martes, septiembre 30, 2008

La Llorona revestida



Diario Milenio-México (30/09/09)
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Como toda leyenda que se respete, la de La Llorona ha producido interpretaciones que, al paso de los años y con el cruce de las fronteras, han adquirido variaciones de tono y de textura alrededor de un centro, sin embargo, reconocible y palpitante: estamos ante una mujer que ha perdido a sus hijos. Las causas son distintas dependiendo del sitio y del tiempo en que se cuente la historia, pero los elementos con frecuencia se reducen a dos: hay una mujer que ha tenido hijos y, producto de la rabia y la demencia, de la desazón o la venganza, los pierde. No es sino hasta que recupera la razón que se sucede el grito: ¡Ay, mis hijos! El alma en pena. Ya por su propia mano (ahogándolos en un río) o ya por la mano ajena (arrebatados, como se dice, de su seno, y luego masacrados), los hijos de la Llorona encuentran siempre el mismo destino: la muerte. El destino de La Llorona, en cambio, nunca es tan simple. Su eternidad, porque de eso se trata su errancia sin fin a lo largo del tiempo, es límbica. Imposibilitada para el descanso final, es decir, para deletrear bajo su lengua la palabra fin, la Llorona amamanta al dolor ocasionado por la pérdida de sus hijos como si el dolor, de hecho, se hubiese convertido en su verdadero vástago: el único fruto de su vientre. Madre por partida doble, la Llorona espanta.
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Algunas escritoras, como Sandra Cisneros, han retomado ciertos aspectos de la leyenda, especialmente aquellos en los que refulge el espíritu indómito de la mujer en ciernes, para darle la vuelta y ponerla de cabeza y propinar la lección del caso. Otras, como la puertorriqueña Vanessa Vilches-Norat, han optado por escarbar dentro del lazo cavernoso y arduo que une a madres e hijos con ese objeto punzo-cortante que es el lenguaje cuando lo guía la inteligencia más descarnada. Profesora de literatura en la Universidad de Puerto Rico-Río Piedras, Vilches-Norat ha problematizado ya antes el cuerpo materno y el discurso de la maternidad. En De(s) madres o el rastro materno en las escrituras del Yo (a propósito de Jaques Derrida, Jamaica Kinckaid, Esemeralda Santiago y Carmen Boullosa), el libro que le publicó la editorial Cuarto Propio en 2003, Vilches leyó con detenimiento a sus autores para descubrir los puentes que van de la construcción del yo que asegura la autobiografía al espejo a veces borroso y a veces absurdo del cuerpo materno: ese destinatario. En Crímenes domésticos (Santiago: Cuarto Propio, 2007), su primer libro de relatos, el tema es un abismo sin fondo. Lejos, muy lejos de los retratos edulcorados de los que se alimentan las celebraciones del 10 de mayo, pero igualmente distante de visiones heroicas del hogar como un espacio subrayado por las estrategias del débil, los cuentos de Vilches-Norat fundan un terreno doméstico acechado por la locura, la decadencia y el terror. Poe está dentro de casa y nadie encuentra la llave de la puerta. Detrás del aparente caos hay un real desorden, parecieran asegurar sus textos.
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Todo da inicio, por supuesto, en el cuerpo: el cuerpo femenino que, súbitamente, se transforma en dos. Díada primigenia. Hasta ahí el hecho biológico, netamente orgánico, aparentemente natural, que luego, y de manera ineluctable, dará lugar al desequilibrio o la descompostura. En “El dulce olor de sus pechos”, el cuerpo embarazado, por ejemplo, se verá sobrellevado por deseos de claro contenido sexual. Seductora y placentera, la mujer que espera un hijo se viste con ropa entallada y, convertida ya en “una fiera”, se da a la tarea de satisfacer sus crecientes deseos con mujeres o con hombres pero siempre en el mar. En “Tortita de manteca” y “Del hilo de su voz”, el embarazo y, luego, el nacimiento del vástago, conduce al desajuste familiar que provoca el extraordinario apego de la madre por el recién nacido. Con mayor o menor grado de conductas extrañas (la niña del primer cuento se muerde las uñas hasta sangrarlas, mientras que la madre del segundo muestra una aversión mayúscula contra los gérmenes), los personajes dan cuenta del terreno resbaladizo donde surge y toma forma el cariño materno. Tal vez en ningún cuento se presente de manera más clara y más complejamente delineada la posición de Vilches-Norat como en “Monstruosa sonoridad”, el cuento con el que abre este libro, en el cual una madre que, después de concebir con mucho esfuerzo y otro tanto de apoyo de la tecnología, da luz a un par de siamesas. Provocando un paralelismo entre la singular simbiosis de las hermanas y la que caracteriza en general a las parejas, Vilches-Norat logra entretejer de manera magistral los hilos de dos historias que confluyen en una misma pregunta: “¿Qué hubiese usted hecho en mi lugar?” Como la Llorona frente a sus hijos, a Inés, la protagonista de este cuento, le piden elegir entre sus dos hijas y, justo como la Llorona, en lugar de salvar a una decide terminar con las tres: las dos hijas y ella misma: la mujer recluida en la cárcel que no cesa de hacer la misma pregunta una y otra vez. El recuento de siameses famosos que va incluido como parte del cuento no hace sino acrecentar la atmósfera ominosa dentro de las cuales se mueve el lenguaje de Vilches-Norat.
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Si la demencia de la psicóloga que no puede resistirse a la seducción del chocolate aparece en “Theobroma cacao L.”, y la de la escritora que no cesa de corregir un manuscrito constituye el punto central de “Fe de ratas”, la de la madre que no puede, por más que quiere o lo intenta, detener los golpes tanto verbales como físicos que le propina continuamente a su hija constituye el meollo de “De la perfección de sus manos”. Una a una, las mujeres y los hombres con los que éstas conviven van intercambiando claves y ajustando cuentas para convertirse en cómplices del mismo crimen: su vida en común: su vida común.
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Si alguien alguna vez pensó que estaba a salvo dentro de su casa, los cuentos de Vilches-Norat le pide que lo piense otra vez. Aquí no queda nada en pie, ni siquiera ese último bastión de la civilización tal y como la conocemos que es la relación madre-hijo. Todas las madres se han convertido, aquí, en una u otra versión contemporánea de la Llorona. Ominosos y familiares a la vez, estos cuentos parecen repetir que, aunque los crímenes del hampa se lleven los encabezados del periódico, los domésticos son siempre más letales.

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