jueves, enero 03, 2008

LA REPRODUCCION PIRÁTICA



Diario Milenio-México (01/01/08)
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El original no existe, se sabe. En una época que ha puesto en duda de manera sistemática no sólo el valor sino la existencia misma de lo “auténtico” es sólo natural (y utilizo esta palabra aquí con sumo cuidado) que las copias y sus auras, como dijera Walter Benjamin en uno de los ensayos más citados del siglo XX, ocupen un lugar especial y controvertido (y también especialmente controvertido) en las vidas cotidianas de los consumidores contemporáneos. Ya en 1936, cuando el torturado filósofo alemán publicó “El arte en la era de la reproducción mecánica”, ambivalentemente denostaba y celebraba las capacidades tecnológicas de una época que, por una parte, aseguraban la reproducción de la obra de arte aunque, por otra, lo hacían a costa de la pérdida de su aura, su aquí y ahora que, según él, constituía su certificado de autenticidad (algo que definía como “la cifra de todo lo que desde el origen puede transmitirse en ella desde su duración material hasta su testificación histórica”). ¿Qué decir unos 70 años después ya en plena era de la reproducción pirática? Si bien una mercancía no es un objeto artístico y sí, por el contrario, un objeto de uso masivo resultado de la desarrollada capacidad tecnológica para producir en serie, todo parece indicar que las habilidades reproductivas, especialmente cuando éstas son tan masivas como las productivas, ocasionan efectos económicos y culturales que bien vale la pena revisar.
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Basta pasearse por cualquier calle céntrica de cualquier ciudad del país o por cualquier mercado bautizado con el nombre genérico de la pulga o el piojo (por razones que todavía no puedo descifrar a ciencia cierta pero que sí puedo intuir) para encontrarse con esa serie de objetos que posan, y posan muy bien, posan, es más, de manera escandalosa, como el objeto original. Impostores pero exactos, fieles y falsos al mismo tiempo, estos objetos que ocupan un lugar cada vez más preponderante en formas de comercio informal en nuestra época me hacen pensar lo siguiente:
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1) La mercancía pirata transforma el concepto de autenticidad en un asunto de fe. La calidad creciente de las réplicas hace realmente difícil distinguir entre el objeto original y el objeto no-original. Así, al ir comparando detalle por detalle y no encontrar diferencia alguna entre uno y otro, el consumidor no tiene otra alternativa más que recurrir a la creencia de que, como el objeto ha sido adquirido en un establecimiento autorizado, es decir, en un establecimiento que paga impuestos al estado, el objeto, luego entonces, es el objeto original. Esta relación entre el estado y el objeto, escandalosa de por sí, significaría poca cosa, sin embargo, sin la mediación de la creencia. Y es ésta, no el objeto ni el estado, la que nos hace exclamar, dependiendo del anhelo o la convicción del caso, que lo que tenemos entre manos es un objeto original.
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2) La mercancía pirata democratiza y uniformiza el consumo. Transformando en realidad una promesa que todo régimen político hace pero ninguno cumple, la reproducción pirática participa en un extraño proceso de democratización de ciertos objetos (películas, ropa, bolsas, zapatos, discos, entre tantos otros) al extraerlos de los canales de comercialización elitistas y ponerlos al alcance de un público masivo. De esta manera, independientemente de sus ingresos económicos, las mayorías tienen acceso a los objetos de estatus social que alguna vez fueron el coto cerrado de los pocos. Tal vez por eso es que la reproducción pirática copia, sobre todo, aquellos artículos que, anunciando en su propia superficie su seña de identidad básica, es decir, su marca, facilitan su identificación a los ojos del ávido consumidor. Democratizadora, sí, pero uniformadora también, la reproducción pirática parece encadenada a las consonantes que la enuncian.
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3) La mercancía pirata obliga a enunciar lo obvio y, luego entonces, a denunciarlo. En un retruécano de probada perversión, la mercancía pirata devela la descarada búsqueda de estatus de los consumidores. La clase media no nace, se hace a través de las etiquetas de la ropa que se pone. Cuando el consumidor se ve obligado a anunciar que la mercancía en uso es la “original”, lo que el consumidor confiesa es que poco le importa el disfrute del objeto (por eso los defensores de lo “auténtico” no pueden ser verdaderos hedonistas) y mucho, en cambio, el status que el objeto le confiere. Lo original es el poder (económico) de poder decir “lo original”.
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4) La mercancía pirata se sale con la suya. Paródica lo es, no cabe duda. Y también es irónica. La mercancía pirata coloca esa sonrisa socarrona en la cara de quien pagó menos de la mitad y aún menos por una etiqueta muy bien copiadita.
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5) ¿Y no es la idea misma del Clon una derivación más de las posibilidades físico-ontológicas de la reproducción pirática?

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