martes, mayo 15, 2007

Introspección LXII.

Pensar en acariciar sus manos, sentir su cuerpo pegado al tuyo, en un juego infantil y erótico al mismo tiempo. Olvidarse de los miedos, entregarse a los deseos, dejarse llevar por la pasión. Son deseos que te carcomen, pero no te atreves a realizarlos. De pronto, te vuelves el niño tímido al que nadie quería a no ser que tuvieran examen de moral, civismo o historia, eran tus quince minutos de gloria, desde chico supiste lo que se siente ser cantante de una canción exitosa, sólo eso, un éxito y después el eterno anonimato de siempre. Pero como siempre, después de cada recriminación que te haces, te justificas a ti mismo, por eso te hiciste escritor, al menos eso crees, sólo escribiendo te vuelves el atrevido y valiente, que nunca has sido.
Tu miedo, yo lo entiendo, que te veo desde fuera, pero tú no. Con ella has vuelto a tu infancia, las raíces de tus recuerdos, el pozo de tus traumas y el nacimiento de tus anhelos incumplidos. Al momento en que decidiste contarle parte de tu vida, volviste a ella. De repente, sientes ganas de estar descalza en un césped de fútbol, antes de jugar el partido que te hiciera acreedor al aplauso de propios y extraños. El día más importante de tu vida: el mejor defensa del torneo el día de tu cumpleaños, y no estaba tu padre para aplaudirte y tu abuela estaba preparándote una comida sorpresa, en la cual estaban todos, menos tus padres, no te querían en esos días, porque estabas reprobando materias y no había como pararte. Pero también a ti esos días en que nunca supiste responder a tu nombre, siempre fuiste un apodo, en el mejor de los casos, en el peor eras tu apellido o número más en la lista. Después viene el recuerdo de la ausencia de ella, la siempre eterna, que se llevo a la tumba tantos recuerdos como secretos, con ella se murió la mitad de ti. Eres ya todo un adulto legalmente y sin embargo sigues siendo el mismo que cuando niño, pocos te quieren, casi no tienes amigos, los que tienen han pasado a ser tu familia, tu verdadera familia. Esto lo se yo, pero tú, Juan, tú que sabes, si no te atreves a enfrentar tus recuerdos y prefieres guardarlos para una ocasión como esta, pero no te sirven de nada, sólo te bloqueas, te intimidas y permaneces donde siempre has estado, en una soledad involuntaria y oscura.

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