martes, junio 17, 2008

El guiño de lo real / y II



Diario Milenio-México (17/06/08)
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La novela histórica captura y detiene la realidad con una especie de guiño, ese gesto entre seductor e incompleto con el cual se evoca y se invita a lo que no está ahí.
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Fragmento y Collage: conocimiento como choque y revelación.
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Este entendimiento de la imagen como invocación de la muerte tiene su corolario en el énfasis que Walter Benjamin siempre puso en el fragmento —el fragmento que usualmente denominó como altamente significativo—. Los objetos de conocimiento no eran, dentro de esta acepción, fenómenos que una vez desdoblados en la línea ascendente del tiempo progresivo podrían ser cooptados en formas políticas que, para un Benjamin que trataba de huir de Europa, estaban firmemente reflejados en los efectos perniciosos del fascismo. Se trataba, en cambio, de pedazos, trozos, cachitos, donde la historia se inscribía y, para conocerlo/as, era necesario actualizar tal imagen, es decir, hacerla presente, rompiendo el mito de continuidad y del progreso. No es extraño, entonces, que haya optado –e incentivado a su vez a tantos más– a utilizar el collage como una forma narrativa capaz de capturar tal ruptura. Presentando imágenes desiguales y, con frecuencia, contradictorias, Benjamin aspiraba a escenificar el choque del cual podría emerger la revelación del conocimiento –ese instante para el que siempre utilizó la metáfora del flash. Y desde aquí, si me lo permiten, regreso al quehacer de la narrativa histórica.
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Nueva historia social/cultural
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Otra vertiente que podría ayudar a comprender el realismo peculiar de la nueva novela histórica viene, por supuesto, de cambios ocurridos en el campo mismo de la historia. Usualmente catalogada como un recuento de nombres y fechas, la escritura de la historia ha sufrido transformaciones importantes en las últimas décadas. Hay, por ejemplo, un mayor énfasis en lo que se ha dado en llamar una historia “desde abajo”, es decir, una historia que funcione con interpretaciones horizontales, y no verticales, del poder. Hay, también, una preocupación mayor por el significado del dato, más que en el dato mismo, cuyo proceso es analizado por medio de tensas negociaciones, más que claras imposiciones, culturales. De ahí el interés en la vida cotidiana de personajes anodinos que nunca llegaron a nada, pero que se inscribieron de maneras más sutiles, tal vez menos aparatosas, en la historia. Finalmente hay, también, una preocupación más íntima, un tanto afiebrada, con los mecanismos narrativos y de representación, como se atestigua en los trabajos de Hayden White.
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Este tipo de preocupaciones en el campo de la historia han dejado su marca en la novela histórica no sólo en obras cada vez menos interesadas en las vidas personales de los grandes personajes notables y/o famosos y, consecuentemente, cada vez más atraídas por las epopeyas cotidianas de los comunes y corrientes, sino también en un cierto afán por eludir el había-una-vez de las narraciones lineales que pretenden dar cuenta de lo que realmente pasó. Y en esto creo ver una cierta similitud entre el reto que la fotografía presenta a interpretaciones fáciles del realismo y las acusaciones de estrecho “realismo” muchas veces hechas en contra de la novela histórica.
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La nueva novela histórica y la fotografía
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Hasta aquí algunas de las vertientes que, a mi entender, influyen en la creación de esos textos alquímicos y heterogéneos que son la nueva novela histórica.
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Si bien la peculiaridad de este tipo de narrativa radica en el uso abierto de documentos como referente externo, creo que las conexiones entre la narración y el referente son menos directas y más oblicuas de lo que se cree. No creo, por ejemplo, que esta referencialidad sea reflejo directo de una falta de imaginación, sino, como en la fotografía, de un uso peculiar del proceso de esa creación de imágenes. La nueva novela histórica, por ejemplo, no mira la realidad con los ojos abiertos que capturan y reproducen todo e indiscriminadamente a su paso. Eso, por otra parte, ni existe ni ha existido nunca. La novela histórica captura y detiene la realidad con una especie de guiño, ese gesto entre seductor e incompleto por medio del cual se evoca y se invita a lo que no está ahí, esos fantasmas y esas sombras que, al decir de Benjamin acerca de la fotografía, habitan en los datos más concretos. No se trata pues, o no solamente en todo caso, de textos que buscan rescatar silencios o revelar ausencias, sino de producir nuevas realidades en el vaivén mismo que va del documento a la narración basada en éste. Parafraseando la frase de Goethe con que inicié este texto, si todos los hechos son ya imaginados, si son imaginación concreta, esto quiere decir que el realismo de la novela histórica, como el realismo de la fotografía, es menos “realista” de lo que usualmente se supone. Asimismo, si la imagen no se concibe como un proceso de creación subjetiva, sino como expresión objetiva, reproducir el lenguaje de los objetos, o de los hechos, o de lo real, en el lenguaje mismo es un reto mayor, y altamente imaginativo, del realismo.

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