miércoles, julio 30, 2008

Corte de caja (Exfuturos-Diario “El Columnista” de Puebla- 28/07/08) por Pedro Ángel Palou

A punto de escribir mi propio Cuaderno de retorno a un país natal, unas semanas antes, me pregunto qué me llevo de la Francia que me tocó en suerte vivir. El recuento no es muy halagüeño, pero está lleno de aprendizajes:
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1.-Europa está en agonía. El modelo mismo de Europa –que los irlandeses recién rechazaron- estaba basado en una serie de ideas que buscaban hacer sobrevivir un mito, el del humanismo occidental y sus bondades. La concepción misma del hombre –libre, igual, fraterno- que lo sostenía dio pie a los últimos verdaderos estados de bienestar. A eso se sumaron en una última utopía los países que decidieron hacer una “comunidad europea” (pero el adjetivo los traiciona, “económica”) y da al traste al final con el proyecto mismo: hoy parece que sólo se trata de hermanar a un grupo de consumidores potenciales. En este sentido, y sólo en ese, puede entenderse que la conquista social mayor de ese estado de bienestar, la semana de 35 horas, haya sido echada por tierra hace apenas unas semanas.
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2.- Como todos los países desarrollados, los europeos necesitan de la migración. Son los migrantes, como dijera el clásico Chente (Fox, no Fernández), “los que hacen los trabajos que nadie quiere hacer”. En el caso de Francia, además, hay una culpa no aceptada con sus colonias. Francia, como toda Europa no sabe cómo vivir su multiculturalidad. Un filósofo reciente ha bautizado por ende la tríada: “libertad, fraternidad, discriminación”. Otra vez la reciente directiva del regreso para los migrantes es una humillación terrible. Los países europeos la han aceptado unánimemente. El drama de son “sin papales” en Francia es una herida cotidiana que no hace sino ahondarse. La escuela pública, uno de los bastiones de lo que queda de la cultura francesa es también la prueba –no sólo en banlieu, sino aquí mismo, en el corazón burgués de París- de que el modelo no funciona, de que hoy por hoy la educación no llevará a la igualdad de oportunidades sino que sancionará con sus notas a quienes ya su origen y su dinero ha castigado de siempre.
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3.-El europeo actual es uno de los seres más egoístas del planeta. Está dedicado a todas las formas del onanismo, sin que el placer le provoque orgasmos. Se embarca en un nuevo mito que había denunciado Nietzsche, el del orientalismo –sus masajes, sus músicas, sus ritos, hasta sus deportes-; no es raro ver en el Jardín de Luxemburgo a un maestro chino moviéndose con extrema delicadeza y lentitud mientras un grupo de veinte franceses – que también van a la Sorbona a aprender el idioma por las tardes, después del té de moda- que lo imitan con la torpeza de un orangután. Viaja una vez al año, vive solo o sola (hay ciento cincuenta mil divorcios al año en Francia y apenas diez mil matrimonios más, así que háganse las cuentas), consume productos de belleza y cuidado personal y otro puñado de etcéteras. Está metido, como los norteamericanos en ese enloquecido “ideal de felicidad”, aunque los términos cambien. ¿Y a todo esto, no es esa palabra, felicidad, la que el capitalismo democrático usa para referirse a su proyecto económico y disfrazarlo, no es esa la crítica ideológica más feroz a hacer, la única que nos queda, a la felicidad como búsqueda insaciable?
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4.- El cine y la literatura franceses están de capa caída. Coincido con un titular del Time, que se preguntaba sin sorna, con dolor, por qué ha muerto la cultura francesa. Los anteriores tres puntos responden tímidamente a algunas de sus causas. No hay nada genuinamente nuevo, original, revolucionario en el arte francés –ni en el arte europeo, si a esas nos vamos. Se terminó el mito que la generación perdida norteamericana y el boom latinoamericano nos crearon en el imaginario. Ni aparece la Maga, ni Rocamadur se muere, ni Oliveira escribe los fragmentos de Rayuela. El síndrome de Ulises, la novela de Santiago Gamboa, retrata fielmente ese Paris que ya tampoco sabe vivir feliz todas las patrias. Hay unas islas, pequeñas. Pienso en los tres gatos que hacen una revista semestral, Ligne de risque, en algunos escritores retirados del circo, que anhelan volverse invisibles y silenciosos, como Pascal Quignard. Nada más. Todo lo otro lo engulló el mercado y lo devoró devolviéndonos a sus hijos espurios. Rimbaud ya lo sabía y por eso se fue a tratar con esclavos a Abisinia: ¡La vida está en otra parte!, gritó desesperadamente. Verlaine alcanzó a dispararle su pistolita casi de juguete. Un rasguño para que había abandonado la poesía.
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5.-En ese contexto el CEAQ (Centro de Estudios para lo Actual y lo Cotidiano) que coordina Michel Maffesoli es un oasis. En él se describe esta realidad evanescente, no se la intenta comprender, porque es en sí misma incomprensible. El cambio del sistema-mundo, nos dice el sociólogo francés, es de tal dimensión que no nos toca todavía comprenderlo ni estudiarlo. No existen los elementos. Allí se discute y se dialoga lo mismo sobre Harry Potter que sobre la techtonick, un baile basado en música electrónica de las zonas marginales de Paris, sobre Carl Schmitt y la teología política que sobre ese engendro de las democracias publicitarias y sus campañas, nuevo Frankenstein, Sarkolene, Jano extraño en el que todos los candidatos dicen lo mismo para los compradores-votantes: la política como mercancía vaciada de sentida. Allí se sabe que lo que queda de Francia es “la República de los Buenos Sentimientos”, la llena de esa necesidad absurda de ser políticamente correctos que no lleva a nada, que implica una nueva discriminación, velada. Allí hay otro cambio para la crítica ideológica, en la doble moral del doble género –mexicanos y mexicanas, votantes y votantas,- que tanto nos estropeó la vida en México el sexenio pasado.
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6.- Y así, me regreso a México con una noticia que como dice Monsiváis, mejora mi optimismo: mi número de celular ya es portable. ¡Qué frágil es la pinche vida, me cae!

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