jueves, mayo 22, 2008

Anecdotario


Diario Milenio-Puebla (22/05/08)
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El domingo anterior, como cada domingo, fui al súper. Siempre voy solo al súper. Al salir con las bolsas me topé con un taxista quien en otras ocasiones me había llevado a mi casa. No es mucha la distancia. En el autobús hago un tiempo de diez minutos si el tráfico así lo permite. El taxista, una persona mayor, me ayudó a meter algunas cosas a la cajuela del auto y me dijo que se acordaba de mí.
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Usted vive en tal calle, ¿verdad?, me preguntó y yo le respondí que estaba en lo cierto. ¡Ah, sí!, dijo, desde que lo vi me acordé y echó a funcionar el motor. Me habló del estado del tiempo y de una borrachera y una cruda “espantosa” –dijo— de fin de semana.
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No, no: usted no conoce a mi esposa ni a mi cuñado. Les encanta el trago y son de carrera muy larga, me confesó secándose el sudor de la frente que le había provocado el bochorno. Pero a mí ya me hace daño, continúo.
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Reparé que cerca de la palanca de velocidades traía un pequeño bat. Se dio cuenta y sin que yo le preguntara nada dijo: ah, es de mi nieto pero se lo quité hace tiempo porque antes usaba una varilla para defenderme. Le respondí que yo lo veía bien, qué más podía decirle. Y en eso volví a ver el bat. Era un bat de proporciones pequeñas, pero sólido. Pensé que un golpe en la cabeza con el bat de madera podría matar a cualquiera. Y parece que me leyó el pensamiento: ah, ah, con esto sólo les doy en las costillas y en la espalda, me dijo.
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¿A quiénes les da usted con el bat?, le pregunté.
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¡Ah!, pos a los borrachos que se ponen necios y no me quieren pagar. Se rió y agregó: o a la gente que no quiere pagarme lo que le pido, no es necesario que anden borrachos pero sí, los borrachitos son los más necios, a esos sí me los chingo. Apenas hace unos le di a uno que me dijo antes de llegar a su casa…. ¿ya te pagué, verdad?
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Y le dije, no te pases de listo y antes de que reaccionara ya tenía un batazo en la espalda y otro en una costilla. Me pagó y lo bajé todo madreado.
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Noté que al señor que conducía el taxi le temblaban involuntariamente las manos, además de que le seguía brotando el sudor como su estuviese en el sauna. En efecto, olía a alcohol destilado, barato. La resaca siempre provoca esas reacciones.
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Por acá vive usted, ¿verdad?, me dijo mientras daba la vuelta hacia una calle que desemboca en el bulevar 5 de Mayo. Ya no le contesté confiado en su memoria.
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Al llegar se estacionó con toda propiedad y me ayudó a bajar los paquetes, él mismo los colocó cerca de la reja que divide el patio de la puerta de mi casa. Dijo algo así como “servido, señor”. Luego jugueteó con sus llaves y miró hacia el cielo.
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Se va a nublar otra vez, dijo
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No le respondí. Eché la llave a la cerradura para comenzar a meter las cosas al tiempo de preguntarle cuánto le debía.
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No es mucho, dijo, no se preocupe, sólo déme 60 pesitos.
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Me quedé callado. ¿60 pesos? Pensé que la distancia del súper a mi casa no es tanta como para pagar esa cantidad de dinero. No dije nada y le extendí tres billetes de 20 pesos cada uno. Preferí eso y conservar sanas mis costillas.

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