lunes, septiembre 01, 2008

Arde Manifestópolis


Diario Milenio-México (01/09/08)
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Del odio a la extorsión
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Escribo estas palabras lejos de mi ciudad y todavía en ascuas en torno a la marcha ciudadana del sábado pasado. Podría salir en busca de alguna conexión a internet y enterarme por vía del periódico, pero dudo que las próximas líneas necesiten de tal información, y hasta es plausible que sirviera de estorbo. Varios, entre quienes nunca antes hemos marchado por las calles en demanda de reivindicación alguna, sentimos todavía la cosquilla por hacerlo cuando parece haber un motivo apremiante y no asoman pastores a la vista. En un par de ocasiones lo intenté, mas he aquí que la presencia escandalosa de líderes en pos de arrebañar al personal hacía de la ocasión un despropósito espeluznante, ciertamente lejano del ideal de salir a las calles a manifestarse. Por no hablar de ese lastre indignante de los acarreados, toda esa pobre gente que marcha y se une al coro gobernante porque fue extorsionada desde el poder y no le queda más remedio que asistir. Dan ganas de marchar contra esas marchas donde los líderes, fascistas naturales, exigen protestar contra el fascismo, mientras la mayoría de los marchantes no acaban de saber para qué exactamente están ahí.
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Es común que en las marchas que se quieren “combativas”, los contingentes se detengan frente a la embajada norteamericana y prendan fuego a una bandera de barras y estrellas, sin más móvil que un odio abstracto, simbólico y estúpido que ya en la práctica no sirve para nada. Se entiende a quien protesta, no a quien odia. La promoción del sentimiento enfermizo por excelencia difícilmente sirve para demostrar más que la frustración y la escasez de ideas de esos agitadores callejeros de quienes nunca hemos oído una sola propuesta constructiva y viable, pues lo suyo es pedir airadamente lo imposible, para luego poder seguir protestando, que su negocio. Que esa gente se haya hecho con el monopolio de la inconformidad ciudadana es una humillación para los ciudadanos y una ofensa flagrante al raciocinio, amén de una razón para marchar, sólo que de verdad. Sin pastores, ni tortas gratuitas, ni infelices pasando lista a los presentes.
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Se alquilan inconformes
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No fue extraño que cuatro años atrás el caudillo del odio —LoLo, que lo llama Luis González de Alba en sus artículos de cada lunes, esos sí combativos, suculentos y valientes—, en su papel de jefe de Gobierno, despreciara a los cientos de miles que marcharon, al igual que anteayer, contra la ineficiencia policial y gubernamental. ¿Cómo le iba a gustar al señor de las marchas que una de ellas osara escapar a su control y, el colmo, que los marchantes acudieran por propia iniciativa, sin un solo pastor que los iluminara? Corría el final de junio de 2004 cuando aquellas imágenes me pescaron a solas en un cuarto de hotel, sólo para llenarme de una regocijada envidia porque no había podido estar ahí, aunque igual celebraba ante la pantalla y ya me preguntaba si aquél sería el principio de un verdadero movimiento ciudadano, toda vez que el poder hacía cuanto podía por minimizar tales avalanchas de espontaneidad cívica. Tampoco sería extraño, finalmente, que más de uno entre los convocantes fuera oportunamente cooptado por el poder local y convertido en su propagandista.
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Más de una vez se ha hablado de la necesidad de designar una zona específica de la ciudad como manifestódromo, cual si fuese posible acorralar a tantos contingentes de inconformes, genuinos u obedientes, cuya meta a menudo no es resolver problemas como exacerbarlos. De ahí que el arma favorita de los fascistas revolucionarios locales no sea ya la marcha, sino el plantón, que es una suerte de berrinche colectivo cuyo precio pagamos todos, menos la autoridad en teoría responsable. Será tal vez por todos ir detrás de esa caricatura de contraimperialismo que a nadie se le ocurre proponer una solución tan simple y democrática como la que permite a los gringos manifestarse a favor o en contra de lo que sea preciso, sin por ello tener que atropellar los derechos de nadie: la obligación civil de circular, pues en rigor nadie tiene el derecho de apropiarse de los espacios públicos, aun siguiendo la causa más noble. Ya quiero ver los rostros escandalizados de nuestros radicales conservadores ante una propuesta que les retiraría el santo privilegio del chantaje.
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La impostura al poder
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Pocas cosas me gustarían más que ahora mismo narrar lo sucedido en la noche del sábado, pero de poco serviría tanto entusiasmo si después es preciso esperar otro cuatrienio para que los pequeños ciudadanos volvamos a asumir nuestra mayoría de edad. Una ciudad donde la gente sólo se manifiesta cuando es arrebañada por pastores oportunistas, zafios y autoritarios no merece llamarse democrática, y desde luego no es gobernada por la izquierda, sino tiranizada por impostores anteayer genuflexos frente al poder priísta y hoy postrados ante un santón pedestre cuyos designios son inescrutables.
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No dudo que la marcha del sábado pasado sea aún la noticia del día, pero al fin las noticias van y vienen, camino del olvido. Es también de esperarse que unos y otros pretendan llevar a partir de ella agua a su molino. La pregunta sería, en todo caso, qué va a pasar con tanta indignación ciudadana. ¿Permitiremos, de aquí en adelante, que el fascismo amarillo siga ejerciendo el monopolio de la protesta, hasta que por fin surjan los otros fascistas, con sus debidos paramilitares, y quedemos nosotros en medio? Suena hasta demagógico decirlo: “permitiremos”. La protesta obediente ya nos ha acostumbrado a esos oradores que se empeñan en no permitir nada, como si tal fuera su atribución. Esos que antes estaban en el poder tricolor que aglutinaba a todas las mafias sindicales son los mismos que ahora juegan a las consultas populares y se entienden a las mil maravillas con personajes cuyos solos apellidos lo dicen todo: Bartlett, Murat, Camacho, Muñoz Ledo, vástagos todos del poder que ahora dicen desafiar mientras sueñan con un golpe de Estado que les devuelva el poder absoluto.
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Y en fin, ya me manifesté. Quiero seguir pensando, aunque sea por unos cuantos días, que soy sólo uno entre millones de inconformes que ya no se contentan con pantomimas.

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