lunes, marzo 10, 2008

Hombrecillos



Diario Milenio-México (10/03/08)
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1. Fermentando el rencor
Suele menospreciárseles, y eso a menudo tiende a fortalecerlos. Dominan las diversas tácticas del despecho, en especial la que transforma el menosprecio en desprecio (duele menos el odio que la indiferencia). Pobre del miope o el desmemoriado que se cruce con ellos en un pasillo y no salude, pues no habrá forma ya de que le olviden. Tienen una memoria privilegiada cuando se trata de archivar agravios y una intuición aguda para el funambulismo. Ellos se consideran felinos naturales, pero más de uno afirma que son simples rastreros invertebrados. Los hay, al fin, de todas las tallas, pero un ojo avezado los encuentra en mitad de un parpadeo. Poco se significan, por eso mismo. Buscan la protección de un jerifalte cuyo ego se deje masajear por sus habilidades adulatorias y esa tendencia al mimetismo trepador, tan propia de ellos. De ahí el alto peligro de menospreciarlos. Puede uno declararle la guerra a un mal hombre, y hasta al peor de los hombres, pero jamás a un hombrecillo. Nadie cobra una afrenta con la saña tenaz del hombrecillo.
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Se equivoca quien piensa que el hombrecillo es necesariamente un perdedor, o un subordinado. Las cucarachas también llegan al techo y no por eso dejan de ser cucarachas. Veamos el ejemplo recentísimo del comandante Daniel Ortega, ese hombrecillo ilustre cuyas más personales mezquindades son moneda corriente entre propios y extraños. Un día, el presidente de Nicaragua rompe sonoramente relaciones con el gobierno de Colombia, para seguro beneplácito del duce bolivariano; al otro día recula, no bien su duce cambia de opinión. Por más que en sus soflamas incendiarias trata de hacerse pasar por hombre, se advierte fácilmente que el comandante ocupa cojones prestados. Ayer los de Fidel, hoy los de Hugo, mañana los del próximo jerifalte —Tirofijo, tal vez— al que le sea preciso un oficioso a modo. Un papelón para cualquier hombre, un Papel en la Historia para un hombrecillo.
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2. Se vende apodo bonito
Una metamorfosis familiar es la que hace del hombrecillo un hombrezuelo. Puesto que no son pocos los que están a la venta, y ojo: en barata. Todo aquel que se piensa un gran hombre sabe que necesita legiones de hombrecillos dispuestos a creer y hacer creer tamaña ocurrencia. El comandante Ortega cuenta con hombrecillos oficiosos como él, expertos casi todos en justificar su vida de gran burgués, amén de las ruindades y traiciones que la han hecho posible. ¿Quién, sino un hombrecillo inopinante, puede justificar que el hombrecillo mayor lance oscuras campañas llenas de las calumnias más infames contra sus ex aliados? ¿Y qué bajo respeto por sí mismo debió tener ese hombrecillo, una vez encumbrado de vuelta a la presidencia de su país, para atrasar por horas su toma de posesión y la agobiada espera de los invitados con tal de que la ceremonia recibiese la bendición del duce bolivariano? Habituados a ostentarse como los portadores naturales de las más altas órdenes, los hombrecillos tienen una noción elástica de soberanía, por eso la defienden con garras y colmillos ante cualquiera que no sea cliente.
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Entre las ocurrencias más abyectas del lambiscón se cuenta esa tendencia asquerosa al sobrenombre adulador. Raudos y maliciosos, casi siempre malévolas caricaturas verbales, los apodos existen para el sarcasmo de propios y extraños, y con cierta frecuencia sirven para hacer de un amigo un enemigo. Deformar la naturaleza cabulera de los apodos y transformarlos en elogios baratos es quehacer de hombrecillos abyectos y cortesanos de piruja estofa. Los vemos en los mítines políticos, haciendo hagiografía en el micrófono para hablarle a la multitud fidelísima del gran hombre que está a punto de iluminarles con sus palabras. “El abuelo sabio”, llama Evo Morales a Fidel Castro, insinuando que tras sus dotes de agitador callejero se oculta en alma tierna y cortesana de un hombrecillo lambiscón.
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3. Don’t hombrecillo me
Según afirma el duce bolivariano, George W. Bush —ese hombrecillo ex briago y ex putañero que ahora va por la vida con la cruz en alto— es el demonio, tanto que su presencia deja un rastro de azufre. ¿Qué hombrecillo, por renacido al cristianismo que se jure, no se mira adulado cuando alguien lo confunde a propósito con la instancia más alta del inframundo? A saber si no Bush en el fondo ve a Chávez como su hombrecillo, igual que Chávez elegiría antes a Rajoy que a Zapatero, a quien desde sus botas de mandón millonario le considerará un hombrecillo. Pues como todas las clasificaciones humanas, la de hombrecillo es meramente relativa. Nunca sabremos quiénes nos han puesto en su lista de hombrecillos, como no lo sabrán los de la nuestra. Víctima del complejo que le escuece por dentro, el hombrecillo insiste en ignorar la entraña democrática del menosprecio (pues de éste al menos hay para todos).
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Abundan los mandones habituados a pensar que quienes no llevamos pistola o guardaespaldas estamos destinados a vivir y morir como hombrecillos. Capos, sicarios, narcos, asesinos, lenones, secuestradores, tiranos, demagogos, torturadores, genocidas: suman varios millones y a sus ojos yo debo de ser una cucaracha. Ahora bien, me tienen que matar para demostrarlo, y ni así lograrían los eventuales matones evitar encajar en las clasificaciones más sensatas como meros remedos de hombrecillo, peones entre los peones de un ajedrez voraz conducido por adversarios cocainómanos. O petrodependientes, que son parecidos.
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La cocaína es al hombrecillo lo que el petróleo al duce bolivariano, que por su intercesión va repartiendo dólares entre los hombrecillos del continente. Dinero nuevo y fresco que transforma a hombrecillos en hombrezuelos. Me zumba una palabra: mujerzuela, pero temo que viene corta a estos propósitos. Las mujerzuelas conocen dignidades que el hombrezuelo no ha escuchado nombrar, y pocas son las que antes fueron mujercillas. De hecho, no sé qué sea una mujercilla, conozco en realidad a muy pocas mujeres capaces de llenar los zapatos o el diván del hombrecillo, y ninguna las botas de Daniel Ortega. Para bien y descanso de todos.

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