martes, diciembre 30, 2008

Pesía norteamericana: Rae Aarmantrout

Diario Milenio-México (30/12/08)
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Noviembre de 2008 fue un mes cargado de emociones políticas no sólo en los Estados Unidos, donde se elegía nuevo presidente, sino en el mundo entero, donde se esperaban los resultados con tanto o más entusiasmo que en la así llamada Unión Americana. Tal vez no fue mera coincidencia que la revista New Yorker de ese mismo mes publicara “Oraciones” (Prayers), un poema de Rae Armantrout, poeta californiana cuyo trabajo se viera ligado desde sus inicios con ese movimiento estético de corte crítico conocido como Poesía del lenguaje —dentro del cual resuenan los nombres de Charles Bernstein, Lyn Hejinian y Ron Silliman. Y digo que no fue mera coincidencia porque Armantrout, justo como sus colegas de Language Poetry, considera que la poesía tiene la capacidad de plantear y plantearse “preguntas verdaderas” acerca del mundo que la produce y al cual ilumina. La poesía, por eso, “nos hace pensar dos veces y escuchar otra vez por primera vez”.
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Así las cosas, en el New Yorker de noviembre es posible leer:
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“I. Rezamos/ y sucede la resurrección// Aquí vienen los jóvenes/ otra vez// disparando y riéndose// temblorosamente/ como timbres de teléfono.// II. Lo único que pedimos/ es que nuestro pensamiento// sostenga su momentum/ identifique sus blancos.// La presión/ en mi baja espalda/ asciende para ser reconocida/ como dolor.// Los triángulos azules/ en la alfombra/ se repiten.// Viene/ una discusión/ sobre los usos/ de la tortura.// El miedo/ de que todo esto/ termine.// El miedo/ de que no termine.”
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Autora de nueve libros, entre los que se cuentan Nueva Vida (New Life) y Velo (Veil: New and Selected Poems), Armantrout ha mantenido una producción constante que no pocos consideran como la más lírica entre los poetas del lenguaje. Inédita todavía en español, la encargada de la cátedra de poesía del programa de Escritura Creativa de la Universidad de California en San Diego contestó unas cuantas preguntas en torno a su trabajo poético y el estado actual de la poesía norteamericana, cuyas respuestas bien podrían servir como una breve introducción a su obra y una decembrina invitación a su lectura.
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“Escribo”, dice Armantrout, “porque lo que veo y oigo me parece de alguna manera equivocado. Necesito documentarlo todo y reflexionar luego sobre eso. Escribo para encontrar o enmarcar las preguntas necesarias ante mí misma. Para hacer al pensamiento (más) palpable. Me interesan las historias de origen, ya sea científicas o metodológicas. Me gusta jugar con ellas, reconfigurarlas, inventar nuevas. Siempre cargo un cuaderno conmigo en el cual anoto impresiones, vistas, pedazos de conversaciones, etc. Luego de hacer esto por un par de días o semanas, releo el material coleccionado y busco los patrones. Más tarde trato de arreglar esas piezas para ponerlas en diálogo y crear conjunciones interesantes”.
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“La poesía”, asegura, “nos hace conscientes del lenguaje. Con frecuencia, estamos tan poco conscientes del lenguaje como un pez es consciente del agua. La poesía nos hace pensar dos veces y nos hace escuchar otra vez. La poesía se plantea preguntas reales. La poesía conecta ideas, imágenes, tonos, discursos que han sido separados por distintas convenciones. La fricción que se lleva a cabo cuando estas “cosas” separadas hacen contacto provoca que las chispas se eleven. Ese es el placer de la poesía”, concluye.
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Sobre su relación con los poetas del lenguaje se expresa así: “Fui una de las integrantes originales de los poetas del lenguaje en la costa oeste. Éramos un grupo de amigos (como desde hace 30 años) que tenían una larga e intense conversación acerca de la poesía. Sentíamos que la poesía podía y debía reflejar y retar las condiciones sociales imperantes. Aprendimos mucho los unos de los otros entonces. Una de ellas fue, por ejemplo, el valor de los cortes o disyunciones en el poema o en el texto. Estas disyunciones le dan espacio al lector para pensar por ella misma y hacer las conexiones que pueda o deba hacer más tarde”
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Acaso un buen ejemplo de ese intenso diálogo y del valor de esas líneas disyuntivas se encuentre en el poema “Motores” (Engines), escrito con Ron Silliman, e incluido en el libro Velos, que publicara Weslayan en 2001.
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“Los espíritus a quienes llamamos motores en ningún momento y de ninguna manera fueron oscuridad. Los eucaliptos se encogen. La luz brilla sobre esas hojas en completo silencio. Eso es una lengua resbalosa. ¿Estamos sugiriendo relaciones que no queremos revelar?”
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Alerta ante su entorno tanto político como poético, Armantrout sigue de cerca varias manifestaciones culturales estadounidenses, de entre las cuales rescata las siguientes: “Hay muchas líneas interesantes en la poesía norteamericana actual. Una de ellas es Flarf, en la que poetas como K. Silem Mohammad y Katia Degentesh hacen poemas con el lenguaje de búsquedas en Google (se le llama escultura google) para revelar las patologías del discurso contemporáneo. Otra línea es el nuevo minimalismo practicado por poetas como Graham Foust, Devin Johnston y Joe Massey. Estos poetas escriben poemas tensos, oblicuos que pueden ser descritos como líricos. Hay mujeres, tal vez inspiradas en la poeta canadiense Lisa Robertson, que escriben poemas post-feministas que son barrocos y excesivos y deliberadamente grotescos (vienen ahora mismo a la mente los nombres de Catherine Wagner, Lara Glenum y Sandra Lim). Y finalmente hay poetas como Juliana Spahr, Rodrigo Toscano y Ben Lerner, quienes escriben una poesía de agudo análisis político sin el carácter necesariamente paródico de Flarf. En cada uno de estos movimientos encuentro algo con lo que me relaciono o que me inspira”.
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Las traducciones de poemas y entrevista son de crg.

Es Navidad, Oliver Sacks

Diario Milenio-Puebla (25/12/08)
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Buen día, lectores, feliz Navidad. Sólo estamos a una semana para comenzar el 2009. Ya no me haré promesas de año nuevo; para qué si, como la gran mayoría de la gente, no llego a cumplirlas. He terminado de leer la edición actualizada, corregida y aumentada de Migraña, el clásico libro de Oliver Sacks. Estoy, como lo estuve hace un año, en medio de un clima helado.
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Las mañanas se hacen más lentas que de costumbre, pero he descubierto que este clima y, quizá con la lectura de Migraña, se ha aligerado un poco mi dolor de cabeza.
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Dice Oliver Sacks que los millones en el mundo que sufren de algún tipo de migraña deben evitar las tensiones, y aconseja el recurso de ir descubriendo algún motivo que sea a la vez un reto para lanzar a la vida.
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Es verdad: no lo dice Oliver Sacks, lo dice un paciente en uno de los múltiples testimonios que el libro contiene. ¿Qué deseo para este 2009 que comienza? Sólo que haya menos desesperanza y más oportunidades en la vida. He buscado en el libro de Sacks algo que haga referencia a la vida cotidiana, donde abundan por todas partes los demonios, pero no dice gran cosa. ¿No hay alguna alternativa para aquellos que verdaderamente la necesitan que pueda llegar a su vida diaria? No lo he encontrado –por lo menos yo no lo he encontrado— en las fórmulas que ofrece la terapia convencional.
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Sigue siendo muy fácil deshacerse de los pacientes reexplicándoles que todo lo que sienten, que todos sus síntomas y miedos se deben a la tensión y que pierden kilos (como un personaje de Stephen King), porque es la tensión lo que provoca que el cuerpo queme calorías.
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Las terapias se convierten así en parte de la ficción.
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Escribo estas cuantas líneas porque hemos dejado otro año allá, en la parte de atrás; no así lo que uno retendrá en la mente durante el tiempo que de vida nos reste. Ojalá sean muchos años para todos nosotros. Y escribo esto precisamente porque tenemos un año más por delante. Venzamos los retos que se nos imponen. Es cuestión, como lo aconsejan los terapeutas, de querer, de fijarse metas. Yo lo tengo presente, aunque sé bien que no es fácil.
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La lectura de Migraña me ha dejado un sentimiento de relajación espiritual, algo así como cuando salía de mis rutinas de yoga. Lo que no sé es si esto será transitorio. Por lo pronto hay que esperar un buen 2009, sin asesinatos en el país y sin impunidad en donde quiera que se presente la injusticia.
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Oliver Sacks, a través de Migraña, me ha dejado una enseñanza enorme: ahora entiendo muchas cosas y trato de –simplonamente, si se quiere— “vivir con lo que me toca vivir”.
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Nada es mágico.
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Qué hacer –independientemente de lo que plantea Oliver Sacks– ante todo lo que nos daña?
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Los libros de autoayuda, que han dejado de funcionar. No hay recetas para ser felices. Para muchas cosas no hay remedio.
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Todo habrá que buscarlo. Que este próximo 2009 seamos un poco más felices. Ante el dolor creer, cada quien a su manera, en Oliver Sacks. Bueno, si el lector cree conveniente leerlo. En mi caso ha funcionado bien.

Nunca mires atrás

Diario Milenio-México (23/12/08)
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Para muchos, diciembre representa el regreso a casa. Ya desde lugares recónditos o desde la otra esquina del barrio, ya cruzando fronteras o, cuando no hay de otra, desde la imaginación más arbitraria, la peregrinación hacia lo que se presume es el lugar del origen constituye una marca del doceavo mes del año. Allá vamos todos cuando todo se termina: a casa. De ahí salimos luego, recuperados o llenos de angustia, como si se tratara de otro inicio. Seguramente por eso me he declarado ya desde hace tiempo una decembrista convencida. Me gusta tocar a la puerta y hacer lo que las familias hacen cuando se reúnen: comer y hablar (no necesariamente en ese orden), que son los dos verbos que usamos con mayor frecuencia para reconocernos y, luego entonces, para producirnos como familiares, es decir, como descifrables. La historia, como todos aquellos que odian diciembre lo saben muy bien, casi nunca es tan armónica ni tan feliz. El hogar suele ser un espacio también teñido de oscuridad y conflicto, cuando no de perversidad o de franca extrañeza.
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En algo similar pensaba con toda seguridad la teórica Sara Ahmed cuando, en su libro Encuentros extraños 1, abogaba por una definición del hogar que, lejos de descartar la presencia del extraño, o de colocarla de manera esquemática en el espacio del no-hogar que es la migración (o el nomadismo), la incorporara como uno de sus polos definitorios. El extraño es extraño, después de todo, porque se aproxima. Si el allá es concebible, entonces no queda tan lejos (ni simbólica ni materialmente). En lugar de caer en tal dicotomía, pues, Ahmed propone plantearse y responder las siguientes tres preguntas para poder definir cuál o qué es el hogar de alguien: el lugar donde la persona vive, el lugar donde vive la familia, el lugar de origen. De la interrelación, con frecuencia compleja cuando no dolorosa, de estas tres variables, surgiría un concepto de hogar que es a la vez histórico y sensorial. Alguien puede vivir en el mismo lugar que se familia y dentro de los confines de una misma nación. Alguien, por otra parte, puede vivir en una localidad donde no vive su familia y dentro de la cual recuerda el allá de su hogar, en el sentido de lugar de origen. Las combinaciones son, por supuesto, tan variadas como el desplazamiento trasnacional lo permita o requiera o imponga.
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Por eso es posible imaginar cómo, para el que migra, la cuestión del hogar no sólo incluye una dislocación espacial sino también temporal. El hogar no sólo está allá, sino también en el pasado (que es donde reside el allá, para cuestiones cotidianas del migrante). El hogar, luego entonces, deviene cuestión de memoria y, por devenirlo, resulta también una cuestión imposible. ¿Puede un cuerpo regresar a la memoria? Como dice una de las informantes, de cuyas palabras echa mano Ahmed para ponerle palabras humanas a su investigación: “En Londres iba a “casa” al terminar el día. Durante las vacaciones venía a “casa” a Paris, con la familia. Y una vez cada dos años, íbamos a “casa” a la India. India era nuestro “verdadero hogar” y, sin embargo, paradójicamente, era el lugar donde ya no teníamos casa propia. Siempre nos quedamos como invitados”. Lo más verdadero, gracias a la migración, es lo más falso. Lo más propio resulta, luego entonces, lo más ajeno. El hogar es así el lugar donde el reconocimiento es más difícil. Tal vez por eso se toma y se come y se platica sin cesar en esas reuniones familiares: no porque todo nos resulte familiar, sino porque, a fuerza de extrañeza, nada lo es. Repetir sin cesar las narrativas familiares en fechas umbral es lo que, sin duda, nos vuelve si no menos extraños ante aquellos a los que nos une además de la genética una historia y un espacio compartido (ahora en la memoria) por lo menos un poco más legibles. Supongo que más de una copa navideña se alza, en realidad, en un brindis por tal legibilidad.
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Contrario a gente que, como Braidotti o Chambers, teóricos que han asociado al hogar con una identidad fija y a la migración o el nomadismo con la posibilidad de la formación de identidades fluidas, cuando no trasgresoras, Ahmed sostiene que ni el hogar es tan fijo como se cree ni el que se va, ya sea por razones elegidas o impuestas, entra en un proceso desidentatario de manera automática. El que migra se aleja, por cierto, pero por lo mismo, se acerca a algo más. Ese proceso de extrañamiento es, según Ahmed, un proceso identatario que se desarrolla sobre todo en la piel. El hogar, es pues una suerte de piel social y memoriosa, y cualquier transformación en ese habitar recae y es registrado por el cúmulo de sensaciones que hacen del cuerpo un cuerpo habitado y de la habitación (en el sentido de proceso) un fenómeno corporal.
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Supongo (¿espero?) que pocos además de Sara Ahmed se ponen a pensar en todo eso cuando sacan el boleto de avión o hacen las maletas o envuelven el platillo que llevarán a ese verdadero hogar donde ahora sólo son invitados. Supongo que menos todavía se quedarán impávidos en la sala del aeropuerto cuando se den cuenta, con terror o alivio, o lo que es peor: con ambos, que tal como lo atestigua la misma informante de Ahmed: “Había siempre algo reconfortante y familiar alrededor de los aeropuertos y terminales aéreas. Me daban una sensación de propósito y de seguridad. Estaba ahí con un destino definitivo: usualmente el hogar, en algún lado”. En todo caso, para los que van o los que regresan o los que se quedan haciendo un lugar de ese no-lugar que es el aeropuerto, el mismo consejo: nunca miren atrás (entre otras cosas, porque es imposible, nada más).
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1 Sara Ahmed, Strange Encounters. Embodied Others in Post-Coloniality (London and New York: Routledge, 2000).

sábado, diciembre 20, 2008

Al amigo

Si en la luna de febrero me arrancara
el vello y el pelo que me cubren del frio,
será porque el calor emanado de tu sentimiento
me es suficiente para evitar el refugio.
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Si he decidido abandonar las herramientas,
siempre tan frías e inhumanas,
es porque no hay mejor forma de progreso
que tu sanchesca compañía.
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El día que la poesía abandone mi pluma,
melancólica,
habré encontrado la belleza en tu mirada
profunda, avasalladora y milenaria.
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El año en que las estrellas dejen de maravillarme,
entonces tus manos habrán dibujado,
en nuestro camino,
el trazo que ni Dios ha logrado.
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Pero, si acaso, un día, sólo uno,
equivoco el camino, te pido tomes la espada
y como a un traidor me otorgues la muerte,
y así convertirme en los restos
que tu calor convertirá en cenizas,
para después convertirme en el fénix
que corregirá el vuelo.
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Pero si, de nuevo, fallo,
no me des la muerte,
dame la indiferencia.
No hay mayor pena en vida,
que andar los caminos,
teniendo a la sombra como amiga.

En una madrugada de diciembre

Estos días han sido diversos, desde el pesado y aburrido cierre de semestre, pasando por el café compartido en alguna ciudad de Puebla con Pedro Ángel Palou, Sampedro y mi novia Carmen, y antes el breve recorrido que hice con mi amada mujer en el Complejo Cultural Universitario de la BUAP (sorprendentemente hermoso, sólo espero que sepan darle uso).
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Las tensiones siempre crean conflictos entre las amistades y las parejas, este cierre provocó pequeñas riñas –no graves- entre Carmen y yo, pero supimos salir avante, somos un buen equipo, sin duda alguna, nos queremos mucho.
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Otras de las grandes maravillas de las que estoy gozando este cierre de año, es el continuar reseñando libros para mi columna que mantengo en El Columnista lo que me va disciplinando en mi lectura, que cada día se va actualizando, más de lo que ya estaba y desde luego, sigo descubriendo a mi ritmo a esos libros que todos osan en llamar: indispensables, sagrados, importantes. Carmen me ha regalado hace meses atrás, pero apenas le encontré el momento apropiado, el libro más emblemático de Cortázar: Rayuela; y por mi cuenta, he decidido que es chance darle su oportunidad a Octavio Paz: El laberinto de la soleda. Ya está de regreso Pedro Ángel, buen momento para tomar a uno de sus escritores favoritos, para después discutirlo con él, al menos en la parte de ensayo., Luego vendrá el poeta, que es quizá, la parte que menos me llama la atención de Paz.
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Hablando de poetas, gracias al regalo que me ha hecho Pedro –el ciclo poético Bronwyn de Juan Eduardo Cirlot- ahora he comprado la reunión poética que hicieron hace no mucho en Siruela: En la llama, ya sólo falta tener Del no mundo, para hacerme de toda su poesía y leerlo de lleno. Desde que me lo presentó Pedro Ángel, no he dejado de buscar información de Cirlot, desafortunadamente en México no hay mucho de él –aunado a que se le conoce más como el hacedor del Diccionario de Símbolos, pero no en su fase poética-, razón que le ha llevado a Carmen a reanimarme para aventarme una tesis sobre Cirlot, debido a que sería un tema nuevo en México y quizá me abriría la oportunidad para buscar en una beca en España. La idea me gusta, pero prácticamente toda la bibliografía de Cirlot se consigue en España, casi no hay nada en este lado del charco.
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Se viene la navidad y es distinta para mí, hace años que no disfrutaba estas fechas de otra manera, no es lo mismo el poeta y su musa en sueños, que un poeta con una musa carnal, táctil. Hasta me da menos hueva cerrar el año, aunque ella sea un poco grinch, así me gusta. Eso nos otorga el nivel necesario para darle existencia a la armonía.

Ahora un poema de Cirlot, pertenece al poemario: Oda a Ígor Strawinsky y otros versos (1944).
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A María del Carmen
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Si sólo pudieses acercarte,
venir a este sollozo que sufre y permanece.
Si sólo pudieses, desde lejos,
mirar este desierto,
esta calma sin manos, este cuerpo
yacente, sin piernas, debatiéndose.
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Si solamente pudieras oírme,
si acaso, sólo, pudieras oír cómo te amo
sin alas, sin agua, sin labios
cómo te amo, ¡sí, sólo cómo te amo!
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Pero tú desconoces mi existencia
y vas perdiéndote en mi propio desamparo.
Tú desconoces el paisaje y se levante
cada una de estas miradas rotas.
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Y vives en una casa sin puerta ni ventanas
y no me oyes llorar cuando atardece
y no adviertes la sangre que mancha tu vestido.

jueves, diciembre 18, 2008

“El Jardín devastado”-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 17/12/08)

Hace unos meses Jorge Volpi retornaba a escribir sus colaboraciones en la página de internet el Boomeran(g) del grupo Prisa, del cual forman parte el diario El País y la editorial Santillana (una de sus ramas es Alfaguara). La primera vez que Volpi escribía en éste espacio, mantenía un blog al estilo diario, los temas eran diversos. Ahora, el motivo tenía como fin escribir, cito al mismo Volpi: “Escribir de nuevo. No otra novela -cualquier novela- sino una bitácora, una combinación de memoria, ficción, aforismos. Una aventura que sea, también, una negación. Un ejercicio de escritura, una forma de aprender a escribir de nuevo a un año de haber concluido la trilogía (...). No pretendo un nuevo inicio: el lugar común me desquicia. Necesito, eso sí, cierta distancia. Medirme. Luchar contra mí mismo. Entrever qué ha quedado de mí después de este proceso o al menos imaginar qué puedo escribir a partir de ahora”; las entradas del blog después se convirtieron en la novela denominada “El Jardín devastado”.
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Este ejercicio que Volpi se propuse se me antoja como una mezcla entre el siglo XIX: las novelas por entregas, a través de suplementos culturales y el XXI: leer la obra antes de poder verla impresa, acción que se propicia con la existencia de los blogs.
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Aquí Volpi va entregado lo que será su novela y hace al lector parte del proceso, pues también se fue enterado de las lucubraciones que dicho proyecto le fue provocando. Al leer “El jardín devastado” uno se hallará ante esa mezcla, bien lograda, que Volpi se planteó como meta al inicio del proyecto, hacer una bitácora, una combinación de memoria, ficción, aforismos, que en su conjunto conforma una novela. Por su estructura se lee de manera rápida, sin perder la calidad. Volpi vuelve a plasmar su estilo: una prosa-poética sumamente rítmica, suave, ágil y fulminante. No hay parte a lo largo de la obra que ataque al lector con una “verdad” intensa y avasalladora. Cada novela de Volpi es una abrumadora frase de largo aliento. En esta novela Jorge vierte todas las experiencias -producto- de los viajes que ha realizado a lo largo de su vida, y que según él, lo llevaron a hablar sobre su regreso a México, del cual ya transcurrió justo un año de que volvió a su patria, nuestra también (¿de hienas y fantasmas?), y como era de esperarse, el viaje le devolvió, más bien, al pasado.
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Tres personajes son los principales: Ana, Laila y el Narrador, sobre los que descansa la argumentación de la obra. Carlos Alatriste en su blog (carlosalatriste.blogspot.com) nos regala reflexiones que constituyen a la novela: en Laila/Oriente/ Islamismo. Búsqueda y aproximación/Movimiento hacia el otro. Mito y fatalidad. En Ana/Occidente/Cristianismo. Huída y distanciamiento/Movimiento desde el otro. Racionalidad y desencanto. Y en el Narrador/Centro/Ateísmo. Regreso e inmovilidad/Desinterés por el otro. Irracionalidad y odio.
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En el blog, Volpi hace notar su preocupación por no superar su trilogía, pero aseguro que Volpi no deberá preocuparse por su escritura, en cada libro publicado se va superando.
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El diván festivo
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Las vacaciones ya están encima. Les deseo que pasen estas fiestas decembrinas con sus seres queridos y encuentren por un momento la paz, que la economía mundial y nuestros dirigentes locales están lejos de otorgarnos. Nos vemos en enero.

martes, diciembre 16, 2008

Los libros solos

Diario Milenio-México (16/12/08)
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¿Por qué uno encuentra los libros que encuentra al azar? No lo sé. ¿Qué incita a la mano a lanzarse hacia un rectángulo de papel y no otro? Tampoco lo sé. ¿Cómo es que el ojo salta, despavorido o alegre, en todo caso emocionado, y el corazón empieza a latir con fuerza repentina nada más a su contacto? Supongo que la respuesta a estas interrogantes, de existir, está a la vista de todos, es decir, dentro del proceso de lectura de esos libros que se presentan sin anuncio o recomendación, desnudos.
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Peregrinary, poems by Eugeniusz Tkaczyszyn-Dycki, translated from the polish by Bill Johnston, (Brookline, MA: Zephyr Press, 2008).
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Era una tarde de otoño, debería decir. El aire, que ya era fresco, invitaba el remolinear de los pájaros. Se antojaba un café, una charla, un buen saludo de mano: algo cálido y humano. Algo aquí. El libro apareció en ese contexto. No buscaba nada en realidad y, tal vez por eso, la palabra Peregrinary llamó mi atención. Más cercana al latín (peregrinare) que al inglés coloquial (peregrination). Más cercana a este ir de un lado a otro por mucho tiempo y en tierras muy remotas sin entender demasiado pero con devoción. Más cercana a esto. Asumo que fue por eso que tomé el libro, el cual contiene fragmentos de nueve libros anteriores, y que fui, sin pensarlo demasiado, hasta Wólka Krowicka, cerca de Lubaczów, justo en la frontera entre Polonia y Ucrania. Ahí donde nació, en 1962, Eugeniusz Tkaczyszyn-Dycki, un nombre, si hay que creerle al traductor Bill Johnston, de difícil pronunciación incluso para los polacos. Dycki, pues, para los iniciados. Dycki para los que saben que, como fronterizo, creció hablando un dialecto local hasta que la educación formal, justo en la secundaria, lo hizo optar por el polaco propiamente dicho. Dycki, pues, para los que saben que tal “opción” partió a su familia en dos y a sus poemas en miles de pedazos. En “Manantial”, un poema de Guía para los vagabundos cualesquiera que sea su lugar de residencia (2000), por ejemplo, esto: “es el otoño Señor y no tengo hogar/ cuando llego a la región de Prezemysl/ para escarbar dentro de mí y dentro de aquellos cercanos a mí/ cuando me cuentan la historia de quien cortó a quien// en pedazos con un hacha ucraniana o polaca quien/ aventó a quien en la noria cerca de la que paso/ para escarbar dentro de mí descubrir mi verdadera/ esencia pero primero bebo el agua refrescante de esa noria// le doy crédito a la historia de mi familia y bebo de ella/ como de un manantial que formo desde la profundidad de la historia/ sobre los monstruos en ambos lados del espejo y no he sido/ inocente tampoco desde que empecé a escribir en polaco contra quién”.
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De uno a otro (extracto de) libro incluido en Peregrinary, es claro que Dycki, como todo escritor verdadero, ha permanecido fiel a un puñado de temas que no cambian con el tiempo. Las obsesiones son obsesiones son (y lo demás es la falsa novedad del mercado). La enfermedad, la muerte y la poesía aparecen ingrávidas en el primer verso de Neni y otros poemas (1990), la selección que abre esta antología, así como aparecen, aparentemente igual aunque una lectura cuidadosa los verá por fuerza como distintos, en los versos de La historia de las familias polacas (2005), el último libro incluido en esta selección. En construcciones dan la apariencia de ser sonetos (sin serlo del todo), escuetos y confesionales (aunque en un sentido distinto a los personalísimos versos de Szymborska, por ejemplo), Dycki habla de discute entra en el cuerpo que cae. En “Atragantado de sí mismo va directo al cielo”, un poema del tercer libro incluido aquí, expresa: “guerrea contra mí y vencerás/ cada día saldrás victorioso/ y cada día derrotado el momento en el que llamo/ a los muertos por su ayuda// es mi ocupación favorita convocar a los muertos”. Y así lo hace, una y otra vez, la poesía convertida en el canal misterioso y carnal por el que pasan sus cuerpos: “antes de que descubriera tu muerte en el cuarto/ en el onceavo piso y viera en el asombro/ de tu desnudez y antes de que descubriera que la muerte es una cosa/ que viene después del desayuno comida y cena// me di cuenta de que el que yacía frente a mí/ en los aposentos de la noche de ayer y el que yacía entre azucenas/ era mi amigo mi fisiología era sobre todo/ mi amigo y mi fisiología// una cosa que es sagrada”.
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En otra maniobra que a ojos mordaces o poco adiestrados pudiera resultar repetitiva pero que no lo es, Dycki inicia sus poemas dos o tres veces con el mismo verso e, incluso, con la misma estrofa. Sólo la lectura completa y atenta del poema revelará la manera en que los vocablos, que son los mismos, han cambiado, saturándose de otra materia e iniciando un peregrinaje distinto. Tal vez por eso dice: “mi hermana Wanda trae una azucena de su caminata/ mientras yo escribo un poema acerca de la muerte/ y escribo ese poema otra vez desde el inicio/ y soy incapaz de terminarlo”. Y tal vez por eso nos recuerda en otro poema: “Te hablaré de la muerte en mi imperfecta/ lengua reconocida por su imperfección”, y aún en otro: “uso el lenguaje con dificultad (soy/ un poeta contemporáneo)”. En el lenguaje y por el lenguaje, la muerte transpira en cada cosa (sagrada) que aparece en los poemas de Dycki, y luego esa muerte, la misma muerte, se ve a sí misma y, viéndose, mira al lector con sus ojos transparentes.
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Podría decir que fue la palabra frontera en “en nuestro pequeño pueblo fronterizo (que queda/ sobre un pequeño río y otro pequeño/ río) la muerte aparecería los lunes/ en día de mercado cuando hay mucho de donde escoger”. O que fue la palabra libro como en: “la nieve para ti no es ese mundo ingeniosamente/ o prácticamente imaginado/ desde que te mudaste a un sueño/ para escribir un libro muy separado”. O la plegaria: “la incredulidad es ese lugar milagroso/ que abandono todos los días por alguien más”. Pero en realidad quiero creer que fueron esos ojos transparentes los que me miraron a través de las hojas del libro y a través de las hojas del otoño mientras yo pasaba por ahí sin saber a ciencia cierta que lo esperaba, o mejor, que no lo esperaba oír diciéndome “escarba aquí, dentro de ti y dentro de los tuyos en esa lengua imperfecta, reconocida por su imperfección, que es donde se hacen los libros solos”.

lunes, diciembre 15, 2008

Gana Ignacio Padilla el Juan Rulfo de cuento

Se alzan el mexicano y el estadounidense Jorge Dávila Miguel con el premio por sus respectivas obras Los anacrónicos y La mensajera
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El Universal/Cultura
París, Francia
Lunes 15 de diciembre de 2008
08:08
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El mexicano Ignacio Padilla y el estadounidense Jorge Dávila Miguel (nacido en Cuba) se alzaron hoy en París con el premio Juan Rulfo 2008 en la categoría de cuento, por sus respectivas obras Los anacrónicos y La mensajera.
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Los premiados, que recibirán cinco mil euros (unos seis mil 750 dólares), se impusieron a otros 485 candidatos que enviaron sus textos al concurso convocado por la cadena "Radio Francia Internacional", el Instituto Cervantes, el Instituto de México en París, la Casa de América Latina el Colegio de España y Le Monde Diplomatique.
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En Los anacrónicos, de Padilla, "la celebración solemne y pomposa de una victoriosa batalla, da lugar al despliegue de torvas pasiones entre los miembros de la asociación de ex combatientes", lo que recrea "un mundillo de honores y medallas de pacotilla que el narrador, con violento sarcasmo, desmitifica", indicó el jurado
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La mensajera de Dávila, por su parte, es una obra "con un lenguaje sobrio y preciso" en el que "el narrador sitúa los hechos en un país africano en guerra", explicó el jurado cuando anunció el premio en un comunicado.
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Este relato versa sobre "la construcción de una balsa capaz de transportar material bélico de una orilla a otra, en miras de una próxima batalla", que "se erige en el épico desafío de un simple sargento", agregó.
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Por otro lado, la argentina Lidia Barugel ganó en la categoría de novela corta por su obra Otilia Umaga, la mulata de Martinica.
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En el apartado de fotografía de la Unión Latina, fallado en el mismo evento, el galardón fue a parar a la venezolana Katrina Fernández Dusterville por la serie Isabel y al español José Ramón Moreno Fernández por Deshabitaciones.

Ese viejo fascismo emocional

Diario Milenio-México (15/12/08)
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1 Enreglarse o arreglarse
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Es un hecho que a uno las reglas le fastidian. Aun sabiendo que su puntual seguimiento le acarreará en teoría beneficios concretos, la idea de romperlas es por algún motivo más seductora. Hay quienes creen, de paso, que la mera idea de acatar las reglas es sinónimo de vejez, cobardía o estupidez. Nada hay más fácil que burlarse del que siguió las reglas, en la medida que esto se lleve a cabo según el protocolo correspondiente. ¿O es que cree el romperreglas a ultranza que su capricho no obedece a ninguna? Habría que ver la cantidad de pobres diablos que gozan admirando al romperreglas porque al hacerlo elige perder, y de esa forma se les empareja. Si todos la cagamos al unísono ya no habrá un perdedor, ni un responsable, ni un culpable por toda esa inmundicia, pero igual seguirá operando el reglamento, y al cabo la manada de rompedores habrá de obedecer a las reglas propias de la manada, que no son justamente las más liberadoras, ni las más democráticas, ni las más justas.
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Claro, hay reglas idiotas. Ahora mismo, también, hay idiotas que escriben reglamentos. Menudean, también, quienes sólo hacen uso de esos instrumentos con la idea de negociar su aplicación. Todos aquí crecimos en mitad de esa mierda, tanto que nunca faltan quienes suspiran en voz alta por ella. Reglamentos inaplicables en las manos de autoridades más o menos flexibles, cuyas reglas son a menudo más arbitrarias que las del código que se quiso evadir. “Si de camino lo para otra patrulla, dígale que viene en X-2”, concede el policía de tránsito al automovilista recién extorsionado, que con ese pequeño salvoconducto se sentirá por media hora a salvo del reglamento que oprime a los otros. A menos que una nueva patrulla lo detenga y el agente le diga que no sabe qué es eso de equis dos. ¿O es que trae un papel, un oficio, un documento que le dé validez a esa visión de la clave de impunidad ciudadana, que por lo visto no es más que una prueba de corrupción cumplida? ¿Qué necesidad tienen las reglas no escritas de ser mejores que las escritas? ¿Cómo se evita que una regla no escrita sea alevosa, manipuladora y autoritaria, si de entrada no existe apelación posible?
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2 Chiquero en libertad
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“Los altos se pasan con criterio”, reza un adagio hijo de ese gusto chilango por la diaria anarquía. Hoy más que nunca esas palabras tienen sentido. Hay que ser muy ingenuo para detenerse ante una luz roja entre calles vacías a media madrugada, a sabiendas del riesgo que se corre con ello. Pues lo cierto es que en calles como las nuestras no son precisamente las reglas las que operan, empezando por las del código penal. Prefiere uno romper una pequeña regla, si con eso se libra de que otro rompa una de las grandes a sus costillas. ¿Con qué cara —se increpan los chilangos sobrerreglamentados— nos piden que evitemos las infracciones, cuando ellos no han sabido evitar los crímenes, ni siquiera en sus propias corporaciones, donde están enquistados varios de sus mayores promotores? Lo dicho, la pocilga es hospitalaria. Consuela descubrir que es posible vivir apestando. Ay del primer traidor que se dé un baño.
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No se puede pedir a una multitud que juzgue a gritos la pertinencia de una cierta regla. No obstante, es muy sencillo convencer a la masa de romperla. Insisto, no nos gustan. Muchos las obedecen por no tener que pagar consecuencias, pero las multitudes suelen ser impunes. En medio de ellas puede uno cometer toda suerte de tropelías extremas, si es que los otros están en lo mismo. Se trata de romper, mejor aún si no se sabe qué, ni por qué, ni menos para qué. Cada quién sabe lo que trae en el costal, ningún trabajo cuesta transferir frustraciones y agravios personales a las cuentas pendientes del montón, y a partir de ese punto echar abajo cuanta regla se interponga. Quienes creemos que la pena de muerte constituye una regla inaceptable, menos aún daríamos por buenas las reglas que conducen al linchamiento, donde el juicio lo ejerce la falta total de éste.
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3 Valientes del montón
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Quien no entienda la lógica de los pogromos —vecinos masacrando a sus vecinos: la libertad del odio desatado— tendría que ponerse en el lugar de quienes por un día se miran más allá de toda regla. Saquear, robar, allanar, torturar, violar, matar: todo está permitido, pero sólo por hoy. Aprovechen, honestos ciudadanos. ¿Cuántos son los valientes que se niegan, y con ello se arriesgan a sufrir justo lo que no quieren ocasionar? ¿Cuántos serían capaces de cortar un cuello tan sólo por probar que no son los cobardes que son? No es un horror tan raro, si se le piensa. Algo muy similar sucedía en el universo infantil, y en algunos creció al llegar la adolescencia. En el imperio estólido del montón, es común que el cobarde haga mofa del valiente, y que al cabo entre todos lo llamen a él cobarde. A coro, por supuesto. Si el letrero me pide que no maltrate las flores, arranquémoslas todas entre todos. ¿Reglitas a nosotros? Sólo eso nos faltaba.
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No me parece cosa de risa que quienes han llegado al poder con la misión expresa de defender los derechos de los más débiles acepten acatar las reglas básicas de la civilidad. ¿Tendría eso que ser una noticia? Graciosa es, para el caso, la obediencia de tantos desobedientes oficiales cuando llega la hora de cuadrarse ante el dogma; pero no ese fascismo emocional que espera de los hombres del poder que quebranten las reglas que nos protegen de ellos, so pena de juzgarlos cobardones y colaboracionistas. Conducta pertinente entre furcia y cafiche, no entre quienes se encargan de crear, revisar y aprobar las reglas que nos rigen y limitan. Si de por sí es difícil hacer caso a las reglas, a ver a quién va a querer respetar reglamentos firmados por rufianes.

Bettie, la bella

Diario Milenio-México (15/12/08)
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—¿Mmmhhhh?
—Perdón pero… se murió Bettie Page.
La respuesta, con otra pregunta, se produce en voz tierna y tenue, adormilada.
—¿Bettie Page? Mmmmhhh… ¿Y ésa quién era?
—La pin-up de los 50. La de La vida invisible.
—Mmmhhh… ¿Qué es La vida invisible?
—Una novela que te gustó mucho. De Juan Manuel de Prada…
—Ah, sí… Es bueno Juan Manuel de Prada.
—Ajá.
—…
—¿Cómo ves? ¿Daré la nota en la tele?
—¿De la Bettie esa?
—Ajá.
—No creo. Es de esas cosas kitsch exquisitas que nomás te interesan a ti.
—Y a Juan Manuel de Prada.
—…
—¿Entonces no?
—No.
—Bueno. Gracias.
Y regresa mi mujer a su sueño envidiable. Y me deja con la obligación de tener que levantarme a trabajar y con la frustración de no poner homenajear a Bettie, la bella, en cadena nacional. Y, claro, con la pena infinita de que ya no more ella en este mundo, ése que un día fue todo suyo.
* * *
Bettie May Page nació en 1923 en Jackson, Tennessee. Tras una infancia tan triste que casi se antoja un cliché —abuso sexual, abandono, orfanato—, hizo estudios de magisterio, los truncó, soñó con ser estrella de cine, fracasó y terminó por mudarse a Nueva York y emplearse como mecanógrafa. Tenía, eso sí, un punto a su favor: era bellísima. Tanto que a sus 27 años —edad harto avanzada para que una modelo de fotos eróticas comience su carrera—, un policía aficionado a la fotografía habría de descubrirla, desvestirla, retratarla y lanzarla a un estrellato acaso menos glamoroso que el que ella soñaba pero, de todos modos, más estimulante que la condena a dedicar ocho horas diarias a aporrear una máquina de escribir (cuando menos eso concedería ella misma, décadas después).
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A lo largo de los 50, Page, Miss Glory, habría de dejarse fotografiar hasta el cansancio (suyo) pero nunca hasta la saciedad (nuestra) en toda suerte de situaciones lúbricas aunque púdicas (y es que, recatada antes que retacada, nunca protagonizó una escena de sexo explícito): imágenes y cintas súper 8 de un burdo y esquemático sadomasoquismo, portadas y centerfolds primero de revistas marginales y, después, de la mismísima Playboy, cuya edición navideña de 1955 presidía, devenida Señora Claus sin tapujos ni tapados ni frío. Después, el arrepentimiento, la predecible conversión al cristianismo (hasta misionera en África quiso ser, ella que tanto hizo por librarnos de la tiranía de la posición del misionero), la miseria y la oscuridad. Finalmente el revival en los años 80, cuando su alegre y apenas ridícula lascivia terminaría por hacerla mutar en objeto de culto. Es ahí donde entra el español Juan Manuel de Prada, quien basara uno de los personajes centrales de su prodigiosa La vida invisible en su figura, su persona y su historia, quien años antes incluso nos diera su mejor retrato verbal:
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Tenía una mirada desvalida que contrastaba con las pasiones un tanto calenturientas que suscitó y suscita. Tenía una sonrisa grande que sabía disfrazar con un mohín de picardía, y una dentadura húmeda que parecía susurrar ingenuas obscenidades. Tenía unas facciones ovales, tan redondeadas como el resto de su anatomía, enmarcadas por una melena de bruja bondadosa. Tenía los brazos mórbidos, a menudo velados por unos guantes de cuero negro que le trepaban hasta el codo, y unos senos nada neumáticos que se deshojaban sobre su cuerpo, si no había un sostén que los cautivara. Tenía un torso como de plastilina, adiestrado en mil y una danzas exóticas, que revelaba la arquitectura de sus costillas y la opulencia de sus caderas.
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Tenía en suma, dice De Prada —ya en La vida invisible—, la capacidad de lucir “increíblemente hermosa, increíblemente incontaminada por la sordidez de las situaciones que interpreta[ba]”.
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El secreto residía en la cabellera, ésa que el mismo escritor describe como “coronada por un flequillo al estilo de Louise Brooks”. Y es que, poseedora en sus años de gloria de una melena voluptuosa a lo Rita Hayworth y renegrida a lo Hedy Lamarr, la linda Bettie supo diferenciarse de toda vana vampiresa mediante la adopción del fleco coqueto e ingenuo que popularizara más de 20 años antes una actriz de poderío sexual igualmente enorme pero mucho menos evidente, aquella que encarnara la melancólica y transparente alegría del espíritu de la tierra para Pabst. Así la recordaremos, un poco Lulú y un poco Gilda, cifradas las deliciosas contradicciones de lo femenino en su bruna cabellera de india brava (pero buena).

El cajón del desastre-Fritz Glockner (Diario Cambio de Puebla-15/12/08)

LA BOLITA
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¿Dónde quedo? Pregunta que nos hacemos a cada instante, en cada momento, y obviamente más aún en los últimos días, sobre todo durante la semana pasada todos teníamos prisa, andábamos a las carreras, no existía segundo, minuto, hora que alcanzara, ¿para qué? Bien a bien no se sabe para que, pero de que andábamos a las carreras, andábamos. Tal vez y por que el viernes fue 12 de diciembre, clásico día de peregrinación, de reflexión, de promesas, de sacrificios, de refrendar los votos, eso si, el día guadalupano ya es sin duda alguna más espectáculo de TELEVISA que otra cosa, y como no, si la mayoría de los artistas acuden a cantarle las mañanitas a la virgen morena, aquella que se le presentó algún día al famoso indio Juan Diego, para ordenar que en el cerro del Tepeyac se le levantase un templo, y como todos sabemos así se hizo.
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Pero ¿qué queda de la verdadera devoción guadalupana? Más allá del exagerado espectáculo representado por los cantantes de moda, de las cámaras registrando minuto a minuto el sacrificio de los mexicanos hincados, las caras de sufrimiento que no han cambiado de año en año, y que más bien esa angustia se ve que va en aumento, los vestigios guadalupanos han sido arrinconados al cajón, en efecto, al del desastre, ¿a qué otro podría llegar?
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La desenfrenada prisa ha de tener en cuenta ese día precisamente; por que ya ha llegado la hora para comenzar a brindar, a desearse un mejor año, prepararse para los regalos navideños, como que todos entramos en un espasmo para poner buena cara al mal tiempo, ese que vaticina que nos va a ir de la chingada, pero que de momento es bueno creerse todo lo que nos dicen sobre bienestar, buenaventura, esperanzas a corto tiempo, total, por que no seguir creyendo, si de todos modos no hay manera de cambiarse de país, de ciudad, de estado, de planeta.
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Es por eso que la bolita sigue girando escondida en los pequeños recipientes, para que cada quien haga sus apuestas, que la ilusión óptica no nos maree, los cacicazgos en el estado están de a peso, la prepotencia de los presidentes municipales cuenta con el aval y la sinrazón de las autoridades estatales, ya ven, que si hubo un narco alcalde y todo felices, que si por allá hay otro que se atreve a madrear diputados y no pasa nada, por acá otro más es testigo de cómo un animador de las fiestas denigra a niños por 200 pesos y ni quien lo toque, que si el otro se fue de borracho cargando con los dineros públicos y la sanción es inexistente; para eso precisamente el gobierno del estado apoyo la producción de la filmación “Arráncame la Vida” la famosa novela de Ángeles Mastretta, la cual critica la impunidad del poder de los lejanos años cuarenta y precisamente ha sido financiada desde el actual poder impune, ¿qué ironías no? Me atrevo a invertir en una película que pone al descubierto las atrocidades de un Ávila Camacho, pero hoy yo puedo hacer y deshacer, corromper, proteger, chantajear, tal y como padeciera este estado hace ya 55 años atrás.
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Por último, cuando la bolita va de izquierda a derecha, nos llega la noticia del fallecimiento de Doña Amalia Solorzano viuda de Cárdenas, mujer historia, mujer testigo de los grandes acontecimientos nacionales, primero al lado del entonces Presidente de la República de 1934 a 1940, luego como sombra durante el actuar de aquel personaje hasta que éste falleciera en 1971, por que vaya que a pesar de ser expresidente nunca se quedo sentadito y calladito, luego apoyando a su hijo Cuauhtémoc en todas sus andadas, e incluso llego ver al nieto gobernador de Michoacán. Doña Amalia no lo aparentaba, pero opinaba, sabía, leía, no fue una clásica ama de casa, ajena a los acontecimientos políticos y sociales de su país, estuvo ahí, en la trinchera, sin ser protagónica, aún que eso no impidió que fuera protagonista de los sucesos importantes del siglo XX en nuestro país, y ahora es una noticia más de otra defunción en lo que va del mes.
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Mientras la bolita sigue oscilando escondida en los recipientes, todos deseamos que nuestra apuesta sea la mejor, dar con ella en el momento preciso para evitar lo que evidentemente nos viene para el 2009.

domingo, diciembre 14, 2008

Un fragmento, uno.

Telaraña
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Dios era una telaraña. Arrasada, no queda trazo, ni el más sutil, que nos sostenga. Se dispersaron los prójimos. Y todos sabemos cuán fútil es amarse a uno mismo.
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El jardín devastado. Jorge Volpi.

jueves, diciembre 11, 2008

Se nos hizo tarde

Diario Milenio-Puebla (11/12/08)
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En mi colaboración pasada anoté que presentaría la novela de Fritz Glockner editada por B, Se nos hizo tarde en el Complejo Cultural Universitario. Adelanté sólo un poco de lo que leería para la ocasión. Completo ahora –y lo comparto nuevamente con ustedes— mi lectura de Se nos hizo tarde.
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Comienzo por el final de mi participación. Leí la novela de Fritz Glockner tan cerca en el tiempo como cuando, a la mitad de los años setenta, vi el cometa Kohoutek estacionado en el cielo durante casi un mes. En efecto: las referencias de los años setenta que sigo reteniendo son claras, porque ésa fue nuestra década juvenil. Nos tocó presenciar algunos prodigios del milenio, cosa que no le ha sido dada a ninguna otra generación: una final como la del Mundial México 70 entre Italia y Brasil/ Una película abiertamente antipsiquiátrica como Atrapado sin salida y una canción como “Imagina” de Lennon, entre otras muchísimas cosas que nos marcaron para siempre.
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En Se nos hizo tarde se narran dos historias paralelas que confluyen en un punto: los dorados años setenta. La historia del Instituto Oriente es el tema central y de ahí, convocados por alguien, veinte años después de haber terminado la preparatoria, los personajes van hablando de sus vivencias, de sus miedos y de sus experiencias. La nostalgia entonces invade desde el inicio hasta el final, las páginas de Se nos hizo tarde.
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Se abre una puerta y luego se cierra. Y en ese abrir y cerrar de puerta transcurre la historia: en retrospección los personajes reconocen ante el espejo aquello que dice en sus versos José Emilio Pacheco y que es el epígrafe que encierra el contenido temático: “Antiguos compañeros se reúnen./ Ya somos todo aquello/ contra lo que luchamos/ a los veinte años.”En la primera de las historias, Fritz Glockner es el historiador que habla de la fundación del Instituto Oriente. Se asoma a esa parte de la historia que tiene que ver con el fallido intento de fundar un sindicato no charro, al interior del plantel, en 1984. Glockner no abandona sus preocupaciones: en alguna de las páginas del libro menciona la Guerra Sucia del sexenio de Luis Echeverría.
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La otra historia, la que van contando los personajes de viva voz, es la historia de la ciudad y de sus habitantes, la historia del México donde los jóvenes vivíamos queriendo transformar el mundo. Éste es un testimonio de esa ansiedad por querer cambiar las cosas, de ahí que en la portada de Se nos hizo tarde aparezca la imagen del Che (que nunca faltaba en ninguna familia clase media), Rigo Tovar, Mafalda, Travolta, Meche Carreño, los Picapiedra y un micrófono a la usanza de esos años.
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Personajes vivos que nos trasladan hacia el torbellino de allá. La novela de Glockner está escrita para que los años pasados regresen en imágenes, en palabras. La otra historia puede resumirse en dos frases que he subrayado de Se nos hizo tarde: “Nosotros somos los fantasmas que hemos vivido con la información a trasmano de los ecos de lo que fue el 68”/ “¿Qué tanto se puede recuperar la vida desde la nostalgia?” Pienso que parte de la vida sí es recuperable si esa nostalgia no queda estática, tal y como lo aconsejaba Cortázar.

miércoles, diciembre 10, 2008

"La Frontera más distante"-(Columna "El Guardián del diván"-Diario “El Columnista” de Puebla- 10/12/08)

Existen en México pocos novelistas que a lo largo de su obra, más allá de mantener una línea temática, mantengan y ofrezcan al lector, en cada una de sus narraciones, una propuesta estética. Realmente eso es lo que debe de importar, más allá de una temática totalizadora. Sergio Pitol, Mario Bellatin, David Toscana y la generación del Crack así como la del Boom, pueden ser un ejemplo de ello. Entre esta gama de novelistas se encuentra, sin lugar a dudas, Cristina Rivera Garza.
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“La Frontera más distante” (Tusquets, 2008), no puede entenderse sin “La muerte me da” (Tusquets, 2007), donde la autora -usando el thriller como arma discursiva para contar una historia llena de asesinatos y en cada uno de ellos un poema de Alejandra Pizarnik- hace gala de una estructura completamente postmodernista; la Detective, uno de los dos personajes principales, vuelve a aparecer en los cuentos: “Simple placer. Puro placer”, “Estar a mano”, “El perfil de él” y “El último signo”; que juntos quizá podrían conformar una noveleta o acaso ser la continuación de la novela en la que naciera la Detective. En “La muerte me da” los asesinatos tenían ver con castraciones, mientras que en “La Frontera más distante” existe un personaje que pierde la cabeza y otro que extravía la mano, ambos de forma extraña. Y nuevamente, como en dicha novela, la autora se preocupa por explorar el reconocimiento del yo en cada uno de sus cuentos.
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El lector que se enfrente a este libro se topará con cuentos, que van de la ciencia ficción, al ensayo, pasando por la narrativa policial y erótica, escritos con una prosa excelente, poética. Cuentos que por la construcción de sus oraciones, cortas en su mayoría, plasmarán la imagen que la autora desea crear en la mente del lector y donde son escasos los personajes con nombres como: Juan, Pedro, etc. La invitación que hace la narradora, creo, es la de otorgarle al lector la función de nombrar a cada personaje, ya sea por reflejo o porque en alguno de ellos encuentra retratado a algún conocido.
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“La Frontera más distante”, está compuesta por “El rehén”, “Autoetnografía con otro”, “La ciudad de los hombres”, “El gesto de alguien que está en otra parte”, “La mujer de los Cárpatos”, “Fuera de lugar” y “Raro es el pájaro que puede atravesar el río Pripiat”, además de los cuentos nombrados con antelación.
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Un libro que difícilmente se le caerá al lector de las manos.
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Anuncios del diván
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La “Revista de la Universidad de México” en su número 58 correspondiente al mes de diciembre, hace entrega de un especial dedicado a Carlos Fuentes. Participan escritores como Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Pedro Ángel Palou, José Ramón Ruisánchez, Ignacio Solares, Rosa Beltrán, Elena Poniatowska, entre otros. Vale la pena adquirir el ejemplar.

¿Pederastas posmodernos?-ISRAEL LEÓN O’FARRILL (La jornada de oriente 10/12/08)

Recientemente trabajé con mis alumnos la excelente novela de Jordi Soler Nueve Aquitania, misma que tiene fuertes tintes de posmodernidad, empezando por su personaje principal, el Nómada, y continuando con su estructura, totalmente fragmentada y repleta de referencias a medios electrónicos y sus productos. Lo anterior, especialmente después del discurso en películas como Trainspotting, Pulp Fiction e Irreversible –por citar algunas–, establece quizá ya una estética posmoderna que motiva reflexiones diversas, y no pocos juicios negativos de los espectadores, acostumbrados a los discursos lineales, sosos y cursis del cine gringo del común.
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Sin embargo, en este instante, me interesa centrarme en el personaje del Nómada, pues encarna elementos atribuidos a la época actual, catástrofe moderna ocasionada por el acelerado crecimiento de la tecnología. Este individuo se manifiesta totalmente insensible a los elementos de la moral de nuestra sociedad a lo largo de toda la novela, y toma y deja trabajos de cualquier especie y denominación, sin importar la legalidad o no del entorno de su actividad. Lo mismo trafica con hachís en Lisboa que contrabandea medicamentos hacia Cuba, que organiza una banda de muchachitos limpia parabrisas para hacer todo tipo de triquiñuelas, entre las que se encuentra la prostitución. Sobra decir que los muchachos son menores de edad, y que, por la necesidad y un dejo de resignación –cuasi destino manifiesto que determina que si se es mexicano y niño, lo más seguro es que habrás de ser explotado de todas las maneras posibles sin que nadie meta las manos– entran de lleno a las actividades que les plantea el mercado y la demanda, canalizados por el Nómada. Es en este punto, justo aquí, que quiero dirigir los tiros.
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Hemos sido testigos en días pasados de una de las representaciones más asquerosas, gandallas y basuras que propicia nuestra calidad de seres humanos, seres, por cierto, bien mexicanos, piadosos y guadalupanos. En el municipio de Hueytlalpan, durante la celebración de las fiestas patronales del pueblo, en pleno acto, ante cientos de personas, un simpático –mierda– conductor del acto decidió que era también simpático –mierda también– encuerar a unos escuincles para beneplácito de otro simpático –¿dije mierda ya?– auditorio, entre los que se encontraban funcionarios del municipio y varios familiares y padres de familia. No entraré en detalles, pues el respetable lector de estas líneas los conoce a la perfección; ni entraré en el análisis legal y político que deriva de tal acción (no es tema de este espacio). En donde me meteré es en analizar las implicaciones sociales y culturales del hecho, que es en realidad lo que nos debería preocupar.
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Leyes van y vienen, computadoras, electrodomésticos, el hombre pisó la luna, y claro, la democracia y sus frutos han llegado para quedarse; a la vez, tenemos un flamante sistema económico que todo lo resuelve (¡ja!), la Trevi arrasó con el show de los megasueños o como se llame y cumplimos la meta del Teletón. Bien, echemos cohetes. Pero, la pederastia, una de las representaciones más deplorables del ser humano, sigue instalada en la médula de las actividades nacionales. Entiendo que a todo el país le preocupe realmente poco el asunto de las elecciones, de la inseguridad, de la caída de la economía, incluso de la constante incertidumbre que ha traído el fracaso de la modernidad –por cierto, tema central del discurso posmoderno–; lo que me cuesta asimilar es que semejante circo romano de lujuria y perversión se haya dado, en plaza pública frente al contubernio de toda esa gente reunida allí. Más de 500 espectadores aplaudían como focas amaestradas al espectáculo dantesco que se les mostraba, y sólo unos cuantos reclamaron. El Nómada, el personaje de novela es posmoderno, es individualista, es ególatra y le interesa sólo su propio beneficio; el público de Hueytalpan es totalmente premoderno, arcaico, decadente. No me parece que estemos presenciando la conjunción de cientos de Nómadas en un pueblo al que seguramente no ha llegado la novela de Jordi Soler; lo que me parece es que nuestro propio sistema de valores no resiste la más mínima prueba, y que la hipocresía de toda la sociedad se vio evidenciada en un día aciago en que se dio un “simpático” espectáculo. Esta raspadura en la superficie de muchas cosas calladas sólo nos deja ver la profundidad del problema que tiene visos de ser inmenso. A esto se le suman el incesto y el abuso sexual que, aunque de manera soterrada, siguen sucediendo en nuestro estado y en el país.
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El Nómada no tiene un sistema de valores compatible con el nuestro y su justificación es que es posmoderno; la mayoría de los presentes en el acto dicen regirse por ese sistema de valores, pero lo cierto es que no tienen madre. Por si fuera poco, el Nómada es un personaje de novela, aunque aquí es donde se aplica lo que dijera alguien por allí: “la realidad supera la ficción”. En estos momentos, lo juro, me quedo con los libros, la realidad es lo suficientemente terrible para creerla. Hasta Norman Bates me parece entrañable.

martes, diciembre 09, 2008

En esto creo-Diana Hernández-(Diario Cambio de Puebla-09/12/08)

Periodista, maestra y secretaria particular de la Dirección de la Facultad de Filosofía y Letras de la BUAP
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Cambio, realmente fue mi escuela de periodismo, porque yo estudié letras; ahí aprendí a trabajar los géneros: crónicas, entrevistas, reportajes. Gabriel Sánchez Andraca era el director, Fernando Crisanto el subdirector; estaban Chucho Rivera, luego Sergio Mastretta. Con todos ellos se hacían terturlias a la manera que describe Gabriel García Márquez: la tarde en la redacción era estar comentando, estar aprendiendo, intercambiando libros… Fue una etapa muy bonita.
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Cuando yo llegué a Cambio todavía usábamos de las Remington de la Segunda Guerra Mundial, el periódico se hacía en linotipo —me sentía en la era de Gutenberg—. Me tocó el cambio a la era del offset, que ya fue un gran avance, y las primeras computadoras también —eran de esas grandotototas, que tenían la pantalla negra y las letras amarillas—. En cuanto a contenidos, en esa época Cambio era un periódico muy leído por la comunidad universitaria, de hecho en las épocas de huelga o de enfrentamiento de los grupos de izquierda, Cambio era el medio con el que se comunicaban unos con otros. Era un periódico muy interesante, con un alto contenido en cuanto al valor de la gente que escribía ahí pero, con muchos errores tipográficos —por la impresión con linotipo—. Ahora lo veo muy bien cuidado, con una muy buena edición; noto —sigo siendo lectora de Cambio— que están trabajando mucho los géneros periodísticos, cosa que me gusta; me gusta que le imprimen un estilo irónico, que hay mucho mensaje entre líneas. Cambio es un periódico para gente inteligente.
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A veces parece que Cambio emprende campañas de ataque contra determinados personajes, eso no me gusta, porque precisamente se pierde uno de los principios básicos del periodismo —que también es un mito, una falacia— como es la objetividad. Los últimos meses no ha ocurrido; pasó en el trienio pasado, últimamente están más equilibrados. Me gusta mucho ese periódico.
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Hay muchos comunicólogos que no saben comunicarse. Muchos periodistas hablan con faltas de ortografía y escriben igual; y la gente da por hecho que porque así lo dijeron en la tele o en la radio, es correcto. Como periodistas también contribuimos a educar o a maleducar a la gente.
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Uno sabe, cuando es un buen periodista, cuando estás ante un acontecimiento que verdaderamente es noticia y hasta te estremeces, sientes esa adrenalina. Un buen periodista debe ser un buen comunicador, debe manejar bien el lenguaje, sentir pasión por informar y tener sensibilidad —porque hay quienes reuniendo todo lo que dije antes, no tienen olfato periodístico—.
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Convives con todo tipo de personas, desde el más humilde hasta con la gente más rica y poderosa, y percibes cómo las personas se transforman a partir de que tienen un poquito de poder; hay quienes mantienen su esencia como seres humanos y siguen siendo los mismos, pero son poquititos. Mis casi doce años en Cambio me ayudaron a entender verdaderamente la complejidad del ser humano.
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Un día puedes estar desayunando con el presidente de la República y al día siguiente, comiendo un tamal en la esquina, porque no te dio tiempo de otra cosa. El periodismo no es un trabajo ordinario: cada día vives cosas distintas, empiezas a una hora distinta, terminas a una hora distinta, o más bien como dice Fernando Crisanto: “tienes hora de empezar pero nunca hora de terminar”. Es una dinámica siempre variante.
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Cuando uno toma la actitud ser muy crítico, todo lo ve permanentemente mal. Hay una etapa en la que uno se vuelve muy agresivo, a veces plenamente justificado pero, en ocasiones es nada más para llevar la contra: “todo me parece malo”, “soy antioficial”, “esto hay que denunciarlo” y no se admite que pueda haber cosas buenas. Tuve un poco esa etapa pero, la semana pasada Savater dijo en su conferencia “es bueno rectificar lo que uno piensa en un momento dado”, porque luego de cierto tiempo te das cuenta que a lo mejor estabas equivocado.
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Una de las grandes satisfacciones que deja el periodismo es ver que con tu trabajo ayudaste en algo a la gente. Recuerdo el caso de unos campesinos que tenían 20 años con un problema ejidal; tras el seguimiento que hice de ese problema, les restituyeron sus tierras. Y un día llegaron al periódico con una bolsita de monedas que habían juntado entre todos; ¡me dio tanta ternura!, porque sabía el trabajo que les había costado juntarla: “Le queremos agradecer”. Me gustó el gesto pero no lo acepté. Total que para no estar que sí y que no, fuimos a comer todos juntos. Estaban muy agradecidos porque les ayudé a solucionar un problema con el que tenían muchos, pero muchos años. Son de las cosas que de verdad te hacen sentir bien, y sé que aunque no los he vuelto a ver, deben tener un buen recuerdo hacia mí, como yo tengo un buen recuerdo hacia ellos.
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Un funcionario de Mariano Piña Olaya llegó a pedir al periódico que me despidieran, porque en una entrevista yo había sido muy agresiva, y no sé qué tanto decía, pero recuerdo que tanto Fernando Crisanto como don Gabriel Sánchez Andraca fueron me defendieron pero, imagina que no hubiera sido así: te despiden y te quedas en la indefensión, tanto laboralmente, como con un acoso muy desagradable. Ellos fueron muy solidarios conmigo, y se los agradezco, pero no en todos los medios se da, y la gente se queda sin trabajo de un momento a otro, sin una razón válida, porque a alguien se le ocurre, o no le gusta lo que estás denunciando algo incorrecto.
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Hay muchos intereses moviéndose, más allá de lo que el simple reportero o periodista percibe, y a veces uno cae en muchos juegos.
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Muchos estudiantes menosprecian al periodismo; por ejemplo, en Letras, la mayoría estudia con la pretensión de llegar a ser grandes escritores —ojalá lo consigan— pero de mil, a lo mejor sale uno o dos —y ya sería mucho—; y a veces me parece que pasa lo mismo en las escuelas de comunicación: “ay, somos comunicólogos, ¿periodistas?, no” —desafortunadamente no son ni una cosa ni la otra, porque a veces son incapaces de armar un texto con una lógica estructural básica—.
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Tal vez los periódicos continúan siendo las principales escuelas de periodismo, porque hay muchas escuelas de comunicación en Puebla pero, no hay de periodismo. Y citando a Gabriel García Márquez “la universidad de la vida es la que verdaderamente te gradúa y te certifica como un buen periodista o uno malo”.
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Llegó un momento en el que me cansé, ya quería descansar los domingos y llevar una vida un poco más normal en el sentido de poder disponer de mis horarios. Porque cuando todos están disfrutando la Nochebuena y la Navidad tú tienes que trabajar: no te puedes seguir la parranda a gusto porque al día siguiente tienes noticiario, tienes que estar en el periódico y demás. Sí es mi gran pasión el periodismo, pero la dinámica de los medios es tan intensa que, por ejemplo, me costó muchísimo trabajo titularme. Si hubiera las condiciones de descansar los domingos, sí regresaría al periodismo porque me encanta. Yo que lo viví, sí lo añoro.
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Yo empecé en cultura; a cultura y sociales se les ve como fuentes para mujeres y para principiantes, ya con el tiempo te van dando oportunidad, cuando aprendes, cuando maduras, de cubrir otras fuentes. Así fue como se me asignó la fuente educativa, la universitaria y terminé con la política.
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Texto: Elisa Vega Jiménez
Fotos: Tere Murillo / Ulises Ruiz

Gabo, abuelo generacional de escritores-(Intolerancia de Puebla/Cultura-09/12/08)

A los escritores latinoamericanos se les criticó cuando abordaban temas no estrictamente ligados a nuestro continente, dice el novelista Jorge Volpi
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El escritor mexicano Jorge Volpi señaló que los escritores latinoamericanos de su generación se sienten como los nietos de Gabriel García Márquez por la influencia que ha tenido en ellos el premio Nobel colombiano (1982).
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“A nuestra generación de los que tenemos 40 años García Márquez, más que un padre, lo podemos considerar un abuelo”, señaló el lunes Volpi a un grupo de periodistas al tiempo que comparó su influencia en la literatura latinoamericana sólo con la del argentino Jorge Luis Borges.
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Volpi participó de la primera exposición conjunta de la producción literaria latinoamericana y el mundo editorial italiano “América Latina tierra de libros. Del realismo mágico al mundo global”, realizada en Roma del 5 al 9 de diciembre.
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Señaló que tras la aparición de la obra cumbre del escritor colombiano, Cien años de soledad, y el realismo mágico, “a los escritores latinoamericanos se les criticó cuando abordaban temas no estrictamente ligados a nuestro continente”.
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Situación, precisó, que por fortuna ya no existe, pero que él mismo vivió con su novela En busca de Klingsor, sobre un científico norteamericano que se une al ejército al final de la Segunda Guerra Mundial con la misión de descubrir quién es Klingsor, presumiblemente un científico nazi de muy alto nivel.
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Reflexión
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Contó en una charla que, a raíz de esa novela, le llovieron una cantidad impresionante de ataques y que incluso un crítico literario llegó a pedir que le quitaran el pasaporte mexicano.
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Dijo que los grandes temas de hoy en día se relacionan con la tremenda violencia que existe en México por la guerra frontal en contra del narcotráfico.
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“El escritor tiene la posibilidad de reaccionar frente a eso, tratando de interpretarlo a través de la ficción o de artículos en la prensa”, declaró.
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Sobre el futuro de la literatura latinoamericana no pudo hacer ninguna previsión “por la simple razón que no tengo la menor idea, y esa es la ventaja de esta época, que no sabemos hacia dónde va porque hay una enorme cantidad de propuestas distintas”.
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Con su novela En busca de Klingsor (Seix Barral, 1999) inició una llamada trilogía del siglo XX y obtuvo varios premios, que supuso su consagración internacional al publicarse en 19 idiomas. Completó la trilogía con las novelas El fin de la locura (Seix Barral, 2003) y No será la tierra (Alfaguara, 2006).
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Autor de numerosas novelas, ensayos y artículos periodísticos, Volpi actualmente dirige el canal de televisión 22 de México y es profesor universitario. Anteriormente se ha desempeñado como diplomático; fue agregado cultural de la Embajada de México en Francia.

La Sobremesa desde el futuro

Diario Milenio-México (09/12/08)
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Imagino que los arqueólogos del futuro medirán nuestros niveles de sofisticación cultural por la duración de nuestras sobremesas. Poco a poco, conforme vayan configurando los equipos a cargo de la exploración de ese mundo que, después de la hecatombe, habrá quedado atrapado entre escombros y olvido, desentrañarán uno de los fenómenos más suculentos de la vida cotidiana de antaño. Imagino sus rostros durante el proceso: incrédulos y agradecidos. Imagino sus manos: temblando. Los ojos: abiertos en desmesura.
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Los especialistas de finales del siglo XXII avanzarán con cuidado entre los desechos de los grandes centros urbanos del norte y, sin duda, se detendrán con curiosidad y disgusto frente a los contenedores de plástico que aparecerán junto a las pantallas de antiguas computadoras. Esto, se dirán entre ellos conteniendo apenas el asco, esto es un popote. A medida que retiren el polvo con brochas de pelo finísimo, se darán cuenta de la extraña cercanía registrada entre los tenedores y los lápices y los clips sobre los escritorios de metal, sugiriendo la compenetración absoluta entre el proceso de trabajo y el proceso de alimentación. Los especialistas se preguntarán entonces, con justa razón, sobre el lugar del placer en ese cuadro. Lo observarán todo desde lejos y, luego, se verán uno al otro con miradas oblicuas. Entonces moverán las cabezas de izquierda a derecha en signo de pesar y resignación pronunciando, al mismo tiempo, las palabras “soledad absoluta”, “materialismo desatado”, “locura sideral”.
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El equipo de arqueólogos encargados de la zona sur del orbe desenterrará, sin embargo, remanentes distintos. Ahí, en esos territorios informes y todavía tibios, con base en datos rescatados metódicamente del desastre del pasado y con la ayuda de teorías antropológicas elaboradas in situ, los especialistas desentrañarán, con asombro y envidia confundidos, el concepto de la sobremesa. En los gruesos reportes que mandarán a la Estación Central de Estudios Culturales aparecerán los dibujos de círculos y rectángulos que, organizados en una estructura planetaria, representarán a los platos y tazas y copas que compartían espacio con los tenedores y los cuchillos. Se trataba, definirán en sus altos diccionarios, de una congregación sin fines productivos que se llevaba a cabo después de la comida, es decir, una vez que el momento del consumo necesario llegaba a su término. El tiempo, medido por el número de objetos de porcelana y cristal presentes sobre el rectángulo de la mesa, pasaba sin resabios entre los antebrazos y los ojos y las bocas de los convidados. A pesar de contar con instrumentos de medición casi perfectos, los ur-arqueólogos tendrán dificultades casi insalvables para calcular el número exacto de horas que duraban estos asuntos. A veces eran cortas, ciertamente, pero con frecuencia, esto lo descubrirán al constatar la mezcla de las vajillas, la sobremesa se extendía hasta alcanzar el inicio de la próxima ingesta de alimentos. Los manteles, esto lo notarán los especialistas con cierta suspicacia, escribiéndolo apenas en pies de páginas pequeñísmos, guardaban un inquietante parecido con la consistencia de las sábanas. Esos pliegues. Aquellas manchas.
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Ya sin datos duros, pero inducidos por el placer mismo del descubrimiento, los arqueólogos se darán a la tarea de repetir lo que, en su imaginación, era sin duda el lenguaje de la sobremesa. “¿Vamos a sobremesear?”, se dirán entre ellos, guiñándose un ojo. “Uno puede comer con cualquiera, eso es cierto, pero no a todo mundo se le convida a la sobremesa”, asegurarán con autoridad científica. “¿Así que este es el significado de la palabra ahíto?”, se preguntarán en voz baja, preguntándose en realidad muchas otras cosas. “Te invito a sobremesear mañana, ¿cómo ves?”. El futuro será, sin duda, un mejor lugar después de todo esto.
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Dudo que esta columna sobreviva el desastre que se avecina pero, por si acaso, va aquí mensaje en metafórica botella de cristal.
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Estimados Ur-Arqueólogos del Futuro:
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Si en algo nos parecemos, y no estoy segura de si esto es un buen o un mal pensamiento, asumo que disfrutarán, como lo hemos hecho por siglos en ciertas regiones de este mundo, de la sobremesa. Tendrán razón si deducen que se trata de una de las actividades más improductivas e inútiles que llegamos a inventar en nuestra historia, sólo equiparable, aunque en sentido contrario, al descubrimiento de la agricultura. Tendrán razón si, al imaginarla, se les nubla la vista o se les hace agua la boca. A todo eso le llamamos, incluso ahora, gozo o placer (existen hasta el momento debates elegantísimos al respecto). Pero no les escribo yo para arrebatarles el gusto del descubrimiento propio, sino para sugerirles, con la humildad característica del más remoto de los pasados, que al introducirse por primera vez en los vericuetos de la sobremesa escuchen con atención las palabras de un cierto artefacto musical (denominado canción) que, en voz de una andrógina del punk nacida todavía un siglo atrás, ha transmitido un mensaje cuya validez no cesa. Patti Smith, en efecto, dijo alguna vez: “Desire is hunger, the fire I breath; love is the banquet on which we feed”.

lunes, diciembre 08, 2008

39 preguntas parranderas

Diario Milenio-México (08/12/08)
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1. ¿Quién les ha dicho a los querúbicos diputados que los trasnochadores de esta ciudad somos sus hijos?
2. ¿Es un avance de la democracia que los legisladores de la Ciudad de México coincidan a la hora de persignarse?
3. ¿Deberíamos considerar un honor que se santigüen en nuestro nombre y a nuestra salud?
4. ¿Pensarán que los hemos votado por oscuros complejos de Edipo y Electra que les ceden pedazos de nuestra potestad?
5. ¿Protegen los legisladores nuestros intereses, o se protegen escudados en ellos?
6. ¿Es en verdad extraño que quienes acostumbran perorar en el nombre del pueblo sean pródigos en propuestas y censuras pueblerinas?
7. ¿Qué democracia es aquélla cuyos respresentantes se arrogan el derecho de limitar al ciudadano “por su bien”, como a un menor de edad?
8. ¿Sería más respetable el parrandero si mejor le llamásemos parrandista?
9. ¿Hemos pasado de padecer la bota ancha de papá gobierno a soportar los puntiagudos mocasines de un consejo de tíos entrometidos?
10. ¿Sabe uno dónde está su conveniencia, o precisa para ello del celo de un poder que le rebase?
11. ¿Corresponde a las autoridades gubernamentales vigilar hasta qué hora puede uno desvelarse?
12. ¿Nos convierte el deseo poco edificante de salir y divertirnos en algo así como hijos de familia descarriados a los que es necesario devolver al redil a ciertas horas?
13. ¿Debería darnos vergüenza hacer con nuestra vida lo que nos viene en gana, incluso cuando es tarde y otros duermen?
14. ¿Si algo malo nos pasa cuando andamos de noche por la calles, podría decirse que nos lo hemos ganado, por golfos?
15. ¿Somos los ciudadanos imputables por la inseguridad que padecemos?
16. ¿Calma el estrés de los policías dar por hecho que el parrandero tiene la culpa, o será que los deja negociar a sus anchas?
17. ¿Pierden realmente el sueño los legisladores porque a los ciudadanos les place desvelarse?
18. ¿Debería el falso insomnio de los politiquillos convertirse en problema de los ciudadanos?
19. ¿Cómo es que el crimen no ha triunfado en Madrid, esa ciudad noctámbula, si la gente acostumbra desvelarse y pasear por las calles hasta el amanecer?
20. ¿Cuándo van a entender los moralizadores de curul que en cada prohibición habita el germen de una transgresión?
21. ¿Es más segura una ciudad con las calles vacías, donde tanto los policías como los ladrones podrán contar con una conveniente capa de negrura?
22. ¿Son los dueños y empleados de centros nocturnos nada más que envenenadores con licencia, y nosotros sus pobrecitas víctimas, privadas de criterio y voluntad?
23. ¿Es, quien sale de noche y bebe porque quiere, un borrachín al que urge tutelar?
24. ¿Hay constancia de que hasta hoy los inspectores de bares y desplumaderos se conduzcan con mínima rectitud?
25. ¿Por qué los gobernantes, a cuya irresponsabilidad se debe en buena parte el crecimiento de la criminalidad, han de tratarnos como si los irresponsables fuésemos nosotros?
26. ¿Cómo explicar que sean los más reconocidos asiduos del leonero quienes luego terminan por clausurarlo?
27. ¿Entienden los legisladores a la seguridad citadina como una disciplina consistente en apretarle las tuercas al hijo de vecino y aflojárselas al uniformado?
28. ¿Cuántos uniformados incorruptibles hemos tenido el gusto de conocer?
29. ¿Y si en lugar de gusto fuese un privilegio?
30. ¿Cuántos legisladores se han ganado, por cierto, nuestra confianza?
31. ¿Se han ganado de menos su sueldo, según nuestra opinión mayoritaria?
32. ¿A quién puede acudir el ciudadano cuando conservadores y supuestos progresistas limitan sus derechos al unísono?
33. ¿Alguien sabe de dónde ha salido semejante legión de capuchinos y carmelitas unánimes?
34. ¿A un país sin izquierda tendría que considerársele manco, o es que es un privilegio contar con dos derechas?
35. ¿Dé qué valen conceptos como izquierda y derecha en la provincia del priismo emocional?
36. ¿Existe algún partido que no sea partidario del allanamiento de conciencia?
37. ¿Cuántas veces oímos, cuando niños, aquella frase odiosa: “¡No te mandas solo!”?
38. ¿Cómo no consolarnos creyendo que algún día seríamos soberanos legítimos de nuestros actos?
39. ¿Quién quiere ver volver a Pepe Grillo en la persona de un fariseo con fuero?
La 40: ¿Qué decir de una connivencia trasnochada que limita el derecho de cada cual a trasnochar según le dé la gana?

Sin pena (de muerte) ni gloria

Diario Milenio-México (08/12/08)
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Mi madre (esa romántica, esa pesimista) se place y se duele en decir de cuando en cuando que esta vida no es sino una cárcel. Almoloya, dice. O Alcatraz. O, en una de ésas, el Panóptico de Bentham. Una prisión, en suma, de la que no habría escapatoria posible, a donde habríamos venido a purgar una cadena perpetua por el crimen imperdonable de haber nacido.Hoy que estoy misántropo recuerdo la amarga metáfora materna y le concedo algo de razón. Y, ya que pienso en prisiones, me viene a la mente aquella, paradigmática, en que el guerrillero Valentín y el homosexual Molina aguardan el beso de la mujer araña —final, fatal, letal— en la novela homónima de Manuel Puig. La pena es inconmutable, la espera larga. ¿Qué hacer para matar el tiempo antes de que el tiempo lo mate a uno? Molina apela a la ficción y entretiene a su compañero de celda contándole películas, en un esfuerzo (vano pero entusiasta) de evasión.
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La idea no es mala o, en todo caso, daño no puede hacer. Así, compañeros de celda, les cuento aquí la trama de una cinta en blanco y negro, vista hace años. Ojalá les permita escapar, aun si sólo por un momento.
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La película es la historia de un escritor: uno que ha publicado ya una primera novela con relativo éxito, a partir de lo cual se afana en responder a la urgente presión de su editor por un segundo manuscrito. Nuestro escritor está, además, comprometido en matrimonio, y su chica es la hija del dueño de un periódico de militante línea liberal. Nuestro escritor quiere cumplir con su editor. También quiere casarse con la chica. Y encuentra, en una acaso descabellada propuesta de su futuro suegro, la forma de matar ambos pájaros de un tiro. Me explico: el suegro es un opositor ferviente a la pena de muerte y quiere demostrar los riesgos de injusticia que ésta conlleva; así, propone al proyecto de yerno dedicar su segundo libro a un experimento periodístico: sembrar él mismo las pruebas que lo inculpen de un asesinato (a la sazón, el de una bailarina de burlesque, acaecido por esos días), conseguir así la condena a la silla eléctrica y develar en el último momento las pruebas de su inocencia, que papito suegro tendrá a buen resguardo.
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El escritor accede, procede, y, en efecto, muy pronto se procura la sentencia mortífera, tranquilo de poder probar su inocencia en el último momento. El hado maligno del destino se manifestará, sin embargo, cuando el suegro muera en un accidente —su automóvil se desbarrancará y, a consecuencia de ello, explotará—, llevándose consigo al otro mundo las pruebas —ahora cenizas— que habrían podido salvar de la muerte al prometido de su hija.
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Y así, por la inquina del Estado, de la Ley y de los Hombres, un inocente se condena.
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(En efecto, querido lector: es éste uno de esos textos bienpensantes contra la pena de muerte que han empezado a pulular por obra y gracia de Humberto Moreira. Me disculpo, desde luego, por mi predecibilidad, que es mi debilidad.)
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Sorpresa: ahí no termina la película. Y es que la novia huérfana no quiere quedarse también solterona y mueve cielo, mar y tierra hasta lograr que su prometido sea declarado, por fin, inocente. La vida, sin embargo, le tiene reservada su propia sorpresa, ahora cruel. Y es que, descubre la incauta demasiado tarde —es decir cuando el caso y la cosa ya han sido juzgados—, el tipo es, en efecto, el asesino de la bataclana, y aprovechó el delirio justiciero del suegro para librarse de la condena que a todas luces merecía.
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Crueldad de los hombres, crueldad del destino. Incapacidad del Estado y de la Ley para lidiar con complejidades que los superan.
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En ocasión de su estreno, en 1956, Beyond a reasonable doubt —tal es el título de la cinta de Fritz Lang— no logró causar sino desconcierto. ¿Era un alegato a favor de la pena de muerte? ¿O en contra? La condena deberá recaer en un público y una crítica que no supieron comprender la ambigüedad moral de Lang, su concepción del cine como filosofía y no como propaganda.Quiera el destino —nuestro celador, diría mi madre— que el remake de la cinta anunciado para el año próximo sirva para reencauzar el debate sobre la pena de muerte: esto dicho por alguien —yo mismo— que se opone a ella porque cree que las reacciones histerizadas y definitivas poco aportan a la convivencia humana pero que sobre todo se opone a las triquiñuelas politiqueras que en su nombre despliegan oportunistas como Moreira, más allá de toda duda razonable.