domingo, julio 22, 2007

Introspección LXIII.

De Lucía quizá no hay mucho que decir. Sabemos que sólo le interesaba coger y ya. Eso no significa que si profesión fuera la de prostituta de la calle o dama de compañía, tampoco era taibolera. Más bien, el que esto narra, puede agregar que Lucía era una tipa de clase media alta. Siempre vivió acostumbrada a luchar por las cosas, porque lo que no cuesta no sabe, decía su madre. Se puede decir de la misma forma que es hija única. A sus quince años conoció el significado del dolor: su padre había muerto, le dijo su madre, en el transcurso de la mañana después de que había ido a dejarla a su escuela secundaria, una privada con educación católica. Este accidente marcó un cambio rotundo en la vida de Lucía, cuando él estaba vivo, ella se esforzaba por ser la mejor en la escuela, porque su padre siempre se lo premiaba y lo agradecía. Ahora no había un motivo por el cuál luchar. Literalmente, todo se lo había llevado la chingada.
Lucía tenia ojos de tapatía: azules y perfectos; su piel era clara y fina, su figura menudita, esbelta y contorneada por naturaleza. Su padre cada mañana antes de dejarla en la secundaria acostumbra a decirle: hija, cada día te pones más hermosa, lo sacaste de tu abuelita, mi madre, sólo espero no saques el comportamiento de ella, date a querer y a respetar, que hombre no te faltarán, recuerda que te mereces lo mejor.
Muerto su padre, casi todas las palabras dichas por él, habían tenido la misma suerte: enterradas tres metros bajo tierra a un lado del dueño de cada una de esas frases. Mientras menos que recordar, más fácil olvidar, se impuso como propósito. Sólo había una cosa que jamás pudo olvidar de lo proferido por su padre: cada día te pones más hermosa, lo sacaste de tu abuelita, mi madre, sólo espero no saques el comportamiento de ella; si es hermosa y lo sacó de su abuelita, sería interesante saber qué comportamiento tenía su ancestral familiar y cómo utilizaba su belleza en el mundo. Su búsqueda no fue nada exhaustiva, uno de sus tíos el más viejo, le comentó: mijita, tu abuela, mi santa madre, siempre supo que era bella, porque hasta sus hermanos, me llego a decir mi padre, tu santo abuelo, se le llegaron a insinuar a pesar de estar penado ante las leyes del Creador. Ella nunca le fue fiel a tu abuelo. Se llegó a acostar con dos de los mejores amigos de mi padre. Por eso, tu padre, siempre te recalcó y deseó que ojalá no saques el comportamiento de nuestra madre.
Pero así como la curiosidad mató al gato, el pasado se adueño la jovencita en cuestión y sin padre que le recordará a Lucía en que no debe de convertirse, optó por el camino de placer, y es que la muerte de su padre le había dejado algo en claro: la vida es corta, como para no disfrutar de ella. Y si su madre, alguna vez dijo: hazme gozar, a su esposo hoy occiso, en una de las tantas noches que ella, Lucía, acostumbraba a espiar a sus padres por la noche, porque según Israel, su mejor amigo, le dijo: si quieres saber que es hacer el amor, espía a tus padres, porque en los libros de la escuela jamás nos van a enseñar.
Teniendo como antecedente todo lo anterior, Lucía comprendió de forma rápida, que hacer el amor con los hombres provocaba placer y eso es lo que ella tenía que buscar obtener de la vida. Decisión que le hizo saber a su mejor amigo, Israel, y con toda la confianza que se tenían le dijo: somos amigos desde chicos, ¿no?, por eso te voy a pedir que hagas conmigo el amor, quiero obtener placer antes de morirme. A lo que el estúpido de Israel respondió: pero, Lucía, para hacer el amor necesitamos querernos, según dicen mis padres, además, no creo que te vayas a morir ya. Y Lucía: bueno, como tú quieras. Dos días después Israel se enteró en boca de Lucía, que ya había hecho el amor y sintió placer, así se lo dijo: ya ves cómo eres a veces medio pendejito. Lo hice con un vecino que me gusta y sentí rico y para nada siento algo de cariño como lo siento contigo. Comportamiento que fue siguiendo a lo largo de su vida. El placer se volvió una adicción y para calmarla buscaba a un hombre, solución que aplicaba de igual forma cuando llegaba a sentirse sola, sin cariño.
Así que cuando Lucía y Roberto cruzaron sus caminos, Roberto le llegó a preguntar cuál era su filosofía acerca de la vida, obtuvo la siguiente contestación: el sexo es el arma más poderosa del mundo, calma la sensación de placer y cura el sentimiento de soledad, lo mejor de de todo es que no se necesita tener ningún sentimiento de por medio para disfrutarlo. Robert continuó preguntando a modo de suposición: ¿y si te digo que te amo y quiero hacer el amor contigo, lo harías? No, me daría hueva. Es más rico besar y coger sin sentimientos de por medio, además quién eres tú, para expresar la voluntad de tu pene, este sólo quiere una vagina donde descargar. Si me quieres amar, olvídalo Roberto, no me interesa, pero si quieres gozar, soy toda tuya.

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