sábado, febrero 25, 2006

Fragmetos de novela (parte2).

La antesala de estos versos proviene del jueves 19 de enero de 2006.

III

Sigo tendido en el escritorio, la luna arde en mis manos y la pluma tiene ganas de gritar todo aquello que nunca pudo proferir mi boca.
Sabina en alguna canción mencionaba tristemente que perdió muchos besos por no saber decir: te necesito. Yo siempre supe decir te necesito, nunca pude pronunciar: a mi lado. Porque la mayoría creemos que con basta con hablar, unos afirman: las palabras son todo. Pocos saben: las palabras no importan, los ojos son lo que todo lo valen.
Ya lo dije mi tumba han sido mis acciones, entre ellas se encuentra el no saber lazar la voz.
Un día te fuiste y nunca volviste. Y fui a pedir chamba de faro, para poder alumbrar el camino que debías tomar, sin embargo preferiste lo tenebroso. Pero bien sabes de esa luz y retornas cuando puedes y te acuerdas al refugio que te otorga mi paz. Siempre he estado conciente de mi estadía. No soy más que tu resguardo, a pesar de todo sigo ahí como el fiel patriota da su vida en una guerra no es suya, pero el amor un algo sin explicación le permite actuar con la absoluta demencia que le otorga la bandera y un himno.
Aquella vez, la última que nos vimos era de noche, no comprendí tu mirada, pero si la forma desesperada o pasional en que te movías en la cama, parecía la primera vez, pero tu lengua al pasar por mi pecho se atrevía a informarme que era un adiós. Al amanecer estaba solo como todos los días. Aquí nada paso me decía el sol al entrar por mi cuarto. Simplemente me tomaste por última vez y como es tu costumbre partiste sin dar razón de tu paradero.
Hoy tengo veinte cartas donde me hablas de ti, pero no tiene remitente. Nunca me hablas de los lugares que visitas, sólo me comentas lo que tu parte interior experimenta con el pasar de los años.
Son a cinco años de esa última noche.

IV

Versos que llueven sin rima ni estilo. Pensamientos que fluyen por razones impropias, inadecuadas. Recuerdos que buscan ser novela y a veces aspiran a poemas. Todo eso lo sabe Friedrich, lo entiende. Pero no se resigna, insiste en pelear contra la hoja en blanco. Busca su lanza quijotesca, esa que todos conocemos por pluma, él la llama así para darle ese toque romántico al acto de escribir. Escritor al fin y al cabo, con manías que ni él entiende.
Se repite constantemente a Nietzsche: lo que no me mata, me hace más fuerte. Si Lucía no me mató una hoja no me puede hacer blandir, se dice a sus adentros.
Los riñones empiezan a sucumbir ante las siete horas que lleva sentado frente a una hoja blanca con escasos cinco renglones que no dicen nada, pero si mucho del estado de aletargamiento en el que se encuentra.  

V

Noche sin luna, pero sin con agua que del cielo cae a cántaros. Es imposible que permanezca sin avanzar en está hoja blanca. Mañana salgo rumbo a Pachuca y no tengo ni la remota idea del motivo de mi viaje. Una amiga de esas que nunca te sueltan y aseguran entenderte, jura por su santa madre que el lev motiv de mi partida, consiste en borrarte de mi mente. A veces lo creo imposible.
La maleta desde ayer que la tengo preparada, no llevo más que dos cambios de ropa y demasiados artículos, revistas y un que otro libro. Quiero encerrarme en un hotel a leer o sentarme en una banca del centro de esa ciudad a intentar escribir las líneas que le den vida a mi novela, o debo decir: a mi vida.
Afortunadamente en el viaje me acompaña mi vieja camarada de la secundaria, quien evitará un posible desvió a aquella ciudad donde tantas historias compartimos tú y yo.
Ya te dije que tengo veinte cartas donde no encuentra la clave que me ayude a descifrar tu paradero. He pensado en abandonar esa hoja con cinco párrafos para salir en tu búsqueda.
Pienso que es inútil. Vendrías por unos días y luego partirías. Nuestra historia es un círculo vicioso proveniente del infierno llamado: tus caderas.

VI

Un escritor alguna vez se atrevió a decir que regresar a un lugar en busca de una persona sería mentirse demasiado a uno mismo. Pero Friedrich lo sabe, su vida amorosa es una mentira. Nunca le han gustado las certezas. Siempre optó por lo imposible, lo siempre improbable.
De su vida lo único que le queda son los recuerdos. Está más solo que un oasis en el desierto del Sahara.
Y sus versos nuevos rinden probos a la ignominia y los viejos la eterna esperanza de sentirse vivo.


martes, febrero 21, 2006

***

Y tu maldito recuerdo es mi perro fiel que me acompaña de sol a luna, sin darme espacio para intentar no pensarte.
¿Sabes que no pienso devolverte lo que nunca me diste? Especialmente ese beso tan rico que nos dimos mientras pensabas en todos tus delitos.
El desamor que provocaste en mi es igual de grande que los cinco puñaladas que le diste a aquel viejo indecente que tomaba su vodka tonic tranquilamente en el bar donde te fui a conocer.
¿No lo recuerdas?
Yo sí, estabas igual de perdido que el ahora difunto, el muerto parecías tú. Sin chiste. Sigo sin entender porque te hable, yo no me junto con perdidos y jodidos como tú. No tenías ni para pagar la cerveza que te tomaste, la acabe pagando. ¡Pinche mantenido! ¡Estorbo! Pero ahí me tienes de pendeja llevándote hasta mi casa, para bajarte la cruda.
Supongo que me atrajo tu reciente imagen de asesino. Siempre me ha gustado el peligro.
Pero contigo caí bajo. Ni siquiera habías tenido suficientes motivos para matar a aquel viejito. El cantinero explicó a los periódicos policíacos que discutían ridiculices, no recuerdo bien la nota, pero al ver ridiculeces me imagino temas como: ¿qué fue primero el huevo o la gallina?  Viles borrachitos que les sale lo intelectuales después de unas cuantas cervezas, supongo que ha de ser un trauma de gentuza como tú. Mientras están sobrios se la pasan escupiendo estupideces. A gente como tú deberían de hacerle lo que Hitler a los judíos, al menos en esta ocasión la humanidad lo agradecería.
Pero mi religión no me permite desear esas cosas a las personas por muy merecido que lo tengan. Debo aceptarlo me causaste ternurita al verte ahí tendido en mi cama entre borracho y dormido, profiriendo cuanta sarta de babosadas se te antojaba. Entre tanta palabrería pronunciabas el nombre de una chica Alicia o Anastasia, no recuerdo bien.
Ay mi queridísimo Honorario, de eso al parecer sólo te quedaba el nombre, pues la dignidad que tenías te la robo esa Alicia o Anastasia y la poco que te sobro en un plomazo la esfumaste.

Continuara….