lunes, enero 28, 2008

Entre eurosis y eurastenia




Diario Milenio-México (28/01/08)
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Más barato por millón
Hasta hace poco casi nadie sabía quién era Jérôme Kerviel, un operador financiero francés de 31 años recientemente acusado por sus empleadores, el banco Société Générale, de maquinar e instrumentar a solas el desfalco bancario más grande de la historia: poco menos de cinco mil millones de euros que hasta hoy nadie sabe dónde están. Felonía por la cual el responsable puede ser castigado hasta con siete años de cárcel. De modo que si hacemos cuentas necias concluiremos, por ejemplo, que el estafador pagaría más o menos un día de cárcel por cada dos millones de euros sustraídos. Una ganga de acceso restringido a los ladrones de altos vuelos, si bien valdría empezar por preguntarse qué puede hacer cualquiera con un botín de casi ochenta mil millones de pesos, que solamente depositados en el banco pagarían quinientos millones de dólares anuales por intereses simples. ¿Quién podría esconderse con esa cantidad? ¿Quién va a creer que un solo empleado pueda ser lo bastante idiota para soñarse así de rico y encima transparente?
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“Poco menos de cinco mil millones” quiere decir: cien millones menos. Poco en comparación. Aún así, cualquiera que posea de un día para otro cien millones de euros tiene papel de sobra para volverse loco. No muy lejos de la noticia sobre la historia de Kerviel —que con toda justicia se llevó los titulares del día— todavía en primera plana leí que en un concurso llamado Eurobote se ofrecía un premio de 73 millones de euros, bajo una condición suculenta en teoría: “un único acertante puede ganar”. No sé hasta dónde deba parecer extraño que las uñas de un solo broker subrepticio sean capaces de sustraer el presupuesto anual de una nación pequeña, pero en definitiva me escandaliza que haya quien pueda prometer tamaña cantidad como una bendición del cielo, cuando ya la centésima fracción de ella basta para cambiarle la vida a cualquiera.
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2
A mí mis euros
Es seguro que el industrial Tomás Delgado Bartolomé no imaginó que la mañana del viernes 25 de enero despertaría compartiendo los titulares de la primera plana de El País con la noticia sobre el ahora famoso forajido financiero francés, y acaso aún ahora se pregunte cómo es que una pequeña demanda civil —20,000 euros, por daños y perjuicios— puede rivalizar con cantidades tan estruendosas como los miles de millones de Kerviel y los 73 del Eurobote. Pero he aquí que lo más notorio de los veinte mil euros de marras está precisamente en su modestia: tal es la cantidad que reclama el ciudadano español Tomás Delgado Bartolomé como indemnización por el quebranto sufrido en su bonito Audi A8 el 26 de agosto de 2004, cuando atropelló y mató al ciclista Enaitz Iriondo, de 17 años. De prosperar su petición, la cantidad tendría que ser pagada por los padres de Enaitz, que si viviera tendría veinte años.
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Para un hombre como Tomás Delgado Bartolomé, veinte mil dólares son poca cosa. Él lo acepta, además: no le hacen falta, pero no tiene por qué renunciar a ellos. Los de la compañía, reconoce, le han dicho que para ser indemnizado tiene que demandar a los padres de la víctima, y ha procedido a ello en busca de justicia. “Soy la primera víctima”, señala ante las cámaras, e incluso se compara ventajosamente con sus demandados: “Yo tengo más hijos”. También tiene más coches, pero ya en la demanda exige seis mil euros por el tiempo que pasó su vehículo inutilizado, al cual él “ha necesitado para su trabajo”. Es decir que la más grande injusticia, a ojos de Tomás Delgado Bartolomé, consiste en haber puesto demasiada atención al dolor de los padres de Enaitz y muy poca a su pena como dueño de un Audi destrozado, condenado con ello a moverse en automóviles que con toda seguridad no reflejan con tal exactitud sus logros en la vida. “Ellos ya cobraron”, se defiende, en referencia a los 33 mil euros que la aseguradora pagó a los padres de la víctima. ¿Y a él, cuándo?
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3
Levántate y Audi
No sin razón, los familiares de Enaitz Iriondo exigen ahora más de lo que en su momento pudieron pedir, pues entonces creían que el pobre conductor cargaría ya con su propia cruz, y ahora que le han visto la cola al nahual traen a cuento una nueva cifra espectacular: los 160 kilómetros por hora a los que conducía el dueño del A8 cuando el ciclista le cayó en el parabrisas. Más los puntos que registró Delgado en el alcoholímetro, atribuidos por él a un samaritano que, pasado el accidente, le ofreció un trago de whisky con Coca-Cola. Para los nervios, claro. Hay que tener un Audi de ese tamaño para saber lo que se siente verse privado de él las próximas semanas. O calcular la bronca que será cobrar la cuenta por las refacciones, más los gastos en hojalatería y pintura. ¿Cómo iba a maliciar el inocente de Tomás Delgado que aun a estas alturas del siglo XXI la mezquindad extrema alcanza para hacerse noticia?
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Con los euros que desapareció Jérôme Kerviel, alcanzaría para indeminizar a un cuarto de millón de hijos de puta como el del Audi. Y uno sólo querría que todos los canallas fuesen así de ruines y de imbéciles, de manera que nadie pudiera confundirlos. Según Saint Just, los asesinos deberían ser condenados a vestirse de negro el resto de su vida. Por veinte mil euros que con seguridad no va a cobrar, el malvado del Audi se arriesga a ir la cárcel por homicidio, y encima ha sido ya condenado a llevar por el resto de su vida el sambenito de villano execrable. Habrá quien lo señale, por las calles, y de paso quien haga chistes sobre el tema y hasta use su nombre para apodar a otros hijos de puta. Y si todo eso lo hacen veinte mil euros, qué no harán no sé cuántos millones.

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