jueves, abril 05, 2007

Introspección XLVIII.

Nadar por un inmenso mar salado para recordar lo amargo que significa estar solo, lejos de ese místico enlace con sensación a eternidad que significaban tus piernas entre lazadas con las mías. Buscar resguardo en la sombra de una palmera para hacer menos pesada esta espera que se vislumbra infinita. ¡Me siento la versión masculina de Penélope! Esa Penélope que Serrat nos la metió en la memoria para que pudiéramos dar personificación a la espera amorosa. Y embargo, si quisiera personificar mi espera, no podría ser otra mujer, sino tú.

miércoles, abril 04, 2007

Para matar el rato.

Esta cadenita se la vole a la guapa Sandra Becerril (http://sandra-becerril.blogspot.com) Me pareció un juego de blog divertido.
Ahí va, pues.

SI TU PUDIERAS...

1. Si tú pudieras gastar dinero sin limitaciones en qué lo gastarias??
R=Me comrparía mi lap-top, un celular moderno, mi propia mesa de billar, compararía todos los libros, pelícuasl y cd´s que me faltan, iría a Cuba, Argentina, Francia, Alemania e iría siempre a la FIL-Guadalajara


2. Si tú pudieras besar a alguien, a quién besarias??
R=Ups!!!!!!! pues a Martha Higareda...quien la conozca digale que aquí en Puebla tiene alguien que la adora. Hasta le hice un poema, ja

3. Si tú pudieras tener un don, cuál seria??
R= Como dijera Silvio: acaso multiplicar panes y peces, pero yo preferiría coca-colas y comida italiana.

4. Si tú pudieras ser un superheroe, quién serias??
R= Wolverine.

5. Si tú pudieras borrar un error de tu pasado cuál seria??
R= Ninguno. Yo me quiero morir como he vivido y como lo siga haciendo.

6. Si tú pudieras cambiar algo de tu cuerpo, que cambiarias?
R= ...

7. Si tú pudieras cambiar algo de tu forma de ser, que seria?
R=Tal vez me complicada forma de ser. Pero sí soy, aparento lo que no soy. Ni modo. No me incomoda, el que me odie, bien y el que me quiera gracias.

Y ya...

Introspección XLVII.

Huir para escapar de un pasado, olvidar un presente y dejar de anhelar un futuro. Mudarme a un país donde soñar esté prohibido y amar sea un verbo inexistente. Y recordar sea una palabra sin carga semántica ni connotación sentimental alguna.
Perderme en un laberinto oscuro, infernal, donde no puedas aparecerte. O mejor aún, habitar un mundo donde no se necesite corazón para andar y que el alma no sea indispensable para sentirse vivo y la memoria sea asunto sólo de máquinas y no de humanos, tal vez así logre borrar esa dulce y tierna imagen con olor a miel que tengo de ti, desde la última vez que te vi. Era una noche de luna llena, estrellada. Caminábamos por la Juárez, éramos tú, y ese clásico cigarrillo en la boca, y yo con típica timidez que se traducía en una cursilería al puro estilo de las novelas rosa que acostumbras leer. Sólo un delete bastaría para poder continuar con mi vida.
A estas alturas estoy harto de seguir caminando calle por calle, buscándote, a sabiendas que no lograré sino torturarme. Pero no puedo evitarlo, te volviste vital para mi forma de vida. Al mismo tiempo que tomo un vaso de leche al pararme, necesito acordarme de ti, para sentirme listo y poder empezar mi día, que cada vez se vuelve más rutinario, aburrido. Por supuesto ya no estás tú.
No es lo mismo amanecer sabiendo que estoy abrazando a la mujer más bella del mundo, a la que amo y yace desnuda bajo la misma sabana que yo, a hacerlo viéndome sólo, en una cama que últimamente se ha ido convirtiendo en mi desierto privado sin ningún atractivo turístico que valga la pena observar.
Ayer salí a la oficina central de correos a depositar una carta con destino a tu casa. El contenido es una absoluta mierda, tendría que haber resumido tanta palabrería en esto: ¿Volverás algún día? Mi vida apesta sin ti. Pero, ya sabes, siempre he sido un cobarde y para decir lo que quiero y siento, necesito dar todas las vueltas posibles. Es irónico, siempre le he tenido miedo a la ruleta rusa y eso sería la analogía más cercana a mi vida y forma de ser. Quizá tengo miedo a conocerme a fondo.

martes, abril 03, 2007

Introspección XLVI.

Dormir hasta que el cansancio de buscarte en una cama en la que nunca has estado me robe las energías. Dar de vueltas, de la derecha a la izquierda y de regreso, intentando rozar alguna parte de tu cuerpo o toparme con él, para que me hagas pedirte perdón por haberte empujado o robado un pedazo de cobija, para luego darme cuenta que el maligno sol busca con sus rayos mi cara, para regresarme a una realidad que no quiero ver, ni quiero pertenecerle y menos que me pertenezca.
Casi siempre así son mis días sin Universidad y sin amigos con quien encontrarme o visitar. Tengo tiempo de sobra para acordarme de ti, de lo que éramos en un más allá que jamás será aquí o allí. Porque aunque leo en esos días de densa calma para que otro ser ficticio se adueñe tantito de mi, siempre que el personaje o los personajes viven un evento amoroso ya para bien o para mal, acabo regresando a ti.
No se puede tener paz en un mundo donde la soledad es castigo y no prioridad.

o-o-o-o


Me gusta este experimento, ir mezclando parte de mi vida con cosas que no han sucedido. De algo tiene que servir la soledad

domingo, abril 01, 2007

Introspección XLV.

Algunos escritores acostumbran a hacer una antología de cuentos leídos que recuerdan de manera grata por su contenido y el placer que el texto en cuestión haya provocado. Sin más, coloco un cuento de una persona a la que estimo y debo mis incursiones en esto de la escritura. Su nombre Verónica Estay Stange (Puebla, 4 de enero de1980). Este cuento recibió la Primera Mención en el VI Concurso de Cuento Mujeres en Vida en julio de 2001. Apareció en la Antología de Narradores en Puebla (Itaca, 2002)


Tango para una mujer sola

Dos niños de la mano de su madre. La puerta de la escuela. Una vieja que sube al camión. Un perro orinando en el poste. Automóviles. El semáforo en rojo. Cables de luz. Un nido de golondrinas. Ventana. Pared. Ventana. Una silueta tras la cortina. Agua que corre. Cabello, hombro, cintura.
***
Levanta la cara del lavabo y emerge a la conciencia; por un instante, el agua le había otorgado el olvido. Frente al espejo es ella otra vez, y los rastros del tiempo que no perdona. Pero esta inesperada sonrisa irónica viene, sin duda, de esa otra que la observa: qué vieja estás hoy. Siempre es lo mismo contigo, apenas me distraigo y ya estás molestando.
Se pasa la mano sobre el rostro, mira hacia la ventana; pretextos para no pensar. Un rayo de sol le acaricia el hombro. Suspira. En su cintura, una pelusa casi transparente. Sopla, muy suave. La mira descender: caderas, piernas, tobillos. Suelo. El fin de la travesía. Estás cansada, Paula, esa es la verdad.
Camina hacia el armario, mas la sola idea de vestirse desata el tedio. Desayunará un café con pan de dulce. Hará la cama. Recogerá la ropa tirada en el dormitorio. Ordenará a medias la cocina y saldrá tarde hacia el trabajo. Y en cada descuido pensará en él. De hecho ya está pensando en él. Otra vez tú, ¿no te digo? todo el tiempo jugándome malas pasadas.
Aspira hondo. Está desnuda. Su cuerpo muestra los signos de la edad. Lentamente se pone los calzones, el sostén, la blusa verde, el pantalón café, no, mejor el negro, que la hace ver más esbelta, los zapatos. Desodorante y un toque de perfume. Hoy usará aretes y pulsera. Pelo suelto, raya al lado. Rubor para disimular la palidez, y rimel para intensificar la mirada. Cuando una se siente mal, debe verse bien, decía mi madre. ¿Verse bien? Dentro de lo posible, claro. Ya está, la ironía de nuevo.
Desayuna un café con pan de dulce. Hace la cama. Recoge la ropa tirada en el dormitorio. Ordena a medias la cocina. No va tan mal hasta ahora: con la atención fija en los quehaceres resulta difícil divagar. Toma las llaves de la mesa, las guarda en la bolsa. Ha olvidado sus libros en la cocina. Es tarde.
***
Una mano joven enciende la radio. Y ahora, estimados radioescuchas, una canción de cumbia. Falla la señal. La mano hace girar la perilla, hasta que interrumpe el teléfono. En la estación por casualidad sintonizada, un tango, estimados radioescuchas, en la voz del inolvidable Gardel: Malena canta el tango/ como ninguna/ y en cada verso pone/ su corazón… La música sale a la calle. Entra al departamento de arriba por la ventana del baño. Pasa al dormitorio. Se cuela por el resquicio de la puerta. Atraviesa el pasillo y llega con pasos de aire a la cocina, donde una mujer, apurada para el trabajo, simula no escuchar.
Lo cierto es que de pronto se ha imaginado toda de vidrio. A pesar suyo, se lleva una mano al pecho: debe impedir que se extienda esta fisura… Bah, qué tonterías. Es tarde, he dicho.
Pero la música continúa su labor …Malena tiene pena/ de bandoneón… Con dedos finos, va quebrando a Paula … su voz de alondra/ tomó ese tono oscuro… que se resiste …o acaso aquel romance… que ya no quiere …cuando se pone triste… ceder más …Malena canta el tango… Qué estupidez …con voz de sombra… No te llamas Malena “…Malena tiene pena … Paula … tiene el frío del último encuentro…¿Qué? …se hace amarga en la sal del recuerdo… ­Estás llorando.
A quién culpará esta vez. Los malditos tangos, siempre tan tristes. Estas paredes, por donde se cuela el ruido. O quizá la mano que encendió la radio; la estación de cumbias, con tan mala señal; el teléfono, que interrumpió a la mano en busca de más cumbias. Paula no sabe que hay tantos culpables en este complot para quebrarla.
En fin, sólo queda averiguar cuán profundas son las heridas. Estás cansada, Paula. Eso ya lo sé. Dónde te duele. Qué puedo decir, son todos los días, siempre iguales. Antes fueron las peleas diarias, ahora la indiferencia: ya no hay avance ni retroceso. Sucede simplemente que el amor se acaba; somos dos extraños viviendo juntos. Hoy se fue sin despedirse. Pero es algo más, qué sé yo, son tantas cosas…
Paula se sienta en el sillón. Hoy no irá a trabajar. Con los ojos húmedos escruta el techo; en él proyecta sus propios laberintos. “El tiempo pasa”, qué frase tan trillada. En realidad somos nosotros los que pasamos; y en trayecto se nos va la vida. De la joven romántica de hace veinte años, no queda más que un puñado de sueños rotos. Un vendedor de tamales grita por el altavoz, pero ella no lo escucha. Está lejos; transita el recuerdo de su país, se deja llevar por la nostalgia. Y llora por el sabor de los duraznos.
Ya, niña, ya pasó. No, no ha pasado. Es la carrera trunca de medicina, es dejarlo todo por un amor que se fue a la mierda para acabar dando clases de inglés en un país extraño; fueron los celos, la duda, la humillación, y luego volver a empezar cada vez más distantes; son los monólogos interminables mientras él está frente a la computadora, sus respuestas evasivas, estas ganas terribles de una caricia o de un gesto afectuoso. ¿Cuándo fue la última vez que hicimos el amor? Seis meses, un año. No importa. No volverán a hacerlo, aunque ella aún insista en pensar lo contrario.
Se levanta, se limpia la nariz. Es mejor moverse. Titubea: da igual un camino u otro. La cocina, la habitación, el baño, en cualquier lugar se encontrará consigo misma. Los cuadros, los adornos, un pantalón, una corbata; cada signo le devuelve fragmentos de su propia imagen. Lo difícil será recomponer las piezas. Frente a la cómoda no puede evitar mirarse al espejo. Se le ha corrido la pintura. Siente pena. Un sabor oscuro en la boca. Afírmate, mujer, que aquí viene el llanto de nuevo… Basta. Hemos llorado suficiente. De tristeza, no de lástima.
Paula respira. Sabe que es la hora. No quería aceptarlo así, tan abruptamente, pero lo sabe desde que el tango se lo ha dicho, desde que el tedio acudió a ella como todos los días, desde que vio caer una pelusa de su cintura al suelo, o quizá desde el momento en que emergió a la mañana, frente al lavabo, con el agua en el rostro y anhelando olvido. Aceptémoslo, Paula, hace tanto tiempo que te obsesiona la partida. Te has imaginado hasta el cansancio con el pantalón negro y la blusa verde, qué coincidencia, saliendo del departamento casi sonriente, casi satisfecha por una vaga sensación de libertad. Sabes también qué maleta llevarás, y tienes claro lo que necesitas en el equipaje.
Se asoma por la ventana. El reflejo del sol en los automóviles la deslumbra. No se supone que sea así; debía suceder bajo un cielo nublado, con el viento acariciando sus cabellos. Tal vez una ligera llovizna sobre el rostro. Pero no este sol insultante. Paula sonríe. Qué ingenuidad: la vida no es una novela.
En el armario, la maleta roja. Malena canta el tango/ como ninguna… La canción le ha vuelto a la mente, o acaso nunca se fue …Y en cada verso pone/ su corazón… Qué estoy haciendo, me he vuelto loca. Pero sus manos no se detienen: descuelgan los vestidos del ropero, revuelven los cajones …A yuyo del suburbio/ su voz perfuma… En un rato, él estará aquí. Qué pensará cuando descifre la ausencia, en los muebles, en el suelo, y comprenda que ahora es definitiva: cómo pudiste, Paula. Es mejor así, por otro lado, sin escándalos ni palabras inútiles. Al menos eso se ha dicho ella. En el fondo teme la confrontación; sabe que a fin de cuentas terminaría cediendo, furiosa consigo misma por esta debilidad.
Es poco lo que llevará consigo, y sin embargo el desorden se extiende por la casa. Detenerse a ordenar lo que va quedando, el vestido azul, la cajita de cobre, implica demasiado riesgo. La duda puede aparecer donde menos se la espera: en una evocación repentina, en una añoranza de pronto sublevada. Hay que eludir los tropiezos del sentimiento. Por eso anda Paula de aquí para allá, escogiendo las cosas sin complicarse mucho. Esto viene, esto se queda; la elección no es lo importante, sino el paso ligero por los objetos para no darse cuenta que significan algo. Sacude, dobla, empaca de prisa, y por ningún motivo, Paula, mires atrás.
Pero era imposible cerrar la maleta sin caer en la tentación del sentimentalismo. Cómo voy a extrañarte, amor. Y ante el remordimiento fue necesario recurrir al enojo, un tanto fingido; a la sarta de reproches que ambos saben de memoria.
Ha tomado el teléfono, una vez repuesto el coraje, y después del “bip” de la contestadora ha dicho lo mínimo. Me voy, hija, no pude despedirme, fue todo tan repentino. Cuando su hija escuche la grabación, el tono de la voz explicará lo demás. Ay, mamá, pensará entonces, por qué tuvieron que terminar así. Por qué. Lo mismo se pregunta Paula en este momento; lo mismo se preguntará él al abrir la puerta, atónito frente al impacto de un adiós rotundo. Hay tantas respuestas distintas para el mismo interrogante.
Paula mira el reloj con sobresalto: no se había percatado de la hora. Queda poco tiempo. Intenta escribir en una hoja de papel unas cuantas palabras de despedida. Adiós, amor, perdóname. No. Adiós, querido, ya no podía más. Tampoco. Te quiero, pero era imposible seguir así. No. Amor, voy a extrañarte, amor olvídame, amor qué puedo decirte, amor, todas las frases que se le ocurren suenan tan vacías, tan insuficientes: el lenguaje no alcanza para expresar lo que duele. De todas formas, las palabras sobran esta vez.
Queda poco tiempo. Qué esperas, Paula.
Es que de pronto la ha conmovido esta infinita tristeza de la escena: una mujer inmóvil, en medio del desorden, con la maleta lista, y tan sola como puede estar una mujer que se mira a sí misma y no encuentra más que una hoja en blanco.
No exageres. Tienes estudios. Hubieras querido otra carrera, pero te ha ido bien con los idiomas. Tienes una hija independiente. Tienes recuerdos de un país donde florecen los duraznos. El amor no lo es todo.
Paula no sabe si realmente cree lo que está diciendo, o si lo dice sólo para darse ánimos. Vamos, mujer, haz un esfuerzo, el último ya. Paula se muerde los labios. Retiene unas cuantas lágrimas que se le quieren escapar. Qué bien le vendría ahora un cigarrito; lástima que no hay cajetillas en la casa desde que dejó el vicio. Mira a su alrededor. Sin excusas: voy a extrañarte.
Lo más difícil ha sido cerrar la puerta. Fue la clausura de un espacio incorporado a su propio cuerpo. Dónde está el regocijo, el secreto orgullo por este acto heroico que tantas veces imaginó. Algo se ha roto. La rutina es atadura, dicen. Cómo duele la libertad.
Se pone los lentes oscuros, en parte por costumbre, en parte por pudor.
En las escaleras se ha escondido disimuladamente tras la columna para no toparse con el vecino que viene llegando. Sería terrible: adónde va, vecina, con esa maleta, y ella, llorosa, paralizada, descubierta en plena fuga, a ninguna parte, es para una amiga que se va de viaje -tonta de mí, cómo no pude inventar otro pretexto. El hombre ha entrado en su departamento. Qué alivio. Hay instantes que retornan: una joven sale de su país en ruinas; una mujer huye de su propia desolación. La misma mezcla de ansiedad y arrojo. Y la nostalgia extendiendo sus raíces. ¿Te reconoces, Paula, en este súbito vuelco de los años? Pero ahora vas sola. En el fondo siempre vamos solos. Pero ahora es por ti.
Dadas las circunstancias, difícil no caer en la trampa del hubiera. Si no lo hubiera querido tanto, si no hubiera aceptado acompañarlo en esta aventura ingrata del exilio, si me hubiera quedado con mi madre estudiando la profesión que me gustaba, inútil suponerlo, y sin embargo, cuál sería el saldo, cuántas penas de más o de menos, si yo hubiera.
Atraviesa la calle, rumbo al banco. Pasa frente a la escuela. Es la hora en que los niños salen, con las libretas bajo el brazo y las rodillas sucias. Paula piensa en su hija; y el hubiera desaparece.
El cajero no disimula su curiosidad cuando esta señora de maleta roja y lentes de sol solicita con acento extraño retirar todo el dinero de su cuenta. No es mucho, de cualquier forma, pero lo suficiente para salir de apuros. Guarda una parte en la bolsa, otro poco en la maleta, algo también en el zapato -no será muy elegante, pero más vale prevenir- y lo que resta en el bolsillo.
La mirada inquisitiva del empleado la sigue hasta la puerta. Una vez en la calle, sólo queda esperar un taxi. Consulta el reloj de nuevo: está nerviosa. A unos cuanto metros, dos novios se besan. Desde aquí puede ver, en la acera del frente, la ventana de su departamento. Cómo será cuando ella no esté: qué orden habrá que darle a las cosas para cubrir los espacios de su ausencia. Perdóname, amor, esta vez no seré yo quien te invente un hogar.
El taxi se detiene. Ella le hizo la parada deseando, no obstante, postergar lo más posible el momento de partir.
***
Ha sido un día pesado. Qué ganas de una siesta. Dobla la esquina y se detiene frente al semáforo. Un niño hace malabares y recibe luego unas cuantas monedas. Avanza. Qué mundo éste. En el carril opuesto, un accidente. Policías, una ambulancia y algunos mirones. Continúa. El camión de adelante para a media calle a recoger pasaje. Maldice al conductor. Acelera de nuevo. Ya viene. A lo lejos, algunos niños esperan a su madre en la puerta de la escuela. Hace calor. Mira distraído el panorama cotidiano: el banco, un taxi, una pareja de novios. El semáforo en verde; da vuelta en u. Estaciona. Está aquí, por Dios, justo frente a ella.
Por la ventanilla del taxi, Paula lo mira bajar del automóvil. Miles de agujas le punzan el vientre. Si hubiera estado de pie, habría tenido que sujetarse de algo o de alguien para no caer. Está atónita. No escucha siquiera la voz del taxista que le pregunta adónde va. No puedo. No puedo hacerte esto. Sin embargo permanece inmóvil. Cuántos recuerdos caben en un instante: largas conversaciones de enamorados, cartas donde el amor florecía letra a letra, tardes que el deseo eternizaba en un cuarto de hotel. Aquella velada junto a la fogata, cuando el mundo parecía recién inventado. Ciertas palabras pronunciadas con religiosa devoción. Tu cuerpo, tus ojos, tu aliento. La vida que soñamos juntos. Y luego la incertidumbre, la disyuntiva: me buscan, Paula, tengo que irme, vienes o te quedas, Adónde, No sé, Me voy contigo, Vienes, Sí, Segura, Sí, Piénsalo bien, Sí, Me quieres Paula, Sí, sí, hasta la muerte, sí.
Paula solloza. Qué le pasa, señora. Él está abriendo la reja del edificio. Entra. Se dirige a las escaleras. Por un momento pareció que iba a voltear hacia acá. Decídete, Paula. Se ve cansado. Vienes o te quedas. Está muy solo. ¿Lo quieres? Lo quise. Está subiendo; es ahora o nunca. Un salto al abismo: Nunca.

¿Y bien? Adónde irá Paula.
Adónde va, señora.
Adónde vas, Paula.
Al aeropuerto.
¿Tiene un cigarro, joven?
Qué extraño, el desamor se parece tanto al exilio.
Un torrente de emociones se le viene encima, mientras observa a través del humo a la pareja de novios que va quedando atrás.

…Tus ojos son oscuros/ como el olvido, / tus labios apretados/ como el rencor,/ tus manos, dos palomas/ que sienten frío,/ tus venas tienen sangre/ de bandondeón…

Gracias por todo Vero, esto como un presente homenaje y agradecimiento a tu amistad.
Con cariño, Fredo.