lunes, noviembre 17, 2008

Sin cuanto de solaz

Nueva columna, nueva. Gran personaje y culto es Nicolás Alvarado.
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Diario Milenio-México (17/11/08)
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Hay en el James Bond de Sean Connery un coctel agitado pero jamás revuelto de los mejores ingredientes de la masculinidad cinematográfica. Rudo como Bogart, apuesto como Flynn, elegante como Astaire, ingenioso como Grant, atlético como Gable, el 007 de Connery logró encarnarlo todo para todos (y, sobre todo, para todas), hacer de Bond el héroe más longevo y más popular del siglo XX.
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Sin embargo, ni los diamantes son eternos —sorry, Miss Shirley Bassey— y, al tiempo, Connery terminó por decir nunca jamás. A su zaga (y, por cierto, a su saga) habrían de llegar George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton y Pierce Brosnan, todos James Bonds divisivos, aclamados por una parte del público y repudiados por otra, perdedores a la hora de la comparación con el original.
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Las cosas cambiaron con la llegada de Daniel Craig, cuestionado al momento de su selección como Bond —se le reprochaba, sobre todo y con frivolidad, ser el primer 007 rubio— pero entronizado universalmente, a partir del estreno de Casino Royale (2006), como el mejor 007 desde Connery, acaso el mejor de la historia.
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Su éxito, sin embargo, no ha de ser universal. Y es que una voz se permite disentir. La mía.
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El viernes pasado se estrenó aquí Quantum of Solace, la más reciente entrega de la serie y la segunda en la filmografía de Craig. Me gustó. Pero también será menester decir que me parece la peor cinta 007 jamás filmada. No que sea una mala película… lo que no hace de ella una película de James Bond.
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Craig me resulta el peor Bond posible pero no por razones capilares y ni siquiera actorales. (De hecho, es un espléndido actor.) Su problema es de clase: con su rostro de boxeador, sus músculos hipertrofiados y sus maneras bruscas resulta inverosímil al encarnar a quien, a fin de cuentas, no es sino un producto de la clase alta británica. El asunto no es menor: bien apunta el académico James Chapman que el quid de James Bond, tanto en la literatura como en el cine, es una irresistible mezcla de “esnobismo con violencia”. Y, en efecto, en Quantum of Solace Craig dispone del guardarropa de Tom Ford y los escenarios apropiadamente glamorosos para validarlo; lo que desentona, entonces, es él o, peor, su cuerpo de gimnasio, cuyos músculos parecen siempre a punto de desgarrar los lujosos trajes y cuyas manazas harían pensar en las de alguien que no sabe muy bien cómo usar los cubiertos. Un tanto, pues, para la violencia y ninguno para el esnobismo, lo que resta singularidad a Bond y lo hace intercambiable con cualquier otro héroe de acción.
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El problema mayor, sin embargo, no es culpa de Craig sino del guión, que priva a esta cinta por completo de elementos bondianos. No sólo no recurre Bond a sus frases habituales —“The name is Bond. James Bond.”; “Vodka martín, shaken, not stirred.”— sino que no hay villano grotesco ni chica mala en quien Bond opere un “reposicionamiento ideológico” —el término es del académico Tony Bennett— ni verdadera amenaza a Inglaterra o a Occidente. Por no haber, no hay humor en un Bond neurótico y vulnerable, que ahoga sus penas en Vesper Martinis que ni siquiera sabe identificar. Así, no sólo el héroe pierde sus atributos diferenciadores sino que la película misma se vacía de ellos para mutar en remedo de la serie construida alrededor del espía protoexistencialista Jason Bourne, ése que tanto mellara la popularidad de Bond en tiempos de Brosnan y que tanto influyera el casting de Craig y la reconcepción de la serie a partir de su ingreso.
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La estrategia de Quantum no es nueva: ya en 1989 —tiempo, como éste, de cambio de paradigmas—, Bond asumía el rostro de un Timothy Dalton oscuro, astringente y neurotizado, en una película —Licencia para matar— que, como ésta, lo mostraba obrar por venganza personal y en desafío a los dictados del MI6. El experimento fue un fracaso (constituyó, de hecho, la última cinta 007 de Dalton), lo que dice tanto sobre aquellos tiempos como el éxito de Quantum revela sobre éstos. El mundo post 11-S, post Irak y post crisis económica mundial en que vivimos no está para bromas ni para caricaturas, no puede darse el lujo de los lujos ni confiar en las certezas a fin de cuentas optimistas de la modernidad, ésas que constituyen el espíritu mismo de Bond. Así, en el cuerpo incongruente de Craig, Bond ha muerto o, cuando menos, degenerado. Bien lo dice la M de Judi Dench al inicio de la cinta: en estos posmodernos tiempos ya no está uno seguro de conocer a nadie.

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