miércoles, enero 09, 2008

Segunda persona del singular



Diario Milenio-México (08/01/08)
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Dar cuenta de uno mismo es contar una historia del yo, en efecto, pero es también, sobre todo, y por lo mismo, contar una historia del tú. El yo, argumenta la pensadora norteamericana Judith Butler en ese tratado de filosofía moral que es Giving an Account of Oneself, un libro formado por una serie de lecturas ofrecidas en la Universidad de Ámsterdam, es difícilmente esa estructura unitaria y hermética que forma parte de un contexto más o menos estático dentro del cual gravita, rozando apenas otras entidades parecidas. Siguiendo a Adriana Caverero y en contraste con una visión Nitzcheana de la vida, Butler establece que “yo existo en importante medida para ti, en virtud de tu existencia. Si pierdo de perspectiva el destinatario, si no tengo un tú a quien aludir, entonces me he perdido a mí misma. Es posible contar una autobiografía sólo para otro, y uno puede referenciar un ´yo´ sólo en relación a un ´tú´: sin el tú mi historia es imposible”. Pero estar antecedido, y luego entonces constituido, por el otro no solo establece un lazo de ineludible dependencia con el tú—contigo—sino también constituye un testimonio de la radical opacidad del yo para consigo mismo. De ahí que el yo, más que una entidad, sea en realidad una rasgadura.
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Una autobiografía, un recuento de uno mismo, tendría por fuerza que enunciarse en una forma narrativa que diera testimonio de tal modo relacional de la vulnerabilidad humana. Una autobiografía, en este sentido, tendría que ser sobre todo el testimonio de un desconocimiento. Una autobiografía, en este sentido, tendría que ser siempre una biografía del otro tal como aparece, en modo enigmático, en mí. Tres títulos para consideración: La autobiografía de Alice B. Toklas, de Gertrude Stein; La autobiografía de mi madre, de Jamaica Kinkaid; Autobiografía de Rojo, de Anne Carson. Las autobiografías de supermercado—esos recuentos lineales que detectan de forma evolutiva la formación de un yo excepcional y aislado—definitivamente escapan a esta noción de escritura íntima y ajena del extraño que se aproxima.
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Si todo esto es cierto, cosa que tiendo a creer, entonces el escritor de autobiografías, el autor de recuentos del yo que son en realidad recuentos refractados del tú, se enfrenta a retos que son estéticos, pero que son también, porque se originan en esa articulación fantasmática entre el yo y el tú que le da forma, fundamentalmente políticos. Veamos. Por un lado, la rasgadura que es el yo, argumenta Butler, no es narrable. No es posible dar cuenta de esa rasgadura a pesar de que, o precisamente porque, estructura cualquier relato posible del yo. Las normas que me vuelven legible ante los otros no son del todo mías y su temporalidad no coincide con la temporalidad de mi vida. De la misma forma, la temporalidad del discurso con el cual, o dentro del cual, se pretende enunciar una vida no embona con la temporalidad de la vida vivida en cuanto tal. Este desfase, que es en realidad una interrupción, es lo que hace de mi vida, y el recuento de mi vida, algo posible. Traer esa interrupción a la narración del yo, al recuento de sí mismo, constituye un reto sin duda estético. Butler lo dice así: “La vida es constituida por medio de una interrupción fundamental, incluso es interrumpida antes de cualquier posibilidad de continuidad. Luego entonces, si una reconstrucción narrativa tiene como objetivo aproximarse a la vida que intenta transmitir, la narrativa debe quedar sujeta a esa interrupción”.
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Por otra parte, el recuento del yo no sería un recuento propiamente dicho si no estuviera dirigido a otro: esto quiere decir que el recuento se completa si y sólo si es efectivamente exportado y expropiado por el otro. “Es sólo en la desposesión que puedo y doy un recuento de mí”, asegura Butler. Y si esto es cierto, y tiendo a creer que lo es, entonces la autoridad narrativa de ese relato del yo se encuentra en relación opuesta al yo que la narrativa misma conjura. Imposible estructuralmente y ajena porque le pertenece estrictamente a otro, toda narrativa del yo carece, en sentido estricto, en sentido singular, de autor. Y este ceder al tú, ceder a mi opacidad y al desconocimiento de mí constituye, sin duda, un cuestionamiento a las jerarquías autoriales del relato, que no es sino otra manera de cuestionar las relaciones de poder que lo hacen posible. Cosa de política.
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Entendido de esta manera, dar cuenta de uno mismo a través de un relato del yo deja de ser un ejercicio narcisista apegado a la autenticidad de la experiencia, y la emoción de la experiencia, que lo suscita, es decir, el canto del yo lírico, para convertirse en una ex–céntrica excursión por la opacidad—ese corazón de tinieblas—que eres tú en mí.

lunes, enero 07, 2008

El Britney Crucis



Diario Milenio-(07/01/08)
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1.-El don de la omnipresencia
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Uno puede eludir las noticias más importantes del día, y hasta permanecer ignorante en torno a los sucesos centrales de su propia existencia; lo realmente difícil es no enterarse del último suceso en la vida privada de Britney Spears. Ignoro cuántos hijos tiene la mayoría de mis primos, y de los de Spears conozco nombre, paradero y situación legal. Los he visto dejar la casa de su madre, mientras ella iba atada a una camilla, camino a la ambulancia. Me he enterado también que su hermanita Jamie Lynn se ha embarazado a los dieciséis años. Sé que a un ex de la Spears se lo anda merendando Paris Hilton, cuya gula se quiere proverbial. Y tampoco he podido evitar la información, obtenida supuestamente de personas allegadas a la cantante, según la cual Brit gusta de combinar el vodka con golosinas tipo metadona, cristal, anfetaminas y tachas, amén del consabido clenbuterol, droga para caballos que según cree la ayuda a adelgazar. Si existiera la opción, elegiría devolver toda esa info por donde vino.
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No hace mucho, veía con un amigo un video de la banda bahiana Babado Novo, cuya cantante, Claudia Leite, es una de las mujeres más hermosas que alguna vez he visto en una pantalla. Sin embargo, aun hipnotizado por el look de la Leite, mi amigo concluyó que ante la posibilidad de un romance salvaje con ella o Britney Spears, elegiría sin duda a la segunda. En primer lugar, porque al cabo tampoco está nada mal, y en segundo porque de esa manera lo envidiaría ya no medio Brasil, sino literalmente el mundo entero. Puede que incluso él se envidiara a sí mismo. ¿Qué referencia necesita dar el galán hocicón que se llena la boca contando a sus amigos cómo ha sido una noche con Brit? ¿Es que alguno podría no saber de quién habla? Ahora bien, no hay que llegar tan lejos. Imaginemos la cantidad de hijos de vecino que darían cualquier cosa por poder ufanarse de que una vez durmieron con la-hermana-de-Britney, y acto seguido compensar las envidias consecuentes con uno que otro chisme de primera mano. Lo poquito que aún no es del dominio público.
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2.-Crea fama y échate a llorar
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Cuando se es Britney Spears, nada hay más peligroso que un allegado. No sólo porque proliferan impostaciones, suplantaciones y falsificaciones —cualquiera que haya estado a menos de tres metros de ella podría eventualmente llamarse allegado—, sino porque casi ninguno puede evitar el papel de espía e informador. Cada uno de los verdaderos allegados son blanco permanente de sus amistades, varias de ellas nacidas por el mero interés de penetrar el círculo íntimo de la famosa interfecta. Poner un pie en el único mundo que parece real, y a partir de esa vívida experiencia hacerse de un prestigio entre sus amistades. No es lo mismo contar lo que uno supo leyendo el periódico que lo que ayer le dijo la mamá del ex novio de la hermana de Brit. Además, ni siquiera el más fiel de los allegados puede evitar que sus amigos exageren, tergiversen o inventen sus palabras, por aquello del prestigio social. ¿Quién controla a los allegados de sus allegados? ¿Quién plantaría aduanas en la lengua profusa de un chismoso?
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La sacralización de la fama por la fama es también la devaluación del prestigio. En términos más crudos, la victoria de la imbecilidad —allí donde el “prestigio” consiste en otorgar a cualquier circunstancia fortuita la investidura que antes se concedía al mérito—. Ser vecino de la familia Spears supone un mayor éxito social que fumarse una biblioteca entera. ¿Cómo no cosechar cuando menos un par de entrevistas en cadena nacional, cuando afuera de la casa de junto hay un ejército de reporteros ávidos de moscones enterados? ¿No es verdad que a partir de esas entrevistas cada una de las amistades del vecino bocón le dará siempre el crédito debido? ¿Qué se puede esperar del boy next door de la cantante más famosa del mundo, si no de menos el color y el tamaño de sus calzones?
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3.-De la ficción a la cruz
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Seguramente el único lugar que nadie envidia en el entorno de la Spears es justamente el que ella ocupa. Alguna vez vi un video de Madonna —esa mercachifle de alma fría— donde se hacía crucificar a medio escenario. Paparruchas. Quien se interese en ver una crucifixión pública no tiene más que seguir de cerca el vía crucis público de la Spears. Para lo cual no necesita ni levantar un dedo, la información le llegará de todos modos, ya sea que la crucificada de moda se robe una baratija, levante un dedo firme ante las cámaras o sea conducida a un pabellón psiquiátrico. Sucesos que serían rutinarios en la vida de cualquiera luego de ser siete años Britney Spears y mirarse desnuda ante el demonio público.
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¿Qué haría una persona sensata en el lugar de Britney Spears? No sé si sea sensato, pero igual yo me cambiaría de nombre. Lo que no me imagino es cómo se hace para conservar cualquier forma de sensatez cuando, como en una escena de Polanski, el mundo entero parece suplicarte que saltes de una buena vez por la ventana, luego de tantos años de adularte a niveles abyectos y dejarte el cerebro dando vueltas en la órbita de un narcisismo solitario que ya no te permite creerle ni al espejo. ¿Hay lugar para alguna sensatez cuando los médicos te declaran oficialmente un peligro para tu persona y las otras, y media hora hora después ya se ha enterado medio mundo, literalmente? ¿De qué mierda le puede servir a nadie llevar la cuenta de esas intimidades?
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Donald Trump, famoso por su desvergonzada gula de protagonismo, recién ha declarado que la de las hermanas Spears es nada menos que “una vergüenza”. No menos sonrojado, encuentro que en un buscador de Internet hay algo menos de ochenta millones de referencias registradas en torno a “Britney Spears”, y estas líneas se sumarán en unas horas, igual que se alzan tantas voces en la plebe para animar La Crucifixión. Perdón por tanto grito, yo iba sólo buscando la puerta de salida.