lunes, diciembre 01, 2008

Disculpa: no hay culpa

Diario Milenio-México (01/12/08)
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"Ni Freud ni tu mamá” es una canción —acaso la más exitosa— de la cantante pop mexicana Belinda. A decir verdad, es mediocre (pero pegajosísima): la despedida de una boba niña nice a su novio irresponsable e inmaduro, sembrada de los clichés habituales del género. El título, sin embargo, a medio camino entre Georges Bataille y Gordolfo Gelatino, se antoja una genialidad y una, además, que puede ayudar a preguntarnos por fenómenos tan extravagantes e incomprensibles que ni la perspicacia del padre del psicoanálisis ni la presunta sabiduría de nuestras cabecitas blancas bastarían para explicarlos.
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Ni Freud ni tu mamá, por ejemplo, resultarían de gran ayuda para comprender las reacciones al reciente video (apenas) sexual protagonizado por la dicha Belinda y subido a internet por un ex novio acaso despechado pero incontrovertiblemente cabronazo. Lo he visto ya (soy tan morboso como el que más) y lo resumo (también lo rezumo) aquí: la imagen, en blanco y negro, ofrece a una Belinda hermosísima, impecablemente maquillada y sugerentemente posada (tanto así que hay quien duda de lo amateur de la factura), que se afana (pero con recato) por alebrestar a un hombre del que no conocemos más que la voz en off, a un tiempo suplicante y divertida. En algún momento, la linda Belinda gira hacia el otro lado, se quita la blusa, muestra a la cámara una espalda espigada y flexible. El hombre, por supuesto, pide más; Belinda, púdica, se niega, ofrece un fugaz perfil y con él la sugerencia tenue y tersa de la silueta de sus senos. Fin del video, principio del caos.
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Que el video sea o no genuino —es decir genuinamente lúbrico e íntimo— es cosa que me viene huanga, como sin cuidado me tiene también la reacción de la propia Belinda, quien vive (o imposta, a saber) una suerte de choque psicológico a partir de su difusión. (En todo caso, no la habría creído capaz de la dignidad amazónica de esa Madonna que, cuando fueran vendidas a Playboy y Penthouse sus fotografías de desnudo de juventud, reaccionara ante tal escándalo con un lúcido y lucidor, liberado y libertario “I’m not ashamed”). Más me preocupa la violación a la intimidad que supone su aparición pública… pero no demasiado, dado que no hay verdadero dilema posible en torno a esto. Si, en efecto, el video fue subido a la red sin la venia de Belinda, hubo dolo y, por tanto, debería haber castigo, lo que habría de llevarnos a una urgente discusión en torno a derechos civiles e internet y, a partir de ella, a reformas legislativas: en eso, creo, estamos de acuerdo todos. Queda, eso sí, el asunto de la reacción primero mediática y después social al suceso: el hecho mismo, pues, de que haya mutado en escándalo.
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El tan llevado y traído y consultado video no muestra sino una cosa (amén del más bien casto atisbo de seno): que Belinda, como cualquier chica de 19 años —es decir mayor de edad—, tiene una vida sexual. ¿Justifica esto el circo mediático, el morbo social y el presunto quiebre emocional? Yo diría que no. De hecho, debería darnos gusto por ella.
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Ni Freud ni tu mamá podrían ayudarme tampoco en lo que toca a la comprensión de otro fenómeno social que me deja igual de perplejo: la molestia de algunos integrantes de la comunidad judía —al menos de eso he sido informado— ante la instalación del artista Miguel Ventura que, bajo el título de Cantos cívicos, se exhibe desde hace unos días en el flamante Museo Universitario Arte Contemporáneo. Cierto: la pieza contiene una enorme cantidad swásticas y parafernalia nazi, en lo que bien podría definirse como una suerte de Disneylandia del Tercer Reich. No ha hecho Ventura, sin embargo, una obra acrítica y menos apologética del horror hitleriano. Delirio multimedia que incorpora ratas vivas y amaestradas, imágenes pornográficas y referencias inclementes al mundo del arte, Cantos cívicos recurre a la iconografía nazi para hacer un llamado atencional, para erigirse en advertencia moral contra la seducción del mal. No soy judío pero sí amigo de muchos y admirador de su ecléctico y transnacional legado cultural; de serlo, sin embargo, mi reacción sería exactamente la misma: admiración ante lo que no es sino una condena lúcida y lúdica del horror pasado y acaso del horror por venir.
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“Disculpa: no hay culpa” canta Belinda en el estribillo de “Ni Freud ni tu mamá”. Lo mismo digo: disculpen ustedes pero, a mis ojos, ni en un caso ni en otro hay culpa (a no ser la de la estrechez de miras).

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