martes, marzo 11, 2008

Los conversadores profesionales


Diario Milenio-México (11/03/08)
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El conversador nace así. Los hay, por supuesto, de distinta estirpe pero la misión del conversador es siempre la misma: que la conversación siga.
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De la misma manera en que los que saben matar se contratan como mercenarios, los que saben historiar se contratan (cuando les va bien, claro) como investigadores en instituciones académicas, o los que saben manejar trabajan como taxistas o choferes, los escritores que, con frecuencia inusitada y acaso paradójica, gustan de discurrir, a veces hasta jocosamente, sobre temas varios, deberían contratarse como conversadores profesionales.
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A veces, como a Jorge Ibargüengoitia, me da por imaginar oficios imposibles.
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El conversador, se sabe, nace así. No hay otra escuela más que la práctica ni otro entrenamiento más que la interacción. Social por naturaleza y amable por afición, el verdadero conversador se sienta a la mesa y, sin imponer tema alguno, aunque sí sugiriéndolo, aborda la plática de la misma manera en que un nadador, por ejemplo, se inmiscuye en la corriente del río. Ese tipo de contacto. Ese tipo de complicidad. Sabe, también por instinto, cuando hay que agregar el chiste que evitará el aburrimiento o la decepción y cómo evadir asuntos que siempre terminarán en disputa o en un mal sabor de boca generalizado. Los hay, por supuesto, de distinta estirpe —más o menos virulentos, más o menos escandalosos, más o menos murmurantes— pero la misión del conversador es siempre la misma: que la conversación siga. Nada más. Un cuarto lleno de murmullos. El ritmo de esa cosa que se comparte y se va. Vuelo de la vocal en vilo.
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Del conversador nato, que nos alegra las cenas y nos intriga con sus conocimientos varios, al conversador profesional, no hay tantos pasos.
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Veamos la siguiente situación claramente hipotética.
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1) El Posible Anfitrión Profesional se encuentra con el siguiente anuncio en una prestigiada revista de circulación más bien restringida: “Grupo de conversadores profesionales ofrecen sus servicios para realzar sus eventos sociales. Los temas incluyen pero no están limitados a: cine contemporáneo, identidades fronterizas, amenazas ecológicas varias, las dudosas virtudes del éxito, libros recientes, cinismo hoy (con cultas referencias a Sloterdijk), filosofía francesa (con énfasis en Derrida y Cixious), El Estado Actual de Todas las Cosas del Mundo. Vestuario Incluido. Costo por hora o por evento. Contacto en la siguiente dirección electrónica: xxx@xxxx.xxx.xx”.
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[aquí se esconde el paso
del tiempo]
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2) Los que hasta ese momento han sido solamente Conversadores Natos reciben esa oferta electrónica por medio de la cual se convierten, al menos formalmente y con más titubeos que firmeza, en Conversadores Profesionales. Enfrentados de manera irremediable con asuntos éticos (¿es moralmente correcto “vender” una conversación?, ¿me transforma esto en un mercenario de la palabra hablada?), los conversadores deciden experimentar. Al menos una vez, dicen.
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3) Una no-tan-módica cantidad llevará, entonces, al grupo conversador hacia el sitio del evento. Ataviados para la ocasión, ahora todo es cuestión de diseminar estratégicamente conversaciones sobre, digamos, la teoría del caos, las identidades contemporáneas o las vicisitudes del arte y el mercado. Y cuestión de apostarse en distintos puntos del lugar para que la conversación general fluya. Cuestión de tomar la copa de martini o la flauta champañera con naturalidad mientras se discurre, con sincera pasión, incluso con encono, sobre El Estado Actual de Todas las Cosas del Mundo.
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4) ¡Ah, la satisfacción del anfitrión al escuchar, ya en el momento mismo del evento o algunos días después del mismo, que sus reuniones son amenas, sofisticadas y muy cool-tas!
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5) Y todo esto por una no-tan-módica (insisto en el negativo) cantidad que sacaría de apuros a muchos, combatiría el desempleo cultural, y promovería, para colmo de bienes, aquello de que hay que gozar de verdad con el trabajo propio.
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La idea es, por supuesto, dominguera y, por lo tanto, posible. Después de todo no fue hace mucho que oficios tan singulares como, por ejemplo, sacar a pasear una docena de perros o cuidar de gatos (y/o serpientes y/o pericos, etc.) mientras el dueño se va de viaje, parecían más producto de la imaginación de un diletante que posibilidades reales. Como lo atestiguan los parques de las metrópolis más diversas o las paredes donde se cuelgan anuncios de empleo, estos trabajos se han convertido en elementos más bien cotidianos de la vida contemporánea. Así las cosas, no debe haber mucho trecho entre imaginar células conversatorias varias interesadas en contribuir al diálogo social y ser testigo presencial de la formación de ese primer sindicato universal a cargo de proteger los derechos de los últimos conversadores humanos. Faltaba más.

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