lunes, junio 23, 2008

El blog desobediente



Diario Milenio-México (23/06/08)
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1
Peligro: focos subversivos
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Antiguamente, había sólo una clase de foco, que cuando se fundía se reemplazaba sin más polémicas. Se hablaba, en todo caso, del tema de los watts. Cierta noche, mi padre advirtió un resplandor inusual escapando de mi recámara de niño. ¿Quién había cambiado el foco de la lámpara de mi buró? Todavía orgulloso del increíble timo que el día anterior había llevado a cabo, le aclaré a mi papá que el foco se lo había trocado a un amigo… ¡El muy idiota me dio uno de 100 watts a cambio de uno de 25! Luego de una paciente explicación que puso en claro quién era el más idiota, recibí de sus manos un nuevo foco de 40 watts, que tenía la virtud de alumbrar mi recámara sin quemar la pantalla de la lámpara ni dejar viendo estrellas a las visitas, pero al fin me dormí pensando triunfalmente que había salido ganando 15 watts.
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Hoy día, la discusión se ha complicado tanto que casi no se puede hablar de focos sin caer en desacuerdos. Sin ir más lejos, en la Cuba de hoy las antiguas bombillas son poco menos que la encarnación del diablo. Que lo diga, si no, Yoani Sánchez, la bloguera superstar que ha despertado la ira de Fidel Castro por escribir sobre una cotidianidad por cuyos incontables intersticios se asoma una autocracia infumable que anula toda forma de privacidad, y que en su más reciente entrega se refiere precisamente al tema de los focos. Desde que el régimen envió trabajadores sociales a reemplazar las viejas bombillas brillantes por nuevos focos lúgubres —cuya luz no permite distinguir los detalles, si bien ahorra grandes montos de energía—, en una terminante operación casa por casa, la bombilla se ha convertido en un objeto subversivo y desafiante. Quien la tenga o la use es oficialmente un antipatriota y un traidor.
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2
Prohibido decidir
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Tengo dos de estos nuevos focos en mi casa. Uno alumbra el garage, el otro el baño de mi recámara. De ese modo, si me despierto a media madrugada, puedo entrar y salir como el vampiro de su sarcófago, sin que un deslumbramiento majadero acabe de una vez de espantarme el sueño. Pero ya he dicho que esto de los focos se presta a discusiones. A ojos femeninos, por ejemplo, un baño con la luz mortecina es el peor enemigo de un buen maquillaje, o siquiera un arreglo personal aceptable. Nada que, ya en la convivencia, no pueda ser resuelto con dos focos distintos, cada uno en su lámpara. Democráticamente. Por eso Yoani Sánchez no necesita hablar en concreto sobre dictaduras para exhibir a aquella que la oprime en todos los rincones de la vida cotidiana, si para eso ya basta con tratar sobre focos en su blog y recordar que tiene uno escondido; luego atreverse a la temeridad de fotografiarlo, y además enfrentar a los sumos sacerdotes de la ideología con palabras sencillas a extremos sacrílegos: “Necesito creer que al menos puedo decidir bajo qué tipo de luz leo, ceno o veo la tele”.
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Necesitar creer que al menos puede decidirse algo es el estado usual de quienes viven bajo férreo cautiverio. Prisioneros, esclavos, perturbados mentales. En el caso de Cuba, ciudadanos. Es decir, algo menos que compañeros. Uno, ingenuo, cree que tiene derechos; el otro sólo sabe de sus obligaciones. Hasta hace poco, en Cuba, ganaban todos el mismo sueldo, independientemente de su desempeño, aunque los siempre dóciles compañeros siempre han tenido acceso a prerrogativas inaccesibles a esos díscolos ciudadanos que se creen con derecho a elegirse una vida a su gusto y alumbrarse como les venga en gana. Ahora, cuando ya el esclavismo en el poder han observado que el igualitarismo salarial tenía el defecto de fomentar la indolencia y disminuir la productividad, los compañeros deben disciplinarse y alinear su opinión con ideas que hace un par de semanas eran objeto de persecución. Tal vez el único atenuante para los antiguos tratantes de esclavos fuera que no esperaban que éstos opinaran como ellos en todos los temas, ni que se delataran los unos a los otros, ni que aplaudieran al paso de sus dueños.
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3
Los celos tienen barbas
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Cuando empecé a pergeñar estos párrafos, el texto de Yoani sobre los focos había merecido poco más de 3,300 comentarios. Ahora que lo actualizo, ya van 3,700. No tantos, comparadas con los casi cinco mil que mereció otro de sus textos recientes. Si yo fuera Fidel, me darían unos celos del carajo; y si fuera su hermano, es seguro que la noticia me espantaría el sueño. Pues si tal es el número de las opiniones, habrá que imaginar las decenas de miles o quizás más lecturas silenciosas de quienes cada día se asoman a la Cuba de hoy mismo por la ventana Generación Y —así se llama el blog de Yoani Sánchez, ganador de ese Premio Ortega y Gasset que tantas comezones le provocó a Fidel—. ¿Cómo esperar que el anatema del dictador pudiera contribuir a mejor cosa que hacer crecer la bola de nieve tropical en que se ha convertido Generación Y?
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Alguna vez le pregunté a Wendy Guerra si su empeño en permanecer en Cuba respondía a los deseos de la persona y se oponía a los de la escritora. “Al contrario”, repuso, como si fuese obvio, “la escritora es quien no puede perderse lo que está sucediendo en Cuba”. Y claro, es obvio. Quien lo dude no tiene más que asomarse a Generación Y, donde un foco apagado basta para encender toda suerte de animosidades, hasta hace poco tiempo impensables para un régimen cuyos esbirros temían al envío de un e-mail no supervisado como a la fuga de un reo peligroso. Hay una libertad poco menos que envidiable en esa isla dentro de la isla, conectada a su vez con muchas otras, donde darse a escribir sobre las cosas simples es alzar esa voz ciudadana que tanto quita el sueño a los compañeros.

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