lunes, julio 28, 2008

La mafia abanderada

Diario Milenio-México (28/07/08)
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Todo por no ser de aquí
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A ojos distraídos, el incidente es insignificante. Hanibal Gaddafi, vástago número cuatro del pintoresco dictador libio, intenta escarmentar a sus sirvientes, una mujer de Túnez y un hombre de Marruecos, en una habitación del hotel President Wilson, en Ginebra. Los golpea, se escuchan sus gritos y aparecen los guardias del hotel, que tal como lo manda la ley suiza se llevan de inmediato preso al agresor. Dos días más tarde, su hermana Aisha promete a los suizos que su país se cobrará la afrenta de acuerdo con la Ley del Talión. En Libia, entre tanto, dos ejecutivos suizos son acusados de “inmigración ilegal” y se les encarcela ipso facto, al tiempo que las calles son invadidas por turbas furiosas que alzan por estandarte la fotografía de Gaddafi Junior. El régimen anuncia sanciones numerosas contra el gobierno suizo.
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“Pleito ratero”, suele llamarse a la actitud del acusado que de la nada se asume acusador y exige airadamente la reparación de su honra. No es la primera vez que Hanibal Gaddafi protagoniza escándalos en Europa, pero esta vez los libios han comprado la bronca y ya la llevan lejos. ¿Cómo es posible, se preguntarán, que un incidente meramente doméstico trascendiera de modo semejante? ¿No es ello prueba contundente del desprecio europeo hacia el mundo árabe? Lo leo y lo no creo. Que en pleno 2008 un heredero pueblerino la emprenda a golpes contra sus empleados, vaya a dar a la cárcel y miles de achichincles se lancen a apoyarlo en las calles parece un exabrupto anacrónico y estúpido, como acostumbran serlo las manifestaciones públicas de los nacionalistas furibundos. Gente de piel sensible, claro está, como es el caso de tantos acomplejados prestos a transformar el mínimo desacuerdo en agravio, y a hacer de cada agravio una afrenta ardorosa. ¿Cómo van a entender que piense uno distinto sin asumir que así les menosprecia, seguramente por cuestiones de origen?
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Trípoli V.I.P.
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“Es Serbia allí donde hay serbios”, repetían a coro Slobodan Milosevic y Radovan Karadzic cuando había que acudir a la fórmula mágica que acabaría avalando exterminios masivos. Sin siquiera pensárselo, bajo el auspicio de un torcido sentido común, Gaddafi Junior y sus valedores intentan aplicar la misma fórmula para legitimar el derecho global de los gañanes. ¿Cómo se atreven las autoridades helvéticas a considerar que la suite donde duerme un Gaddafi es aún parte de Suiza, y no orgulloso territorio libio? ¿Qué les lleva a creer que la dinastía que gobierna despóticamente a cinco y medio millones de libios va a comportarse con elemental civilidad, sólo porque visita un país donde las leyes no están para servirles?
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Según la turba acicateada por jerifaltes y merolicos oficialistas, Libia tendría que ser aquel lugar donde hay libios, aunque todos entiendan que tal salvoconducto sólo opera si el ciudadano en cuestión se apellida Gaddafi, o en su defecto cuenta con la protección directa o indirecta de un Gaddafi. La sola imagen de los pulcros oficiales suizos irrumpiendo en la suite del hotel de Ginebra, es motivo de horror metafísico para todos aquellos privilegiados que diariamente pisan territorio libio sin tener que pagar los mil trescientos dólares que cuesta cada noche de hospedaje en el President Wilson. ¿Dónde hemos visto una conducta similar? ¿Cómo se llaman esas organizaciones solidarias que encubren y protegen a sus más nocivos elementos en el nombre de un vínculo de sangre? ¿A quién le sirve el término “nacionalismo”, cuando es más que bastante la palabra mafia?
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Pecadillos de sangre
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Sin haber puesto alguna vez pie en Libia, suelo reconocer a los nacionalistas furibundos por las mafias que los integran y cobijan. No vayamos más lejos, en mi país abundan estos pueblerinos, desde siempre ligados a mafias burocráticas en el nombre de ciertos principios abstractos, interpretados oportunamente por el líder en turno. “Nacionalistas revolucionarios”, se hacen llamar, pero habemos algunos —mayoría, por cierto— que los vemos como una mera mafia. Ya imagino alguna consulta ciudadana donde nos preguntaran si queremos que nuestro petróleo siga en manos de la misma mafia. No fue en balde que un día llegaran al extremo cursi de bautizarse como familia revolucionaria. Corrección pertinente: famiglia.
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Una familia es mafia cuando sus integrantes consideran que lo que se hace a uno se hizo a todos. El honor que envanece a cada quien y el desaire que deja a todos airados, uno y otro son la moneda corriente que a su entender da valor a la estirpe. Quien consigue amistarse con uno se habrá ganado así la buena voluntad de los demás, pero si un día pelean tendrá como enemigo al clan entero. Una ley tan estricta que no admite mayor interpretación, ni por supuesto está sujeta a debate. ¿Cómo no van a enfurecerse los nacionalistas en el curso de cualquier discusión, cuando sus argumentos son tan argumentables como la última orden de su patriarca? ¿Qué decir a las turbas de paleros afectos a Gaddafi sobre las leyes suizas, cuando cada uno de ellos considera que aquello que le hicieron los suizos a su hijito se lo hicieron en carne propia a cada libio?
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¿Qué hacía Hanibal Gaddafi en Ginebra? Llevaba a su mujer a dar a luz a un niño Swiss made, acaso intimidado por la nada remota posibilidad de que alguna malvada enfermera búlgara inoculara en su bebé el virus de inmunodeficiencia humana. ¿Cuántos entre los miles de incondicionales de su padre no darían cualquier cosa por viajar a Suiza como sus criados y hospedarse con él en el President Wilson —imaginemos el tamaño de la cuenta—, aun sujetos a sus peores arranques? Muy poca cosa, al fin, comparada con el honor de acompañar al crío del mandamás y ser con él un poco tirano, igual que tantos cacachicas de la mafia. Sacrificar la dignidad personal, incluyendo el derecho al pensamiento propio, en aras del buen nombre de la manada: he ahí la virtud del mafioso con causa. Que al cabo tantos hay…

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