lunes, junio 02, 2008

Los otros santos óleos



Diario Milenio-México (02/06/08)
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Repartiendo la nada
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De entre los numerosos días feriados que tanto agradecí durante los años escolares, había dos que siempre me parecieron extrañamente abstractos: el 5 de febrero y el 18 de marzo. Podía imaginarme fácilmente las gestas del 20 de noviembre, el 5 de mayo, el 15 de septiembre y hasta el par de cursilerías del 21 de marzo y el 16 de septiembre, dedicadas aún hoy a conmemorar las respectivas fechas de nacimiento de los dos mandatarios mexicanos que durante más años permanecieron en el poder. Eso se explica, pues. ¿Pero el petróleo y la Constitución? ¿Por qué los mexicanos teníamos que celebrar la puesta en marcha de una o varias leyes? Tampoco me lo cuestionaba demasiado, pues al fin el asunto me convenía. Dos días sin escuela cada año. ¿Qué más quería entender, si tan temprano ya me estaban corrompiendo?
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Pocos y raros son los mexicanos que saben del asunto del petróleo mucho más de lo que aprendieron en esos catecismos del nacionalismo pueblerino que solían ser los textos oficiales de Historia y Civismo, obra del mismo régimen autoritario y hondamente corrupto que diseñaba el santoral patriotero. Tampoco abundan quienes sepan gran cosa de Juan Diego y la Virgen de Guadalupe, mas ello no es obstáculo para rendirles culto sin regateos y hablar ilimitadamente en su nombre; pues resulta al contrario, como es propio en los territorios de la fe. Se cree, luego se sabe. Cuando un felón nos llama para decirnos que la computadora nos eligió para ganar un automóvil nuevo, y acto seguido aduce necesitar el número de nuestra tarjeta de crédito, caeremos en la trampa si antes de razonar ya nos miramos al volante del carrazo y nos negamos terminantemente a soltarlo. “¡Es mi coche!”, diremos inconscientemente cuando llegue el primer emisario del sentido común a recordarnos que semejante suerte no es realizable. Vamos, ni verosímil. Por raro que parezca, tiende uno a creer que la fe le convierte en acreedor de la vida. No es fácil, pues, renunciar a sentirse dueño del petróleo, luego de que un embaucador profesional lo convence de que alguien quiere arrebatárselo.
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2
¡Alto en nombre de la ubre!
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No está claro si fue en el Cerro de la Estrella o en el Castillo de Chapultepec que Dios dictó al general Cárdenas el decreto que nacionalizaba el petróleo, como tampoco se conoce cuál fue la inspiración divina que guió a otros creyentes a radicalizar hasta el absurdo los sagrados incisos, mas de acuerdo a sus fieles se trata de una ley inamovible. No en balde forma parte del santoral, aun si cada día son más los herejes que se empeñan en camellar cuando tendrían que darse al recogimiento. ¿Qué hacer con una ley obsoleta y retrógrada que no puede cambiarse, porque es sagrada? Valdría más preguntarse qué va a acabar haciendo esa ley con los subordinados a su férula. Pues no se intenta aquí que la ley nos sirva, sino servirle nosotros a ella y su divina estampa. Postrarnos ante sus resplandecientes incisos y ya entrados en gastos convertir a la Constitución en sharia. Conseguir que de aquí a doscientos años se nos cite entre risas incrédulas como idólatras del hidrocarburo.
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Cada vez que un político priísta se refiere a la defensa de nuestras riquezas, lo sensato es llevarse la mano a la cartera. La mula no era arisca, decían mis abuelos. El problema es que en este país casi todos los políticos son o han sido o se comportan como priístas, y esa marca muy rara vez desaparece. Una vez nacional-revolucionario, siempre nacional-revolucionario. Personas incapaces de vivir fuera del presupuesto del Estado, y por ello proclives a defender con dientes y uñas —accesorios fundamentales para el priísta de viejo cuño— la santa ubre que con no muy discreta generosidad los amamanta, y sin la cual temen —fundadamente, acaso— no servir para mucho, puede que por ese hábito heredado de prodigar palabras huecas en una lengua muerta de origen. ¿Quién no va a defender unas riquezas, colectivas apenas en teoría, que considera parte de su botín? ¿Y dónde más, sino en la Sacra Carta Magna, habita esa teoría gaznápira que en la práctica nunca podrá cumplirse? ¿A los legisladores se les elige para que revisen y actualicen las leyes, o para que se postren ante las más rancias, e incluso las defiendan con todo el peso del ridículo?
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3
“La patria no se vende”, opinó el comprador
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Más de uno estamos hartos y aburridos de tantos defensores no solicitados, resueltos a elevar al petróleo a la categoría de trasero de la patria. Empeño que sería incomprensible si no asomara tras el alboroto un esbozo de dictadura guajira reveladoramente similar al edén nacional-revolucionario, donde el caudillo es todopoderoso y resulta impensable que a cualquiera de sus subordinados se le ocurra opinar tantito diferente. Un proyecto priísta sostenido en el culto a la personalidad, cuyos medios y fines no difieren un ápice de aquellos que inspiraron a Rius para crear personajes y trama de Los agachados. Según sus impulsores, los mexicanos deberíamos llevarnos la mano al esfínter cada vez que alguien habla de privatizar Pemex. ¿Y qué hacemos si sólo ellos —los defensores, de quienes hasta hoy no hay quien nos defienda— hablan en realidad del tema? Discusiones estúpidas, casi siempre, dado que no se entablan para llegar a acuerdo alguno, como para posar ante la Historia.
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Dudo que sea fácil, o hasta posible, tener ideas claras, organizarlas y defenderlas mientras se posa para un escultor así de quisquilloso. Por lo demás, a quién le importan las ideas cuando es más económico echar mano de los estigmas, que se llevan tan bien con las calumnias. Aún hoy se nos previene contra una privatización inexistente, y con ello se excluye de la discusión la posibilidad de, en efecto, privatizar al elefante blanco, fiscalizarlo y exprimirle sustanciosas ganancias que, ahora sí, podrían servir a todos. Contratos inclusive leoninos, redactados en nombre de San Lázaro Expropiador. Si ello es viable o no, nadie se va a enterar. Intentarlo sería como dudar de la virginidad de la Virgencita: leña verde para los entreguistas que se atrevan. Afortunadamente, todavía no llega un tartufo a alborotar incautos con el cuento de que la leña es nuestra.

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