastima que no paso, hubiera sido tan extravagante esa experiencia. El de Capote o lo he leído, su dedicatoria se me hizo demasiado retadora. Quién se cree para hablar así de Poe.
Ayer me vi con Roberto creo me he empezado a aburrir de él. No estoy segura, pero sus caricias ya ni siquiera me gustan. Espero sea tan sólo una etapa. No me imagino mi vida sin él, sería tan aburrida. Quizá sea la sensación de haberlo visto todos los días. Seguramente al regresar a clases y volver al ritmo de antes, de vernos sólo los fines de semana, todo vuelva a la normalidad.

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Ya van dos días de haber iniciado las clases. Me fascinan los temas que vamos a ver. Erotismo es por el que más curiosidad siento. Ignacio nos ha prometido ver a escritores que dice son buenos: Sade, el que más recuerdo entre los tantos que nombró y dijo que también veríamos el de Lolita. Pienso proponerle que me de chance de exponer sobre el tema que trata el libro. Me gustó mucho. Roberto dice que a eso se le llama proyección. No sé, quizá tenga razón. Su mayoría de edad casi siempre impone. Pero mejor debería preguntarle a Ignacio, al fin y al cabo, él sabe más sobre esta materia. Roberto lo único que ha leído son los libros de texto que le dieron en la escuela.

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Vienen las vacaciones de Semana Santa y el sexo con Roberto es más aburrido de lo que creí. Sus caricias nunca tuvieron gracia. Me excitan más las escenas que leemos en las clases de literatura de Ignacio que los bruscos besos que me da Roberto. En lugar de besarme, parece que me quiere comer como a una hamburguesa. Puede ser que ayude mucho la forma con lee Ignacio los fragmentos eróticos, le pone tanta pasión que es imposible no sentir.

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Por fin encontré la definición exacta para expresar lo que últimamente significan mis encuentros íntimos con Roberto. Ignacio en la semana después de las vacaciones santificadas, nos leyó unos poemas de un tal Bukowsky. Sólo habla de coger con viejas. De tratar a la mujer como un objeto y no como una persona. Creo siempre he sido eso para Roberto. Inclusive tiene más privilegio en Bukowsky el acto de tomar cerveza que el de tener sexo con una mujer. Al menos eso he entendido. Pobre poeta borracho y pinche novio caliente el mío, seguro serían amigos del alma si se hubieran conocido.
Mañana le pediré tiempo a Roberto. Mi madre me dijo que los borrachos siempre son mala influencia en la vida, y que todos los borrachos también son mujeriegos.

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No fue difícil pedirle distancia a Roberto, lo asumió con demasiada naturalidad. Dijo que no había ningún problema que entendía y me iba a esperar el tiempo necesario. Sin embargo, me siento vacía. No tengo ganas de ir a clases, pero tampoco me quiero perder mi clase de literatura. Ignacio confía mucho en mí, tal vez sea por mi excesiva atención que pongo a su clase. Lo mamoncito no se le ha quitado, pero su dulce y sensual voz es lo que me agrada, al menos cuando leemos textos eróticos.
Leímos a un autor que dicen es bueno, solía llamar Julio Cortazar, está bien muerto. No recuerdo cuantos años, pero lleva demasiados. Subraye un fragmento que me gustó demasiado: “…entonces había que besarla profundamente, incitarla a nuevos juegos, y la otra, la reconciliada, crecía debajo de él y lo arrebataba, se daba entonces como una bestia frenética, los ojos perdidos y las manos torcidas hacia adentro, mítica y atroz como una estatua rodando por una montaña, arrancando el tiempo con las uñas, entre hipos y un ronquido quejumbroso que duraba interminablemente.", está ubicado en la página 153 y pertenece al capítulo 5 de una novela que tiene el nombre de un juego de niños: Rayuela, según dice una anotación en las copias de los fragmentos que nos dio Ignacio. Cuando lo leyó, no sé si fue coincidencia o al propósito, pero lo hizo cerca de donde yo estaba, sentí que se dirigía a mi. Si no fuera mi maestro en ese momento me hubiera parado a darle un beso. Hace tiempo que su voz me viene causando una sensación extraña, novedosa. Hoy fue la culminación. Su voz me enamora. Él no lo se ha de imaginar cuánto, porque creo para él sólo soy una alumna más. ¿Y sus sonrisas hacía mí no significarán nada? Espero que sí, sería como revivir lo escrito por Nabokov.

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En la noche me hablo Roberto, dice que ya casi es mayo y sigo sin darle alguna noticia mía. Que ya no sabe qué hacer sin mí. Dice extrañar cada parte de mi cuerpo. Hasta tuvo el atrevimiento asqueroso, aunque un poco sexy tengo que reconocer, de contarme cómo se masturbo una de sus tantas noches de desesperación mirando una foto mía en la que aparezco en bikini. Su relato se me hizo un poco innecesario, pero me hizo sentir una sensación de poder, supremacía sobre él.
Desde luego, le pedí perdón y le dije que ayer soñé con él, obvio que le mentí. Realmente mi sueño era con Ignacio. Me lo imagine acostado en mi cama leyéndome algún fragmento literario, mientras yo lo empezaba a desvestir lentamente.

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Mañana se termina el curso y temo que mi vida se vuelva inmensa e invariablemente aburrida. Roberto ha dejado de buscarme, creo se canso. Ignacio nos agradeció la oportunidad de haber podido trabajar con nosotros y que ojalá y mantuviéramos el contacto todos con él, que le mandemos mails para contarle de México, pues en un mes se irá a Alemania a estudiar una maestría en filosofía nietzscheana.
No aguante más y le escribí una carta excesivamente sincera. Le escribí que lo amaba, que soñaba con él y que su voz me provocaba muchas sensaciones que ni yo entendía.
Nunca me respondió. Seguramente me tiro a loca, o pensó: otra más que cae.
Al mismo tiempo que Ignacio se va a estudiar a Alemania, yo ingresaré a la Uni, me decidí por arquitectura, dicen que es lo más cercano a la escultura, bueno según mi padre.
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Qué curiosa es la vida. De mi vida salió un Ignacio, pero ha llegado otro. Este sí tiene cuerpo, cara bonita y viste bien. Al igual que Roberto es un poco tonto, pero no tiene vicios o al menos no tan marcados como Roberto. Lo malo es su voz, tan sin chiste. Tenemos más de un mes saliendo como amigos. Pero ayer me dijo: Claudia me gustas demasiado y una chica como tú, o sea yo, es difícil de encontrar. Dijo que mis labios se le antojan por la frescura que irradian. Si supiera que han besado ya bastantito. Le dije que sí, es obvio que seré su primera novia. El pobre temblaba como venado bebé cuando empieza a caminar. No podía ni verme a los ojos. A lo más que atinaba era a acariciarme la mano, que tierno se me hizo, pero asqueroso también, la mano le sudaba, parecía que traía al mismísimo diluvio en su mano.

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La ventaja de este Ignacio es demasiada. Es inexperto en el sexo, así que por fin puedo tener el control absoluto de la situación. Podré enseñarle cómo acariciarme: con la brutalidad con que lo hacia Roberto, agregando la dulzura con que leía mi primer Ignacio.La voz sigue siendo el inconveniente. Pero si la literatura es capaz de hacer sentir lo que Roberto no pudo lograr, seguramente el recordar la voz de Ignacio I me haga disfrutar más el sexo primerizo y dulce con este mí Ignacio II.