jueves, enero 17, 2008

De hueva nuestro país donde Nunca pasa nada.

Los días, todos, son iguales. Ir y venir en horarios determinados a la facultad donde uno permanece, ya no por convicción, sino por orgullo, tanto tiempo invertido no se puede aventar a la basura así porque sí.
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Mientras uno se deja encapsular por el tiempo. Marioneta empieza a ser la profesión más segura a la cual uno puede aspirar. Es sencillo y triste a la vez, sólo consiste en comportarse como una maquina que actúa bajo programación, apuntar números y letras, según lo indique un tercero. Es una solución muy rápida y amena, útil para evitar todo tipo de preocupación. Estar alerta y con los sentidos en su máxima expresión, y usando al pensamiento como bandera de vida, es inconveniente. Porque la realidad es tan maldita que al estar alerta, uno sólo busca amargarse más y más. La vida con su ritmo te vuelve un ser infeliz.
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Todo es negro. Las cosas agradables y buenas, se han convertido en un Santo Grial, se cree o se tiene la de fe de que existe, pero nadie lo ha visto, y quien jura tener felicidad, ni la presta ni la enseña, sólo crea fantasías y codicias alrededor de ella.
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México cada día se pudre más. Y no tenemos la capacidad para detener el efecto. Cada día hay más descabezados. Ya ni el deporte se puede disfrutar y para prueba lo denunciado por Ana Gabriela Guevara, por mucho nuestra deportista más importante que hemos tenido a lo largo de la historia mexicana deportiva, que decidió retirarse porque nadie quiso atenderla. Incluyendo al pendejo ratero y puto mocho Calderón.
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Y para colmo de males en estos días Carmen Aristegui, lo único que valía la pena en radio, fue expulsada por la puerta trasera del noticiero que condujo por cerca de dos años. Según que por problemas editoriales en la forma de manejar el noticiero. Pero los que saben de esto, enarbolan la idea de que se trata de un asunto más de violación a la libertad de expresión.
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Pero estás cosas sólo pasan en México. La lucha de los justos es tan interesante como ver un día entero el programa de Barney, el dinosaurio rosadamente puto.
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En fin ya ni llorar ni reír y mucho menos mentar la madre sirve.
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Nos seguimos leyendo, y si por aquí pasa una chica guapa, sería agradable saber sus datos personales, para después ir por un café.

Simulación cultural y desigualdad social

Sin alfabetización no hay política cultural (1ª. Parte).- Por Roberto Martínez Garcilazo (Diario E-consulta-Puebla 17/01/08)
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Para Spencer, Q. E. P. D.
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Después de conocer el texto de la presentación del Programa Nacional de Cultura 2007-2012 que leyó Sergio Vela, en el Museo Nacional de Antropología, el pasado 10 de diciembre del 2007, surge la certeza de que estamos ante un vergonzoso caso de simulación cultural.
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Ese día, frente a su jefe, y después de citar nerviosa y demagógicamente a Jaime Torre Bodet -La patria es continuidad y nosotros obreros de su grandeza- Sergio Vela expuso lo que chabacanamente llamó la índole y el sentido de sus aportaciones a ese gran esfuerzo histórico por la cultura.
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Verdades a medias, mentiras completas y jerga de burócrata cultural fueron sus palabras: mecanismos de participación ciudadana… consulta popular… ejercicio de reflexión… diagnóstico cultural… planeación estratégica… agenda de prioridades… ampliación de la cobertura cultural… etcétera… etc.
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El objetivo central del Programa Nacional de Cultura 2007-2012, según Sergio Vela, es situar a la cultura en la búsqueda del desarrollo humano sustentable como objetivo nacional, es decir, convertirla en un poderoso factor del desarrollo.
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Y las tres estrategias cardinales para alcanzar lo anterior: fortalecimiento de las instituciones culturales; puesta al día de la infraestructura cultural nacional; y gestión corresponsable de la cultura.
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No hay una idea rectora. No existe una propuesta de nación. No hay la postulación de un perfil ideal de ciudadano. No existe pasión cultural alguna de ese aburridísimo documento.
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En cambio, lo que abunda es la bastarda obsecuencia oficial para con la plutocracia, tan de moda, que hoy bajo el nombre de promoción del mecenazgo pretende privatizar el patrimonio cultural en franca violación de la Constitución de la Republica que confiere condición pública a los servicios educativos y culturales que provee el Estado.
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Por otra parte, el agotamiento del actual modelo oficial de gestión cultural (sustentado en la organización de espectáculos, en el eurocentrismo, y en la desvinculación de las labores educativas formales) exige de una revisión conceptual y operativa que beneficie a las clases populares, no a los empresarios ni a los magnánimos millonarios.
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Para que sea liberadora, para que enriquezca críticamente la condición ciudadana de los electores de la República, debemos partir de la idea de que la cultura forma parte de la educación.
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Coincidiendo con Adolfo Castañon, afirmo que es imposible concebir y ejecutar política cultural alguna, si está divorciada de la política educativa.
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Si, como es público y notorio, la educación en México está en bancarrota luego entonces también es un desastre nacional la cultura.
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Porque es innegable que existe una relación orgánica entre el nivel de aprovechamiento escolar y la capacidad de apreciación estética. Las capacidades de razonamiento lógico y de pensamiento abstracto son las herramientas para la contemplación artística.
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Según cifras de la UNESCO en México se lee un promedio de medio libro por habitante al año. Esto nos coloca en el penúltimo lugar de una lista de 108 países. Por otra parte, de manera complementaria, apuntemos que los datos del Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes 2006 (PISA), perteneciente a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) dados a conocer a finales de 2007 establecen que en tres años, entre 2003 y 2006, los estudiantes mexicanos superaron la media en matemáticas.
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Sin embargo, en los rubros de lectura y ciencias la media descendió. De acuerdo a las cifras de desempeño en la escala global en ciencias, materia a la que se le dio énfasis en 2006, México ocupa el lugar 49 de los 57 países participantes con una media de 410.
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Situado justo arriba del límite, entre los niveles 1 y 2, México está en la frontera del mínimo nivel adecuado para desempeñarse en la sociedad contemporánea.
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Según la descripción genérica de los niveles de desempeño, el nivel 1, junto con el nivel 0, son niveles de desempeño insuficientes para acceder incluso a estudios superiores.
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Para ilustrar la gravedad de la situación consignemos que en la escala internacional de aprovechamiento educativo Finlandia encabeza la lista con 563 puntos y México la termina, es el último de los 32 países de la OCDE, con 410 puntos.
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La verdad salta a la vista. Una política cultural que no considere la realidad educativa será sólo simulación cultural.
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¿La patria es continuidad? –Si, pero del desastre.
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¿Somos los obreros de su grandeza? No. Será, acaso de su miseria.
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Aunque en la repartición de las culpas, sin duda, la mayor de ellas será para el burócrata que se ha constituido en pernicioso obstáculo institucional para la política pública cultural.

Para Guillermo Spencer


Diario Milenio-Puebla (17/01/08)
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Debió de haber sido casi al finalizar el año de 1978, durante el segundo periodo de Luis Rivera Terrazas como rector de la Universidad Autónoma de Puebla, que se contrató a Mario Orozco Rivera (el último de nuestros muralistas, como él mismo decía) para que diseñara y pintara un mural que cubriera la bóveda y las paredes de la Sala Carlos Marx en la Escuela de Filosofía y Letras.
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Sobre la 3 Oriente transitaban los autos y los camiones y a los alumnos se nos dificultaba a veces escuchar con claridad a los maestros. Así fue como en 1981, a través de las gestiones del rector Rivera Terrazas con el ayuntamiento, la calle se hizo peatonal y se sembraron los frondosos árboles que hoy encontramos a la mitad de la calle, entre la 4 y la 6 Sur, a un costado del Edificio Carolino. Inmediatamente después esa calle fue –y es— la Plaza John Lennon.
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El edificio que albergaba a toda la comunidad de Filosofía y Letras es el San Jerónimo. Casi toda la parte de abajo la ocupaba la Escuela de Psicología, quienes finalmente y debido a su crecimiento natural se quedaron en el San Jerónimo. Arriba cabían, en los pequeños cubículos, los pocos alumnos que se inscribían a Filosofía, a Letras o a Historia, una comunidad realmente mínima.
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En el San Jerónimo, subiendo los escalones de cantera, en la parte alta y a mano derecha se halla la Sala Carlos Marx. En realidad no sé si se siga conociendo con ese nombre, porque con el tiempo pasó a ser biblioteca.
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El mural lo terminó Mario Orozco Rivera. Ya no recuerdo la fecha en que lo concluyó, pero es un mural que tiene como tema la conquista y la fundación de la ciudad de Puebla. Es enorme e imponente; por lo menos en aquel tiempo me lo parecía.
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De todo esto me acuerdo porque el colaborador de ese mural, quien trabajó cerca de Mario Orozco, fue Guillermo Spencer Moya. También colaboraron Nuria Castells y José Arenas, el Pepe, el “Pepe Man” como cariñosamente lo conocemos.
-El domingo anterior, el domingo 13 de enero, me dieron la ingrata noticia de que Spencer había muerto. Lo he lamentado y lo primero que se me vino al recuerdo fue el pasillo de la Escuela de Filosofía y Letras y Guillermo Spencer removiendo las pinturas pacientemente, hasta alcanzar los tonos adecuados.
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Egresado de San Carlos, Guillermo Spencer trabajó durante muchos años en el departamento de diseño de la Universidad Autónoma de Puebla. Fue grabador, pintor y caricaturista. Siempre tenía una nueva idea que defender en su cabeza.
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El mural de Mario Orozco que permanece en la ahora Facultad de Psicología tiene algo de él, mantiene su huella.
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Va desde acá un abrazo cariñoso a Nuria, a Mariano y a Pablo.
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Descanse en paz nuestro querido amigo Guillermo Spencer, quien sólo se nos ha adelantado un poco en el viaje. Allá lo alcanzaremos, de eso todos estamos seguros.

martes, enero 15, 2008

Dar la cara



Diario Milenio-México (15/01/08)
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Pocas cosas tan extrañas como ver un rostro. Es fácil bajar la vista cuando, entre el maremoto de presencias que obnubilan el contacto interfacial en la vida cotidiana, emerge, desnuda y abierta, vulnerable y promiscua, la cara. En el rostro es que el ser humano está más desnudo, escribió tantas veces el filósofo Emmanuel Levinas. Ante su presencia es fácil experimentar el escalofrío, de clara raigambre platónica, y sus acompañantes: el espanto y el sudor. Nunca nadie está preparado para tal visión y, simultáneamente, pocas cosas son más esperadas que ese espacio de intimidad cuatro-ojos, como lo denomina Peter Sloterdijk, del rostro que ve otro rostro: del rostro que, viendo, se sabe también mirado. Ya con la lujuria efímera del que captura una faz al pasar por la calle o ya con el cuidado medroso del amante que se pierde una y otra vez en una cara que conoce y al mismo tiempo quiere conocer, la mirada que se topa con la superficie de un rostro no tiene otra alternativa más que entrar en él —en la rasgadura del rostro, en la vulnerabilidad del rostro— produciendo ese espacio de alterada intimidad que, según Sloterdijk, es definitivamente redondo.
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En Esferas, esa triología monumental en la que Sloterdijk se dedica a explorar la redondez con espesor interno que es un dónde particular, un espacio vivido y animado y compartido dentro del cual, y entre las cuales, florece, cuando así pasa, la vida cotidiana, el filósofo alemán asegura que es “por la apertura del rostro —más que por la cerebralización o la formación de la mano— que el hombre se convirtió en animal abierto al mundo o, lo que importa más aquí, abierto al prójimo”. El rostro es una puerta. El rostro conecta, sin remedio. Un hacia-afuera: el rostro. Un hacia-ti. De ahí que “los rostros humanos se crean en cierto modo recíprocamente; florecen en un círculo oscilante de apertura lujuriosa recíproca”. No por nada en el párrafo con el que cierra la introducción de la triología se dice: “Si hubiera, pues, de colocar mi lema a la entrada de esta triología éste habría de rezar: Manténgase alejado quien no esté dispuesto de buen grado a elogiar la transferencia y a rebatir la soledad”.
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Acaso por eso retraer la cara, esconder el rostro, se ha convertido en signo de cobardía o pusilanimidad. Ante la falta de agallas aparece, con razón, el reclamo furioso que azuza a dar la cara y no son pocas las ocasiones en que se conmina al canalla a encarar los hechos. Hablar con alguien cara a cara suele ser cosa seria. Porque la cara, esto también lo decía Levinas, la cara requiere. La cara clama. La cara, por el mero hecho de existir, precisa de una respuesta: ésta: la presencia: “el movimiento gratuito de la presencia”. ¿Y cómo no pensar en los rostros que tan bien supo capturar (¿inventar? ¿producir?) la lente de Ingmar Bergman en esa película inolvidable que es Persona? ¿Cómo no creerle a Liv Ullman cuando declaraba que su rechazo a la cirugía plástica se debía a la curiosidad que tenía de ver el rostro que dios tenía reservado para ella en su vejez? ¿Cómo no recurrir al recuerdo de las caras de los campesinos mexicanos que a bien tuvo reinventar Francisco Vargas en El violín, su ópera prima? En un movimiento paradójico que enuncia el retraimiento pero encarna la apertura, en esa aparente contradicción que consiste en volverse visible precisamente ante la oscuridad: ahí está la poesía. Ahí está el dar más ineludible y el más radical: la cara que se abre. Acaso el ser de la poesía no consista más que en dar la cara y, de ser necesario, en ofrecer la otra mejilla. La poesía no se impone, decía Paul Celan, se expone. Pero esas son cosas menores. Porque encarar, es, sobre todo, encarar a la muerte. Colocarse en pos de lo desconocido o, lo que es lo mismo, lo oscuro. En esa actitud ética y estética de la exposición que abre y, al abrir, vulnera, ahí donde surge con singular apremio la certeza de que la muerte, independientemente de su circunstancia, es una violencia, ahí, en ese camino, tanto el rostro como la poesía van solos. Están solos.
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“La interfacialidad”, sin embargo, y esto también lo decía Sloterdijk, “no es sólo la zona de una historia natural-social de la afabilidad. Desde tiempos muy tempranos la historia de los encuentros con el extraño fue también una escuela visual del terror…la máscara es el escudo facial que se levanta en la guerra de las miradas”. Y la máscara bien puede ser un artefacto que, sobrepuesto al rostro, atrae o repele; pero igual puede ser un gesto que, nacido de las facciones mismas de la cara, espanta o lacera. A veces, en esas tristes ciertas veces, el rostro sólo se abre para mostrar el candado que lo conforma. A veces, en esas vergonzosas ciertas veces, alguien se burla y, por hacerlo, le ve la cara al otro, sin consecuencias, sin ambición. Sin marca. Y están también las otras veces, esas mal habidas ciertas veces, esas arteras y canijas ciertas veces, en que cartera mata carita, ciertamente. Ni modo, hay cosas, como decía un amigo, hay cosas que ni que.

lunes, enero 14, 2008

El paso de los megas



Diario Milenio-México (14/01/08)
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Del tamaño del muerto es el revival
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Es curiosa esa propensión decimal a contar los períodos a partir de ceros. Definimos estilos, sentimientos y logros de acuerdo a décadas, siglos y milenios, debemos de ser muchos los millones que esperamos y de hecho empujamos los cambios a partir del arribo de uno o más ceros. Como si hubiera la oportunidad —y a partir de ella la responsabilidad— de renovar estilos y preferencias, pues a pocos les gusta que los señalen como estancados en otra década. Bastan dos años del nuevo periodo para que el anterior comience a parecer patético, como lo es el recuerdo de la niñez en el comienzo de la adolescencia. Entregarse al idilio con una nueva década —o siglo, o milenio— supone recibir una infusión de vida que evoca, aunque de lejos, la frescura de los primeros amores, cuando toda la música que sonaba en la calle parecía compuesta a la medida del hechizo en turno. El amor de mi vida, decía uno.
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Amistarse al extremo de la pertenencia con un determinado grupo de años supone enemistarse con otros, a los cuales se mira como antípodas. Quien vivió los ochenta con pasión debió hacerlo a despecho de los sesenta, que a su vez subvirtieron los estándares propios de los cuarenta. Cuando una década tiene la suerte de brillar por razones consideradas cool en su momento y parias a partir de su oficiosa estigmatización, ésta promete ser a tal extremo ruda en sus desdenes que ya entonces anuncia un revival no menos calcinante. Hará hoy siete años que un devoto tardío de los años noventa me aseguró que los ochenta habían sido en tal modo espantosos que nadie iba a poder recordarlos sin revolcarse de la vergüenza. Y ahí está la cuestión con el revival, cuyas funciones típicamente afrodisiacas valoran altamente a la vergüenza. Que ni hablar, es cachonda.
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Alta indefinición
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“¿No vibras la energía?”, me preguntó una chica con carita de iluminada cyber a las siete de la mañana en el Ajusco, durante un ancho rave donde quien aspiraba a sentirse normal tenía que meterse mucho más que una mojigata bebidita energética. La recuerdo gritando entre dos grandes baffles, que al retumbar debían de alborotarle las hormonas recientemente sensibilizadas por efecto de alguna tacha con gran poder de convincimiento. Supongo que tenía que haberle respondido preguntando si no sentía la energía que a esas horas irradiaba mi cama, en cuyo caso habríamos llegado a un arreglo, pero me limité a plantarle esa jeta ochentera correspondiente a la del animal urbano que incluso a medio cerro se pregunta por qué no hay mesas y meseros. ¿Por qué exagero? Porque prendo un canal de videos en high definition y observo que esa osada tecnología me transporta a un lugar curiosamente afín a los años ochenta. Veo un video del nuevo álbum de Pink con una nitidez ideal para ofrecer sabroso banquetazo al rumiante voraz que habita en la añoranza. Pues ella también tiene high definition, y de hecho con mejores efectos especiales.
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Como tantos, no conseguí amistarme con los años noventa por sus fiestas, ni por sus vibraciones, sino por el arribo de internet, que realizó el milagro de transformar en monjas a tantas putas. Sin embargo, no pocas veces fui acusado por amigos cercanos y noventeros de perpetrar mi sitio en internet con una delatora estética ochentosa —que es el término-estigma usado en estos casos—, si bien con un sentido de la ironía que cuando menos, creo, les permitía aún dirigirme la palabra, como una deferencia especial.
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As bytes go by.
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Afortunadamente los tiempos no regresan. Ni parecen posibles, a la distancia. Cuesta trabajo creer que a estas alturas haya degenerados capaces de afirmar que existió vida antes del fax y el e-mail. Las historias de un mundo en el que los apuntes escolares se copiaban mano porque no había copias fotostáticas pertenecen ya al repertorio de los nuevos abuelos, que han corrido como una carrera con obstáculos el camino que media entre el Atari y el Wii, que equivale a la diferencia entre asistir a una película de ciencia ficción y despertar un día dentro de ella. Los ochenta llegaron acompañados de la primera prótesis recreativa, conocida ya entonces como Walkman. Cada uno de los adminículos personales que le han seguido no ha hecho sino colaborar al feliz ensimismamiento que hoy día ya se mide en pixeles y gigabytes. Que es como al fin medimos el paso del tiempo. Rara vez olvida uno cuándo compró una prótesis.
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Al principio de los años noventa, tenía una computadora sin disco duro cuya capacidad total —dos floppies— equivalía a un tercio de canción en formato mp3. Luego compré otra con doscientos megas de memoria que no me imaginaba en qué podía ocupar. Hace nueve años tuve el primer celular, si hoy lo viera me torcería de risa. ¿Cómo no iban a parecer novedosos los ochenta, si para recordarlos hay que acudir a discos, cassettes y cintas betamax? Ahora mismo, no obstante, escucho el álbum de Pink en el I-Tunes de la computadora —cuyos 160 gigabytes de memoria me parecen apenas suficientes— y el programa toca también The Pink Opaque, joya ochentera de los Cocteau Twins. Dudo entonces que tanto tiempo haya pasado, pero están los cadáveres para certificarlo. Genesis. Playstation. CyQuest. Compaq. Vaio. Motorola. Toshiba. Mitsubishi. Yamaha. Puedo ubicar, casi en todos los casos con día y hora exactos, el momento en que los compré. Y casi ya ninguno sirve para nada, como no sea de estorbo en el cuarto de triques que uno quería cuarto de juguetes. En fin, siermpre da pena deshacerse de la Olivetti con Windows 95 donde pasó uno tantas noches completas, contrayendo adicciones que aún no se sacude. Ojalá el tiempo mismo fuese tan piadoso.
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Recuerdo a los ochenta como una época de hombreras largas y canciones cortas, ninguna por encima de los cinco megas. Por entonces, el walkman tenía entrada doble para los audífonos. Uno sabe que han vuelto los ochenta cuando aquella vetusta ridiculez le parece de nuevo de lo más cool. Aunque claro, sería mejor en bluetooth.