lunes, agosto 25, 2008

Funcionarios de fe



Diario Milenio-México (25/08/08)
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El Divino Erario
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Algo falta al pasado que no lo deja a uno comprenderlo, aun si lo vivió e incluso lo recuerda. Lo que era muy difícil parece tan sencillo que no faltan las ganas de tachar a sus protagonistas de imbéciles, empezando por uno, que nunca se dio cuenta de todo lo que ahora le parece evidente. Me pregunto, con cierto pudor de mortal en proceso de ser descontinuado, qué opinarán los seres del futuro remoto cuando observen que aún en esta época se le rendía culto al funcionario público. Peor todavía, que ese culto era democráticamente sufragado por quienes se encargaban de pagar su sueldo, y orquestado por ellos, más varios batallones de incondicionales, cómplices y paleros a sueldo de los mismos contribuyentes. Será quizá por mero pundonor de especie que uno espera que al menos esos seres, ojalá superiores, se topen asimismo con algún documento donde se constate que no todos nos entendíamos con esa lógica cortesana y gaznápira, cuantimenos la respaldábamos, aun si el fruto de nuestro trabajo irremediablemente iba a parar a las temidas manos de aquellos venerados e intocables subalternos.
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Hace unos días, en estas mismas páginas se publicaron varias cartas de Elena Garro cuya lectura, no me cabe duda, dejó a muchos pasmados por causas tan diversas como escandalosas. Habrá seguramente agrias discusiones en cuanto al porcentaje de crédito que pueda merecer la remitente, extendido o regateado según la convicción o conveniencia de cada cual, pero a mí me ha pasmado algo irrebatible: aquella espeluznante dependencia de los recursos del Estado, en las personas de sus funcionarios. Leer a Elena Garro suplicando literalmente un hueso es también dibujarse en la cabeza un panorama literario dividido, a sus ojos terminantes, entre cortesanos y pordioseros, donde tal vez serían más y mejores los personajes que los autores. En el mundo que pintan esas cartas, donde la palabra hambre se repite con una mezcla de exageración, narcisismo y sarcasmo, el bendito Clark Kent no es periodista, sino funcionario. Habrá quien diga, con por lo menos algo de razón, que para una mujer en su situación de apestada, no quedaba otra opción que la mendicidad; como hay quienes opinan que eso y más merecía. Más allá de esos cálculos, extraña y sobrecoge que una artista con semejante talento tuviera que postrarse ante un funcionario y mendigarle el hueso susodicho. Qué difícil leerlo desde el siglo XXI sin expropiar vergüenza retrospectiva…
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Patos de caza
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En uno de sus estruendosos artículos semanales, publicados por la revista brasileña Veja, el escritor Diogo Mainardi afirmó, con el colmillo de un agitador, que si él pudiera optar entre repartir apoyos económicos a escritores y dejar que todo ese dinero se lo llevara algún político ladrón, elegiría el segundo percance, pues era en su opinión el que haría menos daño a la sociedad —cuando menos, argumentó Mainardi, no evitaría la profesionalización de los autores—. Ahora bien, esta disyuntiva no es posible en la vida real, pues pocas cosas le son tan precisas al político en cuestión, para legitimarse y mejor camuflar sus negocios alternativos, como la cercanía de aquellos cortesanos instruidos, que luego exigirán su parte del botín. Todo en función del culto al funcionario, que es quien hace posibles las bondades del patriarcado selectivo.
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Todavía hoy se dice que los patos disparan contra las escopetas cuando un subordinado intenta hacerse con la autoridad de su superior y, el colmo, ejercerla en su contra. Cada vez que recibo una nueva de esos intrépidos y obedientes funcionarios públicos que oficialmente aman las bicicletas, las pistas de hielo y el estudio del náhuatl, puedo escuchar los tiros de esos patos, empeñados en diseñarse su fan club a partir de esa imagen de Hugo, Paco y Luis a la búsqueda de un beneficiario para su próxima buena obra del día. De ahí a convertirse en Santa Claus, el funcionario no precisa sino de un pase mágico. Nada que no dominen sus achichincles —excuse my nahuatl—, algunos de ellos verdaderos expertos en golpes de efecto y técnica avanzada de simulación. Cuando se rinde culto a un funcionario, se está orgulloso o cuando menos satisfecho de ayudar a pagar por ese maquillaje. Como habrá sucedido en años escolares, cuando ya eran capaces de endiosar al más duro entre sus compañeros, ciertos admiradores darían cualquier cosa por ser de su pandilla.
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Ventrílocuos del pueblo
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El culto al funcionario presupone que éste ha de ser carismático, como si su designación dependiera de un casting donde sólo es honrado y competente aquél que tiene o pone cara de serlo. En buena parte de las ocasiones, los achichincles logran que el funcionario parezca y en efecto se sienta carismático. No por otra razón celebran como grandes ocurrencias sus chistes más idiotas y callan al unísono frente a sus desmesuras menos defendibles. No sé cuántos crecimos mirando así hacia el mundo de los adultos, suponiendo aterrados que cuando fuéramos grandes nos iríamos pareciendo a esos popularísimos funcionarios de los que nadie hablaba mal en público y medio mundo echaba pestes en privado. Sea o no, pues, Mister Simpatía, el funcionario asume su culto como si nadie fuera a resistírsele. Va por la vida cantando buenas obras, ganando fotogenia, conquistando escenarios, ensanchando su corte a costillas de la empresa.
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Esta última palabra la uso porque sé que no cabe en el culto al funcionario. Insinúa la posibilidad de rendir cuentas, un verdadero insulto para Santa Claus. El pueblo, alzan la voz, como quien se recobra teatralmente de un golpe de pecho. Su pueblo es esa empresa en quiebra permanente y orgullosa, cuyos accionistas se pelean por rendir culto a sus administradores, a su vez decididos a controlarlo todo en nombre de un puñado de abstracciones curiosamente afines a su ambición de más y más control. Regreso, no sin vértigo, de las cartas de Elena Garro. Es como si acabara de leer El proceso. No entiende uno nada, pero ya entiende todo. La pesadilla de un infierno administrado por diablos carismáticos y fotogénicos era inevitable, pero al menos el susto ya pasó.

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