martes, agosto 19, 2008

También de ti estás muy cerca



Diario Milenio-México (19/08/08)
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Conocí a Amaranta Caballero Prado una madrugada de febrero. Al amigo que en aquellas épocas se hacía cargo de mostrarme la nocturnidad tijuanense se le había ocurrido, y esto a las tres de la mañana y después de ya bastantes cervezas, que tenía que conocerla. Te va a caer bien, me aseguró. Ahora sé que no tenía la menor idea de lo que hablaba. Nos habíamos reunido temprano, eso recuerdo, y entre uno y otro sitio habíamos convivido ya con varias personalidades de la localidad que habían dejado poca huella. Supongo que fue por eso que, al filo de la madrugada, y en un lugar que recuerdo vagamente en estridentes colores naranjas, el amigo aquel recurrió a su carta fuerte: Amaranta. Salvaje. Lista. Maravillosa. La describió más o menos así. Su nombre, he de decirlo con franqueza, me provocó curiosidad. Pensé que era o una broma o una exageración, pero cuando el amigo aquel insistió –y he de decir que el amigo aquel era insistente– en que el encuentro era posible, yo sólo atiné a repetir las palabras de mi madre: uno no puede llegar a la casa de alguien sin por lo menos una botella en la mano. Llegamos, sin embargo. En todo caso: tocamos a la puerta. Ella abrió.
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Todas estas puertas.
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Recuerdo las palmeras, tambaleantes. La música: McFerrin con Yoyo Ma. El asomarse del Pacífico (que no es una cerveza). Recuerdo la incesante conversación (fueron, al inicio, tres días). El tema: la poesía. El tema: todo lo demás. Tengo la impresión de que ya esa madrugada. De que incluso entonces. Este libro aquí, completo a un lado del ordenador, ese día. Todo ya.
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No puedo escribir una reseña sobre su libro recién publicado en Tierra Adentro. Sinceramente. No puedo hablar sobre el recorrido interno que es su materia y su forma: esos párrafos que cortan y el verso que se alarga junto con la vida hasta cruzar el rectángulo de la hoja. El golpe. ¿Puedo hablar de “ella: tu semilla: tu fractura: tu grieta: tu herida”? ¿Son de verdad “los límites de una casa” lo que “da cuenta de las transformaciones? El espacio vuelto experiencia (Que tus manos. Que tu vida) y la experiencia transformada en lenguaje. Eso es un libro: esta puerta. ¿Es algo que abre? No puedo decir.
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Empieza en la infancia, se diría, pero en realidad da inicio en la memoria. Con la memoria. La experiencia no se cuenta después de todo; la experiencia se produce. Es un aquí. Lo que puedo decir es que aquí hay un fantasma (que es una niña) (que es una palabra) violento y violentado como la historia infantil. O como el lenguaje cuando representa. O como el cuerpo, cuando duele. Fuera del discurso de la victimización, pero escapando también a los impostados ecos de una siempre seductora Lolita, el golpe contra el cuerpo es también, y sobre todo, un golpe sobre el lenguaje. Con él.
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No puedo escribir la reseña pero puedo decir: la dirección de la casa es un principio de composición. De Guanajuato a Tijuana: una trayectoria íntima. El referente es lo que toca: Los trastos y su implacable manera de coincidir con manos domésticas. El embrujo de las escaleras: Fúricos enormes los pasos sobre ellas. Lo de más allá: las idílicas azoteas tapizadas de cobijas. El gran signo de los clósets. Lo que nunca no. Y lo que sí. Entonces. Tengo la impresión. Tú también de ti estás muy cerca. Del ella que es un fantasma (que es una niña) al tú (que estás aquí, frente a la mesa), el libro abre las puertas. Todas estas.
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Trastabillante y abrupta como el golpe. Entrecortada, la frase. Esporádica. La lengua. Algo como un síncope. Todo lo que sabe y, especialmente, lo que no sabe de su propio saber: la poesía. Ácida como el sabor de la sangre. “¿Eres tú, ésa, la que nunca habla?/ Me dijeron que nunca hablas./ ¿Es cierto que nunca hablas?” Característicamente. En el libro de la conmiseración no aparece la palabra llorar. En el libro aparece el destello y la aldaba y, sobre todo, la pregunta: “¿Dónde estás tú ahora?”. Y la respuesta, años después, no está en el libro sino aquí: Este sitio donde sólo tú prendes y apagas la luz. En Paseo de la Prensa y en Manuel Doblado, en la calle del Truco y en La Esperanza (calle sin número), a un lado de Playas, platicando todavía siete años después. Aquí. Riendo como entonces, aquella madrugada. Tengo la impresión, Amaranta.

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