lunes, enero 14, 2008

El paso de los megas



Diario Milenio-México (14/01/08)
--
1
-
Del tamaño del muerto es el revival
--
Es curiosa esa propensión decimal a contar los períodos a partir de ceros. Definimos estilos, sentimientos y logros de acuerdo a décadas, siglos y milenios, debemos de ser muchos los millones que esperamos y de hecho empujamos los cambios a partir del arribo de uno o más ceros. Como si hubiera la oportunidad —y a partir de ella la responsabilidad— de renovar estilos y preferencias, pues a pocos les gusta que los señalen como estancados en otra década. Bastan dos años del nuevo periodo para que el anterior comience a parecer patético, como lo es el recuerdo de la niñez en el comienzo de la adolescencia. Entregarse al idilio con una nueva década —o siglo, o milenio— supone recibir una infusión de vida que evoca, aunque de lejos, la frescura de los primeros amores, cuando toda la música que sonaba en la calle parecía compuesta a la medida del hechizo en turno. El amor de mi vida, decía uno.
-
Amistarse al extremo de la pertenencia con un determinado grupo de años supone enemistarse con otros, a los cuales se mira como antípodas. Quien vivió los ochenta con pasión debió hacerlo a despecho de los sesenta, que a su vez subvirtieron los estándares propios de los cuarenta. Cuando una década tiene la suerte de brillar por razones consideradas cool en su momento y parias a partir de su oficiosa estigmatización, ésta promete ser a tal extremo ruda en sus desdenes que ya entonces anuncia un revival no menos calcinante. Hará hoy siete años que un devoto tardío de los años noventa me aseguró que los ochenta habían sido en tal modo espantosos que nadie iba a poder recordarlos sin revolcarse de la vergüenza. Y ahí está la cuestión con el revival, cuyas funciones típicamente afrodisiacas valoran altamente a la vergüenza. Que ni hablar, es cachonda.
--
2
-
Alta indefinición
--
“¿No vibras la energía?”, me preguntó una chica con carita de iluminada cyber a las siete de la mañana en el Ajusco, durante un ancho rave donde quien aspiraba a sentirse normal tenía que meterse mucho más que una mojigata bebidita energética. La recuerdo gritando entre dos grandes baffles, que al retumbar debían de alborotarle las hormonas recientemente sensibilizadas por efecto de alguna tacha con gran poder de convincimiento. Supongo que tenía que haberle respondido preguntando si no sentía la energía que a esas horas irradiaba mi cama, en cuyo caso habríamos llegado a un arreglo, pero me limité a plantarle esa jeta ochentera correspondiente a la del animal urbano que incluso a medio cerro se pregunta por qué no hay mesas y meseros. ¿Por qué exagero? Porque prendo un canal de videos en high definition y observo que esa osada tecnología me transporta a un lugar curiosamente afín a los años ochenta. Veo un video del nuevo álbum de Pink con una nitidez ideal para ofrecer sabroso banquetazo al rumiante voraz que habita en la añoranza. Pues ella también tiene high definition, y de hecho con mejores efectos especiales.
-
Como tantos, no conseguí amistarme con los años noventa por sus fiestas, ni por sus vibraciones, sino por el arribo de internet, que realizó el milagro de transformar en monjas a tantas putas. Sin embargo, no pocas veces fui acusado por amigos cercanos y noventeros de perpetrar mi sitio en internet con una delatora estética ochentosa —que es el término-estigma usado en estos casos—, si bien con un sentido de la ironía que cuando menos, creo, les permitía aún dirigirme la palabra, como una deferencia especial.
---
3
-
As bytes go by.
--
Afortunadamente los tiempos no regresan. Ni parecen posibles, a la distancia. Cuesta trabajo creer que a estas alturas haya degenerados capaces de afirmar que existió vida antes del fax y el e-mail. Las historias de un mundo en el que los apuntes escolares se copiaban mano porque no había copias fotostáticas pertenecen ya al repertorio de los nuevos abuelos, que han corrido como una carrera con obstáculos el camino que media entre el Atari y el Wii, que equivale a la diferencia entre asistir a una película de ciencia ficción y despertar un día dentro de ella. Los ochenta llegaron acompañados de la primera prótesis recreativa, conocida ya entonces como Walkman. Cada uno de los adminículos personales que le han seguido no ha hecho sino colaborar al feliz ensimismamiento que hoy día ya se mide en pixeles y gigabytes. Que es como al fin medimos el paso del tiempo. Rara vez olvida uno cuándo compró una prótesis.
-
Al principio de los años noventa, tenía una computadora sin disco duro cuya capacidad total —dos floppies— equivalía a un tercio de canción en formato mp3. Luego compré otra con doscientos megas de memoria que no me imaginaba en qué podía ocupar. Hace nueve años tuve el primer celular, si hoy lo viera me torcería de risa. ¿Cómo no iban a parecer novedosos los ochenta, si para recordarlos hay que acudir a discos, cassettes y cintas betamax? Ahora mismo, no obstante, escucho el álbum de Pink en el I-Tunes de la computadora —cuyos 160 gigabytes de memoria me parecen apenas suficientes— y el programa toca también The Pink Opaque, joya ochentera de los Cocteau Twins. Dudo entonces que tanto tiempo haya pasado, pero están los cadáveres para certificarlo. Genesis. Playstation. CyQuest. Compaq. Vaio. Motorola. Toshiba. Mitsubishi. Yamaha. Puedo ubicar, casi en todos los casos con día y hora exactos, el momento en que los compré. Y casi ya ninguno sirve para nada, como no sea de estorbo en el cuarto de triques que uno quería cuarto de juguetes. En fin, siermpre da pena deshacerse de la Olivetti con Windows 95 donde pasó uno tantas noches completas, contrayendo adicciones que aún no se sacude. Ojalá el tiempo mismo fuese tan piadoso.
-
Recuerdo a los ochenta como una época de hombreras largas y canciones cortas, ninguna por encima de los cinco megas. Por entonces, el walkman tenía entrada doble para los audífonos. Uno sabe que han vuelto los ochenta cuando aquella vetusta ridiculez le parece de nuevo de lo más cool. Aunque claro, sería mejor en bluetooth.

No hay comentarios.: