sábado, noviembre 15, 2008

Día 13 de noviembre de 2008, hora 20:00 y lugar: Museo San Pedro de Arte

Con antelación mi novia Carmen y yo fuimos a comprar los boletos para compartir entre los dos los gustos musicales de cada uno, ella: Béla Fleck and The Flecktones, mientras que yo: Julieta Venegas. Las diferencias son claras y distantes. Ella es conocedora de música, yo sólo conozco de rock nacional, rock gringo de Nirvana para atrás, pero sin duda mi fuerte es la Trova, de lo comercial intento escuchar lo mejorcito que puede haber. Considero que Julieta Venegas, al lado de Ximena Sariñana, Natalia Lafourcade y Pambo, pertenece a un pop bien hecho, muy cuidado, sí comercial, pero más inteligente y propositivo.
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De Béla Fleck no conocía nada. Carmen empezó a rolarme videos que aparecen en el amado you tube. Los veía, su maestría se reconoce a cuadras, su habilidad para crear esos sonidos tan mágicos se podía percibir en los videos que Carmen me invitaba a ver y escuchar con detenimiento. Sin duda, eso es música. Después supe que ellos se movían en los géneros del Jazz, Jazz fusion, Folk, Bluegrass y Clásico.
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En punto de las 19:20 horas ya estamos entrando para ocupar nuestros lugares. En lo que esperábamos a que el concierto iniciara nos dimos cuenta -siempre debe haber una mosca en la sopa-, que algunas presencias del Collhi iban a estar ahí.
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¡Carajo, uno no se puede librar de ese maldito hoyo de mierda!
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Pero todo se podía soportar. Compartir este evento, que estaba seguro no me decepcionaría, era lo que importaba. Nada más.
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En punto de las 20:20 horas las luces se apagaron y en el escenario apareció Bela Fleck and The Flecktones, sobrios se dispusieron a deleitar al respetable con una de sus interpretaciones.
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Dijo un ¡hola! en español, después prosiguió a hablar en inglés. Habló poco, casi nada. Lo esencial. Lo que interesaba era escuchar a los ARTISTAS. Se movían con una facilidad inigualable, tocaban con un sentimiento que contagiaba. Dice Carmen y dijo bien, que escuchar un concierto de este tipo es similar a ir a escuchar un concierto de cámara, hay que esperarse a que el músico termine su interpretación. Mucha razón tiene. Pero el mexicano se emociona mucho y le cuesta trabajo guardar esa emoción y opta por compartirla. Aún así, a mi no me molestaba. Siempre he pensado que el acto de estar aplaudiendo cuando, según la percepción, el auditorio lo considera correcto es una forma de reconocer la maestría, la belleza de la música.
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Fueron dos horas de concierto que disfrute como ningunas. No sólo fue el hecho de conocer y adentrarme por un género que nunca he despreciado, pero tampoco, debo reconocer, he sabido apreciarlo; si no el acto de deleitarme al lado de la mujer que amo.
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Un concierto que voy a recordar hasta que la calacuda me quiera en su regazo.
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*Fotos: Víctor Hugo Rojas/Intolerancia diario

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