lunes, octubre 06, 2008

Los monstruos del extremístico

Diario Milenio-México (06/10/08)
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Llamémoslos extremísticos. Son en esencia individuos celosos, tanto que si pudieran cancelarían hasta las últimas rendijas que permiten mirar hacia cielos distintos. ¿Quién podría querer enterarse de más, cuando lo que yo sé lo explica todo?, se preguntan, atónitos, momentos antes de dar libre curso a su rabia de viejos cazadores de brujas. Acostumbrados a confundir el parabrisas con el espejo retrovisor, miran hacia adelante con la mente atascada en el pasado. Gracias a su oportuna rigidez de estándares, pueden calificar a cualquier individuo distinto a ellos como un monstruo y llamar a la guerra en contra suya. Conocemos sus voces, son las que flotan durante días o años en la memoria de algún linchamiento. Voces acostumbradas a fustigar al diablo por su nombre. Voces autorizadas, afirman ellos mismos, que en nombre de su celo celestial se permiten los últimos extremos. Hoy que la inestabilidad planetaria plantea numerosos escenarios de horror, unos y otros extremísticos ya corren a echar mano de su menú de monstruos recurrentes. Antiguamente los llamábamos valores.
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1. La razón. Un extremista comienza a convertirse en extremístico desde el primer momento en que se ve asistido por la razón. Si en el ambiguo espacio de los hechos la razón como tal es menospreciada y ridiculizada por los extremísticos, sobre la tierra firme de las palabras cada uno se afana en subrayar su importancia, como lo haría el dueño de un perro de caza que jamás ha salido de su casa. En inglés, las personas están en lo correcto. En español, tenemos la razón. Si peleamos, será por conservarla: alguien que no la tiene nos la quiere quitar. Sentimos celos de ella, en el fondo. ¿Alguien sabe de algún ataque de celos razonable? Para los extremísticos, toda discusión es parte de la misma cruzada. Perderla es ya pecado; negociarla, herejía.
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2. La opinion. Según los extremísticos, no existe. En todo caso lo hace como la mera sombra de la convicción. Y si la convicción nace naturalmente de la luz, se entiende que sus sombras no puedan conocer la independencia. Nada parecería enfadar a un extremístico tanto como esa vieja sapiencia liberal según la cual en gustos se rompen géneros, si a sus ojos fiscales es en el pantanoso terreno de las opiniones donde pelean a diario el bien y el mal. Entusiastas de un paraíso hipotético donde la gente está toda de acuerdo y nadie tiene nada que ocultar, los extremísticos sólo acreditan la presencia innegable de la opinión cuando ésta es unánime y les favorece. Decidido a eludir las probables sospechas de sus hermanos, el extremístico sólo opina mientras reza.
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3. La lógica. Desde los mismos años escolares aprendimos que aun y sobre todo las ideas más inspiradas pueden volverse objeto de estigma. Parte del espectáculo del extremístico consiste en dar saltitos y saltotes hacia fuera de la lógica estricta, unas veces para desesperar al adversario y otras para acabar de blindar a su rebaño contra cualquier posible contagio inteligente. Si se les ve entusiastas repitiendo una enorme y evidente burrada, ya puede uno inferir el poder que se oculta detrás de tanta beatitud gratuita. ¿Y no es éste, por cierto, un argumento digno de Caifás y Anás? El extremístico sabe que la solución más lógica se convierte en la más ilógica, si es que se le ha sabido estigmatizar.
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4. La neutralidad. Igual que a la razón, a todos esos traidores en potencia que se dejan llamar neutrales el extremístico los menosprecia con tanta energía como la que se gasta en cortejarlos. Una vez seducido y reclutado, no se espera por fuerza que quien era neutral deje de serlo, en la medida en que esta neutralidad coincida totalmente con la visión cerrada del extremístico en turno. El extremístico se dice neutral con la sola intención de joder la báscula, pues a su juicio ella menos que nadie tiene derecho a la neutralidad.
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5. La tolerancia. Parece cuando menos extravagante que un solo hombre echara por sus pistolas a no sé cuantos mercaderes instalados en el templo, y aun más raro sería creerse que después no volvieron a seguir con la vendimia, pero a los extremísticos les excita esta parte del evangelio, tanto como la imagen de Judas Iscariote colgando de la soga. Prohibir y castigar son verbos populares entre los extremísticos, para quienes el verbo tolerar es siempre sospechoso de complicidad. Siempre que el extremístico exige tolerancia, lo hace dando a entender que no tolera más que la obediencia.
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6. El respeto. Nadie mejor que un extremístico se ufana de estar al día en cuanto a quién merece su respeto, que no pasa de ser un visto bueno transitorio, y quiénes propiamente le brindan el suyo, más similar a la reverencia. Entre una y otra forma de respeto, el extremístico y sus seguidores reconocen toda suerte de jerarquías, establecidas según el tamaño del compromiso y la fidelidad de cada cual. No es casual, por lo tanto, que quienes tienen fama de rezar en voz alta disfruten asimismo del respeto que algunos extremísticos sólo conceden a quien muere en combate. Cuando se ve forzado a ofrecer su respeto a quien no considera digno del mismo, el extremístico lo hace con el rictus de asco remojado en horror que acusa la presencia de un monstruo personal. Si por él fuera, le prendería fuego.

7. La dignidad. Antes de haber pensado en referirse a ella, el extremístico ya ha dividido al mundo entre dignos e indignos. Si sucede que uno forma parte, a su juicio, de los segundos, así sea esto por causa de un arranque de dicterios coléricos y arbitrarios, entonces tiene poco o nulo derecho a dignidad alguna, y desde luego que un buen extremístico se consideraría a sí mismo indigno de vivir si se dignara compartir valores con personas indignas de toda dignidad. No compartir valores con aquellos que no parecen meritorios, y entonces no aceptarlos, ni respetarlos, ni perdonarlos: en términos paganos, he ahí una licencia para matar.

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