martes, diciembre 11, 2007

ESCRITURA PROCESUAL



Diario Milenio (11/12/07)
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Me pregunta Paul Fallon, autor de “Negotiating a (Border Literary) Community on line en la línea” y profesor de literatura en la Universidad de Carolina del Este (atinadamente, y entre paréntesis, me pide que no le haga preguntas acerca de las divisiones geográficas de su estado) sobre el destino, si es que tuvo alguno, de la blogsívela que escribí en el año 2002, como parte de Words Are the Very Eyes of Secrecy, el blog que abrí en aquel entonces. Dice (palabras más, palabras menos): “asigné en mi clase el ensayo suyo sobre su blogsívela y también los primeros dos meses del blog. Resulta que ya no existen los textos que el ensayo menciona. Por eso, mi pregunta es: ¿qué pasó con estos textos, y más allá de eso, con la idea de escribir ´sin borradores, sin correcciones´?”. Por fortuna, el profesor Fallon aclara que “no se lo pregunto como crítica sino como manera de entender qué hace Ud. ahora en su desarrollo de la escritura-en-proceso (¿se trasladó al blog “vamp”?) y para pasarles esta información a mis estudiantes”.
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Sucede que, en efecto, hace algunos años, cuando abrí mi primera bitácora electrónica, decidí convertirla en una novela. Las causas eran prácticas y teóricas. Por una parte, estuvo el incontrovertible hecho de que la blogescritura se transformó, desde el inicio, en una adicción. La imagen que utilizo para explicar el proceso es la siguiente: es como poner a un niño en una tienda de dulces: todo gratis: todo a la vez. Escribía ya de manera constante, ciertamente, pero no escribía entonces todo el tiempo. Ese todo debe ir, naturalmente, en itálicas. La escritura en el blog constató algo que ya sabía que pasaba pero que me gustaba ignorar: la realidad, al menos la mía, sólo era posible a través de, en, dentro de, la escritura. Saberlo a ciencia cierta, saberlo con todas las pruebas en la mano, me ocasionaba, al menos, ansiedad. De ahí que a pocos meses de dar inicio con una forma de escritura cuyas consecuencias apenas empiezo a vislumbrar en fechas recientes decidiera darle forma, una forma familiar, a esa otra forma de escritura. Comencé, así, una novela.
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Las razones teóricas eran diversas también. Me interesaba entonces, como me sigue interesando ahora, trabajar dentro del terreno de la escritura–en-proceso–-una serie de ideas generadas en ámbitos tan variados como las artes visuales y la teoría pura que cuestionan, entre otras cosas, la relación entre el objeto y el sujeto de la práctica creativa, la relación de esa práctica con el espacio y el tiempo en que se genera, la noción misma de producto acabado, así como la teleología que lo funda: esa idea de que el “producto acabado” iba a ser “naturalmente” como aparece al final. El afán, se entiende, era y es un afán crítico. Quería que la escritura pudiera concentrar en sí el estado de emergencia que, de acuerdo a Walter Benjamin, caracteriza bien a la realidad, y quería, además, que se notara. Quería que la escritura lo abarcara todo, que lo desbordara todo y que no hiciera “como si” eso no estuviera ocurriendo todo el tiempo. No me interesaba el tipo de libro que se propone reproducir la realidad, sino aquel que en total inconciencia y puro placer se planteara la posibilidad, con una cierta utilización de las herramientas propias del oficio, de producirla.
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De todo eso surgió, pues, la novela que, con el paso del tiempo (que es otra manera de decir con el paso de los posts) tuve que empezar a denominar la blogsívela. Me explico. El tema, como suele ser el caso de la blogescritura, era la vida cotidiana: el aquí y el ahora en perpetua exploración de su propia forma. Sin referencias geográficas explícitas, la blogsívela estuvo, así entonces, enraizada firmemente en el lugar y la hora de su producción: la frontera más izquierda del país. El cruce. Los personajes, lejos de representar algo ajeno de sí, lejos de ser parapetos de otra cosa, fueron siempre construcciones textuales que resultaban de las interacciones con las personas implicadas en la producción del siguiente post. El cruce. La anécdota, en lugar de ser la ruta más o menos flexible que autoriza un autor, fue formándose en los vínculos que el lector iba generando en su lectura cotidiana. El autor, en este sentido, siempre fue un lector. Lo que pasaba en el texto era, sin duda, el texto mismo: el texto en su sentido más apegado a la materia del texto. El texto material y el texto más humano. El texto que se negaba a revelar (en el sentido de andar balconeando a “su contenido”) y se proponía velar, sí-velar, es decir, escribir, cualquier cosa que no fuera él mismo.
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No pude seguir escribiendo eso (sorry, profesor Fallon, las mudanzas, los horarios, las pesquisas). Pero todas estas cosas que ahora menciono (y todas las otras que no menciono) se han ido trasminando como prácticas cotidianas de escritura en textos variopintos. Tres nociones como punto de partida: 1) la noción de un libro permanentemente abierto que, apegado a la materialidad del lenguaje, produce, en efecto, una realidad que, siendo en sentido estricto ésta, es, siempre, otra; 2) la noción de que la responsabilidad del autor es vaciar tanto como sea posible las formas familiares para que las conexiones internas de un libro se conviertan en la responsabilidad del lector, es decir, en su entera implicación; 3) la noción de que un libro es el capítulo del otro libro que la escritura escribe a través del autor.

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