sábado, diciembre 22, 2007

Donde hubo fuego, cenizas quedan

Termina el año y la vida sigue sin decirte nada. Todo es cotidianidad absoluta. Es lunes inicio de semana, la única diferencia es el número y el nombre del mes que marca el calendario, así como el número que le ha tocado a este lunes, puede ser diez o diecisiete, no interesa realmente. Tú estás parada atrás del mostrador de la tienda de ropa, -ubicada en la plaza comercial de moda de tu ciudad-, esperando a que por la puerta entre alguna cliente dispuesta a desembolsar la chequera de su esposo u amante según sea el caso, para poder vestir la mejor ropa, y así tenga que presumir ante la sociedad. Pero para tu sorpresa ha entrado Roberto Pérez. Tu último amor antes de terminar la Universidad. No te ha visto, finges demencia, mientras la memoria te hace ver la película en la que hasta ahora llevas veintiséis capítulos-años actuando.
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La vida tiene la costumbre de abofetear a cualquiera de sus habitantes de la manera más tierna, sin que se puedan dar cuenta, con alguna de sus múltiples ironías que tiene reservada para cada uno. Los refranes existen por algo, el idiota o la idiota que los inventó, tuvo que tener alguna razón lógica para ello. Cuando ibas en la preparatoria, juraste nunca trabajar en una tienda de moda, es tan banal y absurdo para ti que la gente construya su imagen según lo que dicte la moda. Y mírate, ahí, en un mostrador de una tienda de modas que almacena y vende las mejores marcas existentes en el mercado para la mujer. Primera frase para recordar el resto de tus días: nunca digas de esa agua no he de beber. Aunque todo tiene una explicación, una muy buena, porque el humano no puede romper las promesas personales ni hacer a un lado los principios, así por que sí. Para todo error, existe un pretexto.
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Tu fatalidad se empezó a escribir hace unos meses, justo cuando por fin pensaste haber encontrado la felicidad y anexada la estabilidad. Todo apuntaba a la perfección, tu racha mala había terminado. Los noviecitos de juego en tu secundaria, eran ya anécdotas, los novios de paso que llegaste a tener en la preparatoria, una simple experiencia para lo venidero: la Universidad. Los compromisos en cuanto a relaciones, por tu educación recibida desde niña, siempre fueron cosa seria y no deberían de tomarse a la ligera; y en tu familia la mayoría utilizaban la Universidad para cazar marido. Aunque por otro lado, existía la disyuntiva de que a nadie se le puede negar un poco de amor, y que sin este la vida es muy vacía. ¿Quién eres tú para negarles a otros tu amor? Eso justifica tu comportamiento. Tenía demasiadas razones para adoptar la costumbre de cambiar hombre cada mes, una era la sensación de tener en tu cama y sentir en tu cuerpo a otro, la cual ya se estaba volviendo una adicción en ti. La otra consistía en un punto de vista muy particular: la Universidad se hizo para estudiar y divertirse, no le veías caso el tener una relación con miras al matrimonio, y la durabilidad en la relación era síntoma de ello, por eso no te permitías pasar del año en tus relaciones amorosas. Pero siempre existe un alguien a quién decepcionar, tu abuela si estuviera viva sería ese alguien. Según cuenta tu hermana, ella acostumbraba decirle cuando la veía salir con un novio: cuida esa joyita, que no todos son dignos de poseerla. ¿Joyita? Años, materias universitarias y hombres tuvieron que pasar por ti, para que comprendieras que joyita era una vil metáfora para referirse a la vagina. Para tu bien, la literatura te dio una salida alterna. La joyita, podría ser, visto de otra manera, como tu corazón o tu esencia. Aquí nace tu propio refrán: no todo hombre es digno de conocerte por completo. Y es que el cuerpo y sus componentes sexuales –según tú-, realmente no tienen nada de novedoso para el hombre, lo pueden ver en una película, además, desde chicos estuvieron acostumbrados al contacto con los senos, la única diferencia es que aquellos senos eran maternos, ahora son ¿sexuales? Y no hay como el placer de sentirse dueña del amor de un hombre, que mientas duré enamorado, es capaz de hacer lo que sea por ti. Pero pobrecitos, si supieran que sólo te interesaba su cariño por un rato. En fin ya habrá otra que le cure sus penas, te respondías al menor asomo de culpa, cada que terminabas con un hombre. La vida cobra caro, las frases razón tienen, una amiga alguna vez te dijo: no hagas a otros, lo que no quieres que te hagan.
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Estás a punto de terminar la carrera, te faltaran escasas dos materias y la avalancha de miedos y responsabilidades empiezan a ser tu pan cada día y tu café de cada noche. Tus padres son un martirio constante: si no te piensas casar al terminar la carrera, ve buscando un trabajo para que vayas pagando tus gastos personales. Frase que te aparecía cada mañana desde hace dos meses, era como tener un duende programado a las seis de la mañana para joderte al mismo tiempo que tu despertador. Tu orgullo es como la muralla china, desde la luna se podría ver. Jamás ibas a ceder. Maldito feminismo, decía para sus adentros tu padre cada vez que le recordabas tu idea de no casarte hasta que tú lo creyeras correcto. Para beneplácito personal y de tus padres, obtuviste una tesis con recomendación a ser publicada, a pesar de tener un promedio por debajo de lo exigido. En la vida siempre hay que elegir, tú tenías dos opciones mientras hacías la carrera: obtenías buenas calificaciones, pero te olvidabas de amigas y amantes ocasionales, o sacabas la universidad como fuera y en cambio solidificabas amistades y te llenabas de amantes a tu antojo. La segunda opción fue la ganadora. Segunda frase que hiciste tuya: el fin justifica los medios. En este caso tu fin era tu felicidad y los medios, la forma en que la lograste. El trabajo nunca apareció en esta parte de tu vida. Ahora venía la segunda decisión importante de tu vida: buscar una relación con vías a la formalización, al matrimonio. Eso necesitaba un giro en tu personalidad, requería de despedirte de las relaciones de paso para acceder a las relaciones duraderas. Pero al mismo tiempo tenías que buscar trabajo, uno que permitiera seguir con tu próxima vida de estudiante, ahora en Maestría, al mismo tiempo que tu vida personal. La burocracia siempre fue una opción fácil y segura, tu padre lleva trabajando para el Estado toda la vida, o al menos desde que la memoria dio vislumbres de vida en tu mente. Pero como siempre, tu orgullo era quien tenía la última palabra, así que inexperiencia en mano y orgullo como vestimenta, saliste por las calles de la ciudad en busca de opción que cubriera tus expectativas.
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El karma, el maldito karma, así habré sido en mi vida pasada –repetías incesantemente-, que por más vueltas que diste, nada de lo que esperabas estaba con el glorioso estado de vacante. Sólo quedaba una opción, con buen sueldo, horario flexible de acuerdo a tus necesidades: vendedora de ropa para mujer en una tienda de moda, ubicada en la plaza comercial con más auge de gente nice. Era eso o nada. Analizando tu vida actual, se venía la Maestría, obvió tu padre no iba a soltar ya ni un peso más. Luego la búsqueda de una relación duradera y formal, para ellos había que invertir dinero en tu vida social. No había de otra, tenías que tomar el trabajo. Ya llevabas ocho de horas buscando y nada. Esto o la pobreza. Todo tiene un lado positivo, pensaste, al mismo tiempo que vino a tu mente aquella frase: siempre que se cierra una puerta, se abre una ventana. La puerta cerrada: tu opciones primera de trabajo, la ventana: este empleo que permitía burlarte del vacío existente en las mujeres de la aristocracia de tu ciudad y de pilón el placer de que ellas pusieran de su dinero para pagarte. Acto seguido, cerraste los ojos y le dijiste a la señorita, que atendía y se tardo más de veinte minutos explicándote todo lo referente al trabajo: acepto. Igual y sería una oportunidad para encontrar algún caballero que despistado en qué regalarle a la novia, acabe enamorándose de ti, si existen el don Juan, tú serías algo así como: doña Cleopatra, por aquello de la hermosura y la sensualidad inherente en tu persona e irresistible para los hombres.
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Y hete ahí, son ya tres años que llevas trabajando en esa tienda exclusiva, mujeres presuntamente felices han entrado y salido, tu maestría estás a punto de concluir y el desgane te carcome toda. Siempre hay que hacer un sacrificio en esta vida, decía tu madre, para poder merecer en un futuro el paraíso, terminaba la frase tu padre. Sin duda, si hoy te murieras, el cielo ganado ya lo tienes por tanto sacrificio que has hecho, -le aseguras a tu compañera del trabajo-, que se ha vuelto como una amiga para ti. Pero el amor se ha escondido de ti. Cupido se olvido de ti. Pero en el fondo sabes que sólo tú tienes la capacidad para darle fin a tu situación tan dañina. Y así como la vida te ha abofeteado con la ironía de tenerte trabajando en una tienda de ropa para mujer, a pesar de tus principios. También te da lecciones. Tu antigua maestra de preparatoria acostumbra pintar cada día en el pizarrón de su salón la siguiente frase: uno no valora lo que tiene hasta que lo sabe perdido. Su razón explicita era para intentar hacerles entender la necesidad de valorar a cada persona que forme parte de su vida y disfrutar cada momento. ¡Qué trillado!, y aún así nunca la recordaste, al menos no antes, sino hasta hoy que has visto a Roberto Pérez entrar a comprar en tu tienda, pero ¿qué hará ahí adentro, en la tienda en la que justamente trabajas? Lo notas indeciso, abandonas uno de los mostradores para acercarte a él y asesorarlo, de paso quizá te reconozca y te ponga al tanto de su vida, no está demás saberlo. ¿En algo puedo servirle?, le preguntas. Sí, que amable señorita, estoy buscando una blusa de x o y estilo, es para el regalo de mi esposa y no sé exactamente cuál puede gustarle. Tragas todo tu orgullo y a la vez la sorpresa te inunda las venas. Tomas valor y le contestas: para poder ayudarte Roberto, primero necesito me describas a tu esposa y teniendo alguna de sus características, quizá pueda asesorarte como se debe. Se sorprende y pregunta si te conoce o cómo es que sabes su nombre, tú le contestas que eres Angélica Hernández, otrora novia suya en el último semestre de la carrera de Ciencias Políticas. No puede evitar l sensación de darte un abrazo, de esos que años no recibías, tan lleno de un algo que no alcanzas a describir, cariño le pones para salir del hoyo. Se ponen al tanto de la vida de cada uno, luego te da las señas de su esposa, te dice que se casaron hace dos años, que la ama, pero que nunca como lo hizo contigo, que sigues siendo la única, te asegura. Paga y se va. Te quedas inerte, fría, sin reacción, actuaste por mero mecanismo. De la nada reaccionas y sales corriendo a ver si lo alcanzas, le das tu número, le pides el suyo y quedan de un café matutino, como los de antaño en el lugar de antes, el de siempre: afuera de lo es la Facultad de Derecho. Se cumple la fecha. El café ha sido grato. Se ofrece ir a dejarte a tu departamento de soltera. Aceptas. Sube hasta él, so pretexto de ir al baño. Tú caminas, hay algo que te pide actuar, pero sabes que las consecuencias son caras y pueden costarte la dignidad. Un próxima Maestra en Sociología no puede permitirse perder lo que años de orgullo te ha costado. Pero el amor, todo lo justifica y lo vale.
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Antes que salga del baño, entras a tu cuarto, buscas una foto de ambos, se la regalas como recuerdo a lo que fueron, él toma la foto, la observa y te dice: qué tiempos aquellos, haría lo que fuera por regresar un instante. Ya para qué, es tarde y ya no es lo mismo, tú nunca me quisiste como yo a ti, termina su soliloquio. Mejor me voy. Es ahora o nunca, gritas. Se detiene y te pregunta si dijiste algo, y antes de que voltee a verte, su espalda se empieza a llenar de sangre, tu piso se vuelve laguna de sangre. Tres veces salieron las tijeras para entrar cuatro y por fin caer al suelo lentamente, pues lo vas sosteniendo. Después el fuego generado por ti empieza a comer tus sillones de la sala. Luego ira a tu cuarto donde has acostado a Roberto, a tu lado. Si es cierto que el amor genera fuego, cuando este es intenso. Ahora tú le haces un monumento al amor que te tuvo Roberto y terminas con tu soledad que te carcome. El fuego todo lo borra. Nadie será culpable de nada, al menos no tú.

jueves, diciembre 20, 2007

Civilización y enfermedad



Diario Milenio-Puebla (20/12/07)
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Estos últimos días en que se ha discutido tanto la posible decisión que pueda tener el enfermo terminal para abandonar todo tipo de tratamiento y morir simplemente “en paz”, he revisado un libro que desde 1943 se editó en inglés con el título de Civilization and disease y en que en 1987 fue traducido al español por Ramón Aguirre Dávila y publicado por el Fondo de Cultura Económica y el Instituto Nacional de Salud Pública, mismo que me ha parecido muy actual, pese a los veinte años que nos separan de su primera versión al castellano.
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El libro es una investigación de Henry E. Sigerist y –no estoy seguro de que se consiga, a no ser que se haya reeditado– se puede conseguir en la colección “Biblioteca de la Salud”.
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Ahora que se sigue discutiendo por las Cámaras el problema de la eutanasia (que no deja de ser un problema ético) la investigación a la que hago referencia debería de convertirse en un punto importante de referencia.
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Sobre este tema ya había tratado en varios de sus escritos Susan Sontang. Encuentro un punto acuerdo entre Sontang y Henry E. Sigerist: “la enfermedad es un proceso biológico, una respuesta fisiológica a un estímulo excesivo o a una condición anormal”. Tarde o temprano, escribía Susan Sontang en La enfermedad y sus metáforas, estaremos en la orilla a la que nadie desea llegar, en la orilla donde nos espera la enfermedad.
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Sin embargo, hay un concepto de salud y enfermedad que tiene que ver con la visión que el hombre se ha hecho de la “civilización”.
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Pensamos que la enfermedad es lo no deseado o lo que a nadie se le desea. Y nos preguntamos: ¿por qué a mí? ¿Y por qué no? Todos, desde el momento de la concepción nos comenzamos a morir poco a poco. Estoy consciente que el tema no es muy atractivo para muchos, pero hay que tenerlo presente.
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En 1943, el autor de Civilización y enfermedad escribía que cien años atrás (en 1843) había sólo unos cuantos centros de investigación médica. Pereciera que las cosas no han variado tanto, si tomamos en consideración que la población –en más de cien años— ha crecido de manera importante.
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Actualmente hay mucha gente que no tiene acceso a los servicios de salud pública y enfermarse se ha convertido en un peligro y un lujo. Los medicamentos se han encarecido y las consultas de los especialistas siguen por las nubes.
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El libro de Henry E. Sigerist Civilización y enfermedad, a lo largo de los capítulos que lo conforman hace un recorrido por la historia de la medicina y nos advierte que “la interpretación científica de la enfermedad es aún muy joven”. Me llamó mucho la atención porque creo que esa afirmación es también muy actual, pese a los indiscutibles avances tecnológicos que en materia de medicina ha habido en los últimos años. Habrá que recordar que la penicilina apenas es un descubrimiento de los años cuarenta del siglo pasado. Es muy joven y sin ella muchas vidas no se hubieran salvado. El autor de este libro opinaba –en el lejano 1943– que los países socialmente adelantados habían erradicado la lepra (enfermedad medieval) y algunas enfermedades venéreas y que la tuberculosis sería “una enfermedad del pasado”. Aunque ya Roberto Koch había descubierto el bacilo causante de la tuberculosis, ésta no podía ser erradicada completamente por la disposición heredada de los hombres y su medio social.
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En la larga historia de la enfermedad se han erradicado algunas, pero han aparecido otras. El mundo medieval experimentó nuevas pandemias durante siglos enteros. Ahora se pueden mejorar las condiciones de vida, sólo eso. Lo demás es una certeza: tarde o temprano –como dicen Sontang y Sigerist– estaremos de aquel lado. Por lo pronto, esperemos el bienestar para todos durante este 2008 que casi comienza.

miércoles, diciembre 19, 2007

El artista como forjador de una identidad (Parte 1)

Este texto lo publiqué días atrás, pero lo he corregido, Nuevamente lo subo con sus cambios respectivos.
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El viernes siete de este mes que se nos va Carlos Monsiváis estuvo en Puebla, como casi cada año o cada dos años se ha vuelto costumbre, esta ocasión el lugar fue el Auditorio del Museo Amparo y la razón: hablar sobre Frida Kahlo, la gran pintora mexicana. El evento estaba programado a las 7:30, empezó unos minutos después, pero con un lleno, ¡claro, es Monsiváis!
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Frida Kahlo para Monsiváis: “es uno de los pocos personajes que se ha incrustado no diré yo en el imaginario colectivo, en donde desde luego está innumerosamente, sino también en el de los emblemas de la Nación, y la Nación en la globalidad, no la Nación histórica o la Nación tradicional. ¿Quiénes serían en el siglo XX? Emiliano Zapata, Lázaro Cárdenas, Pancho Villa, Francisco I. Madero, todos relacionados con el poder o con la resistencia al poder, Ricardo Flores Magón que es extraordinario no está en esa panoplia, y Frida Kahlo y Diego Rivera, son los dos artistas que han entrado a esa visión constitutiva de lo que es sin duda la Nación, tal y como se representa en tiempos en que la idea de Nación tiende a disminuir o estaba desapareciendo”.
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“Frida es la imagen de una intimidad pública. Las fotos de Frida son ya parte de la obra de Frida, porque es tal el poderío de la leyenda, del mito, de la contingencia iconográfica, que uno ve las fotos de Frida y sabe que el centro de las fotos de Frida no es que esté ahí plasmada, sino que tiene un poderío tal, que le da a las fotos su aura icónica, lo que es deslumbrante y lo que francamente sólo de Zapata puede decirse eso, pero en Zapata está la lucha de todo un pueblo, está la reivindicación de la tierra, está la revolución traicionada, (…) en el caso de Frida está estrictamente el poderío de una mujer que no se confina en el sufrimiento, que no se deja atrapar en la idea del artista que pinta del sufrimiento, que le da a la vida de inválida, proporciones notables de celeridad y de cambio, y de lo que podría ser variedad amorosa, no promiscuidad, que es un tema cargado de culpas tradicionalistas, sino variedad amorosa que es lo que todos quisiéramos”.
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Las obras de Frida, desde mi perspectiva, son únicas, en ellas encontramos al existencialismo y al surrealismo conviviendo sin ningún problema estético ni ideológico. A Kahlo como a muchos escritores y creadores, les debemos una identidad de Nación. En cuanto Identidad Nacional no me refiero a ponerse de pie en un país extranjero cuando uno ve la Bandera Mexicana, ni cantar el Himno Nacional en el estadio Azteca cada que juega la selección. Me refiero a esta capacidad de respetar nuestra Historia y recordar los sucesos que nos han ido formando (trágicos algunos y heroicos otros) para evitar repetirlos. Una identidad Nacional la concibo como algo que nos refleja desde las raíces hasta lo más banal y, es comprendido y valorado por un mexicano y apreciado por un extranjero. Es plasmar nuestras ideas con un sentido crítico ante nuestro entorno. Es no perder esta capacidad de ejercer nuestro punto de vista sin temor a ser callados.
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La labor de los escritores como Pitol, Del Paso, Poniatowska, y de cualquier creador como Vicente Rojo, aparte de tener una postura política e ideológica ante la sociedad, es la de evitar que la memoria se pierda. Ellos, la élite cultural, deben usar su arte para plasmar su entorno, no importa la corriente artística o ideológica ni los intereses que persigan, todos nos han ido y nos seguirán formando como lo que somos: una Nación libre y soberana, donde lo único que no cabe es la apatía ante cualquier acontecimiento de índole nacional.
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Carlos Monsiváis en su libro Las Herencias Ocultas (Debate, 2007), nos da un ejemplo de ello, ha dedicado 372 páginas para hablar de aquellos escritores de nuestro siglo XIX mexicano que no sólo nos dieron un romanticismo y pre-realismo muy mexicano y único, también forjaron una Patria desde las filas liberales, algunos combatiendo con su pluma, otros más utilizaron las armas y algunos más hicieron uso de ambas. Pero siempre defendiendo sus ideales. Nuevamente son los creadores vinculados con el poder o contra el poder. Creo, ahí debe estar creador, siempre opinando y nunca callado.

EL INCONSCIENTE ÓPTICO



Diario Milenio-México (18/12/07)
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¿Qué es lo que verdaderamente hacemos cuando sonreímos, nos arreglamos el cabello y, viendo directamente hacia la lente de la cámara, inclinamos el cuerpo o estiramos el cuello para asegurarnos de que quedaremos dentro de ese rectángulo, hasta ese momento puramente imaginario, que después se convertirá en la fotografía del nosotros? Un acto en apariencia cotidiano y, por lo tanto, inocente o, peor aún, insulso, adquiere dimensiones intrigantes, tanto a nivel histórico como teórico, en Family Frames: Photography, Narrative and Postmemory, el muy famoso libro en el que Marianne Hirsch acuñó un concepto, el de posmemoria, que ha dado lugar a no pocas polémicas en el ámbito de los estudios culturales. Según Hirsch, las fotografías familiares tienen la virtud, o el peligro según se vea, de provocar y manifestar al mismo tiempo la cohesión de los núcleos familiares, constituyendo simultáneamente una crónica de sus ritos así como el objetivo central de los mismos. No sería del todo descabellado pensar, luego entonces, que muchas de las reuniones familiares en las que participamos se llevan a cabo sobre todo para tener la oportunidad de producir las fotografías a través de las cuales la idea y la práctica de la familia se vuelven no sólo palpables sino también “naturales”.
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Si éste fuera el único alcance —un alcance de suyo hegemónico— de la fotografía de las familias, sería difícil explicarse cómo es que estas imágenes repetitivas y consabidas, trilladas e ineluctables, logran enternecer o emocionar a quienes las conservan en álbumes o cajas —artefactos celosamente guardados en sitios especiales del hogar— sólo para tener la oportunidad de compartirlas (con frecuencia a la menor oportunidad), de volverlas legibles ante los ojos del extraño que se aproxima. Así las cosas, es de sospecharse que hay más. Según Hirsch, ese más empieza por localizarse justo en el punto de articulación entre el mito de la familia y su, con frecuencia contrastante, realidad. Y de ahí parte hacia ese aspecto de la relación familiar que con frecuencia pasa desapercibida: “las maneras en que el sujeto individual es construido en el espacio de la familia a través de la práctica de la mirada”. A través del encuadre y la luz, con la complicidad de la pose y la contribución del azar, la fotografía familiar descubre, pues, una cierta interacción visual que por cotidiana suele volverse transparente, es decir, invisible, pero que emerge con singular fuerza en lo que Benjamín denominara como el inconsciente óptico, al cual nos da acceso la cámara fotográfica.
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Así entonces, lo que termina llamando la atención de muchas de esas imágenes no es lo que conocemos de las personas que mejor conocemos, sino lo que, de repente, lo que gracias al obturador y al flash, ha quedado detenido dentro del recuadro de la fotografía sin que el fotógrafo o el fotografiado tengan plena conciencia de ello. Lo que la fotografía nos brinda es, luego entonces, el punto ciego de la relación familiar, esa zona de ininteligibilidad que provoca sorpresa o miedo, suspicacia, rechazo, amor. La lista de ejemplos podría ser larga: la inclinación del cuerpo que, literal, delata una inclinación no expresada o apenas intuida; la mano que, cerrada sobre un hombro, manifiesta o terror o mesura o incredulidad, o todas las anteriores; la vena yugular que, exaltada, prefigura conflictos que, desde el futuro, que es el punto de vista del que ve la foto, parecen naturales; el calzado que, gastado o sucio, delata la buscada falsedad de las ropas de fiesta. “Las miradas que intercambian los miembros de la familia se localizan en puntos específicos: son pues locales y contingentes”, asegura Hirsch, “son mutuas y reversibles; y están atravesadas por el deseo y por la falta”.
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Acaso sea por eso que ver fotografías, incluso fotografías tan predecibles como las de las familias, siga siendo un ejercicio que con facilidad nos lleva a concluir, junto con el Roland Barthes de Camera Lucida, que la fotografía, más que un arte, es en realidad pura magia: lo que está ahí, impreso en papel, aunque más frecuentemente latiendo en la pantalla, no es una reproducción sino una emanación del referente que nos transmite el pálpito ése de su haber-estado-ahí y la melancolía de su ya-nunca-estar. Acaso sea por eso que no pocos puedan pasar horas enteras observando fotografías con el cuidado y la paciencia del que busca lo que no sabe que ya es: la cara de sí mismo en forma de la del extraño que se aproxima.

lunes, diciembre 17, 2007

Y con ustedes el escritor más controversial de México

A partir de esta semana y antes de que termine el año. Este blog estará alojando todos los lunes la columa que Xavier Velasco escribe para el Diario Milenio. Un escritor al que admiro y tuve la oportunidad de conocerlo personalmente en Puebla. Esto es como un homenaje, y saludos a él donde quiera que ande escribiendo, ya sea DF o Río de Janeiro.

La justiciera injusticia



Diario Milenio-México (17/12/08)
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1.-Superhéroes, absténganse
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Una cosa es pelear por la justicia y otra contra la injusticia. Trabajos ambos tan ingratos como a la postre injustos. Supermán, por ejemplo, lucha por la justicia, si bien muy poca encuentra como Clark Kent, a quien le toma cincuenta y ocho años contraer matrimonio con Luisa Lane. Pero si Supermán radicalizara su lucha por la justicia, lo probable sería que acabara en el cementerio de Villa Chica, embalsamado en kryptonita verde. Curioso síntoma, éste. Frecuentemente, quienes se miran como superhéroes pretenden arreglar los entuertos del mundo desde su Villa Chica personal. Se diría que el hombre de la calle sólo recibe superpoderes si antes se acredita como pueblerino del mundo.
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Quienes dicen luchar contra la injusticia tampoco suelen tener éxito en su entorno inmediato. Además, si la justicia tiene defectos tan señalados como ser vulnerable, corrupta y enclenque, la injusticia es en cambio corpulenta, disciplinada y escurridiza. Cuando, cosa muy rara, conseguimos vencerla en el campo de batalla, descubrimos que se ha metido en nuestra casa. Y si intentamos radicalizar la lucha en su contra, será preciso poner en marcha una tiranía aún más vigorosa, y encima narcisista, capaz de husmear en cada rincón de la vida —comenzando por la conciencia— donde la injusticia podría llegar a esconderse. De ahí a buscar punzón en mano la marca del demonio sobre la espalda del sospechoso no media gran distancia. ¿O es que alguien pone en duda que no puede existir un ser viviente más injusto que el hombre del trinche y los cuernos?
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2.-Festín de superpoderes
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Al Che Guevara se le reverencia por sus años de lucha contra la injusticia, y hasta se hace leyenda en torno a esa manía deportiva de tirar y eludir las balas canturreando. De su lucha por la justicia —emprendida ya como funcionario público, con superpoderes a la mano— se dicen cosas menos admirables, como ese pragmatismo displicente de resolverlo todo vía paredón. Esto es, con la pequeña ayuda de la injusticia, que es la que por supuesto se merecen los enemigos de la justicia. Tres o cuatro retruécanos más tarde, ya no será posible averiguar quién era quién, ni dónde está lo justo de lo injusto de lo justo. Por eso lo más fácil es equiparar la lucha por la injusticia con la lucha contra la injusticia, pero hasta donde la experiencia demuestra, quien es bueno luchando contra la injusticia —donde el fragor de la batalla exige disciplina vertical y justifica todos los excesos— no consigue arreglárselas luchando por la justicia —donde hay que razonar, negociar, conceder, aceptar y no siempre resolver: un suplicio para cualquier héroe—.
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No se concibe la injusticia sin el poder, ni un poder absolutamente justo. Sin esa dualidad decepcionante, serían legión los demagogos profesionales que tendrían que arreglárselas como merolicos. Y eso quién sabe, pues hasta hoy los merolicos no viven sino de explotar la insatisfacción humana, contra la cual un simple pelapapas podría parecer remedio milagroso. Cada vez que aparece publicada la fotografía final de una junta cumbre, me da la tentación de imaginar a aquellos sonrientes mandatarios vestidos de Supermán. Armado cada uno de sendos superpoderes que le permiten luchar por la justicia, comprometido antes con el personaje que con la persona, sonriendo ante del espejo de la Historia con un inevitable orgullo tribal. Nadie puede saber, por esa sola foto, la clase de Supermán que es en su pueblo cada uno de los fotografiados. Se diría que son todos encantadores, además de modernos, abiertos y cosmopolitas. ¿No es verdad que hasta el payaso de Ghaddafi parece un tipo amable y civilizado? ¿No luce Vladimir Putin tan internacional y bon vivant como los enemigos de James Bond? El problema es que basta un mal arreglo entre tantos amigos oficiales de la justicia para que se consumen injusticias extraoficiales inenarrables, contra las cuales siempre hay algún profesional a cargo, listo para acuñar plegarias a medida.
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3.-Servidumbre con alas
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No sé si sea lo mismo el Cielo que el Reino de los Cielos, pero lo cierto es que el primero atrae con la fuerza que el segundo repele. Formar parte de un reino, y tener que rendir por ello pleitesía, no es exactamente lo que uno esperaría de la justicia divina. El Reino de los Cielos me parece, de entrada, terroríficamente poderoso, y por ello capaz de consumar las peores injusticias en el nombre del Bien Universal. Opinión que, supongo, no estará a discusión, ni podré yo hacer nada por modificar. Más aún, tendré que declarar públicamente que todo me parece siempre justo, y que quien venga y diga lo contrario será seguramente un enviado del diablo. Es decir que mientras todo el concepto del Cielo me parece glorioso, aunque aburrido, esa idea del Reino de los Cielos se asemeja tétricamente a la idea de un Reino de la Justicia, donde los agraciados ciudadanos no tendrían otra opción constructiva que la de competir por hacerse cortesanos y destacar en el Campeonato Celestial de Lambiscones.
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Nunca será lo mismo luchar por el Cielo que en contra del demonio, aunque ambos sean al cabo trabajos infernales. Al demonio se le combate en todas partes y a cada minuto, no pocas veces revirando sus trucos e instalando un sistema de control que él mismo envidiaría. Por eso, combatir al demonio es darse cuando menos los mismos permisos de que él disfruta, y a su vez disfrutar de la coartada que el hombre de los cuernos precisa de mentir para obtener. Tal es la diferencia, si el ángel miente menos es por la buena fama. Pero no hay que olvidar que su procedencia: el interfecto es súbdito con alas de una opresiva dictadura celestial, donde toda injusticia ha sido oficialmente proscrita y las almas son oficial e infinitamente buenos y felices.
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El día que exista el Reino de la Justicia, no quedará otra opción que luchar contra él.

domingo, diciembre 16, 2007

Frase, una frase absoluta

"La soledad es una patria a la que se llega o un trayecto para ir hacia uno mismo, para atreverse también a salir de uno y pensar, para obtener la victoria de no precisar de amigos, pero saber quiénes son los enemigos."


Victoría García. Historias de otros.