viernes, octubre 03, 2008

Sobre el 68

Son las once de la noche del 2 de octubre de 2008, hace ya 40 años de la masacre, matanza, genocidio, asesinato de estudiantes universitarios, en su mayor parte, se dice también que padres de familia, obreros, niños y demás personas que simpatizaban con las peticiones de aquellos tiempos, llegaron a la plaza de las tres culturas para ya no salir de ahí. Su sangre empapó el piso de esa plaza. Me imagino que hoy hace 40 años en los edificios que rodean la plaza de Tlatelolco el temor cubría todas las casas y los militares como bien retrata la película Rojo Amanecer iban de puerta en puerta buscando estudiantes que madrear, para después matarlos, desaparecerlos.
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Hoy la gente hace mucho ruido, hablan de culpables sin castigar, información incompleta, de hechos que jamás saldrán a la luz. Hoy mis contemporáneos de edad, asumen como un deber convocar a marchas, porque dicen: el 2 de octubre no se olvida. Mi novia, me preguntaba pero ¿qué no se olvida? Quizá su pregunta era retórica o tal vez yo muy tonto para responderla, como dice ella: no sé ni qué pedo de lo que en realidad pasó y ni lo vamos a saber, por ende en mí no está la posibilidad de poderle resolver la duda. Y eso puede ser la razón de su indiferencia ante tales hechos, indiferencia que comparto con ella, pero por desgaste y choteo. Y no digo que ya basta de chingarle con buscar saber la verdad y obtener castigo para los culpables, si es que aún queda alguien vivo, que no sea Echeverría. Más bien ya basta de que los jóvenes que se dicen ser luchadores sociales tomen banderas que no les corresponden, no porque no sea su época, si no, simple y llanamente, estoy seguro que se mueven por inercia. Los jóvenes que se dicen ser luchadores sociales realmente tienen un estereotipo: sólo leen La Jornada, escuchan hasta el hartazgo la trova y se sienten paridos por Oscar Chávez, Silvio Rodríguez, Violeta Parra, etc, no pasan de sus lecturas comunistas, marxistas, etc Pero ¿cómo ellos pueden sentirse con el derecho de rememorar a aquella juventud del 68 cuando ya han perdido el sentido crítico? Y es que la verdad, no me imagino a los sobrevivientes del 68 contándome que sólo leían un periódico con una tendencia marcada a lo que ellos pensaban, ni tampoco creo que sólo las lecturas de tipo comunista hayan sido su pan de cada día. Estoy convencido de que la juventud del 68 era todo menos multitud estereotipada.
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No creo que el autentico comité del 68 esté de acuerdo con que los estudiantes pintarrajeen edificios históricos con proclamas del 68, ni que apedreen policías que sólo están vigilando que todo transcurra con calma por el simple hecho de hacerlo –supongo, porque creen que están vestidos de verde y se encuentran con el rifle apuntándoles- , es más estoy seguro de que si algunos de los hoy caídos y/o desaparecidos supiera que la mayoría de sus emuladores juveniles han dejado de leer las noticias en todos los diarios, que no pasan de las lecturas marxistas y que seguramente no saben que es el AJEFismo donde tantos de ellos se formaron y obtuvieron las armas necesarias para emprender la lucha, entonces estos ancestros jóvenes liberales se estarían dando un tiro de vergüenza.
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Poca gente hoy tiene credenciales para hablar del 68 y pocas opiniones se me hacen válidas. Dóriga siempre se me ha hecho un periodista paupérrimo, pero la columna de hoy en Milenio es muy rescatable:
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Aquella tarde había llegado a la redacción de El Heraldo de México, en la colonia Doctores, como lo hacía todas las tardes desde la primavera de aquel 1968, que marcaría mi vida para siempre.
Aún estaba en la escuela de Derecho de la Universidad Anáhuac, pero ya sabía que en el periódico estaba en lo mío.
Madrugadas antes había conocido la muerte, cuando soldados del Ejército tomaron las instalaciones del Instituto Politécnico Nacional, allá en el Casco de Santo Tomás. En la oscuridad, y desde las cercanías del hospital Rubén Leñero, escuchaba las descargas de los fusiles entre los fantasmas de la escuela de Enfermería Rural.
Con el amanecer, tropecé con los primeros cadáveres, en medio del olor a sangre, que se parece mucho al de la muerte.
Amanecía cuando, por la parte trasera, se dio otro tiroteo que nos atrapó a un grupo de periodistas en medio. Lo que más miedo daba era el estruendo y la frecuencia, arrafagada, de los disparos y los gritos de los soldados, y entre ellos los agentes de la Dirección Federal de Seguridad, inconfundibles, ametralladora en mano.
Ya había sido testigo, en aquel intenso bautizo de periodismo, del sangriento desalojo del Zócalo, tomado la tarde anterior por los estudiantes y donde se izó una bandera rojinegra, símbolo del movimiento. A la mañana siguiente, todos amanecimos allí, se efectuó una ceremonia oficial de desagravio a la bandera, el gobierno de Díaz Ordaz había calificado aquello como un agravio, se izó la enseña nacional y se escuchó una advertencia por las bocinas de la plaza: “La ceremonia de desagravio al lábaro patrio ha finalizado, tienen tres minutos para desalojar la plancha”.
Vencido e ignorado el ultimátum, de las calles adyacentes a Palacio Nacional salieron los carros blindados, tanques con ruedas de goma, y con los primeros disparos empujaron a la multitud hacia la calle de Madero, desde donde venía otro destacamento policiaco-militar y donde estalló un tiroteo eterno.
Esos eran mis antecedentes, más la guardia cotidiana de aquel 68.
Aquella tarde del 2 de octubre, Miguel Reyes Razo llamó desde Tlatelolco al jefe de información, Mario Santoscoy, quien miró y me dijo: “López-Dóriga, váyase a Tlatelolco y encuentre a Reyes Razo”.
Y así lo hice.
Aquello era el caos. Cientos de jóvenes descalzos, aterrados y ateridos, hacinados entre los restos prehispánicos, los cadáveres apilados a un lado del atrio de la Iglesia y los soldados con el control.
Nadie sabía qué había ocurrido, pero de nuevo la sangre, el miedo y la muerte, anunciaban que se había cometido un gran crimen, y al contar los muertos, una masacre.
Me llevó años entenderlo.
Y hoy, a 40 años de distancia, aún no he podido comprenderlo.Pero sí que entonces me hice periodista.
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Dice Dóriga que así se hizo periodista. A mí el 68 me hizo lector, siempre que tenía mis libros de historia me llamaba la atención que a ese hecho sólo salía una foto de la plaza de las tres culturas y una breve nota dónde, en resumen, podría entenderse que no se sabía en realidad nada acerca de ello. Entonces con mi primo Alejandro y con quien se dejara empecé a buscar información y entonces los libros vinieron a mí, primero sobre el “Che” Guevara, después vino la literatura. La curiosidad por obtener una verdad, me hizo lector. Al 68 le debo eso.
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Roberto Martínez Garcilazo, poeta, maestro y amigo, escribió hoy en El Columnista que nada de lo acontecido en el 68 es de su sapiencia, sin embargo le pertenece. A todos nos pertenece, creo. O al menos así debe serlo, tiene que pertenecernos porque sólo a través del conocimiento de esa verdad a medias, podremos concientizar a la sociedad y eso evitaría futuras tragedias. Pero creo una concientización con base en las ideas, no en las armas ni en cierre de calles, pinta de edificios ni nada, ideas que deben y tienen que estar bien fundamentadas en todas las teorías existentes, no sólo en unas cuantas. Pero esos son sueños guajiros, pensar en una nueva juventud que fundamente sus ideas. Lo de hoy ya no es luchar por el bienestar común, si no por el propio. Hoy ya no interesa apoyar al otro, hundirlo es mejor opción. Por eso ya esta lucha, hoy recuerdo, ya no nos pertenece a los jóvenes de hoy. Hace mucho dejamos de ser una juventud unida que lucha por libertad, justicia y paz. Vaya ni siquiera la izquierda se puede apropiar del discurso de esa época, como señaló Pedro Ángel Palou en El Columnista en un texto titulado Unas líneas sobre el dos de octubre, por ella misma se anula y no acepta o no entiende el papel y la responsabilidad que tenían para buscar un cambio. Hoy, tampoco son las balas las que marcan la pauta, ahora son, dice Palou, las campañas televisivas donde se señala quién es malo y quién el bueno.
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Del 68 sólo quedan recuerdos y cuentas pendientes, pero jamás el reconocimiento como tal. En lugar de cerrar calles los jóvenes de hoy deberían entender que mucho de lo que tienen fue gracias a esos próceres no oficiales, después si aún se sienten con el derecho, convocar a mítines ideológicos y no violentos. En el 68 se peleaban por garantías individuales que están en la Constitución, pero que no se respetaban ni se aplicaban. Por eso no entiendo por qué violar el Estado de Derecho, siendo este parte de lo que rige y conforma a la Constitución.

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