lunes, febrero 25, 2008

La sombra de los versos



Diario Milenio-México (25/02/08)
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Snif, te lo prohíbo
Contra lo que acostumbran pensar los puritanos, no son las libertades aquellas señoritas que nos conducen al libertinaje, sino las prohibiciones. Cachondas varias de ellas, cómo no. No en balde asegura Georges Bataille que al cabo toda forma de erotismo se origina en los interdictos. Romperlos, desafiarlos, pretender fatuamente que se los ignora, ocasiona un placer que remunera con creces al infractor. “Soy una perra”, jadea la beata de cara al espejo y allá van cuesta abajo tantos días y noches invertidos en manosear rosarios. Se acusa a los pornógrafos de hacer dinero indigno a costillas de los humanos apetitos, y puede que lo suyo no sea exactamente digno del mayor encomio, pero hay que ver también el tremendo negocio que es prohibir.
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Quien prohibe no precisa hacer más inversión que unas cuantas coartadas retorcidas a modo para inventarse un pasadizo virtual entre el paternalismo autoritario y el bien común. “Es por tu bien”, decían los mayores cuando nuestro criterio de niños no alcanzaba para leer cabalmente la brújula de la propia convenencia. ¿Cómo es que, ya crecidos, podemos tolerar que otros vengan a hablarnos en el nombre de nuestro santo bien, asumiendo y forzándonos a asumir nuestra inapelable y quien sabe si ya definitiva minoría de edad? Si me diera por hablar a los prohibicionistas en nombre de su bien y su salud mental, empezaría por exigirles que empezaran dejando en paz a los míos. El hecho de que no consuma pornografía, ni realice propaganda política independiente, ni consuma tabaco en sitio alguno, difícilmente les da derecho alguno de prohibírmelo. Porque claro, prohibir es placentero, otorga sensaciones de poder equiparables a las que experimenta el cocainómano recién servido, y por supuesto causa adicción.
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El complejo rabioso
No obstante el clima de prohibicionismo que privaba en los años infantiles, recuerdo con simpática extrañeza que mis padres jamás me prohibieron fumar. “Dos cajetillas de Raleigh con filtro”, le pedía ciertos sábados al hombre de la tienda, quien mientras me cobraba se entretenía tachándome de escuincle vicioso. Acto seguido y sin darle respuesta, corría de regreso a la casa a entregarle a mi padre sus cajetillas y su cambio. De manera que nunca se me antojó, me parecía sosa, incomprensible esa manía de jalar y echar humo por la boca, y todavía más raro el sex-appeal que aquel acto tenía entre mis compañeros del colegio. Ahora bien, si al principio miraba a los fumetas con el respeto que inspira la osadía del villanuelo, luego me fui enseñando a mirarlos con cierta conmiseración. Me parecían ya demasiado infantiles, desde que se esforzaban por sentirse adultos y con trabajos parecían enanos; aunque eran preferibles a las cucarachas lambisconas que los delataban: “¡Profesor: Zutanito está fumando en el baño!”
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La prohibición no es sólo de quien la impone. Hay una voluntad de apropiación palpitando en lo oscuro de cada pobre diablo urgido de un gajito de poder. Una tendencia no menos adictiva que la experimentada por el prohibicionista, y además contagiosa como la rabia. ¿No es acaso con rabia que el ciudadano equis se injerta en policía transitoriamente para llamarnos la atención y tratar de forzarnos a cumplir con cierta norma estricta que pasamos por alto? ¿Quién no conoce a alguno de esos oficiosos ortopedistas de la conducta ajena, para quienes las nuevas prohibiciones son oportunidades de desplegar complejos de inferioridad resueltos a la usanza de Narciso? Hay que ver la fachita vanidosa que se cargan los hijos de vecino acomplejados cuando intentan prohibirnos una cierta conducta personal y ya nos amenazan con denunciarnos.
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Mi padre no come alfalfa
El problema con los prohibicionistas del tabaco no está en que, según dicen, un fumador activo se entregue a perpetrar la infamia de convertir a quienes le rodean —aún con su consentimiento— en fumadores pasivos, sino en la aberración de aceptar al prohibicionista y sus esbirros como prolongaciones de nuestros padres durante la vida adulta. Empeño que a la larga será inútil, aunque no improductivo para quienes se encargan de aplicar por ahora esas leyes, y en tanto administrar una nueva y jugosa fuente de ingresos. ¿Cuántos bares permanecen abiertos únicamente gracias al oportuno pago de sobornos a tantos funcionarios chantajistas? Imagino una escena doblemente asquerosa: el inspector chantajea al dueño del tugurio por no haber delatado a un fumador, mientras tres parroquianos exigen, de manera espontánea y coincidente, que se aplique la ley con todo su rigor.
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Somos legión quienes recordamos a nuestro padre soltando bocanadas de humo en la sobremesa, sin que nadie pelara los ojos por ello. No creo que en todas esas ocasiones —el coche, un restaurante, la sala de la casa— me causara algún daño irreversible, si bien me tranquiliza que hace más de veinte años no haya vuelto a prender uno de esos Raleigh de mierda, ni de otros. Mas si al aire viciado hay que referirse, cualquier ciclista o motociclista —heavy users del aire contaminado— podría corroborar la porquería de oxígeno que diariamente respiramos. Un problema que los prohibicionistas preferirían resolver, en un futuro próximo, multando a quien camine por la calle sin el debido tapabocas.
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El mero ejercicio de prohibirle cualquier cosa a los vecinos, amenazarlos, llamar a la patrulla, señalarlos, otorga al miserable alguna sensación de libertad, pero lo cierto es que nada molesta más a los prohibicionistas que cualquier forma de libertad ajena, a la cual rebautizan como libertinaje para hacer de ella un arma arrojadiza, y en tanto una palanca para el chantaje y la sumisión forzada. No tendría que sorprender a casi nadie advertir que entre los prohibicionistas menudean quienes admiran y ensalzan a los regímenes totalitarios, donde sin duda más en casa se sienten, ni que halaguen y emulen a sus caudillos. Su negocio es prohibir, su lugar quiere ser el de nuestros padres, y eventualmente el de nuestros padrotes. ¿Quién, por favor, le explica a estos celosos caballeros que no están con sus hijos, ni con sus putas?

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