lunes, diciembre 08, 2008

Sin pena (de muerte) ni gloria

Diario Milenio-México (08/12/08)
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Mi madre (esa romántica, esa pesimista) se place y se duele en decir de cuando en cuando que esta vida no es sino una cárcel. Almoloya, dice. O Alcatraz. O, en una de ésas, el Panóptico de Bentham. Una prisión, en suma, de la que no habría escapatoria posible, a donde habríamos venido a purgar una cadena perpetua por el crimen imperdonable de haber nacido.Hoy que estoy misántropo recuerdo la amarga metáfora materna y le concedo algo de razón. Y, ya que pienso en prisiones, me viene a la mente aquella, paradigmática, en que el guerrillero Valentín y el homosexual Molina aguardan el beso de la mujer araña —final, fatal, letal— en la novela homónima de Manuel Puig. La pena es inconmutable, la espera larga. ¿Qué hacer para matar el tiempo antes de que el tiempo lo mate a uno? Molina apela a la ficción y entretiene a su compañero de celda contándole películas, en un esfuerzo (vano pero entusiasta) de evasión.
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La idea no es mala o, en todo caso, daño no puede hacer. Así, compañeros de celda, les cuento aquí la trama de una cinta en blanco y negro, vista hace años. Ojalá les permita escapar, aun si sólo por un momento.
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La película es la historia de un escritor: uno que ha publicado ya una primera novela con relativo éxito, a partir de lo cual se afana en responder a la urgente presión de su editor por un segundo manuscrito. Nuestro escritor está, además, comprometido en matrimonio, y su chica es la hija del dueño de un periódico de militante línea liberal. Nuestro escritor quiere cumplir con su editor. También quiere casarse con la chica. Y encuentra, en una acaso descabellada propuesta de su futuro suegro, la forma de matar ambos pájaros de un tiro. Me explico: el suegro es un opositor ferviente a la pena de muerte y quiere demostrar los riesgos de injusticia que ésta conlleva; así, propone al proyecto de yerno dedicar su segundo libro a un experimento periodístico: sembrar él mismo las pruebas que lo inculpen de un asesinato (a la sazón, el de una bailarina de burlesque, acaecido por esos días), conseguir así la condena a la silla eléctrica y develar en el último momento las pruebas de su inocencia, que papito suegro tendrá a buen resguardo.
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El escritor accede, procede, y, en efecto, muy pronto se procura la sentencia mortífera, tranquilo de poder probar su inocencia en el último momento. El hado maligno del destino se manifestará, sin embargo, cuando el suegro muera en un accidente —su automóvil se desbarrancará y, a consecuencia de ello, explotará—, llevándose consigo al otro mundo las pruebas —ahora cenizas— que habrían podido salvar de la muerte al prometido de su hija.
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Y así, por la inquina del Estado, de la Ley y de los Hombres, un inocente se condena.
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(En efecto, querido lector: es éste uno de esos textos bienpensantes contra la pena de muerte que han empezado a pulular por obra y gracia de Humberto Moreira. Me disculpo, desde luego, por mi predecibilidad, que es mi debilidad.)
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Sorpresa: ahí no termina la película. Y es que la novia huérfana no quiere quedarse también solterona y mueve cielo, mar y tierra hasta lograr que su prometido sea declarado, por fin, inocente. La vida, sin embargo, le tiene reservada su propia sorpresa, ahora cruel. Y es que, descubre la incauta demasiado tarde —es decir cuando el caso y la cosa ya han sido juzgados—, el tipo es, en efecto, el asesino de la bataclana, y aprovechó el delirio justiciero del suegro para librarse de la condena que a todas luces merecía.
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Crueldad de los hombres, crueldad del destino. Incapacidad del Estado y de la Ley para lidiar con complejidades que los superan.
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En ocasión de su estreno, en 1956, Beyond a reasonable doubt —tal es el título de la cinta de Fritz Lang— no logró causar sino desconcierto. ¿Era un alegato a favor de la pena de muerte? ¿O en contra? La condena deberá recaer en un público y una crítica que no supieron comprender la ambigüedad moral de Lang, su concepción del cine como filosofía y no como propaganda.Quiera el destino —nuestro celador, diría mi madre— que el remake de la cinta anunciado para el año próximo sirva para reencauzar el debate sobre la pena de muerte: esto dicho por alguien —yo mismo— que se opone a ella porque cree que las reacciones histerizadas y definitivas poco aportan a la convivencia humana pero que sobre todo se opone a las triquiñuelas politiqueras que en su nombre despliegan oportunistas como Moreira, más allá de toda duda razonable.

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